“‘Dormiré ahí mismo, en la repisa –pensó–. Si vuelve para atacarme… bueno, ¿qué importa?’ Estaba demasiado cansado de luchar contra aquella araña. Caminó pesadamente a lo largo de la tabla y se tendió en la oscuridad, apoyando la cabeza en un clavo que sobresalía apenas de la madera. Echado de espaldas, respirando lentamente, casi incapaz de reunir la fuerza suficiente para llenar los pulmones de aire, se dijo: ‘Hombrecito, ¿qué harás ahora?’”

En la novela de ciencia ficción de 1956, El hombre menguante (The Shrinking Man, de Richard Matheson) el protagonista se expone accidentalmente a una nube radiactiva. En su cuerpo se inicia una metamorfosis: comienza a encoger unos pocos milímetros por día. La ciencia no tenía respuestas y el Estado se desentiende de su seguro médico. Con el tiempo va perdiendo sus roles. Pierde el respeto de su hija pequeña, a quien ya no puede aleccionar mediante intimidación, y también el deseo de su esposa a quien siente que ya no puede satisfacer. Mes a mes se hace más profunda su crisis existencial. Eventualmente tiene que dejar el trabajo y ahora es la mujer quien provee a la familia.

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Las circunstancias de esta aventura dramática empujan al personaje al aislamiento y a pasar sus días concentrado en sobrevivir en un mundo que parecía crecer sin parar y se le hacía cada vez más y más peligroso.

En los tiempos que corren, el hombre común puede identificarse con él. La sociedad le informa que las cualidades que está programado a desarrollar, son tóxicas.

La manosfera

La consecuente angustia se combina con la soledad y el estrés del mandato de autoexplotación que promueve el modelo de sujeto neoliberal con sus frases aparentemente constructivas del estilo de “vamos por más” y “conviértete en tu mejor versión”. Así se completa una fórmula perniciosa.

Este conflicto identitario dificulta a los hombres la interacción social directa y una parte de ellos busca ayuda e inclusión a través de las redes online de fratrías masculinas. El problema radica en que la construcción de nuevos significantes está transcurriendo desfasada en tiempo y contenido respecto de los códigos que se manejan en esos sitios. Es decir, no hay aún una nueva narrativa de masculinidad héterosexual cool y no tóxica desde la cual conversar. Al menos no a nivel masivo. Lo que sí hay es una manosfera donde estos varones en crisis, encuentran referentes, camaradería, aprobación y apoyo.

No solo eso, también se organizan para enseñar a las mujeres cómo deberían comportarse, vestir, hablar, y qué cualidades deberían valorar en ellos. Una especie de “mansplaining-palooza” bajo el lema “make women great again”, que bien podría ser un evento cómico muy ingenioso de no ser porque va en serio. De hecho, muchas mujeres pulcras y sonrientes al estilo Stepford wife los acompañan.

Pero en el anonimato de las cloacas de Internet (4chan, 8chan, Reddit, el darknet market, etc), hay espacios bastante más oscuros. Allí el resentimiento generalizado es tierra fértil para el desarrollo y la dinámica de las redes del odio que se alimentan de teorías de conspiración, como QAnon, un fenómeno en crecimiento que tiene como fan a Donald Trump.

Como resultado tenemos, por ejemplo, al incel (célibe involuntario) antifeminista y generalmente misógino que en, algunos casos, llega a compartir y organizar violaciones y feminicidios –muchas veces seguido de suicidio– junto a sus trasnochados compañeros online.

La filósofa y activista Natalie Wynn (Contrapoints), plantea que el incremento de nuevas tendencias como la “derecha alternativa” (Alt Right), el “sionismo cristiano” del evangelismo e incluso los mass shooters, son fenómenos que pueden estar originados en la crisis en la que se encuentra desde hace algunas décadas (y con reciente incremento) la identidad masculina.

Esta identidad está avalada e incluso estimulada por una cultura patriarcal de la que también participamos las mujeres en cuanto al requerimiento de la figura de líder paternalista, omnipotente, guerrero, etc., que tome la posta y nos aleje del caos y del miedo.

La socióloga Eva Illouz lo menciona al analizar un hecho relacionado al cuento de “La Bella y la Bestia”: esa historia sigue teniendo remakes muy exitosas que son consumidas, en su mayoría, por mujeres y niñas. Illouz reflexiona acerca la permanente popularidad de un cuento en el que un hombre-bestia, fuerte y hostil, confina a una inocente muchacha al encierro en una mansión. Allí queda la pobre por propia voluntad tras haberse sacrificado para salvar a su padre del mismo confinamiento. Queda completamente sola, acompañada sólo de un monstruo a quien –eventualmente– “aprenderá a amar”. Lo que debe hacer mientras tanto es trabar amistad con los utensilios de cocina, los muebles y el lampazo; y cultivar las virtudes que sus hermanas no tuvieron: bondad, dulzura, y por sobre todo, mucha paciencia. A cambio obtendrá comodidades sin límite y vivirá en un mundo de opulencia y magia. El amor que desarrollará por su amo, a pesar de la injusta penitencia a la que este la somete, transformará sorpresivamente a ese ser monstruoso en un príncipe y vivirán felices para siempre.

Con ese final, el cuento sirve de aliciente para la mujer y la acompaña a atravesar su inequívoco destino de sometimiento a un hombre –marido, jefe, padre autoritario. A partir de esto, la socióloga observa las respuestas de las mujeres estadounidenses encuestadas acerca de su flamante presidente Donald Trump: todas aceptaban sus rasgos de misoginia, pero aun así, lo preferían. Porque confiaban en sus capacidades para el puesto de “hombre más poderoso del mundo”, temerosas de un nuevo 2008 del que todavía se estaban recuperando. La imagen televisiva de genio de los negocios caló fuerte en aquella sociedad.

Retomando lo que plantea Wynn, el rol tradicional de proveedor, guerrero, etc., del varón héteronormado “Ya no es glorificado ni necesario. La mayoría de sus aspiraciones en cuanto a representaciones culturales y performances masculinas aprendidas, son malas para la sociedad. O sea, es un hijo de puta por default.” Al no tener en contrapartida una atractiva visión reemplazante de aquello a lo que la masculinidad debería aspirar, los jóvenes imaginan su futuro como el nice guy, el “beta”, el cuck, el wussy, el nu male, todos estereotipos sujetos a burla por ser percibidos como debiluchos o falsos aliades.

Angustia existencial

Y acá, una pregunta válida: ¿Por qué sufre de angustia existencial el hombre blanco hétero si sigue teniendo muchas más ventajas que todes les demás?” (lo cual es cierto). Pues bien, la angustia existencial es un trastorno de los privilegiados. Es decir, cuando alguien –o un grupo– es oprimido, tiene una lucha. Tiene un objetivo por el cual “pelear”; por lo tanto: tiene un propósito de acción. Estos hombres que, en teoría, la pasan mejor que les demás, carecen de un objetivo claro y eso los pone en una búsqueda de algo por lo que luchar.

Esa búsqueda, sumada a la falta de identidad positiva, al exceso de porno macho y videojuegos, y la deformación narcisista que pueden causar las RRSS, es lo que los hace vulnerables a ser reclutados por organizaciones fascistas. No solo para despotricar al unísono huyendo de la agobiante corrección política, sino para comprar una ametralladora y usarla en un shopping. Es posible que esos asesinatos en masa se originen en un intento de resucitar y parodiar una especie de antigua gloria masculina. Como un ritual macabro y grandilocuente a través del cual montan un espectáculo para ser vistos y reconocidos como Hombres, al menos por sus pares. Pero sin dudas también hay en esas acciones un grito mudo, un reclamo por la invisibilización de las problemáticas propias de los varones.

“Todo el conocimiento humano es como una biblioteca de la que podemos tomar y añadir. Si los hombres no ponemos este tipo de historias en las estanterías, nadie podrá tomarlas” dice el filósofo y divulgador Oliver Thorn (Philosophy Tube) en un video en el que describe y explica, desde su perspectiva de hombre cis hétero, una experiencia romántica traumática que casi lo lleva a la muerte. Y como él, hay muchos que se están empezando a reunir a debatir sobre la lógica del patriarcado y sus experiencias en los roles tradicionales.

El nuevo ideal de masculinidad del siglo XXI está en construcción. Quizá el problema de la modernidad y su Era de la Razón es que se forjó en un contexto patriarcal. Y la dinámica patriarcal, en cuanto dinámica de poder, es capilar: atraviesa a todos los colectivos e instituciones. Así que nadie debería desentenderse de esta tarea.

Es el momento propicio para el debate. Es cuando estamos exteriorizando en palabras e imágenes todo lo que nos pasa. Lo percibimos caótico y catastrófico desde nuestra escala. Pero a nivel macro, en un contexto antropológico amplio, se puede ver que nos toca vivir en un mundo que está acelerando la tendencia a las formas no violentas. Sí, aunque la prensa mainstream y sus sesgos intencionales digan lo opuesto.

Por el momento no hay una respuesta o un camino claro. Pero tenemos a mano una herramienta valiosa que nos permite hacer lo que está haciendo quien lee estas líneas: conectar nuestras ideas con las de otras personas. Y a partir de eso, construir.

Somos los protagonistas de un tiempo de creación de nuevas mitologías que le contarán a la gente del futuro quiénes somos los humanos. Esa creación se manifiesta en cosas chiquititas. En la escala subatómica a la que llegaría eventualmente El Hombre Menguante. Ahí donde la física tradicional se rompe. A esas cosas chiquititas las encontramos, por ejemplo, al observar cómo las ideas mutan junto con el lenguaje. Es válido, en este sentido, romper sus leyes e intentar encontrar nombres alternativos para las cosas: quizá una palabra nueva que reemplace a “empoderamiento” ya que esta es producto directo de la lógica del patriarcado y, por lo tanto, perpetúa uno de sus aspectos más jodidos que es la disputa por el poder.

“—Bueno, lo acepto –dijo finalmente él–. Lo acepto, y no volveré a rebelarme contra mi destino. No volveré a odiar –se volvió repentinamente hacia ella–. ¿Sabes lo que voy a hacer? –le preguntó, casi con excitación.

—¿Qué, cariño?
Su sonrisa fue rápida, casi infantil.
—Voy a escribir sobre ello –dijo–. Voy a seguirme a mí mismo hasta donde pueda. Voy a explicar todo lo que me ha sucedido, y todo lo que me sucederá. Es algo extraño; voy a considerar todo esto como algo extraño… como algo de valor potencial, no sólo como una maldición. Voy a estudiarlo –dijo–. Voy a desmenuzarlo, para ver todo lo que haya por ver. Voy a vivir con este peso a cuestas…, y voy a salir victorioso. Y no tendré miedo. No tendré miedo.”

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Sobre el autor:

Acerca de Marina Filippa

Nací con una pequeña anormalidad, el curiosómetro en rojo. Todo lo que estudio desde entonces (por el lado formal y por el otro), tiene que ver con humanidades. Es para acercarme un poquito a ver qué hay detrás del famoso sentido común. Escribo en algunos medios. Tengo un podcast sobre EEUU. En Facebook estoy. En Instagram, no. El placer […]

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