La creación de la bandera y la figura de Manuel Belgrano son temas clásicos de las composiciones escolares y de las versiones hagiográficas de la historia nacional. La declaración de 2020 como año de Belgrano –se cumplen 250 años de su nacimiento y 200 de su muerte– preanuncia nuevos homenajes y panegíricos sobre el prócer y su gesta. En un corpus textual tan amplio como poco interesante, la literatura argentina contiene sin embargo un texto extraordinario: “Ese General Belgrano”, el poema que escribió Aldo Oliva.
En 2020 se cumplen también 20 años de la muerte de Oliva (1923-2000), lo que seguramente será recordado en Rosario, la ciudad donde pasó casi toda su vida. “Ese General Belgrano” fue un texto anunciado en las mesas de los bares que frecuentaba, en la órbita de la Facultad de Humanidades y Artes, pero demorado en su realización. “Fue el resultado de una lucha tremenda contra la inacción escrituraria, que lo asaltaba durante largos períodos de tiempo”, escribió Roberto García en el prólogo a Una Batalla (2002), libro que recopiló poemas inéditos de Oliva.
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El poema, estructurado en cuatro cuadros y tres movimientos, dio el título al último libro publicado en vida por Oliva. Ese General Belgrano y otros poemas apareció en julio de 2000, cuando se le había diagnosticado un tumor, y fue presentado en unas jornadas de debate sobre su obra el 8 y 9 de agosto siguientes en Humanidades y Artes. Oliva falleció el 22 de octubre de ese año.
Entre los expositores de aquellas jornadas estuvo David Viñas, que había conocido a Oliva a mediados de los años 50 en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de Rosario y se refirió a Ese General Belgrano después de recordar el pasado en común. “Se trata de una de las primeras personas que en lo generacional me involucra ineludiblemente, contradictoriamente –dijo. Podría decir: «yo soy un fracasado», «Aldo Oliva es un fracasado», «mi generación fracasó», «el Che Guevara fracasó». ¿Qué queríamos nosotros, eso que llamamos nuestra generación? ¡Queríamos el cielo en la tierra!”.
Viñas y Oliva habían militado juntos en el Movimiento de Liberación Nacional entre fines de los años 50 y mediados de los 60. El Malena, como se lo conoció, se conformó en 1959 en torno al liderazgo de Ismael Viñas –hermano de David– y Ramón Alcalde –secretario general en Rosario– y tuvo su primera aparición pública en las elecciones a gobernador de Santa Fe del 17 de diciembre de 1961, cuando se presentó en alianza con una fracción del Partido Socialista, el Partido Comunista –entonces proscripto– y Vanguardia Popular, un pequeño grupo de intelectuales de izquierda. Sus candidatos fueron José Vazeilles y Néstor Melgratti (a diputados nacionales) y Oliva, Carlos Saltzmann, Daniel Wagner, Ricardo Orta Nadal, Oscar Capdevila, Nilda Finetti y Osvaldo Príncipe (a convencionales constituyentes).
“Hemos fracasado”, dijo Viñas, al público que lo escuchaba en el salón de actos de Humanidades y Artes. Hizo una pausa y siguió: “No es que uno se regodee sino que simplemente pregunta a continuación: ¿lo contrario, qué es? ¿Es literatura el éxito? ¿Quiénes son los exitosos? Nosotros, desde el fracaso, decimos: ¡Eso no va! Hay que pasar a otra cosa. Eso es lo que dice, lo que insinúa el texto de Aldo Oliva. Nos fue mal, no pudimos, como queríamos, asaltar al cielo. No alcanzaron las escaleras, ése día estaba muy nublado el cielo, o algún santo de turno, probablemente un santo nos dijo «no entregamos las llaves»”.
El cielo de Rosario en febrero de 1812, según la reconstrucción de Oliva, está agitado por la brisa y se recorta más allá del río sobre el horizonte de las islas, “una exótica y fluida esmeralda,/ se diría, de fango de esplendor convulsivo,/ de apetente y sinuoso misterio”. Los textos sobre Belgrano están precedidos en el libro por dos secciones –“Imágenes renuentes” y “Avizoramientos en espejo retrovisor”– y en particular por el poema “French”, que reformula la figura de otra estampa del discurso escolar, la de Domingo French, el agitador que el 22 y 25 de mayo de 1810 repartió cintas azules y blancas que identificaban a los adherentes a la Revolución. Oliva recrea la voz del personaje como un sereno conspirador: “Calma, somos pocos, cada cual/ con su faca, cada cual con su/ cintita, para que ya, reconociéndonos,/ nos reconozcan”. Es un cuchillero: “ese inquietante French”, como lo llama, aparece resaltado como vocero de los que se alzan contra el poder, y en tanto tal encarna una figura significativa.
La contraposición entre el individuo y el poder y entre la revelación del instante y el tiempo plano de la Historia es el punto de vista con que Oliva rescata a Belgrano: no la plácida figura escolar sino “ese General Belgrano”, un hombre de letras y de ciudad arrojado a la guerra y al “inconmensurable litoral” en que desarrolla la desastrosa campaña al Paraguay; un hombre débil, acosado por la enfermedad, que presiente oscuramente su fin; un Belgrano extraño, incluso para sí mismo: “Yo, a quien llamaron/ General”, dice.
La serie puede ser leída como un relato discontinuo de la vida de Belgrano, a través de episodios que exploran núcleos de sentido: su actuación como secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires; las jornadas de mayo de 1810; la creación e izamiento de la bandera, en Rosario; las campañas al Paraguay y como jefe del Ejército del Norte; sus enfrentamientos políticos y su muerte.
El primer poema presenta una visión nocturna de Belgrano. A la luz de una vela, ese hombre de “cabellos claros, ojos tenues”, lee un libro del economista francés Dupont de Nemours y se detiene en un pasaje que plantea el concepto de propiedad. Belgrano comenta la cita en voz alta, la pone entre interrogantes, finalmente la cuestiona: la propiedad de una clase, de un grupo social, concluye, se fundan históricamente en la exclusión de otros sectores de la sociedad; no tiene más legitimidad que la fuerza y la coerción de las normas con que la misma clase o el grupo ordenan la vida de la sociedad.
A partir del segundo poema, ya es Belgrano quien habla: “buscábamos,/ buscamos,/ una palabra que abriera,/ como una madre, su fecundidad;/ y, quizá torpemente, hallamos Patria/ La verdad de ese hablar, su trémulo/ murmullo, es posible que sólo/ se moviera en las bocas y en las/ manos agitadas en la Plaza,/ en el saber de la ausencia/ alzado en sus fuerzas”. Las últimas palabras que Oliva le asigna a su personaje hacia el final de su vida, en su agonía, inscriben el fracaso de esa búsqueda, su perduración como un proyecto inconcluso: “Patria inexistente”.
El valor de Belgrano se afirma para Oliva en la desobediencia al poder de Buenos Aires. Los poemas citan fragmentos de la correspondencia enviada y recibida de Rivadavia y Pueyrredón, alusiva a la orden de “disimular” la bandera enarbolada en las costas de Rosario el 27 de febrero de 1812 y, más tarde, a la de retroceder hasta Córdoba con las fuerzas del Ejército del Norte. Hay una “desobediencia debida” que carga de un nuevo sentido a la enseña nacional y la configura como “bandera prohibida”.
La reconstrucción de Oliva desacraliza el momento histórico. La incertidumbre del personaje realza el carácter revolucionario de su creación. Ante la tropa, “en confuso cuadro de formación”, habla Belgrano: “Yo, a quien llamaron/ General; mi fe; mis pocas lecturas,/ todo, dice: ENARBOLAR:/ que se alce el trapo:// y se elevó la yesca”.
La bandera como trapo –creación propia de Belgrano, emblema que desafía al poder– y como yesca son la imagen de aquello que, dice Oliva, llega al presente desde febrero de 1812: el gesto de rebelión, “la irradiante/ tenacidad, el aura de zonas insurgentes” que constituyen su ejemplo. La revolución, para “ese general Belgrano”, se iluminó con “tenebrosas contraposiciones” y obligó a tomar partido; la desobediencia es su legado político, el acto que lo extrae del pasado y lo proyecta al futuro, porque sostiene “la certeza/ de la fuerza troncal del sector,/ que en múltiple unicidad,/ y aún sin saberlo, impulsan los/ Pueblos”.
Jorge Monteleone escribió que “las ansiedades de Belgrano por enarbolar el ideal de la patria en el pabellón”, en el poema, podrían ser “una oblicua representación de las agonías de Oliva por dominar su trabajo poético”. El final de Ese General Belgrano describe la inminencia de la muerte no solo para el personaje sino, cabe pensar, para el propio Oliva, como permite leer la frase de Cesare Pavese incrustada con mayúsculas en el discurso de Belgrano: “VERRÁ LA MORTE E AVRÁ TUOI OCCHI”, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Pero el punto donde poesía e historia convergen es la simiente de rebelión, esa yesca que aun arde en el gesto de Belgrano: “De ahí la creación de un poema/ que lo escriba y lo diga./ De ahí la historia de un poema/ sin historia. De ahí la grandeza/ de los que abdicaron de la Grandeza”. No la retórica hueca y la racionalidad de la Historia convencional que borra los conflictos y las contradicciones, sino el conocimiento poético a partir del ensueño y del delirio y del impulso de lo que se percibe como derrota.
Fue algo que señaló David Viñas en su intervención durante aquellas jornadas en Humanidades y Artes. “El lugar desde donde se denuncia el éxito institucional, el éxito canónico, es precisamente la práctica poética –dijo–. La práctica poética es un fracaso para la mirada del poder. Desde ahí Aldo Oliva dice: no, no, no. La práctica poética como práctica de la libertad, como inconformismo permanente, como forma de problematizar todo”. Y en particular lo que aparece santificado en el relato de la Historia.