La plaza del adiós a Néstor Kirchner, tras su muerte el 27 de octubre de 2010, cristalizó en lo social uno de los primeros proyectos políticos del ex presidente, que parecía haber quedado, sino en la nada, en una expresión bastante más escueta que lo que él había pergeñado: la transversalidad. Pero lo que se puso en acto en aquel homenaje espontáneo, para muchos de una dimensión mucho mayor a la que esperaban, no fue solo una transversalidad de espacios políticos y sociales, sino también de generaciones: los pibes y las pibas por la liberación salieron ese día a la calle y no la dejaron más, hasta que la pandemia nos mandó a todes a nuestras casas.

Les hijes del 2001 se convirtieron a partir de ese momento en actores centrales de la política. La muerte de Néstor fue el desencadenante emocional que le dio cuerpo, fuerza, forma, a un movimiento que desbordó al peronismo. El kirchnerismo tal como lo conocemos terminó de nacer en esa plaza variopinta, en la que se hizo carne el dolor por la pérdida del líder, pero también el abrazo, la unidad, como estrategia política para sostener a Cristina y reimpulsarla como cabeza de un gobierno decidido a encarar transformaciones que la iban a terminar de malquistar con los poderes eternos de la Argentina, que ya le habían declarado la guerra por el conflicto con el campo.

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Lo que alumbró la plaza fue el kirchnerismo en el sentido más perdurable, ya no como un sector interno del peronismo o un oficialismo circunstancial. Una identidad política destinada a sostenerse como colectivo que incluye a sectores que nunca antes habían confluido: desde los organismos de derechos humanos, las Madres, hasta un sindicalismo acomodaticio, que, aunque coqueteó con el macrismo, nunca terminó de sacar los pies del plato. Pero el núcleo fueron esos pibes y pibas, muchos ya no tan jóvenes, que con Kirchner y los beneficios de su modelo económico irrumpieron en la vida política y la militancia con una magnitud impensada poco tiempo antes.

Algo debe haber leído Kirchner de todo esto cuando imaginó esa transversalidad política que luego abandonó, quizás porque entendió que el PJ era la herramienta fundamental para sostenerse en el poder y llevar adelante su proyecto. Lo cierto es que desde allí, y desde sus gestos más audaces (como cuando descolgó el cuadro de Videla), también supo conquistar todas esas almas que estuvieron juntas en la plaza del adiós y se convirtieron en el sustento de una nueva coalición político-social que quedó aquel fin de octubre de 2010 simbolizada en una imagen: la de los cascos amarillos de los obreros de la construcción y los pañuelos blancos de las Madres sobre el coche fúnebre que llevaba el cuerpo a Aeroparque, en un cortejo desbordado y caótico como el mismo Kirchner.

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Acerca de Damián Schwarzstein

Damián Schwarzstein es periodista, trabajó en los diarios La Capital y El Ciudadano, en radio y televisión y actualmente dirige el diario digital Rosario3.com. Ahí se publicaron originalmente estos relatos escritos como columnas y luego ordenados para componer la trama del libro Vladimir va al paraíso (Baltasara Editora, 2018).

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