Entre el 17 de septiembre pasado y el 1 de octubre, y a sugerencia de Rafael Ielpi, director del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, mantuve tres maravillosas conversaciones –maravillosas por la maravilla de mis interlocutores– con Gabriela Massuh*, Juan Pablo Dabove** y Mariana Enríquez*** bajo el título general “La trama” a través la plataforma Zoom. Allí tanteamos temas ya transitados a los que solemos volver: nuestra época y su último episodio, la pandemia, pero desde temáticas afines a los autores: los géneros literarios, la expansión de ciertos géneros (terror, autoficción) y sus vínculos con lo político y la ciudad como escenario, pero también como espacio político en disputa.

A lo largo de su narrativa, sus artículos y ensayos, Gabriela Massuh ha contado y denunciado una transformación urbana que crea ciudades sin historia: “Las ciudades hechas para invertir, no para vivir”. Recorrimos sus libros, desde La intemperie, acaso la novela rioplatense que mejor narra la crisis de 2001, hasta La omisión, donde su sensibilidad y su lucidez para contar de qué trata esa operación por la cual la ciudad deviene mercancía y pierde dimensión histórica se materializa en párrafos como éste: “La calle se había transformado en un espacio venido de lejos hecho tiempo presente que ella, por un lado, habría invocado y, por el otro, se articulaba fuera de su voluntad. Esas veredas y esa esquina, intensificadas por la luz ocre del ocaso, se le ofrecían amorosamente, como una dádiva del pasado, un acto de generosidad, una gracia. Flotó en un indiscriminado ámbito de infancia cubierto por el empedrado de entonces. Entendió que lo que puntualmente veía o recorría era la misma calle Juramento en su versión original, como si la viera no ya sesenta años antes, sino la calle como huella de su propio origen exhibiendo esa grieta donde la construcción urbana retrocede y estalla y se disgrega en lo que alguna vez fue: campo”.

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Pero también, en ese mismo volumen, hay descripciones ingeniosas y geniales sobre los días que vivimos, puestas en diálogos como el que sigue:

—Yo sé muy bien que a los sojeros de aquí se les hace agua la boca hablando de las bondades de la sociedad del conocimiento. ¿Qué patraña es esa, de qué me están hablando? (…) Eso dicen. Yo misma lo vi por televisión a ese Soropol, Logrópoto, Porotel, Robocop o como se llame. Decía “Exportamos conocimiento a Venezuela” y se sentía Einstein. Se refería a esa semilla maldita, la terminator, esa que se suicida. Porque hay una semilla que se suicida, ¿no?
—Sí, una semilla manipulada para que no dé fruto (…).
—Mirá si no me doy cuenta de lo que pasa. Buen futuro nos espera si el conocimiento se concentra en una semilla suicida… –Matilde había empezado a divertirse–. La semilla Robocop.
—Hablando en serio, ¿sabés lo que yo pienso? –preguntó Sara.
—No, decime.
—Que la soja es la gran venganza del peronismo contra la clase ganadera tradicional.
(…)
—¿No te parece una buena idea construir un museo del futuro? –dijo Sara de pronto–. (…) Como el futuro dejó de existir, bueno sería dedicarle museos y monumentos para que las generaciones futuras se enteren de cómo era.

En esta conversación, que va y viene entre sus libros, Massuh une, como en La intemperie, las experiencias de 2001, cuando ella dirigía el Instituto Goethe y la experiencia del grupo de artistas rosarinos que hicieron Tucumán arde en los 60: “Pensábamos que ahora, mucho más que en la época de Tucumán arde, el arte tenía que pelearse con la imagen mediática –dice–, esa imagen creada como un fórceps para venderte formas de vida”.

Con la humilde claridad con la que ya se expresó otras veces, en esta charla, en la que reivindica el carácter político de su narrativa, Gabriela vuelve a decir que “no hay vanguardia estética sin vanguardia política”, que lo que hacía el Goethe cuando ella estaba al frente no era “de vanguardia” porque allí, hasta el estallido de 2001 al menos, no había clase trabajadora.

“Me considero extemporánea y antigua, porque hago novelas políticas. Lo son porque tiene a veces un exceso de solemnidad declamativa. Y creo que no estamos en una suerte de novela posborgeana, que sería (César) Aira, y tampoco estamos en una novela académica, creo que estamos en una especie de postrimerías de novelas del yo, o postrimerías de lo que Josefina Ludmer llamaba ‘novelas posautónomas’: novelas hechas de fragmentos de barrios, de conjugaciones de lugares, pero que no se articulan en un decir político, todavía no. Digo ‘todavía no’ porque veo a veces en Mariana Enríquez, en María Sonia Cristoff, en Gabriela Cabezón Cámara, como atmósferas, tendencias, preocupaciones o rumbos que van hacia un lugar más político”, dice Massuh cuando reflexione sobre la literatura argentina contemporánea que ella mismo editó cuando dirigía la editorial Mar Dulce.

Narrativas

Compelido a establecer un orden para estas entrevistas, dejé en segundo lugar la charla con mi amigo Juan Pablo Dabove, él en Boulder, Colorado, Estados Unidos, donde es profesor de Literatura e Historia Cultural Latinoamericana Poscolonial; yo, en Rosario. Creí que ese espacio de intimidad podría permitirme cierto relax, pero resultó acaso la más difícil.

Difícil porque la amistad misma y la afinidad de los temas nunca me permitían tener en claro qué era de dominio más o menos público y qué no. Pese a que Juan Pablo es autor de uno de los libros más celebrados sobre bandidismo en América latina, a mí me parece que no tuvo en Argentina una recepción a su altura y que es necesario hacer pública esa conversación que él generosamente ofrece en la cercanía.

Si tuviera que hacer una breve síntesis de la obra de Juan Pablo diría que su tarea académica estudia las narrativas que dieron origen a las identidades nacionales, donde los bandidos rurales vienen a representar el otro lado, el lado opuesto a la civilización europea –él incluso habla de una “teratología”, un estudio de los monstruos– sobre el que se funda el ideal de la “ciudad letrada” (Nightmares of the Lettered City: “pesadillas de la ciudad letrada” se llama uno de su libros). Pero esa narrativa, en la que los gauchos de Sarmiento aparecen como lo opuesto al mercado, a la “fuerza civilizatoria” del mercado, según la fantasía ilustrada, se rompe, se fragmenta y estalla con la globalización, da lugar a otras narrativas que, en la actualidad, se materializan en eso que damos en llamar “gótico”, que no persigue ninguna moral, de la que no se puede extraer moraleja alguna y no está atada a ningún ideal que no sea una vuelta irredenta al pasado, del mismo modo que un zombie remeda en su cuerpo renacido la imagen horrorosa del que fue en vida.

Al hablar de estas cuestiones fundamentales –es decir, cómo nos narramos el presente–, Dabove ensaya una interpretación sobre la “grieta” argentina como teoría conspirativa. Es decir, como teoría conspirativa al modo en que surgieron las teorías conspirativas en el imaginario estadounidense –al modo en que ya hablamos en REA de QAnon.

Su exégesis deja de lado la “ilustración” con la que muchos percibimos esa grieta: la disputa histórica entre un modelo nacional y popular y otro liberal. Nada de eso: “La grandes narrativas (el melodrama es el ejemplo) han sido reemplazadas por estas otras grandes narrativas que son las teorías conspirativas”. Y, tras describir cómo funcionan esas teorías en Estados Unidos, señala: “La grieta en Argentina está alimentada por teorías conspirativas. Pensemos en una sociedad liberal, tal como la describió Adam Smith. Smith inventa esta entelequia que es ‘la mano invisible del mercado’: para los liberales la sociedad existe porque el mercado existe, que es lo que no existe en la sociedad gaucha de Sarmiento, dado que el gaucho con una vaca ya tiene todo lo que necesita, no hay mercado y no hay sociedad (…). En Argentina, cuando baja o sube el dólar, nadie cree que eso es resultado de infinitas decisiones del mercado. Cuando en la época de Macri subía el dólar, mis compañeros de Liceo que eran macristas atribuían todo eso a una oscura conspiración K, que habían usado la plata que se habían robado en las bolsas, que habían llevado al convento y, después, el Papa las llevó a Roma, para operar. Esa idea de que nada de lo que ocurre es como ocurre sino que hay una oscura fuerza detrás es lo que define la teoría conspirativa (…). Es la idea de que detrás de los eventos hay una voluntad y esa voluntad es maligna (…). Podríamos decir que en el discurso social argentino o la literatura argentina hay dos tipos de monstruos, uno que aparece bien en Mariana Enríquez, y ella reflexiona sobre qué significa ese monstruo que es el ‘pibe chorro’. La imagen de ese pibe como una criatura que emerge de esta ‘mancha urbana’ que es la villa –no digo que sea una ‘mancha urbana’, sino que lo es para el imaginario de cierta clase media–, este chico que roba, que se droga, que mata, se ubica por un lado en la amenaza a la seguridad, donde cabe discutir si son o no los pibes chorros, pero en el discurso de la derecha el pibe chorro está elevado a una categoría casi mítica, el poder de la imagen del pibe chorro para ordenar los discursos –la seguridad, cómo se transitan las calles, cómo se construyen las casas, a qué horario la gente aparece o desaparece–, el pibe chorro tiene ese lugar en el ‘bestiario’ de la derecha. Por el otro lado está un monstruo que no tiene rasgos visibles aparentes y ahí es donde opera la teoría conspirativa. El pibe chorro se define en el imaginario de la derecha por todos sus rasgos visibles aparentes: las gorritas, cómo camina, las zapatillas; en la teoría conspirativa el monstruo está pero nunca sabemos quién es y es allí donde abreva en el gótico. Por ejemplo, si uno lee La Nación siempre es este juego de identidad y apariencia de Alberto Fernández, que tiene ese rostro de bueno pero, por detrás, está la villana gótica. Y finalmente la teoría conspirativa transforma la realidad en una ilusión”.

No sabría qué agregar a esa certera descripción de las narrativas que nos atraviesan y cómo se expresan en los géneros que hoy se leen.

Pantallas

De alguna manera, Mariana Enríquez fue como el gran anticipo de estas conversaciones, citada y analizada en la primera y la segunda.

Con Mariana ya hablamos sobre géneros (literarios) en REA, el mismo Dabove la analizó. Esta vez, entre muchas otras cosas, como el análisis de sus libros maravillosos, le pregunté por el monstruo, si cada época genera su propio monstruo, ¿cuál es el monstruo contemporáneo?

“Es curioso, porque en este momento, que es un gran momento de la literatura de terror, creo que no tiene una forma en particular. Creo que lo más parecido a un monstruo actual quizá es la incertidumbre. Y no sé cuál es la forma de corporizarlo pero una de esas formas es las pantallas. Creo que internet, las pantallas y este modo de comunicación que tenemos es una posibilidad para el monstruo de esta época: es de acá que sale la confusión, es de acá que salen las fake news, es de acá que sale esto de no poder saber qué es real y qué no, es de acá que salen los discursos psicóticos de odio, es de acá que salen los foros en los que se expresa la gente extremista, es de acá de donde sale nuestro miedo a ser validados y nuestro exceso de narcisismo, es de acá de donde salen los discursos anticiencia que pueden acabar con el mundo y que son como autodestructivos de la especie, ya no de uno. Lo que quiero decir es que antes de los foros y las redes y la deep web, hasta ese momento no es que no existieran los negadores de, por ejemplo, el cambio climático, o los antivacunas; lo que pasa es que no tenían capacidad de sugestión y contagio al novel que lo tienen con la viralización en las redes. Creo que el hecho de que la ‘viralización’ se haya vuelto tan omnipresente y que hoy estemos atravesando una pandemia no se puede desestimar como los monstruoso de esta época”.

Más adelante, en la misma conversación, Mariana Enríquez dirá que un virus no sólo se disemina, sino que se escapa, e infiere que ese “escaparse” es algo que tiene su lugar privilegiado en internet (la internet de las redes sociales y los foros radicales).

Entre las muchas cosas que olvidé preguntarle no me perdono una sobre “Braulio y Norma”, el cuento que escribió para el ciclo Diarios del Centro Cultural Kirchner. Allí vuelve a increpar ese lugar común siniestro cuando dos mujeres piden auxilio, desde el balcón de su departamento, en el marco de la pandemia de covid-19, y reciben como respuesta el consabido slogan: “Quédense en casa, nos cuidamos entre todos”, cuando ese “todos” dejó de funcionar de una manera horrorosa. La literatura y la reflexión permanente de Mariana en sus artículos parece volver una y otra vez a esta conclusión de que lo “dado”, lo obvio, es la manifestación misma del horror.

* Gabriela Massuh nació en Tucumán. Hizo la licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su doctorado en Filología en la Universidad de Erlangen-Núremberg con la tesis Borges, una estética del silencio (Editorial de Belgrano). Fue docente universitaria, periodista en temas de cultura y tradujo a Kafka, Schiller, Enzensberger, Rilke y Camus, entre otros. Dirigió el departamento de Cultura del Instituto Goethe de Buenos Aires durante más de dos décadas, transformándolo en un centro de intercambio y reflexión sobre temas político-culturales. Publicó, entre otros, Formas no políticas del autoritarismo (con Simón Feldman), Benjamin en América Latina, El robo de Buenos Aires. La trama de corrupción, ineficiencia y negocios que le arrebató la ciudad a sus habitantes (2014) y Nací para ser breve. María Elena Walsh. El arte, la pasión, la historia, el amor (2017). En Adriana Hidalgo editora (de donde se tomó esta biografía) publica sus novelas La omisión en 2012, Desmonte en 2015, La intemperie en 2017 y Degüello en 2019.
Los hipervínculos son nuestros y llevan a reseñas y entrevistas a propósito de los libros de Massuh.
** Juan Pablo Dabove: Nació en San Nicolás, Buenos Aires, y es profesor de literatura e historia cultural latinoamericana poscolonial en la Universidad de Colorado – Boulder, en Estados Unidos. Durante años ha investigado y escrito sobre la representación del bandolerismo rural en la cultura latinoamericana. Ha publicado dos libros cruciales sobre el tema, Nightmares of the Lettered City: Banditry and Literature in Latin America, 1816-1929 (2007) que ganó el Kayden Book Award de estudios literarios en 2010 y es considerado uno de los mejores libros de crítica cultural de la década, y Bandit Narratives in Latin America, from Villa to Chávez (2017). Actualmente trabaja en un libro sobre el gótico argentino desde una perspectiva comparativa que lo sitúe y lo distinga del gótico latinoamericano y global.
En “El fin del futuro colectivo”, Dabove analiza el gótico como el género contemporáneo: un presente preñado de algo que disuelve cualquier utopía; y esboza una radiografía del género en “El gótico argentino contemporáneo”.
*** Mariana Enríquez: (Buenos Aires, 1973) es periodista, subeditora del suplemento Radar del diario Página12 y docente. Ha escrito novelas, relatos de viajes, perfiles –como La hermana menor, acerca de la escritora Silvina Ocampo: «Enriquez ha sabido recrear una época especialmente interesante de la vida cultural de Buenos Aires» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «Un libro revelador» (J. E. Ayala-Dip, El País)– y colecciones de cuentos: en Anagrama han aparecido dos de ellas, Los peligros de fumar en la cama: «Relatos espléndidos. (…) Una gran escritora» (Nadal Suau, El Mundo); «Unos cuentos impresionantes» (Llucia Ramis); y Las cosas que perdimos en el fuego, publicada en veinte países y galardonada en 2017 con el Premi Ciutat de Barcelona en la categoría «Literatura en lengua castellana»: «Goza de un merecido reconocimiento. La escritura posee cualidades como la condensación y una sugerente frialdad. Una prosa con peso específico» (Carlos Pardo, El País); «Se apoya con inteligencia en los maestros para crear un mundo narrativo muy propio» (Edmundo Paz Soldán); «Excepcional» (Marta Sanz). Su obra ha recibido un aplauso unánime: «Toma un rasgo que reconocemos en Cortázar y lo exacerba: lo podrido y maléfico de la vida cotidiana, la rajadura por la que se filtra un fondo de irracionalidad donde chapotean cuerpos entregados a sus excreciones y palpitaciones» (Beatriz Sarlo); «Un prodigioso cruce entre la reescritura de ciertas tradiciones y esa lucidez atroz que llamamos mirada propia. Compartirla con los lectores es motivo de fiesta» (Andrés Neuman). (Biografía tomada de editorial Anagrama, donde están publicados varios de sus libros.)
En “La distopía es el género de la época” Enríquez dice “No me parece un tabú hablar del niño dañado”, y también habla del gótico, de literatura y política y por qué las ficciones del yo son relatos del neoliberalismo.

 

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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