El siguiente texto es parte del libro Palestina: Anatomía de un genocidio, cuyo prólogo puede consultarse en el sitio de Tinta Limón ediciones, que lo publica en Argentina, luego de que la editorial Lom lo diese a conocer este año en Chile.
Tras señalar las diferencias entre Chile y Argentina con respecto a la actual guerra en Gaza, el prólogo argentino a esta edición señala: “Israel (…) se presenta a sí mismo como un Estado judío (soslayando tanto a la población no judía que habita su territorio como la condición no israelí de millones de judíos). Al llamarse de ese modo –Estado «judío»–, Israel evoca al judío exterminado en el genocidio nazi. Sucede que es esta misma evocación la que hoy lleva a la identidad israelí a una profunda crisis. Pues, tal y como lo recordaba entre nosotrxs León Rozitchner, es la misma racionalidad técnica, económica y militar europea que sostuvo al genocidio nazi la que ahora sostiene el genocidio del pueblo palestino. Después de la Segunda Guerra Mundial, el judío adquirió, para la conciencia europea, el valor de víctima universal, y es esa universalidad la que se viene abajo para todo Occidente cuando se fusiona judaísmo con Israel e Israel con solución final al problema palestino. Es la conciencia occidental entera la que se viene abajo con el apoyo a la política genocida de Israel. En su derrumbe sale a la luz, tal como dijera Walter Benjamin, la barbarie como reverso de la civilización.”
Federico Donner, autor de este texto –consultado ya en este espacio–, no quita el cuerpo a su judaísmo y se expone de las muchas y valientes formas en que los judíos suelen exponerse al escribir sobre este tema. En el mismo libro dan cuenta de ello textos sabios y humildes como el de Judith Butler, el de Ariel Feldman o la precisa genealogía teológico-política de la también rosarina Silvana Rabinovich, “La dura cerviz de Israel”.
Palestina. Anatomía de un genocidio, editado en Chile por Faride Zerán, Rodrigo Karmy y Paulo Slachevsky, se presenta este viernes a las 18 en el SUM del tercer piso de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario (Entre Ríos 758), donde conversarán con el público el mismo Donner, Rubén Chababo, Marianela Scocco y Ariel Feldman.
P.M.
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Dos meses antes que Hamás lanzara la Operación Inundación de Al-Aqsa, el 7 de octubre de 2023, más de 400 intelectuales y figuras públicas de Israel/Palestina y del Norte global escribieron una solicitada[1] dirigida fundamentalmente a los sectores progresistas de las comunidades judías estadounidenses. La misiva les reconoce a estos sectores que han estado durante mucho tiempo a la vanguardia de las causas de la justicia social, desde la igualdad racial hasta el derecho al aborto, «pero no han prestado suficiente atención al elefante en la habitación: la ocupación de larga data de Israel que, repetimos, ha dado lugar a un régimen de apartheid».

En esa carta se denunciaba que desde comienzos de 2023 hasta agosto de ese año más de 190 palestinos habían sido asesinados en la Franja de Gaza y en la Ribera Occidental por las fuerzas de ocupación israelí, que también llevaron adelante la demolición de 590 instalaciones de infraestructura y casas particulares de palestinos, según datos que aporta la OCHA3[2], la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas. En el informe también consta que las fuerzas de ocupación protegen y apoyan a los colonos que queman, saquean y matan con impunidad. Esta práctica se aceleró notoriamente en los últimos años. Si bien todos los gobiernos israelíes expandieron la política de asentamientos a diferentes ritmos, lo que cambió notoriamente y se afianzó en los últimos años es el apoyo explícito a toda la violencia paraestatal de los colonos por parte de todos los poderes del Estado y, por supuesto, de las fuerzas de ocupación. Al menos retóricamente esto no sucedió siempre así, ya que en la década de 1990, durante el malogrado Proceso de Paz, y mientras continuaba la construcción de asentamientos ilegales, el bloque político de «izquierda» desató una feroz campaña contra los colonos, a quienes acusaban de fanáticos extremistas que boicoteaban el Proceso de Paz y ponían en riesgo la seguridad de Israel. Es fundamental recordar que el ejecutivo israelí debe, por ley, disponer de siete soldados por cada colono asentado en los Territorios Ocupados.

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Acenso y descenso del reino de Sion

Hoy a las 20, en el Monumental, se estrena “Bajar, subir, bajar”, del rosarino Elad Abraham, sobre su experiencia del sionismo. Un film que se pregunta también qué es hoy ser judío.

La mayoría de esos colonos se identificaban entonces con el potente Mafdal, el Partido Religioso Nacional, aliado del Likud aunque otrora aliado del laborismo. El asesino de Rabin, Igal Amir, pertenecía al movimiento sionista Bnei Akiva (los hijos del Rabí Akiva), la rama juvenil del Partido Religioso Nacional y una de las organizaciones juveniles sionistas más grandes del mundo.

La metáfora del elefante en la habitación condensa el proceso de invisibilización de la ocupación israelí de Palestina, que se profundizó paradójicamente luego de los Acuerdos de Oslo, pero sobre todo a partir del asesinato del primer ministro israelí Itzjak Rabin. Oslo deterioró rápidamente la popularidad y la credibilidad política de los líderes de la OLP y de Fatah, particularmente la de Yaser Arafat, ante los ojos de los palestinos.

Rabin y Arafat protagonizaron el llamado Proceso de Paz encarnando a dos líderes político-militares que intentaron poner fin a años de derramamiento de sangre por parte de la ocupación y, en mucho menor medida, por la resistencia a ella, sentándose en una desigual mesa de negociaciones sin un tercer actor que equilibrara la balanza.

Ytzhak Rabin, Bill Clinton y Yaser Arafat en Washington, 1993.

Rabin es hoy recordado como un héroe de la paz, al menos para la liturgia de la agonizante izquierda israelí (si es que existe algo así) que, actualmente, salvo contadas y honrosas excepciones, se encuentra alineada con el genocidio que está teniendo lugar en Gaza. Rabin encarnaba el arquetipo del líder laborista: un AJuSalnik (acrónimo hebreo de askenazí, laico e izquierdista), un israelí nativo que trabajó la tierra en un kibutz y que tuvo una destacada carrera militar. Fue comandante del Palmaj en 1947, organización que también estuvo involucrada en masacre de civiles palestinos, a pesar de que la mayoría se les atribuye al Irgún y al Leji, que eran de extrema derecha.

En los papeles, el Palmaj se presentaba como una fuerza de defensa, sin afán expansionista, y se identificaba con el laborismo. Terminó siendo el núcleo que luego formó las Fuerzas de Defensa de Israel, el ahora poderoso ejército de ocupación.

Los moderados incitan el genocidio

Hace pocos meses, la presidente de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la estadounidense Joan Donoghue, citó como prueba de sospecha de incitación al genocidio en Israel, las declaraciones de tres miembros del gobierno actual de Netanyahu. Ninguno de los tres políticos citados pertenecen a los partidos de extrema derecha que componen la coalición, ninguno de ellos es tampoco un outsider de la política, sino que representan al statu quo moderado y centrista[3]  israelí de las últimas décadas. El actual presidente israelí Isaac Herzog pertenece al laborismo. El ministro de defensa Yoav Gallant, candidato en su momento a jefe del Estado Mayor por parte del ex primer ministro laborista Ehud Barak, fue luego miembro del Partido Centrista Kulanu, antes de desembocar en el Likud. Y, finalmente, el actual ministro de Relaciones Exteriores de Israel, Israel Katz, de larguísima trayectoria en diferentes ministerios, afiliado al Likud.

Las prácticas genocidas que está llevando a cabo Israel en Gaza y que comienza a replicar también cada vez con mayor asiduidad en Cisjordania, no tienen su origen en una reacción intempestiva de un gobierno de ultraderecha empujado por los sectores más extremistas de la coalición. Tampoco es una cuestión de seguridad nacional ni de amenaza existencial, el gran cliché de una potencia ocupante que le demanda garantías de seguridad a la población civil ocupada, sitiada y desplazada.

La centroizquierda laica, progresista y eurocentrada israelí pretende desembarazarse de su responsabilidad histórica en términos ético-políticos, culpando a los «extremistas» de ambos lados, y olvidando su rol central en la Nakba de 1947/1948 y en toda la política de limpieza étnica, colonización y despojo desplegada durante más de ochenta años.

En realidad, y tal como lo explica el sociólogo israelí Lev Grinberg[4], pertenecer a la izquierda sionista tiene menos que ver con la simpatía por los derechos de los palestinos oprimidos, sino que se trata más bien de una etnoclase. Ser de izquierda o del «frente por la paz» en Israel significa creer que el conflicto con los palestinos es una cuestión de seguridad, cuyo fin puede darse a través de una solución política. Sin embargo, nunca reconoce a un interlocutor válido que represente a los palestinos, calificando a sus líderes políticos de fanáticos, irracionales, extremistas, es decir, mostrando todo un repertorio de subalternización y desprecio por el otro en clave orientalista, incluso cuando los líderes palestinos cumplen el rol de carceleros de la ocupación. De hecho, en el discurso político israelí los otrora terroristas de Fatah son los nuevos interlocutores racionales, pero en realidad sólo le habilitan canales de comunicación para impartirles órdenes securitarias y represivas para controlar a la resistencia palestina en Cisjordania.

Durante las últimas décadas del siglo XX, y en lo que va del presente, el discurso político de la izquierda israelí nunca se basó en el reconocimiento del pueblo palestino como un sujeto político que consagra a sus líderes y representantes, y mucho menos en sus derechos, salvo en un momento excepcional: a comienzos de la década de 1990, durante un breve período de apertura política en el que los israelíes reconocieron como interlocutores a palestinos de ambos lados de las fronteras imaginarias de 1967. Este breve período fue clausurado por las tres balas que terminaron con el asesinato de Rabin en 1995. Desde entonces, las mismas y viejas consignas de la izquierda se reciclan[5] una y otra vez: «la paz se hace con los enemigos», «ser judío significa buscar la paz», «debemos separarnos de los árabes para preservar el carácter judío del Estado», «las negociaciones son el único camino hacia la paz».

Este credo orientalista pocas veces logra esconder sus sentimientos de superioridad moral y cultural en detrimento de los palestinos y en menor medida de los judíos orientales, a quienes siempre consideró bárbaros y propensos al extremismo religioso, sin someter a examen los monstruos de la razón modernos que configuran al sionismo secular. La crítica a la ocupación y al régimen de apartheid tienen un lugar muy marginal en el discurso político de la izquierda israelí. La irrupción de nuevas expresiones sociales de protesta en Israel, que coincidieron con la oleada de la primavera árabe y otros movimientos como el español o el de Occupy Wall Street, estuvieron lejos de transformarse en una oposición consistente a la ocupación, como sí había ocurrido durante la primera Intifada en la década de 1980, lo que llevó a la apertura de negociaciones y derivó en Oslo.

En ese entonces, la resistencia de los civiles palestinos luchando con piedras contra los tanques de la ocupación despertó muchos apoyos en los jóvenes judíos de Israel, que ya contaban con un movimiento de objetores de conciencia en rechazo a la invasión del Líbano y a toda acción militar fuera de las fronteras previas a la guerra de 1967.

Muchísimos académicos israelíes, palestinos y de todo el mundo venían advirtiendo sobre el recrudecimiento de la limpieza étnica de Palestina y sobre la inminencia de un genocidio israelí contra la población palestina de Gaza (gran parte de ellos son a su vez desplazados de la Nakba de 1947 y de 1967). Una gran cantidad de organizaciones no gubernamentales israelí-palestinas vienen realizando acciones de resistencia y de visibilización, pero todo esto tiene poca relevancia en la arena política israelí. La resistencia palestina es vista como terrorista, y la población civil palestina, en el mejor de los casos, es considerada por los israelíes progresistas como rehén de Hamás, que en su narrativa simplista de no considerarlo un interlocutor válido, ha sido reducido a un grupo terrorista que, luego del 7 de octubre, ya debe ser eliminado sin más de la faz de la tierra. Este reduccionismo ignora la incontable cantidad de crímenes de guerra cometidos por los israelíes desde hace más de 80 años, todos ellos empequeñecidos frente a la magnitud de la escala del exterminio y la crueldad desplegados en los últimos meses.

Netanyahu se niega a negociar con Hamás (al que en su momento apoyó para debilitar a la OLP) un cese de hostilidades para el intercambio de rehenes israelíes. La posición pública de este movimiento[6] es la de deponer la lucha armada a cambio del retiro de Israel a las fronteras previas a 1967 y a la liberación de todos los presos políticos palestinos, que en este momento ascienden a casi diez mil.

Hamás es un movimiento que cuenta con una rama militar, una política y una social, y proviene de Los hermanos musulmanes, que surgieron en Egipto hace ya casi un siglo. La comparación que hace Israel de Hamás con el Estado Islámico es totalmente falsa por varios motivos, principalmente porque el EI nunca atacó a Israel ni tampoco objetivos estadounidenses, que en este momento ocupa gran parte de Siria expoliando su petróleo. De hecho, es casi un secreto a voces que el EI es conducido por EEUU e Israel. Hamás nunca tuvo una política de conversión forzosa o de violencia hacia los palestinos cristianos, y sus voceros manifiestan públicamente que su enemigo es el Estado sionista y no el pueblo judío.

Uniformes SS

En las manifestaciones previas al asesinato de Rabin, encabezadas entre otros por Netanyahu, se veían numeorsas pancartas con las fotos de Rabin vistiendo la kufiya, el pañuelo palestino distintivo
de Arafat, y fotos de Rabin y Arafat vistiendo uniformes de las SS.

Como mencioné más arriba, los Acuerdos de Oslo fueron una gran derrota para los líderes de la OLP, y para los palestinos en general, básicamente porque transformó a un frente de resistencia popular en un instrumento al servicio de la represión de la potencia ocupante.

El apoyo actual a Hamás, aún en estas dolorosísimas circunstancias para los palestinos, se explica en parte por su coherencia política frente al asedio israelí.

En 1992 Rabin dio un giro radical hacia las negociaciones con la OLP y mostró disposición a formar un bloque político con Meretz, Hadash y el Partido Democrático Árabe. En ambos casos, el establecimiento de bloques políticos condujo a cambios importantes, que finalmente permitieron la firma de acuerdos de paz y transformaciones fundamentales en las políticas económicas de Israel.

El asesinato de Rabin acabó con la distinción entre los bloques políticos de «izquierda y derecha». Las tres balas[7] que disparó Igal Amir clausuraron inmediatamente el espacio político de los ciudadanos palestinos de Israel. Rabin los incluyó pero su asesinato los expulsó. No puede existir un verdadero frente de izquierda para terminar con la ocupación sin la inclusión de los palestinos con ciudadanía israelí. El linchamiento público de Rabin que precedió a su asesinato fue motivado no tanto por sus políticas de concesión, sino sobre todo porque se nutrió de los votos árabes para impulsarlas.

El gran consenso político israelí que borra toda distinción real entre derecha e izquierda es que sólo una mayoría exclusivamente judía otorga el mandato para ceder partes del Gran Israel. Ni los palestinoisraelíes pueden ser aliados en el Parlamento, ni los palestinos de los territorios pueden tener iguales derechos y designar interlocutores que sean tratados como pares. Incluso cuando Israel se retiró del Líbano o retiró a la colonias de Gaza, lo hizo bajo la figura de la desconexión unilateral, sin reconocer jamás a un otro.

Quien no acepta esto, atenta contra el carácter judío del Estado, es decir, contra su fundamento biopolítico y etnocéntrico, tornándose paradójicamente en un portador del uniforme de las SS, es decir, en un subhumano que debe ser eliminado.

Regímenes de visibilidad

El campo de concentración, por su cercanía física, por estar de hecho en medio de la sociedad, «del otro lado de la pared», sólo puede existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, una sociedad «desaparecida», tan anonadada como los secuestrados mismos. A su vez, la parálisis de la sociedad se desprende directamente de la existencia de los campos; una y otros alimentan el dispositivo concentracionario y son parte de él. (Calveiro, Poder y Desaparición, Buenos Aires, Colihue, pág. 91)

Para delinear la anatomía de este genocidio en Gaza, no alcanza con analizar a la extrema derecha israelí ni su caracterización racista de los palestinos. No resulta suficiente refutar una y otra vez la propaganda israelí[8] que inunda las redes sociales con falsa información.

Este genocidio no puede llevarse adelante sin un profundo consenso social, que incluye también personas con educación universitaria que abrazan los valores ilustrados de los Derechos Humanos y de las prácticas democráticas, pero que sin embargo por motivos diversos, no pueden o no quieren ver al elefante en la habitación. Y ahora que es imposible ignorar este elefante, que se ha vuelto dolorosamente visible, ahora que ya no es posible admitir que Gaza ha sido reducida a escombros mientras el ejército israelí continúa disparando contra civiles desarmados que ya se encuentran al borde la muerte por inanición masiva, actualizando las imágenes que conocemos del gueto de Varsovia, es en este momento que debemos preguntarnos por qué la izquierda y el centro israelíes apoyan casi sin fisuras estas prácticas que supuestamente los horrorizan. ¿Cómo es posible que su único reclamo sea el de la liberación de los rehenes israelíes en manos de Hamás sin mencionar siquiera la ocupación, la limpieza étnica o el genocidio? ¿Cómo es posible que una sociedad que se autoatribuye ser la única democracia de Medio Oriente no tenga investigaciones judiciales y condenas serias de los incontables y terribles crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad, que cometen?

Idith Zertal[9] ha descripto el rol de la memoria de la Shoá en la educación sentimental y política de los israelíes, y en cómo esa liturgia les otorga la certeza de que los judíos detentan un estatuto metafìsico de víctimas, cuyo carácter ahistórico resiste toda prueba fáctica, aún cuando estén cometiendo masacres y expoliaciones. La memoria de la Shoá, que se ha transformado en la religión civil de las democracias occidentales[10], es una memoria ahistórica y despolitizadora, es decir, mítica. Ahistórica, porque ignora las tradiciones no deseables de la modernidad europea, como sus prácticas genocidas en las colonias y sus saberes racistas, eugenésicos, normalizadores y evolucionistas. Al reducir la Shoá a la particularidad de la cultura alemana, su Sonderweg, su camino especial hacia la modernidad, la religión civil pretende conjurar el mal de las actuales democracias (neo)liberales. La memoria de la Shóa como religión civil, en lugar de converger con otras memorias de pueblos oprimidos e iluminarlas, las acalla y las reprime, puesto que todas ellas son incomparables con el carácter único y metafísico del sufrimiento de los judíos europeos.

La memoria de la Nakba es considerada como una ofensa a esta religión civil, y en estos días la portación de la bandera palestina fue considerada como un símbolo antisemita por muchas democracias del norte global. La boutade de los políticos alemanes que condenaron recientemente a Yuval Abraham[11] por «antisemita», un cineasta judío-israelí que denuncia los atropellos que sufren los palestinos, ha llevado a esta religión civil a su paroxismo.

La operación de Hamás fue rápidamente homologada por los israelíes educados como prácticas nazis. La certeza con la que se otorgaba crédito a noticias falsas sobre decapitación de bebés y violaciones masivas es el fruto de décadas de contornear el alma israelí a la sombra de la religión civil de la Shoá. Rabin era un nazi, Arafat era un nazi, y ahora los de Hamás son nazis. Antisemita es cualquiera que duda sobre estos hechos, así como quienes osan comparar el genocidio actual en Gaza con los guetos europeos o con el exterminio de Hitler es un antisemita.

De Núremberg a Núremberg

Idith Zertal y Enzo Traverso, entre otros, ubican la emergencia de esta religión civil en el momento en el que la cultura política israelí experimentó un giro respecto a su consideración del exterminio de los judíos europeos, a partir de la década de 1960, alrededor del juicio a Eichmann, que transformó radicalmente el status de los sobrevivientes que hasta el momento eran vistos con desconfianza, pues habían atravesado la zona gris de los campos de concentración, en la que se perdía toda el aura.

La historia es conocida: el juicio a Eichmann, narrado magistralmente por Hannah Arendt para la revista The Newyorker, sirvió para que los testigos expusieran a la sociedad israelí y a todo el mundo el horror que experimentaron durante las diferentes etapas de segregación, deportación, concentración y exterminio.

Adolf Eichmann juzgado en Jerusalén en 1961.

También mostró la furia que había en Israel hacia los miembros de los Judenräte, los Consejos Judíos que colaboraron con los nazis y luego ocuparon cargos en el gobierno israelí, como fue el caso de Rudolf Kastner, asesinado pocos años antes del juicio. Como indica Primo Levi en su Trilogía, nadie sale ileso de un campo, y los sobrevivientes portarán la culpa y el escarnio de haber sobrevivido a cualquier costo. En Israel, los sobrevivientes del exterminio eran mal vistos y se sospechaba que habían colaborado para sobrevivir: a los hombres se los acusaba de haber sido Kapos, y a las mujeres, particularmente a las jóvenes y bellas, prostitutas de los nazis. La dirigencia del Ishuv (el protoestado israelí antes de 1948) primero, y luego del naciente Estado tuvo un vínculo fluido con el gobierno nazi, particularmente con Eichmann, puesto que ambos tenían la intención de resolver el «problema judío». La actitud de la dirigencia sionista fue interesarse sólo por los judíos que deseaban emigrar a Palestina, desentendiéndose del resto.

Hasta el juicio a Eichmann, el silencio sobre el exterminio era atronador. Nadie quería en Israel escuchar las historias de los débiles judíos de la diáspora que habían ido como ovejas al matadero o, peor aún, que habían traicionado a los suyos para sobrevivir. Eso contrastaba con la nueva imagen que el sionismo había esculpido del israelí nativo, que labraba la tierra al estilo del romanticismo y que manejaba el fusil. Un hombre joven y fuerte que no se dejaba humillar por los gentiles.

El nazismo y la memoria de la Shoá en el discurso político israelí no funcionan solamente como un trauma horroroso que a su vez es instrumentalizado para legitimar políticas expansionistas, de limpieza étnica, de violencia y de exterminio. El exterminio nazi de los judíos europeos configura al alma israelí de un modo mucho más profundo, que incluso supera las identificaciones forzadas, pero de gran eficacia simbólica de los palestinos y del mundo árabe en general con los nazis, que describimos más arriba.

En Vencer a Hitler[12], Abraham Burg señala que el Estado de Israel define quién es judío del mismo modo que lo hacían las leyes segregacionista de Núremberg. Todo el dispositivo biopolítico de separación de los palestinos y de los judíos se basa en esta definición biopolítica de origen nazi: aquel que tenga uno de sus cuatro abuelos judíos es considerado judío.

Esta definición tiene una explicación de carácter pragmático, pues aquella condición de judío que implicaba una condena en el nazismo se transforma en un derecho en el Estado israelí. Esta Ley del Retorno es la otra cara de la moneda del Derecho al retorno que Israel se niega a reconocer a los palestinos expulsados de 1947, cuestión que en estos momentos está siendo reactualizada por los desplazamientos forzosos y el intento israelí de expulsar a los gazatíes hacia Egipto. Pero más allá de los cálculos de la Realpolitik, la adopción de la definición nuremburguesa de judío tiene consecuencias en la cultura israelí y en sus formas de identificación que no pueden ser conjuradas por ningún pragmatismo y que escapan a todo afán compensatorio.

Los modos de identificación con el nazismo no solamente se dan a través del miedo, el trauma, o el rechazo. También son positivos, en el sentido foucaultiano, esto es, productivos. El rechazo puede trastocarse en mímesis e incluso en admiración.

Para abordar esto, no quisiera establecer comparaciones entre las prácticas biopolíticas genocidas de Israel y otras anteriores que se dieron durante el siglo XX, pero también hacia finales del siglo XIX en Asia y en África. Voy a dejar de lado el análisis de las prácticas genocidas desplegadas hoy en Gaza, el asesinato masivo de niños y mujeres, la crueldad con la que se planifica la inanición y la deshumanización de los palestinos. Y voy a centrarme en un fenómeno cultural israelí breve pero significativo que tuvo lugar hacia finales de la década de 1950 y principios de la década de 1960, coincidente con el juicio a Eichmann.

La seducción de la barbarie

En esa época, en los quioscos de diarios y revistas de las ciudades israelíes comenzaron a venderse un nuevo género de publicaciones conocidos como Stalags. Stalag es la contracción de la palabra alemana Stammlager, que a su vez es una abreviatura de KriegsgefangenenMannschaftsstammlager («campo principal para prisioneros de guerra alistados»). Los Stalag eran unos folletines de  literatura popular, una suerte de cómics pornográficos, cuya estructura narrativa, se replicaba en las sucesivas entregas: durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados o de pilotos, por lo general estadounidenses o británicos, son capturados por los nazis y recluidos en estos Stammlager. Allí son torturados y sometidos sexualmente por voluptuosas oficiales mujeres de las SS. Finalmente, los prisioneros logran liberarse y se vengan violando y asesinando a sus captoras.

Los Stalags eran un gran éxito comercial, fundamentalmente entre los adolescentes, muchos de ellos hijos de sobrevivientes de los campos de concentración y de exterminio. Los autores eran israelíes que firmaban con seudónimos y escribían de modo tal que los textos parecían traducciones del inglés. El boom editorial hizo que proliferaran diferentes líneas de publicación.

El escritor de Stalags Nahman Goldberg, tras la ejecución de Eichmann, creyó que sería bueno desplazar el eje de atención a la Alemania de la época e inició la serie Vengadores israelíes en Alemania, con títulos como El día más corto o El hombre que esquivó un misil. Ahora eran judíos los que viajaban a Alemania a buscar a antiguos criminales de guerra y copulaban con alemanas. Algunas eran novelas en las que se reconocía la existencia de mafias judías en Europa e incluso se aludía a gánsteres judíos que no habían estado en los campos de concentración pero que, habitualmente, hacían en gesto de arremangarse la manga de la camisa para mostrar el número tatuado en su antebrazo, número que nunca enseñaban, pues el gesto bastaba para generar respeto en otros judíos. En esa época, los diarios israelíes reflejaban la vida nocturna en Alemania, donde muchos eran dueños de discotecas y regenteaban prostitutas.

El semanario Ha’Olam Haze ofrecía artículos sobre el juicio a Eichmann al tiempo que traía publicidad de los Stalag. Incluso la portada de un número jugaba con la figura de Eichmann ilustrado con la estética de los Stalag, y su contratapa reproducía la portada de un Stalag de aparición reciente.

Uri Avneri, exeditor del semanario Ha’Olam Haze, entrevistado en el documental del año 2007 Stalag. Holocausto y pornografía en Israel, del realizador israelí Ari Libsker, sostiene que no era fácil establecer cuál era la actitud de los jóvenes israelíes hacia los nazis. Había una actitud ambivalente, situaciones en las que no era obvio con quién se identificaban los jóvenes.

El historiador Omer Bartov sostiene en el documental que la única forma de no identificarse con el abusado es volverse un abusador, y recuerda que en su juventud era seductor y viril lucir botas de SS, que se podían conseguir en la ciudad portuaria de Yafo, ya que «usarlas realzaba tu hombría».

Los primeros libros que se leyeron en Israel sobre el exterminio fueron precisamente este tipo de literatura. Diez años antes, Yehiel De-Nur, que sería testigo en el juicio a Eichmann, escribió Beit habubot, La casa de las muñecas, que narra las historias de mujeres judías confinadas en un burdel al servicio de los nazis. De-Nur publicó y testificó bajo el seudónimo de Ka-Tzetnik 135633, que es la forma abreviada del idish para los internos de los KZ, Konzentrationslager.

El nombre de esa novela inspiró a la banda británica de rock Joy Division, que es la traducción literal de los Freudenabteilung.

Las historias de mujeres judías sometidas por los nazis de Ka-Tzetnik alimentaron años después una suerte de inversión narrativa en los Stalag. De hecho, Bartov sostiene que en la memoria de su generación ambos géneros se confunden, y sus pares suelen recordar a los Stalag como literatura sado en la que se somete a mujeres judías, cuando en realidad las protagonistas son mujeres nazis.

A partir de la década de 1990, las novelas de Ka-Tzetnik fueron incorporadas a los programas de estudio de las secundarias israelíes y desde entonces son parte fundamental del sistema educativo. En Palestina en los textos escolares de Israel, Nurit Peled Elhanan señala que la escuela es la preparación para el servicio militar obligatorio, que acondiciona a los futuros soldados desde el punto de vista emocional e ideológico, deshumanizando e invisibilizando a los palestinos.

El otro gran pilar de esa preparación son los textos de Ka-Tzetnik, que describen el uso de la violencia sexual como forma de sometimiento de los cuerpos judíos feminizados. Esas lecturas se coronan con un viaje educativo a Polonia, que conmueve emocionalmente a los adolescentes cuando visitan los campos de exterminio y el edificio que según este novelista alojaba a una de las casas de muñecas. Dichos viajes reciben el nombre de Marcha por la vida, un espejo invertido de las Marchas de la muerte de finales de la Segunda Guerra Mundial.

Desde esta perspectiva, se comprende entonces por qué quienes difundieron las falsas noticias[13] sobre las violaciones masivas atribuidas a Hamás el 7 de octubre de 2023, tuvieron que esforzarse poco para lograr rápidamente su aceptación. Por su parte, el régimen de visibilidad de la ocupación sionista pendula entre la metáfora del elefante que nadie ve y la obscenidad de los videos de los soldados israelíes[14] que se mofan y jactan de perpetrar un genocidio, festejando la destrucción y la muerte. Al igual que las imágenes que circularon en su momento sobre los prisioneros de Guantánamo y de AbuGhraib, la invisibilización se torna rápidamente en una exhibición pornográfica del sufrimiento y la humillación infligidos a civiles indefensos. La compulsión de publicar en las redes sociales el goce sádico va de la mano con la certeza de que esas acciones no van a ser consideradas como un crimen dentro de Israel, tal como lo indica la inagotable historia de impunidad. Afuera de esas fronteras, la creencia en el excepcionalismo israelí, conlleva la certeza de su carácter de víctima ontológica, es decir, inmutable. Sin embargo, los Stalag cuestionaron de algún modo non sancto esa certeza, expresando un deseo e identificación con aquello que se presenta como monstruoso.

[1] «The Elephant in the Room», publicada el 6 de agosto en PortSide.

[2] Ver «Data on demolition and displacement in the West Bank», en Ochaopt. Los datos se actualizan periódicamente.

[3] Levy, Gideon, «Israel’s Mainstream Brought Us to The Hague, Not Its Lunatic Fringes», Haaretz, 28 de enero de 2024.

[4] Política y violencia en Israel/Palestina. Democracia vs. régimen militar. Traducción de Federico Donner. Prometeo, Buenos Aires, 2011.

[5] Ver el artículo de Haggai Matar «Rabin memorial makes clear Israel’s peace camp stuck in the 90s», publicado el 2 de noviembre de 2014 en +972Magazine.

[6] «Hamás en el movimiento nacional palestino: una perspectiva histórica», entrevista realizada por Daniel Denvir a Tareq Baconi en Jacobin Radio como parte de la serie de podcasts The Dig y publicada el 12 de diciembre de 2023 en SinPermiso.

[7] Ver el artículo de Lev Grinberg «The three bullets that killed Israel’s left-wing bloc», publicado el 2 de noviembre de 2014 en +972Magazine.

[8] Ver el sitio Hasbara Tracker. Tracking Israeli propaganda.

[9] La nación y la muerte. La Shoá en el discurso y la política de Israel, Biblioteca de la nueva cultura. Serie pensamiento, Gredos, Madrid, 2010.

[10] Traverso, Enzo, El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, Buenos Aires, FCE, 2014.

[11] Oltermann, Philip, «Israeli director receives death threats after officials call Berlin film festival ‘antisemitic’», The Guardian, edición electrónica del 27 de febrero de 2024.

[12] Lenatzeaj et Hitler [en hebreo], Yediot Sfarim Press, Tel Aviv, 2007. Hay traducción al inglés: The Holocaust Is Over. We Must Rise From its Ashes, Palgrave Macmillan, 2009.

[13] Ver «The Intercept: New York Times Exposé Lacks Evidence to Claim Hamas Weaponized Sexual Violence Oct. 7», entrevista realizada por Amy Goodman a Jeremy Scahill y Ryan Grim el 1 de marzo de 2024 en DemocracyNow.

[14] Pita, Antonio, «En TikTok, la guerra en Gaza es un juego», El País, 10 de diciembre de 2023.

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Sobre el autor:

Acerca de Federico Donner

Nacido en Rosario, es profesor de Historia de la Filosofía Contemporánea en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde integra el Consejo Asesor de Derechos Humanos. Es editor de El zorro y el erizo e integra el Consejo Editorial de Cuadernos Filosóficos y de La Creciente, Revista Interdisciplinaria de […]

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