Hoy la jugada más discutida es la candidatura Fernández-Fernández, porque el sábado pasado a la mañana, cuando todos dormían, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció a través de un un discurso en un video –que parecía el epílogo de su libro Sinceramente– que iría a las elecciones presidenciales de este año en una fórmula junto con el ex jefe de gabinete de su difunto esposo, Alberto Fernández, pero que ella sería candidata a vicepresidenta.
De inmediato su libro, presentado dos semanas antes en la Feria del Libro porteña, pasó a ser tan sólo la señal que –leída en retrospectiva– anunciaba la candidatura de Alberto Fernández. Pero antes, y durante unas intensas semanas, fue un libro y generó en las librerías vacías un respiro para los libreros, que permanecían largas jornadas frente a la caja vacía esperando que los billetes se reprodujeran por generación espontánea.
Te puede interesar:
Ese libro, que ahora es poco más que una señal, antes –en esa prehistoria automática que la política argentina genera cada tanto– fue una cifra.
Palabra encarnada
La superioridad con la que los protestantes hablan de los católicos tiene como fundamento el hecho de que aquellos leen la Biblia, a diferencia de un católico, que prefiere que sea el cura de su parroquia quien le interprete los pasajes de acuerdo al calendario de la liturgia. La mayoría de las imágenes de Martin Lutero –como bien lo señala Paul Tillich– nos lo muestran con una mano ocupada en sostener la Biblia y la otra, en señalarla. Para el neófito, esa observación señala dos cosas: que los libros importan y que no hace falta leerlos para que importen. Claro, se señalará de inmediato: no es lo mismo un libro cualquiera que la Biblia. No, pero eso que el libro “encarna” y de lo cual la Biblia es su más alta expresión, sucede también en muchos otros libros, de un modo más acotado, minúsculo, si se quiere, restringido a una comunidad o una tribu urbana.
Los cronistas del Martín Fierro, desde Ricardo Rojas a Ezequiel Martínez Estrada o Jorge Luis Borges, destacan que en las listas de compras de un bonearense de 1879-1880 que concurría a un almacén de ramos generales figuraba un ejemplar del Gaucho Martín Fierro que, acaso, nadie en la casa iba a leer. La posesión de ese libro, que ya incluía entonces la reconciliadora Vuelta (la primera parte se publicó en 1872), significaba de algún modo pertenecer y adherir a esa ficción nacional según la cual el gaucho ya no era el guacho de la patria sino su hijo dilecto, su heredero.
El libro es una “cifra” cultural superior. Una cifra, como cualquiera imagina, es un algo que encierra, comprime, una cosa más amplia, a veces contradictoria o, mejor, como lo infiere el filósofo, un gesto que «anuda elementos heterogéneos», que al mostrarse conserva su misterio. Lo que Cristina Fernández de Kirchner vino a mostrar en Sinceramente –libro que tuvo, como pocas veces en la historia una compra militante, más allá de la amplia difusión que tuvo el volumen vía fotocopia convertida en el maldito formato “.pdf” a través de WhatsApp– es una “cifra”: un testimonio y una voz que aún no se ha expresado –no había expresado su candidatura su candidatura al tiempo que, como hoy lo sabemos, la estaba expresando. Sinceramente es, a grandes rasgos y despreciando la lectura conspirativa que le dedicaron los grandes medios, el relato de Cenicienta luego de que perdiera su zapato de cristal: la salida del palacio, la pijamada en casa de su hija y el recuerdo de los grandes mandatarios con los que se reunió al modo que un par se dirige a otro (y en esto hay que admitir que Cristina supo ser un par de otros jefes de Estado porque a su modo evitó siempre la genuflexión y la condescendencia).
“Este libro –reza la contratapa que eligieron desde editorial Sudamericana– no es autobiográfico ni tampoco una enumeración de logros personales o políticos, es una mirada y una reflexión retrospectiva para desentrañar algunos hechos y capítulos de la historia reciente y cómo han impactado en la vida de los argentinos y en la mía también”. Una declaración editorial que se une a las palabras de la autora: leemos como de Cristina ese argumento. No es autobiográfico porque es un testimonio y un testigo, según la ya clásica definición de Paul Ricoeur, es alguien que entrega su cuerpo a eso que un acontecimiento despertó en sí. El término griego para testigo es mártir. Cristina, en esa definición que la editorial elige del libro que acaba de publicar, es antes una autora que se entrega a una causa que quien nos ofrece un relato de sus días en el poder.
Dos viernes atrás, cuando ya se sabía horario, condiciones y fecha de presentación de Sinceramente en la Feria del Libro porteña, la periodista y escritora Hinde Pomeraniec tuiteó: “Un fenómeno editorial no es necesariamente un fenómeno literario ni todos los que compran libros son lectores. (Parece increíble tener que aclarar estas cosas)”, un precioso resumen que acumula toda la ignorancia sobre lo que un libro cifra: acusar a los compradores de Sinceramente de no ser lectores no sólo es desoír la relación que un pueblo tiene con el libro, es también una pedantería: creer que un libro pertenece a la grey de lectores que no pueden descifrar sus mitos, como les sucede a los luteranos que devinieron evangélicos pentecostales o a los fanáticos de Israel que no distinguen entre la palabra bíblica y la del Estado.
Si mi apreciación de Sinceramente exagera las comparaciones rimbombantes y extremas, no es porque haya disfrutado en particular del libro que por su significado en la política. La lectura saltimbanqui que hice de las páginas de Cristina Fernández de Kirchner me recordaron –in extremis– la de un libro que repasé en las pobres vacaciones que me tocaron este año, San Pablo. La fundación del universalismo, de Alain Badiou, un marxista que, tras la caída del muro en 1989, intenta pensar un discurso universal para hablar de política. “Uno de los fenómenos donde se reconoce un acontecimiento es que es como un punto de realidad que pone a la lengua en un punto muerto”, dice Badiou cuando hace una certera diferencia entre hecho y acontecimiento. Es decir, Cristina llevó al presente del libro hechos que el libro mismo convierte en acontecimiento, los renueva y los vuelve anuncio de algo que está por suceder y hoy creemos saber.
Hay libros que no hace falta leer para entender su significado.