Ese fuego enorme es el nuevo libro de Federico Tinivella editado por Perfeito Ediciones. Le pregunto al autor y me responde con un audio de Whatsapp. “Es un libro de poemas de amores reales y ficticios que se desarrollan en las orillas del río Paraná, esos amores toman los elementos del río. Es un libro que en esa dirección fue afectado por la poética de Ramón Ayala, de Juan L Ortiz y de Kiwi, entre otros artistas. Igual que ellos frecuento la costa del mismo río y me impregno de esos componentes”, dice el autor.
En Ese fuego enorme hay poemas en ebullición de sentimientos e imágenes. Fermentos que activaron la confianza del decir y que sacaron afuera sus mesas para tomar aire y estrenar. Tinivella encontró en este entorno costero, el ideal para descubrirse a sí mismo en la honestidad de sus versos; y ayuda a examinar, con algo más de sabiduría y de audacia, la asombrosa existencia del amor en nuestra zona.
“La luna se parecía al sol
ardía sobre la isla como un lamento.
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Nosotros nos emborrachábamos
con sangría en el boliche de la Tía
algunos llegaban en autos tuneados
con cumbia al palo
el chori tenía una Renó fuego dorada
y siempre le daba al grupo Cali.
Vestidos, tatuajes
rodajas de limón secándose en el piso
ya teñidas de rojo”.
En este nuevo libro de poemas, Tinivella practica algo así como una ecopoética, compone una poesía de la naturaleza, del encuentro con la tierra para marchar hacia las raíces de lo andante. Este poeta que se traslada en bicicleta por toda ciudad, que sonríe y que canta, sabe que el amor es un regalo y que es la ventana desde la que se mira el río pasar.
Los poemas de Tinivella son amables, escribe con efectismos y entretenimiento porque hay palabras sin ropas, captadas en fotografías con ambages y juegos de destreza porque para él, el idioma va siendo presencia viva que nos hace penetrar en el reino de su acuarela. Pareciera querer decirnos que hay que construir horizontes donde fragüe el amor, ese arte de perderse, de desaparecerse acá mismo.
“Escuchábamos el diálogo entre el sol
los penachos nacientes del maíz
y las risas que venían del estanque
donde los niños jugaban
Vos estabas bajo la parra
con un vaso de vino a punto de caer
la mirada clavada en un punto incierto
del horizonte infinito.
Busqué la red para cazar mariposas
y capturar algo de esa distancia
pero me quedé solo
con un montoncito de lana que volaba
desde el cuerpo mentolado de unos chivos”.
El poeta también nos comparte sus músicas contextuales que agregan eróticos compases a su circuito de personajes de playa, de apariencias sensibles, perecederos y volátiles, que se dibujan al rayo del sol, con el reflejo de la orilla, de colores estridentes y con arena pegada. Hay amor hacia cada figura, hay deseos de galvanizar lo popular, lo irreverente y también hay un cierto aprecio por lo marginal. Pero también hay una necesidad de alojamiento, hay parajes abiertos en donde todo se hace diáfano mediante un especial resplandor que dan sus itinerarios de amor. Y en toda esa espesura está el fuego como origen de vida, el fuego como ilusión. Hasta llegamos a creer en su propio dios eclipsándonos los ojos.
Por último, le digo cuando cerramos la conversación: “Es un libro sin dolor”.

La primavera me dio el placer de este libro y qué afortunada soy de nuestra extensa amistad. Un abrazo entre islas de la nocturnidad, pero con la fortuna del alba, allí donde los poetas litorales tanteamos convocando a lo abierto siempre vivo en su movimiento.