Mele Bruniard pertenece al panteón de esos pocos artistas que han configurado el patrimonio visual de nuestra ciudad. Su obra está tan íntimamente ligada al río, las calles, a nuestro paisaje que la primera frase que ensayamos para recordarla probablemente sea: “Bruniard es una de las grandes artistas rosarinas”. Y en esa sentencia —hija del privilegio de la proximidad— perdemos la magnitud de su producción y nos volvemos imperdonablemente injustos. Sin dudas, estamos recordando a una de las más importantes artistas argentinas del siglo XX.

Rosarina fue por adopción. Su primeros años en Reconquista le brindaron cantera fecunda para la construcción de su imaginario. Personajes, animales, árboles, flores, idiomas construidos por sorprendentes amalgamas tienen raíz en la memoria de su infancia, de sus padres, abuela y hermanos, de una existencia impregnada por aromas, encajes y sol.

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Su producción fue prolífica y compleja. Artista moderna, construyó una carrera rotunda, de entrega completa, de convicciones profundas, compartida con el compañero de su vida Eduardo Serón. Enseñó, expuso y disputó con vehemencia su lugar en el sistema del arte. Cultivó con perseverancia el grabado. En sus últimos años se permitió desplazarse del imperativo gráfico y volver público su sensible vínculo con el dibujo.

En 2011 tuve el placer de compartir con Bruniard un proceso de trabajo muy particular donde dimos forma a un pequeño fanzine que publicaba por primera vez una selección de sus textos. El volumen se llamó Anagnosia y remitía a los manuales con los que ella aprendió sus primeras palabras. Mele Bruniard a los 81 años era —en el terreno de la palabra pública— nuevamente una niña.

Recordar estos textos no solo nos permite disfrutar de su voz única y vibrante, también nos regala la llave de acceso a la compleja red de sentidos y saberes que constituyeron el universo cotidiano y extraordinario de Mele Bruniard.

 

Fragmentos de Anagnosia

Bordea la vaina achocolatada de su desmesurada semilla de algarroba. Se desliza en sus hondonadas… Ahora cae. Ahora vuelve a comenzar con ese zigzagueo y alguien repite en sus oídos: estás dentro del mito del eterno retorno.

Alguien le dice que ha perdido el camino. Pero el silencio retumba más que el espacio opaco del sueño y no resigna el dolor de no poder vivirlo. Se hunden los pies descalzos en cenizas blancas, en cenizas grises, en cenizas negras. Da lo mismo.

Busca el punto de fuga perfecto, exacto, certero y percibe que se han desmoronado aquellas perspectivas asumidas en pinturas antiguas que eran entrañables… y ya no lo son.

La soledad le hace desear el reencuentro con las sombras de las sombras. Busca con afán la sombra de los vivos.

Nada. Nunca. Nadie.

Sólo la desmesura en un tiempo sin tiempo.

Salta de una vaina a otra y se desliza hasta llegar a la única estrella que comienza a parpadear en la noche oscura…

¿Por qué no se oye una única palabra?

Ya se fueron los corderos, las ovejas, los lobos, las caperucitas de cuento. Han volado a otros espacios y perciben lo que la noche le robó al sueño.

Repites las palabras, insistes escribiendo letras que se amontonan, se unen, se alejan, vuelven, chocan entre ellas y acaban por huir y caen como gotas de agua sobre los papeles blancos de la mesa. No importa a nadie lo que pretenden decir.

Significan, se solidifican, se estatizan. Decretan negros discursos, discuten sutiles, finas y graciosas, estallan, gesticulan y por momentos agreden cargadas de mentiras.

Las palabras, los millones de signos que conllevan un sonido más o menos gutural, más o menos sonoro, a veces agradable, afectuoso un tanto untuoso, acaramelado, nasal, rítmico, ululante, agresivo, amenazador interrogante acusativo desdeñoso paliativo triste o alegre, tímido, alicaído, apocado, disgustado, lejano cercano negativo abusivo desleal abominable insultante enajenado terriblemente pobre y sencillo, abrumador, elocuente y posesivo.

Repites y repites las palabras pero siempre ellas son distintas y atractivas. Cubren el mundo y lo comunican, lo informan y lo mantienen intacto en su lento girar entre la luna, el sol y tanta estrella.

Llegaron con sus palabras reiteradas, con sus frases insípidas, con sus deseos absurdos, con sus risas estereotipadas, con sus insulsas miradas a diestra y siniestra.Llegaron, parafrasearon, aventaron las nubes de polvo que los años —con piedad y cierta ternura— habían depositado sobre la casa.

Asumieron la verdad y la mentira, dirigieron a los dirigibles y domaron a los genéricos.

Mimetizaron a los robóticos, pluralizaron a los plumíferos, estatizaron a los eméticos, globalizaron a los gomosos, fulminaron a los fundillos… y, en un abrir y cerrar de persianas, limitaron a los limítrofes, desestabilizaron a los estáticos, arrasaron a los confusos y a los difusos, manipularon a los titiriteros y a los gallipollos, licuaron a los jacarandosos y a los licorosos.

Y con el zumo de los venenosos alquitranaron la Vía Apia, la Gran Vía y la Vía Libre.

Sueltos invertebrados, deshuesados, liquidados, entumecidos y descongelados se achocolataron y acaramelaron en las esquinas de las avenidas y de los bulevares, de las callejas y de los laberintos.

Acuchillados y arrodillados, sumisos y liquidados solicitaron pase al Chimborazo para caer después de cabeza… ¡río abajo!

 

Imágenes interior: Georgina Ricci

El fanzine completo en :http://editionsducochon.blogspot.com/2011/06/anagnosia.html

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Sobre el autor:

Acerca de Georgina Ricci

Es Licenciada en Bellas Artes (UNR). Se desempeña en un territorio de cruce entre el arte contemporáneo, la gestión cultural y el oficio editorial. Ha impulsado las Ediciones del Museo Castagnino+macro, el proyecto autogestivo Anuario. Registro de acciones artísticas y las editoriales Éditions du cochon y Yo soy Gilda. Participa del colectivo AAPIE que promueve […]

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