–Y vos no hacés de mujer con Martín?

–¿Cómo de mujer?

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–Que te haga el orto, me refiero.

Manolo se ríe. Le gustan esos pasajes de la diplomacia a la guarrez que Malena maneja con la naturalidad de una mariposa saliendo del capullo.

–No sé, Ayala no me provoca eso, me parece, pero no sé.

–¿Pero te gusta que te hagan el orto?

–Sí, aveces sí.

–¿Y no quisieras, a veces, ser un poco mujer?

Manolo no sabe si entiende la pregunta y sin embargo quiere hacer honora la interpelación que ella le hace. Se levanta de la cama, se aprieta el miembro hacia atrás y se pone la bombacha que Malena, en el apuro, dejó tirada en el piso de la pieza.

Después posa para ella, juntando y flexionando apenas las piernas, con una mano en la cintura y otra en la cabeza, como en una publicidad de los años 50.

–Te queda linda–le dice ella, que está desnuda,tirada en la cama, masajeándose un pezón con el pulgar y el índice mientras, con la otra mano,sostiene un cigarrillo–. Pero si querés estar linda de verdad vas a tener que esforzarte más.

Manolo acepta el desafío. Abre el placar y el cajón donde ella guarda su ropa interior. Lo revuelve hasta que encuentra dos medias de nylon negras, de esas que llegan hasta los muslos.

–¿Me entrarán éstas?–le pregunta.

–¡Y cómo no te van a entrar!

Si tenés las piernas más flacas que yo. Manolo se sienta en la cama, el nylon corre trabadamente sobre sus piernas peludas. Ella apaga el cigarrillo, se levanta, sale de la pieza y vuelve haciendo equilibrio con los neceseres de ambos bajo las axilas, una toalla colgada del cuello y un balde con agua. Tiene cara de nena que, para navidad recibió una Barbie nueva y se decide a jugar con ella por primera vez, queriendo involucrar al resto de los juguetes que tiene en la historia que está por pergeñar.

Él ya tiene las medias puestas y la espera con las piernas cruzadas. Ella le unta la cara con crema para afeitar y va pasando el filo por las mejillas, el bigote y la quijada hasta dejarlo liso. Después sigue con el pecho. El primer pezón lo lastima sin querer. El segundo lo lastima apropósito. Lo seca, le pone una crema humectante. Le moja el pelo con las manos y se lo peina hacia atrás. Lo maquilla, le cubre la piel con una base un poco clara para el color de Manolo y por eso la extiende hasta el cuello, para disimular. Le ruboriza las mejillas. Le pinta los labios de rojo. Le corta un poco las cejas antes de dibujar dos lenguas de sombra negra, delinearle los ojos y agrandarle las pestañas con su rímel.

Cuando está satisfecha pone música. Pone, precisamente, esa canción en la que Lennon repite I want you, I want you so bad… Pone, y lo saca a bailara Manolo, que es pata dura, que no sabe qué hacer, pero se deja. Se deja porque ella contonea su silueta contra él, perfectamente al ritmo de la voz de Lennon que empieza más suave, más simple, y después desgarra y grita y juega y pausa y se tuerce y se menea. Así baila ella contra el cuerpo de él,como si fuera la voz de Lennon hecha carne, la guitarra hecha piernas.

Él, más que nada, la mira. La mira y se balancea. Y entonces ella, que se quedó, provisora, con las manos llenas de crema, se patina por la parte de atrás de la bombacha y empieza a meterse despacio en él. Un dedo, dos dedos. Manolo la aprieta contra la pared y la besa. Tres dedos. Se zafa la pija, que yergue prominente y la ensarta con fuerza hasta levantarle los pies del suelo.Pareciera que los dedos de ella se le van, pero entonces ella eleva una pierna contra el busto de Manolo, enrosca la otra bajo sus glúteos y dobla el torso,imposible, elástica, acróbata, por debajo del brazo que Manolo apoya sobre la pared para ensartarla con más fuerza. Cuatro dedos.

El enroque circense acompaña las catorce palabras que Lennon pronuncia y repite. Las tan solo catorce. Después la garganta cede a una melodía circular que va y vuelve sobre lo mismo, cuerda y péndulo. También así van y vuelven el ensarte y los dedos, el ensarte y los dedos, el ensarte y los dedos. Ella lo ha convertido a él también en la carne de la música, el ensarte, los dedos, lo ha hecho bailar, cósmico, divino, el ensarte, los dedos. Y allí donde se ve el pico,donde aflorará cálido el manantial brumoso, cunde de pronto el silencio, abrupto, sin aviso, despiadado, literalmente mala leche. La canción se corta cojonudamente al minuto 7, segundo 45. Empieza Here comes the sun. Empieza Harrison su oda más dulce y ellos quedan de pronto con el ensarte emblandecido, con los dedos constreñidos por una galaxia que se cierra. Se incorporan. Y después de un segundo de mirarse confundidos, a él se le escapa una risa y rompen en carcajadas.

–La próxima vos te ponés tacos y yo planifico mejor la música–dice ella mientras va a prenderse un cigarrillo.

Dengue
Sobre el autor:

Acerca de Cecilia Rodriguez

Nació en 1984, en Rosario. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente reside en Capital Federal, donde trabaja en desarrollo de software y estudia la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Escribe columnas y otros artículos para La Izquierda Diario. El Triángulo (Editorial El salmón) es […]

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