Cuando termina la conversación con Luciano Lamberti nos ponemos a hablar de las series y películas que vemos en streaming y él se pregunta por qué tantas personas terminan días agotadores metiéndose a ver una serie en lugar de irse a dormir. La necesidad de que te cuenten una buena historia, dice.
Hace catorce años, en un encuentro de escritores que se hizo en Maldonado, Uruguay, Lamberti había sido invitado a leer textos suyos a alumnos de una escuela secundaria. Un par de horas antes, en el lobby de un discreto hotel de Playa Brava, Lamberti tachaba con un lápiz párrafos enteros de algunos cuentos de El asesino de chanchos, que editorial Tamarisco había publicado ese año. «Le saco todo lo que no sea necesario para que escuchen la historia», me dijo entonces. Más tarde, unos adolescentes crecidos en la turbia atmósfera del suburbio puntaesteño, custodiados por los bustos de José Gervasio Artigas y José Pedro Varela, escuchaban fascinados esa historia cuya escritura había recortado el autor.
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Lamberti nació con el año 1978 en San Francisco, Córdoba. Cursó la carrera de Letras, escribió poesía –lo que lo trajo al Festival Internacional de Poesía de Rosario en 2010–, cuentos –El loro que podía adivinar el futuro (2012), La casa de los eucaliptus (2017), Gente que habla dormida (2022)– y unas novelas impresionantes y tétricas: La maestra rural (2016), La masacre de Kruguer (2019) y Los abetos (2020).
Hace un par de semanas, Leo Ricciardino sorteó en su programa de radio Para hechizar a un cazador, la novela de Lamberti ganadora del premio Clarín 2023. El grueso volumen de Penguin estaba sobre la mesa del estudio y atiné a decir: «Pero, es una novela de Lamberti…» A lo que mi amigo, que es un gran lector, respondió: «¿Lo conocés?» Para mi sorpresa, el premio Clarín le daba visibilidad a un autor que yo daba por sentado que todos conocían. «Así es la gente, lamento decirte. Tenés que ganar un premio para que te den pelota», me dirá un miércoles a la tarde Lamberti sentado a una mesa en la vereda de un bar de Maipú y Urquiza, frente a la ex Aduana de Rosario.

La conversación empieza con unos experimentos que hace Lamberti con Inteligencia Artificial (IA) aplicada al oficio de narrar en sus talleres de narrativa. Trabaja con la IA elemental que se consigue de manera gratuita en la web, «la más chota», aclara. «En los talleres –continúa– me dice una alumna que me dice tengo una idea para hacer un libro sobre una chica en los 60, en Córdoba, que iba a un colegio de monjas y quiere rebelarse. Escribamos eso en la inteligencia y le ponemos «hacè una escaleta» –porque estoy con toda la cosa del cine últimamente, la escaleta sería el punteo, la columna vertebral. El argumento. Estoy usando muchas cosas de cine porque escribí un guión el año pasado sobre «El loro», el cuento de El loro que podía adivinar el futuro, entonces me puse a leer todos estos manuales de Robert Mckee, qué sé yo, y los usé después para dar un curso de novela. Porque los escritores somos medio instintivos, medio hippies. Y yo creo que un poco de orden «y progreso» hace bien. Entonces, los hago escaletear. Bueno, le puse a hacer una escaleta a la inteligencia artificial y era interesante lo que salió. Y después, a hacer perfiles de personajes. Juan es abogado, tiene 40 años, está casado hace 10 años, tiene hijos. Hacemos un perfil y te da rasgos físicos, te da rasgos predominantes, que es lo que se usa en la teoría del personaje. Viste en los Simpson, que tienen dobleces los personajes, pero tienen un rasgo. Lisa es de una forma, Bart, de otra. Ese es el rasgo predominante. Está buenísimo. No tengo pruritos morales, porque es como usar una máquina de escribir o una computadora.
—Claro, pero me decìas que es medio ñoña la IA.
—Es media ñoña. Todas las historias terminan en una redención hollywoodense-Netflix-boluda.
—Miguel Benasayag dice que la inteligencia artificial no puede ser pelotuda. Nosotros necesitamos ser pelotudos.
—Claro, claro, cometer errores. Y tiene muchas cosas censuradas, como el suicidio. No puede hablar del suicidio. Y para escribir terror, tenés que meter las patas en el fango.
—¿Entonces la inteligencia artificial no sería para el terror?
—Sirve para algunas cosas, para mostrarte determinado recorrido, pero después lo tenés que hacer vos. Pero no la descarto del todo.
Video realizado por el hijo de Lamberti para la promoción de Para hechizar a un cazador.
—Y este último libro. Para hechizar a un cazador, ¿Cómo fue? Porque ahí se reconocen muchas cosas.
—Muchas cosas. Y vos que sos de ver pelis y series también, aparte de leer, te habrás dado cuenta de un par de guiños.
—Capaz que no.
—Nada, de algunos capítulos de Masters of Horror, ¿la viste?
—Ah, Masters of Horror es una obra maestra, la que escriben todos, está Joe Dante, está John Carpenter, bueno tiene una de las cimas de Carpenter, Cigarette Burns.
—Oh, la del ángel con las alas cortadas, ¡loco! ¡Por Dios!
—Y está esa de Mick Garris, la de la mujer que se convierte en ciervo, que es además muy divertida.
—Y la de Dario Argento es muy buena.
—¿La de Argento es Jenifer, la de la mujer deformada? Sí, es una locura. Pero no sé cómo logra incluso que el espectador sienta cierta atracción…
—¿¡Cierta!? Yo me vuelvo loco por esa mina. Es impresionante ese capítulo. Bueno, hay unas cosas ahí de estas cosas que estaban dando vueltas y que me interesaba trabajar. Bueno, cine clase B, obvio. Yo tengo en muy alta estima la clase B. Sobre todo por Ángel Faretta, ¿lo tenés a Faretta?
—No sé qué pasa que ahora está de moda Faretta.
—Está de moda Faretta. Está de moda el cristianismo y Faretta, que son lo mismo en un punto.
—Bueno, está de moda el cristianismo de Faretta, porque ninguno va a misa.
—Claro, claro. Que es antiliberalista. Yo tengo la teoría de que cada vez que hay liberalismo –yo viví la adolescencia en los 90, Menem–, el contexto recatólico, recristiano, es la respuesta al liberalismo. Entonces, viste que FaRetta tiene la clase B como la verdad revelada.
—Sí, funciona un poco como en Hombres de Negro. La verdad revelada se buscaba en las revistas esas de mala muerte.
—Exacto. Me interesaba eso. Yo dije, bueno, quiero escribir una novela de terror. ¿Cuál es el cuento que más me dio miedo en mi vida? «La pata de mono» de JJ Jacobs. ¿No? Impresionante. Y Cementerio de animales, la novela de Stephen King que más me gusta. Entonces dije, bueno, voy a escribir sobre un resucitado. Empecé escribiendo el capítulo ese que está en la segunda parte y me parecía que quedaba corto y fue creciendo a partir de ahí. Esa fue como la génesis, digamos.
—Roger Caillois tiene un libro que analiza “La pata de mono”. Y el tipo lo que hace es diferenciar entre el cuento fantástico y el cuento de hadas. Entonces dice, «La pata de mono» ya es un cuento fantástico porque lo que se produce ahí ya no es mágico, cada cosa debe compensarse, incluso el muerto que vuelve.
—Que nunca lo ves. Es impresionante. Es el miedo a la puerta. Yo ahora que soy padre veo a mi hijo –tengo un hijo chiquitito, de dos años y medio–, con miedo a la puerta entreabierta. Y me acordaba de lo que me daba miedo a mí. Nunca ves el muerto, el tipo te lo corta. Bueno, de eso tomé para hacer Para hechizar un cazador. Porque viste que el zombi y el fantasma tienen cosas en común. Acá lo que yo estoy trabajando es una línea por el medio. El personaje es como una especie de zombi-fantasma. Está ahí en el medio, porque la idea del fantasma es lo no cerrado, lo que seguís recordando, lo que seguís. El duelo que no se puede hacer. Y qué más fuerte que la dictadura, por eso le metí la dictadura, no fue porque me dijera voy a escribir una novela sobre la dictadura para llenarme de guita, como dice César Aira.
—Pero es que la dictadura en sí, si uno la aísla y la piensa…
—Eso es un hecho fantástico.
—Totalmente. Sobre todo un hecho que generó terror y en el que vivimos haciendo de cuenta que eso no existía. Bueno, no es que vivimos haciendo de cuenta, sino que, de alguna manera, la gente tuvo que hacer su vida. No sé, acá en pleno centro de Rosario funcionaba un chupadero y la gente tenía que hacer de cuenta que no escuchaba los gritos.
—Bueno, yo soy de 78. Entonces, cuando yo empiezo a preguntar, es en el 87. Imaginate, mis viejos comerciantes, carniceros. Su idea era que no había inseguridad durante la dictadura. Pero al mismo tiempo de mi vieja fue de quién escuché por primera vez la palabra “desaparecido”. Ahora los chicos tienen dictadura I, dictadura II. Está todo muy explicado. Mi hijo va a un colegio público medio pelo y sabe lo que pasó. Más o menos. Pero imagínate en el 87. Es una cosa fantasmal: desaparecido. Yo tenía la fantasía de chico: un día me voy a encontrar un desaparecido en la calle.

—Tu novela me recordó una lectura alucinada del libro de Mario Santucho Bombo, el reaparecido, que juega justamente con esta idea de que el desaparecido puede volver.
—Claro. Bueno, el muerto que habla de Rodolfo Walsh. «Hay un fusilado que vive» es una gran frase.
—Y sorprende mucho, digamos, que no sea una cosa tradicional, quiero decir, uno espera que el personaje de la madre sea una Madre o sea una Abuela de Plaza de Mayo y te encontrás con esa cosa estrafalaria. Y aparte, en una ciudad inventada, porque San Ignacio, lo que encontré en el mapa de Córdoba de San Ignacio, tiene 240 habitantes.
–No, es San Francisco, básicamente. Hay una casa en San Francisco, una mansión en el centro que hace 30 años o más que está deshabitada, que está cerrada y no la derrumban, no la habitan, está ahí congelada en el tiempo. Y eso fue un poco la inspiración para esta cosa gótica. Porque hay cosas del gótico clásico, como el portón que hay que atravesar, lo escondido. ¿Viste toda esta cosa farettiana? Igual no lo había escuchado en esa época en la que estaba escribiendo. Pero después lo escuché y dije «y sí». Estaba escribiendo una novela gótica.
—Faretta es enemigo del gótico que creo que uno admira, por ejemplo, la novela de Eugene Sue o la novela de Matthew Lewis, e incluso creo que las de Faulkner, pero esa novela, la del gótico, la del gótico anticatólico en realidad, que es el gótico británico, es también el nacimiento del folletín, una historia dentro de otra y dentro de otra, que es lo que me recordó todo el tiempo Para hechizar a un cazador.
—No me había dado cuenta.
—Incluso muchos capítulos son como cuentos dentro de la misma trama.
—Yo tengo un poco tranco de cuentista, ¿viste? Vos leíste La maestra rural también. Ahora quiero escribir una novela que sea una historia. Más cortita, perfectita. La cosa más tradicional. Porque ésta, La masacre de Krueger y La maestra también son todas corales. Es algo que me gusta y es algo que puedo hacer, pero también quiero poder hacer otras cosas, como más la novelita de 100 páginas, la nouvelle, que me parece que está bueno. Pero sí, trabajo un poco con esta cosa medio documental y medio de rompecabezas donde el lector va armando la historia, se involucra como elemento activo.
—Pero hay algo documental también ahí. Por ejemplo, el asalto a La Calera, que es muy como lo leí en otros libros, como eran esos asaltos de Montoneros a comisarías, incluso el detalle del anillo del cabo de policía.
—Eso es real. Hay muchas cosas reales. Bueno, para construir el personaje de Julia escuchaba testimonios de hijos apropiados en YouTube. Esto de: «Me quebré cayéndome en la escalera», es literal, de una hija apropiada que después militó con el kirchnerismo, creo que fue diputada. Porque esto es impresionante también. Les sacan los hijos, ¿no? Los crían ellos, pero los crían odiándolos, porque son el reflejo de los padres y cada pequeña rebeldía es como que llevan en la sangre la rebeldía de los padres. Es una locura. ¿En qué mente cabe algo así? Es como la crueldad máxima. Y no le dicen quiénes fueron los padres. Se enteran a los 40 años.
—Sí, es como esas historias clásicas y fantásticas, como Harry Potter.
—Claro. No sabés quiénes fueron tus padres, el huérfano. Bueno, los héroes huérfanos, hasta mi hijo de 9 años me dijo: che, pero todos los héroes de las películas son huérfanos. Hay algo ahí de marca.
—Y se organizó un país para eso.
—El Estado, el famoso Estado.
—El Estado organizó ese cuento de terror.
—Básicamente, lo simbólico detrás de esta novela es lidiar con el pasado, poder hacer un duelo. Yo espero que se entienda en ese sentido que es irreverente, pero a la vez no es negacionista. Cuando la presenté en Córdoba, vino una mujer, me agarró de la mano, se largó a llorar y me dijo «Te agradezco por el final de la novela. Me hizo muy bien. Fue como sanar una herida». Yo dije bueno. Menos mal, porque cuando salió premiada –porque viste que cuando está premiada se le da más bola–, entonces me entró cagazo de que se entienda como una novela negacionista. Está la tradición de la novela de la dictadura y se había vuelto para mí algo medio mecánico. Los buenos, los malos. Entonces, quería trabajar sobre lo que el lector ya sabía. Voy a poner Hotel La Perla y el que sabe un poquito… ¿Cómo que tienen batas? Y viste que ese capítulo se va volviendo oscuro, pero es una cosa paulatina.
—A mí lo que me parece de tu novela es que devuelve cierta intriga, cierta pregunta, cierta incomodidad a algo que ya se volvió cosa de manual escolar.
—Es que se volvió discurso oficial con el kirchnerismo, ¿no? Y repetir el discurso oficial era como más de lo mismo Con Carlitos Busqued puse una vez un tweet que decía «Rápido, necesitamos otras novelas sobre la dictadura». Irónicamente Busqued respondió: «Sí, una que se entienda bien cuáles son los buenos y cuáles son los malos». Porque su novela es sobre la dictadura, Bajo este sol tremendo. Viste uno de los personajes era milico. Hay un aire a dictadura en su novela, pero no hay buenos. Los malos son cultos y fuman marihuana. Y acá, bueno, sí, agarro la vaca sagrada de la abuela. ¿No? Que es jodido, digamos, como para que me odien, pero me gustaba esto de pensar hasta dónde puede llegar a hacer cosas una madre. Porque encima lo que ellos tienen del hijo es una cáscara, como cualquier zombie. Es el maniquí del hijo. No es el hijo.
—Eso es el fantasma.
—El fantasma. Hoy estaba leyendo un padre que había perdido a su hijo y hace un boot, como un programita de inteligencia artificial para poder hablar con él todos los días. Es que es muy difícil.
—Sí, es lo que sostiene ese fantasma.
—Y después quería hacer una novela entretenida.
—Es muy entretenida.
—Me dicen que sí, me dicen que se lee rápido.
—Se lee muy rápido e, incluso está llena de señales. Todas esas cuestiones que hasta se enumeran como el personaje que vivió en una casa que estaba embrujada. Señales de que en cualquier momento se viene la aparición o cosas así. Menos humor que La maestra rural.
—Tenía más delirio La maestra.
—No puedo creer que tu literatura se haga conocida por un premio, cuando tenías un montón de cosas publicadas, incluso en editoriales grandes.
—Y así es. Tenés que ganar un premio para que te den pelota.

—Pero en un país donde incluso en la Academia están estudiando la literatura de terror, o están estudiando ciencia ficción, algo que en mi época era impensable.
—En la mía también. Dificilísimo. El loro lo escribí en 2011, en Córdoba, que era el auge del realismo Carver. Eso se enseñaba en los talleres. Y en Córdoba, lejos de Buenos Aires.
—Vos sos muy lector de Stephen King. Viste que en King hay una cuestión política. Y en realidad hay una cuestión política en el género, cada época genera su género.
—Pero es muy gracioso, porque, mirá, Stephen King tiene un libro que te recomiendo que se llama Danza macabra, que es un libro de ensayos donde está esta teoría de que el terror trabaja con puntos de presión fóbica. Es lo que toma la Enríquez, ella trabaja el feminismo, la violencia social o la dictadura, que son puntos que todavía no están resueltos. Entonces mete el dedito ahí. Y él entrevista al autor de Los usurpadores de cuerpos, Jack Finney. La novela original. Porque viste que los usurpadores se leen como metáfora del macartismo y metáfora del antimacartismo. Al mismo tiempo. ¿Qué son estos que vienen, reemplazan a los humanos y son tus vecinos, pero cambiados, ¿no? King le pregunta ¿Qué querías decir? Y Finney responde: No, yo quería hablar de unos extraterrestres que vienen a la Tierra y reemplazan a los habitantes del pueblo. Me parece que en el escritor hay una idea, pero también hay una intuición, ¿no? Para mí trabajas con intuiciones, cuando escribís. Y después, si la pegás, pegás en algo que es universal, ¿no? Doctor Jekyll es universal porque es algo que es propio del hombre. El hombre invisible o Drácula. ¿Estaba consciente políticamente Stoker de que Drácula era eso, de que él estaba trabajando en la represión sexual? ¿Estaba consciente? ¿Era porno para señoras, Drácula?
—A lo mejor estaba consciente de su enfermedad y de su diagnóstico.
—Para mí hay política, pero no sé…
—Capaz que hay más política en la adaptación que hace Don Siegel de La invasión de los usurpadores de cuerpos.
—Completamente. Está lo político, pero está en el aire, para mí. No es que yo diga, bueno, voy a escribir un cuento sobre tal tema. Escribo una historia que me guste. Después descubro el tema, que surge de la historia.
—Te hacen una entrevista en una revista que se llama Ubik y vos contaste que tu primer premio, no sé si este no es el segundo…
—Ubik es de unos rosarinos, de Yamil Trevisan, ¿lo conocés? Es un alumno. El primer premio lo gané…
— ¿En la policía?
—Exacto, me llevan a la policía. Tendría ocho años. No nos explican mucho, como hacían en esa época,. Nos llevan a la cana, nos hacen ver. Miramos el casino de oficiales, el depósito de motos, esas cosas. Y a la vuelta nos dicen: bueno, escriban una redacción, tema el policía. Y después me entero que era para un concurso, la entregamos, la mandan en el concurso y gano. El premio era una semana en el hotel de la policía y mi familia no era de irse de vacaciones. Fueron nuestras primeras vacaciones.
—Eso me fascinó y me hice una teoría acerca de vos como escritor, porque la mayoría de los escritores tienen esa actitud ambigua, la autoficción, medio que de la literatura no se vive pero voy a editar libros, pero voy a hacer esto. Vos tenés una cosa clara de que de alguna manera tus ingresos –ya sé que hacés talleres– pero tenés esta idea a lo Stephen King.
—Completamente comercial. Sí.
—Y ese primer premio, lo que te da son las primeras vacaciones familiares. O sea, escribir hace que vos con tu familia te vayas de vacaciones.
—Sí, sí. El poder de la palabra.
—La prueba de que escribir sirve, te da plata, te permite irte de vacaciones.
—Ponele que no pueda vivir de la escritura, pero si no hubiera tenido los libros que publiqué, no tendría alumnos. Yo trabajo de dar talleres. Doy cinco por semana. Y es gracias a publicar. Sí, obviamente. A mí me gusta contar historias que estén buenas. O sea, quiero volver a esa clase de literatura. Y todas mis historias tienen algo autobiográfico, pero no lo digo. Pongo elementos de mi experiencia, traumas que descubro después, cuando ya terminé. Me digo, ah, estaba hablando de eso, estaba haciendo terapia. Pero no, la cosa autoficción me parece un perno, porque es como el que te justifica una escena mal construida porque pasó así, ¿me entendés? No creo que sea más honesto un buen libro de autoficción que un buen libro de ficción pura. Para mí son las redes y es nuestra idea morbosa de ir a buscar el chisme también. Uno va a decir a ver cómo se separa éste. A ver cómo vivía en una pensión de mala muerte.
—Bueno, Javier Cercas, creo, que decía que la autoficción o la escritura autobiográfica era de alguna manera el signo del neoliberalismo.
—Yo creo en la ficción, loco. ¿Por qué vemos series todas las noches? ¿Por qué nos gusta que nos sigan contando historias? Nos gusta que nos sigan contando historias. ¿Qué hay en el placer de ver una serie? Te sentás después de trabajar todo el día y ponés una serie. ¿Por qué? Y para mí no es la literatura por un lado y la serie por otro. Una serie que está buena la podría haber escrito Shakespeare, ¿no? Convengamos que Succession la podría haber escrito Shakespeare. Shakespeare tenía muy en claro que tenía que escribir para vivir. Era un escritor de Hollywood.
—Decía George Steiner que en la época de Shakespeare sucedía algo que no va a suceder nunca más en la historia, que es que cada habitante podía nombrar todas las cosas que existían en su pueblo.
—Claro. El mundo era eso. Yo creo en el placer de leer historias. Me pongo viejo y no solo la autoficción, a la cosa experimental al pedo le tengo menos paciencia, ¿viste? Yo amo a Saer, pero no sé si lo puedo volver a leer. No sé si tengo la energía para leer a Saer a esta altura de mi vida. No porque la literatura tenga que ser liviana, qué sé yo. O sí, tiene que ser liviana. Tiene que ser entretenida. Para mí ser entretenido no es un pecado. Ahora dicen escribiste esa novela para Netflix. ¿Cuál es el problema, loco? O sea, algo que te entretenga, ¿no? Después Faretta te agarra Terminator 2, te da cinco horas de clases en YouTube que están maravillosas, analizando la simbología cristiana en Terminator 2.
—Para que después el presidente venga y diga que él es Terminator.
—No entendió ni a Faretta, ni a Terminator.

—Y a vos qué respuesta epocal te parece que da el género terror?
—Me están preguntando eso y no tengo la menor idea. O sea, no sé por qué está de moda. En cinco años quizás estamos escribiendo sobre los resabios que dejó el mileismo en los jóvenes y la pandemia, qué sé yo. Bueno, pandemia. La pandemia fue algo medio de otro planeta. Quizás era como una invasión extraterrestre.
—Y de lo cual no se habló más aunque creo que vivimos sus consecuencias.
—La depresión de los pendejos, la adicción al juego, las pantallas. Yo creo que son todas consecuencias. Me acuerdo que mi hijo tenía miedos inexplicables. Tenía que acostarme con él hasta que se quedaba dormido. Después irme del cuarto. Y yo le decía a mi psicólogo: bueno, son formas de simbolizar qué tiene él, el miedo al monstruo es una forma de simbolizar esto que está pasando, que es inexplicable para nosotros, imaginate para los chicos. Y además creo que esto que dice Mariana Enríquez se lo voy a chorear, pero que está bueno, que es que mi generación se crió viendo películas de terror.
—Sí, y sigue siendo el lugar de encuentro de la pibada hoy.
—¿Siguen viendo películas de terror?
—En la pandemia era ver a través de esa aplicación que usaban para jugar con la que se comunican pero veían juntos y cada uno en su casa, la aplicación les permitía estar todos viendo la misma película.
—Además, eso, viste, a los adolescentes no les podés decir estoy haciendo un experimento con la palabra. Son los lectores más exigentes.
—Aparte, creo que la literatura de terror o la ficción de terror, porque ahí entra la serie, la película, también es como acercarles. aunque sea una fábula, algo con cierta trascendencia, que evidentemente nada de lo mundano les ofrece.
—Nada que el mundo liberal te ofrece. Si no es comer, coger, dormir, así hasta que te morís. Esta idea de lo sagrado, que para mí está buena. Una idea de religiosidad.
—Invertida, si se quiere. Porque lo que vas a conocer son demonios.
—Sí, es lo que pasa en Cortázar. Siempre que los personajes de Cortázar se encuentran con lo fantástico es aterrador, ¿viste? Es una luz de esperanza, porque significa que esto no es todo lo que hay. Pero si atravesás del otro lado te cagás en las patas. Estás mirando un axólotl y de pronto te mira a vos el axólotl. De pronto sos el axólotl, es más aterrador que la mierda. Es una experiencia intensa frente a esta cosa cada vez más livianita. Además, tiene que ver con lo prohibido. Lo que dice King es que es un poco la función de la tragedia, es como que matás gente en los libros para no matarla en la vida. Porque viste que King tuvo líos con sus libros, uno usó Rabia –uno de los libros de King que salió de circulación– casi como un manual para hacer una masacre escolar. Él decía que no todos los que leen Rabia hacen masacres escolares, ese pibe tenía problemas en la casa. Viste que ahora la crianza de los chicos es como entre algodoncitos. Nada es violento, todo es lindo, todo es cuidadito. Yo tenía 10 años, nos juntamos con mis amigos y veíamos El exorcista. Y me cagaba en las patas y estaba traumado, pero esas experiencias está bueno tenerlas. Por algo los cuentos de hadas tradicionales son todos perturbadores. La casita de dulce de leche.