Es un viernes de junio de 2017. Me pidieron que escriba un texto a medias oficioso sobre el Monumento Nacional a la Bandera. Me distraigo. Me meto en una conversación por wasap con un amigo. Es la que aparece debajo. Me pareció que debía eliminar algunas partes y cambiar ciertos nombres –sobre el título de esta entrada véase Murena.

Qué es para vos el monumento a la bandera?

—Fá. Una obra arquitectónica filomasónica, o masónica. Adónde íbamos cuando nos hacíamos la rata en el Industrial. Una de esas veces perdí algo que quería mucho.

—¿Qué perdiste?

—Yo tenía 14 años, estaba enamoradísimo de mi prima. Había pasado el verano en Estados Unidos, algunas semanas estuve viviendo en la casa de mi tío, ella aún vivía con ellos. Era su primer año en la Universidad, yo la acompañaba. Todo aquello me gustaba mucho, la nieve, el hogar de mi tío, el Kean College, lo distante y distinguida que era mi prima. Me regaló una bufanda que me gustaba mucho. Cuando llegó el invierno en San Nicolás la usaba todo el tiempo. Nunca perdió el perfume de mi prima. Una de las primeras veces que fuimos al Monumento de la Bandera, con el viento y la alegría de hacernos la rata, la perdí. Creo que también habíamos visto El último tango en París.

—¿Cómo era la bufanda?

—Es muy intenso lo del perfume.

—Cuando vine de Uruguay me saqué fotos en el Monumento para enviárselas a las chicas de las que estaba enamorado en Paysandú.

—¿Por qué estamos hablando de enamoramientos?

—¿De qué si no? Decime algo más de cuando perdiste la bufanda.

—No fue a los 14, sino a los 15. Fue aquel año que estuvimos por primera vez con chicas en el Industrial. Y no eran chicas, eran unas mujeres tremendas, que salían con hombres grandes, de 19 ó 20 años. Quizás yo mitigaba mi miedo pensando en mi prima. Ana me dijo algo de la bufanda, además.

—¿Qué te dijo?

—”Qué rico”. Yo le dije que era de mi prima de Norteamérica y no me dio pelota. Tenía esa manera. Qué maravillosas son las italianas. Son tan características.

Patio de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1, Manuel Nicolás Savio, «El Industrial», San Nicolás.

—¿Te dijo “qué rico”?

—El perfume. Terribles esas mujeres que no admiten competencia.

—¿No podemos visitar a Ana en Rosario?

—Ella me dijo que le daba vergüenza que yo la viera porque está muy vieja y gorda y fea. Le creo. No quiero que se termine aquello. Perder la bufanda, y eso. ¿Eso es el pop-no sé qué que me dijiste ayer que había que superar para poder ver las series?

—Las cosas que envejecen. Vi a Ana en 1995, en la calle, en San Nicolás. Bella aún. Me trató con una simpatía santa: desestimando todo lo estúpido que fui en la secundaria. Es cierto que eran unas mujeres bárbaras. Por eso fuimos a refugiarnos con las más recatadas de Misericordia.

—Ja. Pero esas mujeres eran inocentes y las del Misericordia eran pérfidas. ¡Ana era tan inocente!

—¿De veras te dijo que no quería que la vieras?

—Incluso un día me vio que estaba en un bar con Adriana y tuvo el impulso de saludarme, 30 años después de haberme visto por última vez, y se contuvo.

—¿Y cómo sabés? ¿La viste? ¿Te contó?

—Sí. Tiene el marido siempre celoso, entonces cada tanto arma un perfil de fb y lo da de baja. Sí, sí, me contó ella.

—Qué historia.

—Hoy aprendí que en chino la palabra “historia” está compuesta por los significados “fuerza” y “hechos”. 哪里. Eso es na li. Se usa para preguntar “dónde”. Y si alguien te hace un halago, tenés que demostrar modestia y lo hacés empezando una frase con 哪里. Es muy formal. Es como si el presidente de Noruega le dijera al presidente Xi Jinping: “La cerrera espacial que están desarrollando es encomiable” y Xi Jinping le contestara: “¿De dónde? Aún nos falta mucho para llegar al nivel de su país.”

San Nicolás, 1979.
Dengue
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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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