Este texto pertenece al Capítulo 2, “Apertura fluvial”, del libro Artes de habitar. Intersticios culturales en la renovación costera de Rosario. Disponible en Teseo Press editorial.

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Con cierta cuota paradojal, la formulación democrática del Paraná se ideó en dictadura. El motivo rosarino de recomposición fluvial parece atravesar los seis golpes de Estado de la historia argentina. Particularmente, las ambiciones del Mundial ‘78 trascendieron la reconversión de las inmediaciones del estadio de futbol. La administración castrense intentó extender la remodelación escenográfica al resto de la línea costera, apuntando hacia los más céntricos bulevares de ronda. Por entonces, las entidades españolas santafesinas y el Consulado de España solicitaban un espacio urbano consagrado al vínculo hispánico. Como respuesta, la Intendencia del capitán Cristiani otorgó una porción ribereña que, por su escala, amplificó el afán de una plaza con la perspectiva de un parque. La planificación previa había corrido la actividad portuaria al sur de la urbe, generando un solar perfecto para la nueva instalación. Un año antes del evento futbolístico, se convocó al arquitecto catalán Oriol Bohigas para proyectar la intervención. En 1978 viajó a Rosario, tomó fotografías del área y se entrevistó con técnicos y funcionarios. En 1979, el estudio de Martorell, Bohigas y Mackay (MBM) presentó un detallado anteproyecto del Parque de España.[1] El sector norte de la obra estaría destinado al ocio y la recreación de los transeúntes. La fracción meridional albergaría un complejo cultural conceptualmente autónomo de la pieza en su conjunto. El dispositivo se inclinaría al elogio de la cultura y la vida ciudadana, proveyendo un libre acceso panorámico al río. Sin embargo, derroteros sinuosos dilatarían su concreción por más de una década, a ambas orillas de la legitimidad institucional.

Un somero racconto de su ejecución puede efectuarse a través de la prensa periódica. En 1981 se colocaba la piedra fundamental de lo que se auguraba como un balcón al Paraná.[2] Al poco tiempo, se hacían públicas las dificultades para la adquisición del predio. A principios de los años ochenta, el régimen de propiedad de las 14 hectáreas que ocuparía el Parque España se encontraba fragmentado. Las porciones correspondientes a la Junta Nacional de Granos y la Administración General de Puertos habían sido traspasadas precariamente. “En cuanto a los terrenos de Ferrocarriles Argentinos, nunca fueron cedidos”, explicaba la Secretaría de Planeamiento.[3] Las parsimoniosas tratativas con las entidades se extendieron por meses. En el ínterin, los medios ibéricos se hicieron eco del “mayor complejo cultural hispanoamericano” vehiculizado por “emigrantes”.[4] En un esfuerzo por ganar el favor y mayor financiamiento del gobierno peninsular, el comité ejecutivo del Parque España viajó a Madrid. Allí, rubricaron una Carta de Intenciones que prometía la propiedad del Estado español sobre “los terrenos, […] el complejo cultural y los edificios que lo integren”.[5] Elaborada meses antes en Rosario, la misiva había sido suscrita por el primer intendente posdictatorial, Horacio Usandizaga, el Concejo Deliberante y personalidades locales.

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Los años del retorno democrático se mostraron auspiciosos. 1984 resultó particularmente fructífero. Entre verano y otoño, sendas ordenanzas (1581), decretos (1233) y leyes (23.175) declararon al Parque España en la esfera de los intereses municipales, provinciales y nacionales respectivamente. Hacia navidad, la esperada desafectación de las tierras constituyó un celebrado obsequio.[6] En 1985, los monarcas de España visitaban las latitudes rosarinas y renovaban compromisos bilaterales.[7] En ese contexto, gestores y técnicos por igual promocionaron al proyecto como vanguardia de la planificación pública. Los planes empezaban a verse menos como “Reguladores” y más como instrumentos potenciadores de la calidad de vida citadina. Después de todo, la construcción del Parque España estaba encabezando la apertura fluvial. El optimismo vio la luz pública en 1987, con unas “Jornadas de divulgación sobre ordenamiento urbano y aspectos ferroportuarios de la ciudad de Rosario” (Galimberti, 2012). Las influencias de Aldo Rossi y la revista Casabella ingresaron en las aspiraciones modélicas de la cartera de Planeamiento. Asimismo, las ideas catalanas presentadas en 1979 respondían bien al urbanismo arquitectónico que priorizaba el fragmento sobre el conjunto y el diseño sobre la funcionalidad. La recuperación de la ribera no se aplicaría sobre la totalidad de la traza, como en el caso de los Planes de 1935, 1952 y 1968. Se trabajaría de manera focalizada, con la intención de promover –replicar, contagiar– el montaje de piezas similares sobre un rompecabezas ribereño. Según Gerardo Hernández Illanes, vocero de la institución, el emplazamiento “preveía un proceso de metástasis hacia el norte y hacia el sur de la ciudad”.[8]

Con el advenimiento del último decenio del siglo XX, las energías apuntaron a una posible inauguración para el V Centenario del Descubrimiento de América. El ahínco de la efeméride hispanófila, fecha inmejorable para presentar el Parque España en público, aceleró significativamente el proceso constructivo. Generosos desembolsos, de 12 millones de dólares por parte de España y 4,5 del municipio, solventaron los trabajos. Rápidamente se completaron las áreas principales del Complejo Cultural, ultimando los detalles de las icónicas escalinatas y columnas hercúleas que conectaban con la terraza-mirador. Sumado a eso, el anuncio de la presencia de la infanta Cristina –hija del rey Juan Carlos I– y del presidente Menem vaticinaba un hecho de características internacionales.

Finalmente, la inauguración tuvo lugar el 28 de noviembre de 1992. Luego de las abultadas dilaciones en relación a los terrenos, todo guiño a la celeridad procedimental fue causa de ponderación. Los veedores extranjeros y los funcionarios de varias reparticiones aclamaron la dimensión titánica y la cuidada morfología. La Capital, renombrado periódico local, dedicó numerosas páginas al evento y sus repercusiones. El Parque España, “La obra más importante de la ciudad después del Monumento a la Bandera”, se integraba triunfante al patrimonio cultural de Rosario. El intendente Héctor Cavallero lo definió como

un balcón natural sobre el Paraná en pleno centro de la ciudad, único desde el punto de vista de su localización y valor material. Rincón entrañable, además: un lugar de encuentro casi secreto de los rosarinos con su río. […] Con el Parque España como centro, con sus paseos, su centro cultural y su colegio, un valioso y para muchos desconocido sector de la ciudad se renueva y se incorpora plenamente al paisaje urbano. El gobierno de España, la Municipalidad de Rosario y la Federación de Asociaciones Españolas pueden hoy, finalmente, ofrecerlo a su legítimo dueño: usted.[9]

Las funciones de la nueva espacialidad fueron recalcadas por el Ejecutivo y todo el espectro de sus animadores. Si bien emanaba una sensación de unidad, sus usos y disfrutes eran perfectamente discernibles. Los halagos llovieron sobre las extensiones verdes, la terraza-balcón y el colegio que albergaría el año siguiente. Por su parte, como se expresó en el proyecto ejecutivo de finales de los setenta, el Centro Cultural Parque de España (CCPE) existiría dentro del parque homónimo. El espacio para la cultura constaba de unos 10.000 metros cuadrados de superficie cubierta. Al día de su presentación en público, comprendía cinco salas de exposición, una sala de conferencias, una biblioteca, un teatro y un anfiteatro.[10] El dispositivo desembocaba ese amplio espectro de dimensiones sobre el paisaje ribereño. A diferencia del muro visual y motriz de la vieja interfaz ferroportuaria, la pieza de 1992 se posicionaba como una transición aprehensiva hacia las aguas. La Nación detallaba un virtuoso apéndice prostético, “una sucesión de explanadas, ladrillos y áreas parquizadas que recupera el paisaje [como] reiteración de la barranca”.[11] En medio de las parafernalias, el secretario de Obras Públicas, David Czarny, abundó sobre los valores de la monumental edificación:

Estamos en presencia de un complejo único en su tipo en América Latina, no solo por sus aspectos edilicios, sino por su alcance cultural, tanto por el colegio superior, como por la biblioteca, el anfiteatro, el teatro y los túneles […] El paseo [peatonal] se extiende desde la prolongación de Sarmiento hasta Entre Ríos, forestado con palmeras –traídas de Misiones– y totalmente iluminado.[12]

Las asociaciones españolas celebraban la concreción del ansiado y postergado emprendimiento. Largos años habían mediado entre el pedido inicial y el acto inaugural. En representación del Consulado de España, el mencionado Hernández Illanes mencionó la gesta que se remontaba desde la década de 1970

hasta la realidad que culmina hoy […] Han pasado no sólo quince años, sino un cúmulo de esfuerzos, ilusiones, alegrías y […] sinsabores. Esta obra es el fruto de mucha gente que creyó que todavía es posible pensar en grande, generar en esta ciudad de Rosario un proyecto de nivel internacional.[13]

El mirador paisajístico hacia el Paraná y –por extensión– al Atlántico procuraba restituir los contornos de un nexo percudido por el separatismo independentista. La Infanta Cristina, vocera de la Corona, evocó los ecos de un Estado ibérico que cambiaba la tutela de sus posesiones de ultramar por un vínculo fraternal. Subrayó el crecimiento económico español derivado del prolífico ciclo de inversiones en Argentina. De allí que Rosario no solamente estaría “más cerca de España”, sino que recibiría “medios extraordinarios para impulsar las manifestaciones culturales y los estudios hispánicos”[14]. Los tintes laudatorios del acto prefiguraron una pieza fluvial y cultural con aires transformadores.

El camino al Parque España encarnó un cambio conceptual y procedimental en relación a los espacios urbanos. La franja costera ubicada entre las calles Sarmiento y Entre Ríos atravesó una impresionante mutación. Lo que supo ser zona de carga y descarga de granos durante prácticamente la totalidad del siglo XX, devino pieza arquitectónica y espacio de cultura hacia el cambio de milenio (fig. 3). En el haber de sus impulsores, el proceso implicó varios aprendizajes respecto del mejoramiento urbano. Para Bohigas y sus colegas, el complejo arquitectónico significó imaginar una ribera desde la producción cultural del paisaje. Se articuló como una propuesta con intenciones democratizadoras, que intentaba generar equipamientos para garantizar el acceso público al entorno fluvial. La experiencia Parque España le sirvió a MBM para diseñar la Villa Olímpica de Barcelona, coincidentemente estrenada en 1992. Al igual que el encargue rosarino de 1978, el barrio catalán se proyectó sobre un horizonte hídrico, en ocasión de un evento deportivo internacional.

Figura 3 – Antes (1944) y después (2017) del Parque España
Fuentes: Plan Urbano Rosario 2007-2017 (arriba) y CCPE (abajo)

Por el lado de la Municipalidad de Rosario y su alianza de Secretarías, se había dado un primer paso en la recualificación costera. Nóveles maneras de concebir la urbe se abrieron paso con la obra consagrada al nexo iberoamericano. Se empezaba a avanzar por partes, trabajando cada pieza por separado y en momentos divergentes. La ventaja estribaba en la posibilidad de conjurar los vaivenes presupuestarios y jurídicos que habían perjudicado a los Planes Reguladores. En esa intención se instaló una noción de espacio no solamente público, sino multifuncional. El viraje conceptual reconoció un nicho en las dinámicas socioculturales habilitadas por el contexto posdictatorial del decenio de 1980. El Parque España cumpliría con las clásicas funciones ornamentales, oxigenadoras y sociales, sumando características recreativas vinculadas al disfrute de la cultura y la creación de las artes. La batería comunicacional, mensajera de una proeza urbanística, dio bríos a innovadoras figuras espaciales sostenidas en la interpretación cultural del curso de agua dulce.

Sutura significante

De alguna forma, el proceso iniciado con el Parque España suturó la ciudad al río a través de la ribera. El estreno de 1992 puede pensarse como la primera puntada de un hilo de espacios públicos, dispositivos recreativos, emprendimientos concesionados y miradores paisajísticos. Con todo, el oficio de costura no se agotó en el plano físico, adosando tramas simbólicas. A la manera de grapas, los conjuntos de relaciones espaciales invistieron al horizonte acuático con determinados sentidos. Las adjetivaciones corrientes para referirse a la zona costera pueden iluminar parcialmente esas atribuciones. En la actualidad, “ir al río” puede suponer muchas cosas. El paseo, el almuerzo, el relax, el corte laboral, la escapada escolar. La vista panorámica, la foto, la pintura, la escultura. La música, el canto, el baile, la destreza. La artesanía, el toque, la feria, el mercado. El playón, la bici, el skate, los rollers. El entrenamiento, la calistenia, el running, el yoga. La juventud, el rito, la fiesta.

Polifuncional y polisémica, la contemporaneidad hídrica condensa usos cargados de significación. Los aires de familia que los envuelven son elocuentes de las vías de conjugación de sus elementos. Para emprender una genealogía de ese fenómeno, ensamblamos la categoría de sutura significante, cuya segunda palabra es empleada en un aspecto doble. En tanto sustantivo, puede pensarse como una relación posicional de la que emergen funciones simbólicas. Con Jacques Lacan (2003, 2010) concebimos a los significantes eslabonados en una red en la que asumen atribuciones conferidas por principios de distribución, diferenciación y representación. La subjetivación –en términos lacanianos, el advenimiento del sujeto del encadenamiento– se inserta, parafraseando a Clifford Geertz (2003), en la urdimbre de significaciones que llamamos cultura. En carácter de participio activo, el término significante indica una acción continua que connota y sitúa a su ejecutante. Esa acepción puede verse en Stuart Hall (1997), para quien una práctica es significante (signifying) cuando produce sentido o significación en las cosas con las que toma contacto. Michel de Certeau aporta a la clarificación del péndulo gramatical. En su papel de participio activo, significante aparece como práctica con significación para quien la realiza, poniendo “su marca en lo que los otros le dan para vivir y para pensar” (1999: 117). La función sustantiva asoma en los significantes espaciales (2000): sentidos emplazados en el espacio que pueden ser asumidos o desviados por los caminantes.

El primer término del conjunto categorial, sutura, ilustra un proceso de junción espacial. En el lenguaje arquitectónico suele emplearse como un instrumento de recomposición de la trama. No obstante, a partir de Henri Lefebvre (1978), apuntamos a las imbricaciones de las materialidades práctico-sensibles de la ciudad y las tramas sociales cotidianas de lo urbano. Siguiendo al autor (2013), entendemos a la espacialidad –productora y producida– habilitando relaciones de coexistencia e interpenetración. De ahí que la duplicidad “participio/sustantivo” pueda existir de manera yuxtapuesta, al espacializarse. Por ello, la categoría sutura significante inferiría, simultáneamente, que la acción de suturar produce sentido/significación (se significa mediante la sutura) y que se suturan significantes (se cosen posiciones con significación).

En el marco de ese espectro semántico, el Parque España procuró ligar ciertas expresiones culturales con una captación paisajística del Paraná. Durante sus comienzos, el CCPE alojó dimensiones particulares de las denominadas “alta cultura” o “cultura letrada”, asociadas a coordenadas estéticas propias de las bellas artes (Burke, 2006). Consecuentemente, asumió criterios curatoriales, patrimonialistas y museísticos en relación a lo que se englobaba como herencia cultural hispánica. Su vínculo con el entorno fluvial, panorámico y contemplativo, intentaba representar la profundidad del imperecedero enlace trasatlántico entre España y Argentina. Asimismo, un encuadre de perspectiva litoral resonaba con la experiencia plástica y hedonista de las obras con implicancias auráticas. El lienzo oriental de agua e islas organizaba muestrarios de cultura. Los regímenes de admiración escópica se encadenaban en ambientaciones sucesivas: galería, sala, teatro, balcón.

Por sí solo, el primer punto de la sutura no hubiera bastado para sostener la asociación cultura-río. Se precisaba del proceso metastásico descrito por Hernández Illanes, un efecto replicante para sumar enclaves en un riverfront posible. Al año siguiente de la inauguración del Parque España, la Secretaría de Cultura se hizo eco de las potencialidades estratégicas de su vecindad. Las extensiones meridionales del bajo portuario, allende las escalinatas monumentales, se mostraban particularmente permeables a promisorios reciclajes. El titular de la cartera en 1993, Héctor “Pichi” De Benedictis, recuerda el diseño de un

nuevo centro de arte [como] respuesta a las necesidades que tenían los artistas en ese momento. Por ejemplo, aparecían las instalaciones y no había espacios de gran magnitud para desarrollarlas. La gente que estaba haciendo teatro, se volcaba más al teatro danza. Necesitaba grandes espacios [y] empezamos a pensar un espacio que tuviese esas condiciones. El puerto todavía estaba en un estado de abandono […] y empezamos a trabajar con la hipótesis de traer a la Secretaría de Cultura al lado del río […] Nos parecía que la ciudad estaba atada al río y que era una metáfora muy importante, un símbolo muy importante, poner la Secretaría de Cultura acá. Reconvertir este escenario portuario […] en otro tipo de espacio que tuviese relación también con lo que la ciudad siempre tuvo como uno de sus atributos más importantes […] lo cultural.[15]

Para el funcionario, llevar la cultura a la región costanera constituía un acto de cariz simbólico. En esa línea, la operación metafórica –trocar una cosa por otra análoga en algún sentido– implicaba yuxtaponer dos atributos en los cuales Rosario fincaba su importancia. El primero, un espacio: el ribereño. El puerto y sus capilaridades férreas que supieron extraer del Paraná la fórmula para la prosperidad de la urbe. La segunda, una práctica: la cultural. Si bien la materialidad de la interfaz formaba parte de la cultura patrimonial, la entrevista se refiere a las actividades artísticas acontecidas en la localidad. En tanto prácticas significantes, las artes performáticas y las instalaciones mencionadas por el secretario, encarnaban formas culturales de “incorporación del obrar al sentido” (de Certeau, 1999: 116). Entre pasado y presente, la identidad rosarina se cifraba en la intersección de la fama de su puerto y el dinamismo de su escena artística. Metáfora como enroque de características, unas innovadoras políticas de la cultura se emplazarían en el reputado horizonte fluvial. El tránsito sería, a la vez, restitutivo (la devolución de su centralidad a una zona deprimida) y sustitutivo (el ingreso de funciones distintas a las antiguas). Una espacialidad sumida en la ausencia de su rol histórico se solaparía con procedimientos orientados hacia la exploración estética.

A diferencia de los activos ferroviarios, que luego de su liquidación entraron en la potestad de una entidad autárquica, la desafectación del puerto fue relativamente más sencilla. Una rápida relocalización de sus actividades hacia el sur liberó la franja central de la ribera. En el decenio final del siglo XX, a las 14 hectáreas del Parque España se sumaban unos 4 kilómetros de muelles, estructuras y terrenos. El municipio acordó con la cartera de Cultura la cesión de un bien portuario en desuso, ubicado en la proximidad de las escalinatas del complejo arquitectónico argentino-español. Filmado junto a una colorida estructura, el entrevistado Héctor De Benedictis señala, “finalmente en 1995, alrededor de mayo y junio, nos dieron este galpón”. Denominado Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), fue inaugurado el 7 de diciembre de ese año en lo que era el galpón 9 del puerto. El inmueble fue adecuado para su nueva función, manteniendo sus características morfológicas, exhibiendo vívidos colores y, con los años, poblándose de grafitis (fig. 4). De ese modo, al finalizar el primer lustro de los años noventa, Rosario contaba con dos dispositivos que sostenían una incipiente sutura significante.

Figura 4 – Centro de Expresiones Contemporáneas
Fuente: fotografía propia

Ambos enlaces espaciales se montaron en modulaciones culturales diferentes. El Parque España había proyectado una propuesta tradicionalista y museificada sobre el borde fluvial, aspirando a entronizar cierto panteón. En contraste, el CEC intentó asumir algunas de las prácticas culturales existentes en la ciudad, amplificadas y diversificadas con el retorno democrático. La reelaboración portuaria se integró como una tecnología de gobierno de lo disponible, relevando y encauzando dinámicas locales anteriormente dispersas. Representó la racionalidad organizadora de una autopercepción urbana anclada al surgimiento de know-hows artísticos específicos. Gracias a una lectura de los desplazamientos que tenían lugar en Rosario, la creación del CEC sobrevoló la integración de otro término en la sutura significante. El dispositivo asumió el encadenamiento tríptico juventud-cultura-río. Se trataba de un Centro frente al Paraná que albergaba Expresiones (artísticas) Contemporáneas (jóvenes en relación a las clásicas). El actor Héctor Tealdi, quien reemplazó a De Benedictis al mando de Cultura tres días después de la inauguración del espacio, lo describió como “una herencia muy linda”,

va a ser casi exclusivamente para jóvenes. Digo esto para que lo sientan propio, vamos a discutir con ellos por sectores qué es lo que podemos hacer con este lugar. Ahora [diciembre] no porque hace un calor enorme, no está ventilado suficientemente, pero hay que aprovecharlo al mango.[16]

Los deseos demográficos volcados en el testimonio no terminaron por cuajar en el diseño institucional para las artes contemporáneas. Sin embargo, los desenvolvimientos posteriores le darían la razón a Tealdi, que aspiraba a la retención de los nóveles artistas en la urbe que los formó. Cristian Marchesi (entrevista personal, 22/09/2020),[17] director en funciones del CEC, explica esa evolución. La propuesta “no se dirige a un grupo etario en particular, pero fue bajando la edad en un momento”, cuando se adicionaron “nuevas ofertas culturales”. Mayoritariamente, sus usuarios se insertan en el arco que va de los “20, 25 a los 35 años”. El Centro encarnó los contrapuntos entre las “Expresiones Contemporáneas” y el arte clásico, los artistas emergentes ante los consagrados, y los espacios alternativos frente a los tradicionales. En ese sentido, su especialización asume un mercado centrado en consumos, públicos y artistas jóvenes (Rosler, 2017). En uno de sus primeros sitios web, se refuerza la noción delineada por De Benedictis para 1993. Lo “joven” en el arte se jugaba en las cercanías de aquello que tiene dificultades para encontrar su sitio:

CEC fue pensado para cubrir la falta de lugares para las propuestas que no podían ser contenidas por los espacios convencionales, permitiendo el desarrollo de géneros artísticos que ‘explotaran’ este espacio, como las muestras teatrales que se vieran limitadas por los escenarios ‘a la italiana’, las producciones de nuevos lenguajes circenses, las manifestaciones de las artes visuales que necesitaran de nuevos soportes (performances o instalaciones).[18]

El CEC buscaba alojar manifestaciones artísticas compatibles con espacialidades extensas, no encorsetadas por las disposiciones tradicionales como el teatro de caja italiana o las galerías de arte. En realidad, lo que se conocía como “galpón 9” comprendía una hilera de seis unidades consecutivas, emplazadas sobre una plataforma. Cada bloque hueco, con un volumen aproximado en 1500 metros cúbicos, ofrecía un amplio y versátil entorno para ser “explotado” por distintas propuestas. Las instalaciones, puestas experimentales entramadas espacial y contextualmente, fueron la insignia del CEC. Similarmente, un término nuevo de acción estética ingresaba en el léxico gubernamental. Las performances, prácticas de desmaterialización del objeto artístico a partir de una asunción corporal de la espacialidad (Garbatzky, 2013), encontraban un sitio más apropiado en el galpón que un museo. A ese respecto, Marchesi enfatiza el papel de la “co-presencia”, “lo energético” y “lo que emerge y pega en el cuerpo”. Para el director, los artífices de la “emergencia” performática pertenecen al espectro juvenilizado que fue “bajando” y definido a través de las propuestas culturales. En líneas generales, se procuró convocar y concentrar a ese “arte emergente” en la cultura rosarina, propio de una “labor artística desarrollada por toda una generación de jóvenes”.[19]

Concomitantemente, las exploraciones del arte contemporáneo fueron seducidas por las implicaciones del paisaje ribereño para las presentaciones y las muestras. Las puertas nororientales del CEC, a unos escasos 50 metros del Paraná, indicaban variopintas potencialidades escénicas. Lejos de conformar una postal, el discurrir de las aguas confería un marco significante y una espacialidad diferencial para unas artes que se asumían de vanguardia. Marchesi recalca el uso de “juegos de luces [y] claroscuros entre los árboles y el vacío de la noche en el río” y apuestas que combinaban sonoridades litoraleñas y urbanas. No obstante, el intento de apropiación hídrica aparejaba una victoria a medias. Por un lado, el director explica: “siempre hubo una gran expectativa con esto de estar frente al río y en estos enormes galpones”. Por otro, agrega, “estamos apartados de todo, en un lugar donde no llegan colectivos, un lugar al que hay que ir especialmente”. La sumatoria de nodos a la sutura significante representó una estrategia paliativa del aislamiento. Una potencial vecindad de dispositivos afines fortalecería la costura, sosteniendo la unión de la ciudad al río a través de las culturas juveniles. Durante los años siguientes, el desafío se integró a una planificación estratégica con la visión de una Rosario reinventada sobre los restos de su historia ferroportuaria.

Ciudad post-ferroportuaria

En tanto ensayos seminales de reformulación ferroportuaria, el Parque España y el CEC constituyeron la avanzada de una transformación modernizadora costera. Se encastraron en un afán por valorizar las huellas patrimoniales preexistentes como paisaje cultural (Sabaté, 2010). Si bien el complejo hispánico se materializó como pieza arquitectónica de nuevo tipo, incorporó los ancianos vasos comunicantes entre el puerto y el ferrocarril. En 1979, durante su segunda recorrida del predio, Bohigas divisó cinco túneles que mediaban entre los muelles y la terraza urbana. Las arterias subterráneas databan de finales del siglo XIX y habían sido construidas para la estiba de las embarcaciones. El arquitecto catalán inmediatamente sugirió incluir las viejas piezas a la obra en ciernes (Robles, 2014). En medio de las pompas inaugurales de 1992, el intendente Cavallero ponderó el aprovechamiento de las “históricas instalaciones del antiguo puerto […] recuperando túneles y galerías de embarque de cereales y viejos muelles”.[20] El secretario Czarny especificó las nuevas funcionalidades de los corredores, “equipados para conferencias, exposiciones, muestras de pintura y muestras de cultura indígena de América”.[21] El Parque España reinterpretaba el pasado agroexportador de la cuenca del Plata, conteniendo a la denominada barranca Victoria y utilizando sus vías subyacentes.

El vínculo del CEC con la historia del transporte fluvial es un poco más directo. La estructura entregada a la cartera de Cultura había formado parte del puerto que inoculó vida a la urbe. De Benedictis referencia los “testimonios de lo que había sido la vida portuaria”. El Centro de 1995 encarnó la resignificación de “esta vertiginosa zona, porque acá pasaban muchas cosas, acá había mucho movimiento, acá se movía la ciudad”. Para capturar ese espíritu, se emprendió un meticuloso proceso de restauración en aras de mantener la estructura original. Las Expresiones Contemporáneas se nutrieron de la forma “galpón”: paredes de ladrillo visto, vigas de acero remachadas y techos de chapa a dos aguas. Asimismo, las compuertas que miraban hacia el Paraná prologaban la ornamentación de un frente hacia el caudaloso tornasol amarronado. A pesar de su parcial retraimiento de la traza, el dispositivo ofertaba el reemplazo de la circulación de cargas mercantiles por la de artistas y públicos. Durante el tórrido verano recordado por Tealdi, los trabajos de acondicionamiento habilitaron una oferta cultural relativamente continua. De todos modos, los discretos números de asistencia y la cerrazón de los circuitos artísticos amenazaban con sustraer al CEC del vértigo portuario que De Benedictis deseaba reeditar.

Tras la incorporación del tándem de dispositivos culturales, la Municipalidad de Rosario insistió en su esfuerzo de reconversión de la ribera. El empeño tomaba del Plan Regulador de 1968 el ejercicio transformador de los terrenos ferroportuarios en espacios de recreación. Empero, en lugar de desmantelar las viejas interfaces –como en el caso de la playa de maniobras del Parque Urquiza– veló por su resguardo y reasignación de funciones. Liberadas de la prospectiva de una decadencia solitaria, las alturas edilicias prometieron cobijar el esparcimiento de la población. La ciudad post-ferroportuaria se incubaría en los esqueletos de las pretéritas terminales de los barcos y los trenes. El ejemplo del CEC invitaba a poner en valor otras estructuras que poblaban los alrededores. El corrimiento portuario viabilizaba el usufructo de sus existencias, pero el suelo y los dispositivos ferroviarios no afectados al Parque España permanecían fuera de alcance. En 1994, salió a la luz un episodio confuso que involucraba a las posesiones de Ferrocarriles Argentinos en Rosario. Se habían concesionado a empresarios privados

los terrenos destinados para la construcción en una posterior etapa de otro tramo del parque España […] una fracción de terreno, todo lo clavado, plantado y edificado, constituida por las dependencias de la estación Rosario Central y espacios aledaños de su propiedad, que se hallan desafectados del servicio y limitados por las calles Wheelwright, Entre Ríos, España y el río Paraná […] Los permisionarios gestionaron en aquel momento, 1990, […] la instalación de un paddle y un bar.[22]

La espacialidad, ubicada al norte del Parque España y contemplada para proveer mayores parquizaciones y equipamientos, no podría ser utilizada hasta 1999. El gobierno municipal y el Concejo Deliberante desconocieron el contrato, solicitando su inmediata investigación, pero un recurso judicial entorpeció el proceso.[23] Además de las irregulares concesiones, múltiples disposiciones se yuxtapusieron sobre la misma franja terrestre, fragmentando todavía más la situación jurídica de la costa central. En 1992, en el marco de la emergencia económica, una Ley Nacional (24.146) facultó al Poder Ejecutivo para transferir a municipios y comunas los bienes inmuebles innecesarios para el cumplimiento de sus fines. En 1995, la liquidación de los activos ferroviarios los volvió pasibles de ese traspaso. Esa perspectiva se puso en entredicho un año después, con la creación del Ente Nacional de Administración de Bienes Ferroviarios (ENABIEF) por el decreto 1383/96. El organismo asumió la salvaguarda de las extensiones del ferrocarril en todo el país. La seguidilla de movimientos, de detalles poco discernibles para los actores intermedios, fue asumida por la Municipalidad de Rosario como un obstáculo provisional.

Para 1996, si bien la renovación costera ingresaba en jurisdicciones inciertas, la gestión local comenzó a obrar en el terreno proyectual. En octubre se constituyó una Junta Promotora con miras a la elaboración de un Plan Estratégico para la ciudad. Las entidades animadoras de la nueva planificación sostuvieron una serie de reuniones. En el marco de la promoción de paradigmas urbanos a nivel latinoamericano, se elaboraron diagnósticos y se contrataron especialistas internacionales para dar conferencias. Paradójicamente, el “modelo Barcelona”, el más difundido en las charlas, hallaba sus orígenes en el experimento rosarino de 1979-1992. En cierto sentido, la renombrada Villa Olímpica descendía del algo más modesto Parque España. Para el fin del siglo XX, la redacción de una prescriptiva para la Rosario volvía a anclarse en recetas y concertaciones ibéricas. Puede argumentarse que el Plan Estratégico Rosario 1998 (PER) fue una suerte de documento fundante de la ciudad post-ferroportuaria. Su matriz se acordó entre los agentes de la concurrencia vigente: municipio, provincia, instituciones, empresas, inversores privados, consorcios inmobiliarios y ONGs. El escrito se presentó como el emergente del trabajo conjunto de unas 4838 personas durante un estimado de 13.980 horas (PER: 43). Los sendos números de la novel planificación democrática fueron acompañados de una consulta a “1000 personalidades destacadas de la ciudad”.[24] Con el Parque España como sede organizativa y el CEC como entidad firmante, el PER vio la luz dos octubres después de la conformación de la Junta Promotora. La versión final del texto consistió en 5 Líneas Estratégicas desagregadas en 72 Proyectos a implementarse entre 1998 y 2002.

La letra del Plan enunciaba la articulación de “sueños” mediante la detección de “temas emblemáticos” consensuados. Las Líneas se postulaban como formulaciones oníricas de urbes ideales: “del trabajo”, “de las oportunidades”, “de la integración”, “del río” y “de la creación” (PER: 40). El organigrama descendía desde las ensoñaciones y ganaba en concreción conforme se acerca a los Objetivos, los Programas y los Proyectos, “las unidades más operativas” (PER: 42). El cuarto lineamiento estratégico, “la ciudad del río”, se hizo eco del motivo histórico de recomposición, reflejado en la opinión pública precedente. El sintagma darle la espalda al río persistía en algunas columnas periodísticas (Galimberti, 2014). El PER se integró en ese montaje de significaciones, añadiendo un tropo en el que Rosario debía reclamar para sí la naturaleza fluvial. “Antes el río era una presencia esquiva […] que, estando cerca, no terminaba de atraparse”, expresaba la normativa. Eso cambiaría con “la creciente apertura de las costas y el aprovechamiento cada vez mayor de la superficie fluvial” mediante “proyectos de insospechable envergadura”. Como corolario, se aunarían “los logros y efectos ambientales de un paisaje ganado a la inercia” (PER: 84). El Paraná y su entorno terminarían atrapados por la industriosa, activa y, por extensión, masculina mano derecha de la infraestructura. David Harvey (1990) toma de William Blake la noción del carácter generizado de las construcciones sociales del espacio y el tiempo. La masculina dimensión temporal –en este caso el desarrollo urbano– ganaría un espacio “a la inercia” de la pasividad feminizada de la naturaleza. Como reverso lógico, el borde del lecho sería reinventado por la grácil mano izquierda (Bourdieu, 1999) del diseño, la amenización y los servicios. La absorción del curso de agua precisaba orquestar un acompasado movimiento de pinzas entre la producción y la recreación:

La ciudad productiva […] no está separada de la ciudad recreativa y el paisaje ambiental: se trata de dos caras de un proyecto que […] puede dar a Rosario una faz cualitativamente diferente entre las ciudades del continente. […] será el río el elemento catalizador […] de transformaciones que sintetice una nueva imagen urbana (PER: 84).

El PER empleó al cauce hídrico como aglutinante de cadenas semánticas asociativas (Durand, 1964). Asumiendo la posición de sinécdoque rosarina, el Paraná representaba una positiva transmutación extensiva a la localidad y la región. El secretario general de la Municipalidad, Miguel Lifschitz, resaltaba la unión que apuntaba a “consolidar a la ciudad y su río como centro de recreación [y] polo de atracción cultural”.[25] La Línea Estratégica IV comenzaba por el Programa “Abrir la ciudad al río”. Sus objetivos listaron “el acceso y uso público de la ribera central [manteniendo] el carácter de gran parque lineal polifuncional” (PER: 88). Se preveía la apertura fluvial desde el Parque a la Bandera, al sur, hasta Avenida Francia, al noroeste. Un Proyecto neurálgico prefiguraba un Parque de las Colectividades vecino al Parque España, una franja verde de más de 30.000 metros cuadrados que continuaría la liberación del riverfront iniciada en 1992. El límite septentrional del nuevo espacio correspondía a la ex Unidad IV de la Junta Nacional de Granos y al “silo Davis”. Las infraestructuras, otrora destinadas a la elevación y almacenamiento de granos, serían afectadas a un complejo hotelero. A los Proyectos de los septentrionales Parques Sunchales y Scalabrini Ortiz y el compendio habitacional Puerto Norte, se añadía la finalización del sector escalinatas arriba del Parque España. La zona, protagonista de los enmarañados pliegos de 1990 y la tutela del ENABIEF desde 1996, se intervendría con el objeto de

completar el sistema de parques públicos sobre la ribera […] Dotar a la ciudad de un equipamiento turístico-recreativo […] Garantizar el recorrido público en toda la línea de la barranca y el acceso y circulación […] públicos, a la ribera baja […] refuncionalizar edificios ferroviarios existentes de valor arquitectónico (PER: 221).

Esa aspiración se amparaba en una lectura optimista del desenlace del litigio y del panorama económico venidero. La voluntad proyectiva de la ciudad post-ferroportuaria se adelantaba así a las condiciones de posibilidad de su puesta en marcha. Los tiempos iniciales de la implementación del PER estuvieron signados por la adversidad y la dilación. Los factores negativos comprendían lo geológico (las barrancas y su fragilidad), lo económico (las magras arcas municipales y las insuficientes inversiones) y lo jurídico (los bienes ferroviarios). Como bálsamo, el financiamiento flexible y las intervenciones puntuales otorgaban margen de maniobra. Mientras tanto, el futuro waterfront ya existía como concepto y metodología de observación de las nóveles dinámicas urbanas. El valor estratégico de la ribera central radicaba en su emplazamiento, “sus amplias dimensiones, su disponibilidad para albergar nuevos usos […] vinculados con el ocio y la recreación” (PER: 87).

Los primeros años del siglo XXI resultaron más auspiciosos por dos razones. La primera, una mejor perspectiva en el frente legal respecto de las posesiones férreas. Ya en 1998 el Poder Ejecutivo Nacional había expresado la necesidad de desplazar las playas de maniobras ferroviarias de los centros urbanos de las grandes ciudades.[26] Un año después, el ENABIEF y la Municipalidad de Rosario convenían un traspaso oneroso de los terrenos del ferrocarril.[27] En 2001, se reglamentó el convenio de transferencia y el acuerdo de pago para la adquisición de la sección norte del Parque España y la totalidad del Parque de las Colectividades (Decreto 861/01). La segunda razón se refiere al relativo reflote del ciclo económico. El despegue de la soja como protagonista del mercado agrícola reavivó las expectativas de la hacienda municipal y de los inversores privados sobre la ribera rosarina. El 2004 coronó a la “Ciudad del Río” con dos inauguraciones de dispositivos culturales producidos a partir del reciclado ferroportuario: el Museo de Arte Contemporáneo Rosario (MACRO) y la Casa del Tango. Durante el primer quinquenio de la nueva centuria, se completó la primera etapa de remodelación de la costa central.

En el plazo de una década y más allá de los diversos traspiés, el horizonte fluvial se desembarazó de sus antiguas funciones ligadas al transporte mercantil. Abrazando los estándares de una ciudad post-ferroportuaria, albergó novedosos dispositivos recreativos, servicios culturales y locales gastronómicos. La transmutación insufló también valor al suelo urbano, los emprendimientos inmobiliarios y las concesiones de explotación circundantes. La ribera central pasó a ocupar su lugar en la constelación de centralidades rosarinas. La urbe se alegorizó como sujeto renacido a partir del reencuentro con su postergado compañero acuático. Conservadas carcasas devolvieron imágenes familiares, en ansias de alumbrar una legitimidad que estaba por revelarse. No obstante, la retórica de recomposición era ventrílocua de la torsión de las formas espaciales, culturales y sociales de Rosario.

[1] La Capital, 17/07/1979, “Fue presentado el anteproyecto del Parque España en Rosario”. Nos referimos a las notas de diarios y revistas por sus títulos, porque suelen compartir la misma página de una edición.

[2] La Capital, 14/04/1981, “Colocarán hoy la piedra fundacional del Parque España”.

[3] La Capital, 20/09/1982, “El Parque España es, por el momento, apenas una ilusión”.

[4] El Alcázar, 31/05/84, “Los emigrantes construirán un supercomplejo español en Rosario”. La Región, 07-10/06/1984, “Hacia la construcción del ‘Parque España’, el mayor complejo cultural hispanoamericano”.

[5] El Adelantado de Segovia, 16/06/1984, “Miembros del Comité Ejecutivo del Parque España (Argentina) visitan Segovia”.

[6] La Capital, 23/12/1984, “Desafectan terrenos para el futuro parque España”.

[7] La Capital, 18/04/1985, “Una memorable jornada con los reyes de España”.

[8] Entrevista para el Ente Turístico Rosario: bit.ly/PEHer

[9] La Capital, 28/11/1992, “Una obra de todos, para todos”.

[10] La Capital, 26/11/1992, “Inauguración del Complejo Cultural Parque España”.

[11] La Nación (Arquitectura), 02/11/1994, “Un balcón hacia el río Paraná”.

[12] La Capital, 17/11/1992, “El Parque España listo para el estreno”.

[13] La Capital, 28/11/1992, “Nota del canciller del Consulado de España”.

[14] La Capital, 29/11/1992, “El Parque España se integró al patrimonio cultural de la ciudad. Rosario, más cerca de España”.

[15] Entrevista para el Ente Turístico Rosario: bit.ly/CECDB

[16] Rosario/12, 24/12/1995, “Debajo de la Carpa Cultural”.

[17] Para agilizar la lectura, se colocarán las referencias a las entrevistas solamente en la primera mención al entrevistado. Luego, sus testimonios se transcribirán precedidos por el nombre o apodo con el que se presentan.

[18] Extraído del sitio del CEC: bit.ly/CECHi

[19] Rosario/12, 11/10/2005, “Sobre el arte emergente”.

[20] La Capital, 28/11/1992, “Una obra de todos, para todos”.

[21] La Capital, 17/11/1992, “Parque España listo para el estreno”.

[22] La Capital, 27/03/1994, “Un contrato que afecta a la ciudad”.

[23] La Capital, 29/03/1994, “Piden se investigue la concesión de tierras en el parque España”.

[24] La Capital, 05/08/1998, “Un millar de rosarinos destacados opinan sobre los proyectos de la ciudad”.

[25] El Ciudadano, 30/10/1998, “El PER apunta a fortalecer el rol de Rosario en el Mercosur”.

[26] El Ciudadano, 19/10/1998, “De a poco, la ciudad le gana espacio a los trenes”.

[27] La Capital, 23/09/1999, “El Enabief oficializó el traspaso de tierras ribereñas al municipio”.

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Sobre el autor:

Acerca de Sebastián Godoy

Nació en Rosario. Es profesor de Enseñanza Media y Superior en Historia por la Facultad de Humanidades y Artes (FHyA, UNR) y especialista docente de Nivel Superior en Educación y TIC por el Ministerio de Educación de la Nación. Se encuentra en la etapa final del doctorado en Historia con una Beca de Conicet. Es […]

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