Toda la gente disfrazada, bailando, divertida. En el centro, un hombre vestido de negro, manos en los bolsillos, cara de culo, y alguien que le pregunta: “¿Y vos flaco, de qué estás disfrazado?” “¡De rosarino!”

El chiste pertenece a Tatúm y fue publicado en el N° 33 de Risario. Recordé cuando en los años noventa, con mi amigo Mauro encontramos tirado en la vereda un ejemplar de la revista. Estudiábamos Comunicación social y sabíamos (aunque es más lindo pensar que “descubrimos en ese momento”) que Manuel Aranda, profesor de diseño gráfico, había sido su fundador. Al final de una clase nos acercamos con el ejemplar y la esperanza de sacarle conversación, alguna anécdota graciosa. Pero Manuel ojeó un par de páginas y dijo algo así como: “Ah, la Risario”, y creo que esbozó una sonrisa. No estoy del todo seguro. No hubo mucho más que hablar. Podría decirse que fuimos en búsqueda de un humorista y nos encontramos con un rosarino.

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Pero sería injusto. ¿Quién no vio a Fontanarrosa en algún bar con la cara seria, inexpresiva? ¿Y entre nuestras amistades? ¿Cuántas salvajadas se nos han ocurrido con cara de póker? Hay algo en el humor gráfico, en el humor escrito, que se revela y se opone a las risas de los capocómicos televisivos, a los influencers pasados de tics. Un humor que si bien busca lo popular no deja de ser introspectivo. Ese para adentro que, claro, puede tener ejemplos en todo el mundo, pero que en Rosario agrega otro matiz, un humor surgido muchas veces de la frustración y el descontento, del interrogarse sobre las posibilidades artísticas en una ciudad que no termina de contenerlas. Y a su vez, la amistad como salvación, el humor que no grita llamando las miradas ajenas, sino creando comunidad entre los afectos.

Risario surge de ahí, de un grupo de amigos que en plena dictadura militar decide hacer una revista de humor, la revista más famosa de la historia de la ciudad, con un humor corrosivo que despliega amor y odio hacia ella. En la portada del N° 1, de diciembre de 1980, una gigantesca sonrisa enmarca una panorámica de Rosario, como si la atrapara entre sus dientes ¿Se puede ser humorista a pesar de ser rosarino? Risario lo explica con una frase ya clásica que encierra la feliz fatalidad: Ríase, ser rosarino es un chiste del destino. La línea fundadora de la revista incluye, además de a Manuel Aranda, a David Leiva, Jorge Santa María y Tomás D’Espósito (El Tomi) y aclara en el primer editorial que la idea surgió cuando: “Teníamos encima cuatro pontevecchios, que abrimos al terminarse los cinco toros blancos comunes, amén de un exquisito par de viñas de orfila blancos”.

Al igual que la revista Humor, surgida tan solo dos años antes, resulta curioso que una revista cómica apareciera cuando toda una generación desaparecía, pero no debería llamar la atención, porque el humor siempre ha dado batalla en los momentos más oscuros y Risario fue un exponente de que ese enemigo interno, tantas veces señalado por la dictadura, bien podía salirse con la suya si se valía de los chistes y las humoradas para decir su verdad.

Por eso la política será un tema central en pleno Proceso. En el N° 5, de marzo de 1982, se destaca una entrevista al intendente Alberto Natale, en pleno ejercicio de sus funciones, donde lejos de evadir el bulto se debate con él sobre la necesidad de que se convoque ya a elecciones y la nota es acompañada por una foto de Natale arrugando la cara desconcertado, como si respondiera al epígrafe que la acompaña: “Dr. Natale, ¿qué es la democracia?” El humor negro también se hace lugar, como en un chiste de Santa María donde se anuncia “FALCON VENDO, por ausentarme, modelo 76, como nuevo”, y que incluye un “encendedor picana exclusivo”.

La Guerra de Malvinas le dará a la revista una de sus portadas más recordadas: la parodia al álbum Tiempos difíciles con Juan Carlos Baglietto y el pibe de Chaplin vestidos como soldados de Malvinas. La canción “Mirta, de regreso” tiene una nueva versión en una historieta de El Tomi, en complicidad con Adrián Abonizio, donde Mirta es reemplazada por la Patria y quién vuelve después “de tres meses en la sombra” para cantarle, es Baglietto, caracterizado como un combatiente tras la derrota.

La copia retrospectiva

La Risario N° 8 también llama la atención por la portada. Nuevamente un dibujo de El Tomi donde se puede ver a la Junta militar representada como si fueran los tres monos sabios que se tapan la boca, los ojos y los oídos ante la consigna “¡Paz, pan y trabajo!”. Lo curioso es que en una de las portadas más famosas de la revista Humor se caracterizó a la Junta de la misma manera, pero tres meses más tarde. Risario entonces “admitió” que había hecho “plagio retroactivo”, citando la teoría de Borges según la cual se puede copiar no solo lo hecho, sino lo que se hará. “Rosarinos, al fin, no podíamos sino copiar –retroactivamente– a los porteños”. Ese mismo número incluye una foto del Ex Comando del II Cuerpo de Ejército (actual Museo de la Memoria), que en ese momento había salido a remate público, según Risario, para formar parte “de una vaquita que están haciendo en el Ejército para paliar la deuda externa”.

Con la llegada de la democracia los apuntes corrosivos sobre la política están lejos de atenuarse. En una entrevista, Horacio El Vasco Usandizaga, flamante intendente electo, se explaya sobre el estado de las calles: “Las veredas están todas rotas, nadie las arregla, sobre todo en el centro, no me van a decir que esos vecinos no tienen plata para arreglarlas… ¡La ciudad es un asco!” Risario toma nota y la portada de ese número se titula: “Dijo el Vasco: Esta ciudad es un asco”. Hay en las entrevistas a las figuras políticas un grado de agresiva confianza, de acidez dada por la familiaridad y la cercanía en una ciudad que la revista insiste en llamar “aldea”, en donde sus figuras son “aborígenes locales” o, llegado el caso, “aborígenes funcionarios”. A lo largo de los números, esa familiaridad es entendida como una ventaja para estirar los límites del humor, y no como una forma de ceder a la lógica del “como nos conocemos todos, mejor no ofender a ninguno”.

Pero lejos de la anti-política, Risario sigue atentamente los embates de una dictadura que amenaza con volver, como en el texto “Los desestabilizadores”, en el N° 21, donde se reclama el rigor de la ley contra aquellos que disparan contra la democracia. Por eso, el quinto aniversario de la revista se festeja doble, coincidiendo significativamente con la sentencia del Juicio a las juntas en diciembre de 1985. “¿Cinco años para esto?”, se titula el editorial y lo acompaña una foto con todo el staff. En el balance: “Cinco años después, Videla ya está preso y en la aldea las posibilidades no han mejorado mucho, pero por lo menos ahora está Risario”.

La contratapa señala: “somos nuevamente la única alternativa que queda” entre los medios gráficos de la ciudad. Esa alternativa se plantea en relación al diario La Capital y señala una realidad que se vuelve patente tras el cierre del diario El sol de Rosario, al que le dedican la portada del N° 26, con la nota “El día que el sol dejó de salir”. En una entrevista se debate con Raúl Bigote Acosta, último director del diario y a su vez colaborador de Risario, y se profundiza en los problemas entre la propia planta laboral y las decisiones del mismo Acosta, indagando en las complejidades del desarrollo de los medios locales, problemáticas de las que no escaparía la misma Risario con su cierre unos años más tarde. La inquietud persiste a través de los números ¿Cómo generar ese medio alternativo, sea en la gráfica, en la radio, en la televisión? ¿Cómo sostenerlo?

Cachilo

La libertad se encuentra literalmente en la calle. El guía espiritual de Risario será Cachilo “el poeta de los muros”. Este personaje de la contracultura rosarina en los 80, poeta y linyera que plagaba las paredes de la ciudad con sus versos, es destacado como “pionero en el arte graffiti rosarino”. De Cachilo se señala que “Por aquellos días de la dictadura fue el único con testículos suficientes para mandarse una pintada o una carbonilla donde le viniera en ganas” y se le dedicará la portada del N° 25. Ya tempranamente, en julio de 1982 se lo incluye en la sección Aborígenes destacados, donde Cachilo se queja de que acá en Rosario “se meten todos adentro en las casas y viven como si fuera un tipo que está tirau en la última miseria, tirau en el pantano del barro”. Sus textos serán replicados en las páginas de la revista y como continuación lógica, y respondiendo también a la tendencia del momento, Risario incluirá una sección llamada Las paredes hablan, con fotos de graffitis realizados por jóvenes de la ciudad, del tenor de “Si el Papa estuviera embarazado/el aborto sería sagrado”.

La búsqueda de frescura lleva a Risario a darle espacio a jóvenes dibujantes aunque sean adolescentes. En el N° 1 se comparte un dibujo de Juan Pablo Gonzalez de 11 años, a través de una carpeta que hizo llegar su padre. Veinte números después, Risario celebra que ese mismo chico haya ganado el primer premio al mejor dibujo de historietas de la revista Fierro con solo 16 años. Juan Pablo es nada menos que Max Cachimba, que se convertirá en colaborador de la revista. Es el mismo caso de Javier Rodríguez, de quién se destaca que “A los quince años se puede soñar con un beso a la profesora de lengua (…) Pero casi nunca con dibujar humor y para colmo bien”. Javier se ganará el apodo de El Niño Rodriguez, según consigna en su biografía “gracias a sus colegas de la revista Risario, que de tanto decir ‘Decidle al niño que lo dibuje’ o ‘Mándalo al niño’ hicieron que le quedase el apodo”.

Risario celebra que ese mismo chico haya ganado el primer premio al mejor dibujo de historietas de la revista Fierro con solo 16 años. Juan Pablo es nada menos que Max Cachimba, que se convertirá en colaborador de la revista.

Los que se van

La juventud de esa época se vuelve rock and pop y esa nueva generación tendrá un gran protagonismo. La Risario N° 30 no duda en titular “Rosario, cuna de la música” con un Fito Paez bebé en la tapa. Ese que en los primeros números de la revista era mencionado como “el tecladista Fito Paez” y luego se volverá un referente protagónico de la música rosarina junto al ya consagrado Juan Carlos Baglietto. Ejemplos de éxito que la revista destaca con insistencia pero que desde la ciudad son mirados con cierto recelo, como si el hecho de triunfar y trascender las fronteras de la ciudad despertara sospechas.

Es un tema recurrente de Risario ese tire y afloje entre una ciudad que no contiene a sus artistas y a su vez los recrimina si deciden buscar suerte en otra parte. “Si alguna vez me fui es porque estaba hinchado las bolas por no poder trabajar más en ningún lado, pero no me fui”, se excusa Fito y agrega: “Una vez un chico se me acercó a la mesa donde estaba, aquí en el Savoy, y me dijo: ‘Vos al irte de la ciudad dejaste de ser rosarino’. Te juro que me agarró una indignación”. En la Risario N° 7 Baglietto responde a la pregunta de si seguirá viviendo en Rosario: “Lamentablemente no. Tuve mis grandes crisis. Pero negro, allá en Buenos Aies yo tengo posibilidades de vivir de la música y acá no las tengo”. Ese karma también lo expresa Litto Nebbia, quien en la Risario N° 8 asegura: “Nunca me fue bien en Rosario, nunca me dieron ni cinco de bola”. Para muestra cuenta cuando tocó junto a Sandro y luego una fan rosarina le pidió un autógrafo al ídolo de América pero a él no porque “él es la deshonra de la ciudad, la música que hace no se entiende”. Una de sus canciones más famosas, “El otro cambio, los que se fueron” tiene su origen en ese estancamiento, en ese prejuicio de que las cosas puedan ser distintas: “Siempre me llamó la atención de Rosario que pasaban los años y estaban siempre los mismos tipos, en distintos empleos pero más canosos. Como que estaban signados por la ciudad, en cuanto a que nunca iban a ser algo ellos; como que ya la ciudad les puso un número: Usted va a ser empleado: empleado tal.”

Risario, en la medida que propone algo nuevo, es también consciente del contexto gris en que se desarrolla. Ya en el N° 1, en un chiste de Manuel un hombre le pregunta a otro:

—¿Así que vos también decidiste agarrar tus carpetas y venirte a laburar a Buenos Aires? ¿Llegaste hoy, no? ¿Cómo estaba el tiempo en Rosario cuando saliste?

—Detenido.

El chiste acompaña una nota al escritor y músico Juan Carlos Muñiz, un caso testigo de un artista que emigró a Capital porque todas las puertas estaban cerradas. El cierre de ese texto señala que “Los rosarinos –todos ellos– deben tomar conciencia de una vez por todas, que la ciudad es –desde siempre– una gran fábrica, que entre otras mercancías produce arte del bueno. Si esa producción no es alentada, fatalmente sobrevendrá la quiebra. Y el desabastecimiento les arrasará el alma”.

No es casual que la historieta paradigmática de Risario sea Robinson Sosa de Manuel y El Tomi, donde un rosarino decide exiliarse en su propia ciudad, yéndose a vivir a la isla del Laguito en el Parque Independencia, desde donde observa ese continente que es Rosario. El mismo Tomi, en 1983 emigrará a España y colaborará de allí en más desde el otro lado del charco.

La recurrencia con que la ciudad es llamada aldea manifiesta esa forma de pensar la rosarinidad que no acepta otras opciones. Cuando se realiza el Segundo taller latinoamericano de música popular, la nota se titula “El día que los rosarinos fuimos latinoamericanos”. Si ser rosarino es un chiste del destino, ser otra cosa se vive como una traición. El resto de Santa Fe no se registra, no se es santafesino, a Buenos Aires se la mira con recelo, Córdoba es la competencia. En un chiste con una marea de roedores frente al Monumento a la Bandera se asegura: “Si hicieran un censo de ratones… ¡seguro que los cordobeses no nos ganan!”

La fuerza en el punto de vista de Risario reside en que no celebra a la ciudad, la interroga. Mete el dedo en la llaga de problemas que vistos desde el presente llevan cuarenta años de déjá vu. En el N° 1 celebra con humor (negro): “¡Vamos Rosario todavía! Sr. Conductor: Nuestra ciudad es la que registra mayor números de finados en accidentes de tránsito. ¡No perdamos ese precioso galardón! Aquí le damos unos consejitos para que el peatón no se le escape tan fácilmente”. Y a continuación brinda una guía exhaustiva para lograr tamaño cometido. Los problemas con el transporte público son una fuente inagotable de chistes. De la mano de Fontanarrosa, un parroquiano se queja porque no atiende nadie en el boliche y otro le aclara “Vas a tener que esperar. Acaba de pasar el mozo de las 20:30”. Max Cachimba tiene una tira titulada En un colectivo donde se aprovecha el tiempo del viaje para contar historias absurdas. El centralismo no solo es porteño, también se da entre el centro de Rosario y la periferia. En un barrio de los suburbios donde apenas llega el agua, un señor le comenta a su vecina: “¿Fue al centro Doña? ¿Vio que linda está quedando la peatonal?” En Tambo 2, una parodia de Rambo, un aguerrido intendente quiere echar a un pescador del Paraná porque está “afeando el paseo ribereño”. En su tira 2000 Rosario Año 2000, El Tomi ironiza sobre la construcción de un hotel en pleno balneario la Florida. Alguien pregunta:

—Che, ¿y ese grupito ecologista que se oponía?

—Ah, esos… casi los linchan.

Risario ya era consciente de esos cambios que en los 80 todavía se manifestaban tímidamente. Una Rosario que comenzaba a desaparecer y se reflejaba en artículos como “Nostalgias en 35 mm” sobre cines ya extintos, o chistes sobre la desaparición del bar Odeón. Una conciencia remota de esas transformaciones que con los años se volverían moneda corriente.

El monumento

El símbolo máximo, el Monumento a la Bandera, es resignificado a lo largo de las publicaciones, a veces al borde del colapso, otras reflexionando sobre su propia identidad como si en él se encerraran todas las contradicciones de la ciudad. En el N° 10 el Monumento, destruido, se hunde e incendia con el rótulo “Aguas y fuego”. En el N° 36 es fagocitado por el Obelisco, que a su vez es devorado por la Estatua de la Libertad con el lema “Yo dependo… tu dependes… (de) él dependemos”. En el N° 42, en la historieta Sambomba se especula con distintas transformaciones para refrescar su cara, concluyendo en que se podría “Afinarlo… sacarle punta… y entonces sí, olvidarnos para siempre de Buenos Aires”, porque el Monumento con la punta afinada pasa a ser el Obelisco. En el límite de la metamorfosis, el N° 35 presenta al Monumento asumiendo su rol fálico, es directamente una pija que se apresta a la fellatio.

En el límite de la metamorfosis, el N° 35 presenta al Monumento asumiendo su rol fálico

Tamaña osadía tiene su enemigo: La nefasta Liga de la decencia, organización conservadora de evidente complicidad con las fuerzas militares y religiosas. Es así que el Monumento erecto puede ser objeto de la castración con una tijera que le cercena la cabeza y en la base, un cartel pide “Basta de Pornografía”. El reclamo no se hace esperar: “Che Liga, cortala”. Es que con la vuelta de la democracia y el destape, el sexo cobra protagonismo y a la vez despierta la furia retrógrada. Risario incluye la sección Rita y los salvajes donde se compilan chistes sexuales. Entre otros, se destacan los dibujos eróticos de Raúl El Negro Gómez y hay también espacio para cuentos picarescos como el de un sátiro que se ensaña sexualmente con los animales embalsamados del Museo de Ciencias Naturales Ángel Gallardo, firmado por Adrián Abonizio. En sus números los jóvenes debaten sobre la educación sexual y las personalidades de la ciudad argumentan a favor y en contra de la incipiente Ley de Divorcio. También hay notas humorísticas que indagan sobre la existencia del macho rosarino, arribando a conclusiones lamentables.

Aunque acorde a la época, en la revista impera el patriarcado (en humor gráfico solo se destaca la presencia de Flor Balestra) y por ende una mirada marcadamente heterosexual, progresivamente Risario se abre a la diversidad, como en el N° 33 cuando anuncian que “Fuimos al corso gay (…) en un boliche de alto nivel en Pellegrini al 900”, acompañando la nota con una foto de los participantes. Dos números después se preguntan abiertamente, a doble página “¿A quién joden los homosexuales?”, una nota de Marcelo Menichetti que concluye afirmando “Cuando le damos la mano a alguien, se la damos a una persona. No a su dormitorio, ni a sus pasiones. No a nuestro criterio, sino al suyo”. En ese mismo número, Michel Delhaye, co-autor de la obra Caviar, expresa que “Los actores argentinos no hacen de travestis por machismo”. Mientras, la Liga de la decencia (a la que Risario apoda “Liga de la demencia”), agita el fantasma del HIV con el lema “El SIDA mata” y un gay tranquiliza a su pareja: “No te alarmes Javier Andrés, ¡lo que mata es la humedad!”

El clima de represión se respira a pesar de la vuelta de la democracia. “Sado-carnavalismo” titula el N° 33 en relación a un editorial del diario La Capital sobre los graves excesos del carnaval, peligros que acechan “ocultos detrás de un balcón o una ventana”, en referencia a la posibilidad de que alguien tire un baldazo o una bombucha. Risario se pregunta de dónde nace la vocación de denuncia si antes reinaba la mesura y concluye “Claro, eran otros tiempos y otros ‘excesos’”. Otro hecho denunciado, en el N° 30, es el toque de queda para adolescentes, y la revista señala: “¿Para la legislatura provincial, responsable de tales formas de ‘protección’, esta democracia es aún menor de edad?”

Una moneda corriente es la censura al cine, como el caso de Una mujer poseída (Possession, de Andrzej Zulawski) cuya prohibición fue anunciada por la Liga de la Decencia, aduciendo que contenía escenas aberrantes donde una mujer busca contacto carnal con un pulpo. El colmo es una frustrada proyección de La naranja mecánica (A clockwork orange, de Stanley Kubrick) en el Cine Radar, cuando hay que desalojar la sala por una amenaza de bomba. Y mientras el conservadurismo local pone el grito en el cielo culpando a pulpos eróticos y sadismo british, no tiene problemas en caer en el gore más grotesco con El grito silencioso. Un dudoso documental que Canal 3 emite en dos oportunidades asegurando que “Vamos a ver a un niño siendo destrozado, desmembrado, desarticulado y aplastado por los insensibles instrumentos del aborto”. Risario toma cartas en el asunto y la portada se titula justamente “El show del aborto”.

El enemigo menos pensado

El peso de la iglesia católica poco le importa a Risario que se burla con recurrencia, como en la nota “Instrucciones para hacer llorar a una virgen”, donde toman un supuesto caso milagroso dando bizarras instrucciones para logar tal cometido (doble sentido de por medio). Pero jugando con fuego sagrado, Risario termina creando un enemigo insospechado, alguien que no es monseñor, ni cardenal, ni monaguillo: su propio imprentero.

En 1987, la revista le da la bienvenida al Papa Juan Pablo II a la ciudad. Lo hace de la única manera que sabe hacerlo, con un humor. Y así el N° 44 anuncia “Viene el Papamovil, viene la Cristocleta”. Y en el dibujo de portada, mientras Juan Pablo II se traslada en su vehículo oficial, en otro, el mismísimo Cristo pedalea en una cruz convertida en biclicleta. El tenor del chiste, sumado al contenido interno de la revista, provoca que Carlos Amalevi, imprentero de Risario, tome la decisión de no publicar el número. La revista decide entonces sacar el siguiente ejemplar con el N° 44 tachado y el 45 debajo. Su editorial reza: “Si hay libertad de expresión, se debería ejercer a pesar de poderes omnipresentes cuya sombra amenazante nos sigue oscureciendo el futuro”. Y es acompañada por la nota: “Diálogo abierto con nuestro imprentero (o algunas precisiones sobre el extraño caso del Nº 44 cuyo tiraje fue de 1 ejemplar)”. En ella, Amalevi señala que poner un chiste que dice “a coger que viene el Papa”, no lo considera ni gracioso ni apto para ponerlo, aunque los mismos integrantes de Risario le señalan que el chiste ni siquiera es de ellos, sino de un graffiti en una pared. Amalevi aclara: “No me interesó el importe pecunario sino el prestigio que Editorial Amalevi tiene bien ganado en la ciudad de Rosario. Ustedes fueron los más cáusticos del país; no hay nadie que se haya atrevido a publicar en la República Argentina cosas sobre el Papa como las que publicaban ustedes”.  A pesar de esta decisión, Amalevi aclara que estuvo preso durante el Proceso y que en 43 números nunca les dijo nada.

En 1987, la revista le da la bienvenida al Papa Juan Pablo II a la ciudad. Lo hace de la única manera que sabe hacerlo, con un humor. Y así el N° 44 anuncia “Viene el Papamovil, viene la Cristocleta”.

 

La revista decide entonces sacar el siguiente ejemplar con el N° 44 tachado y el 45 debajo. Su editorial reza: “Si hay libertad de expresión, se debería ejercer a pesar de poderes omnipresentes cuya sombra amenazante nos sigue oscureciendo el futuro”

Un número después, llegara el último ejemplar. Significativamente, el N° 46 de setiembre de 1987, tiene al Manosanta de Alberto Olmedo en la portada, encarnado por dos políticos, y la nota central, firmada por Daniel Briguet, asegura: «Olmedo es la vanguardia», en una precursora reivindicación de la figura del capocómico pocos meses antes de su muerte. El N° 46 de una revista con 45 ejemplares. ¿Dónde estará ese número fantasma del que solo existe una reproducción de su portada? Conseguir esa Risario N° 44 intacta, lindo Santo Grial para el humor rosarino. Ya de por sí es difícil conseguir los ejemplares que fueron editados. Y si uno googlea Risario, Google insiste con corregir tamaño error y pone Rosario. Si uno insiste se puede encontrar con cuatro o cinco notas sueltas sobre la revista y portadas de ejemplares a la venta, una edición en .pdf de su segunda época, de 2011, y una página de Facebook.

Como ese N° 44, la revista se vuelve poco a poco un fantasma. En 2020 murió en un accidente Raúl Negro Gómez, un año más tarde, Daniel Briguet. Cuando falleció Manuel Aranda, mi amigo Maxi me dijo “Hay que hacer una nota con la Risario”. El mandato duró meses. Al igual que en Synecdoche New York, donde representar la ciudad en una obra teatral implicaba el riesgo de abarcarla en toda su extensión, zambullirse en la Risario suponía una empresa similar: reconstruir una Rosario entera. Como hay que ganar tiempo donde no hay, un día volvía del trabajo revisando uno de los ejemplares de la revista en el colectivo. Un hombre se paró a mi lado y me dijo “No pude dejar de notar que estabas leyendo la Risario”. Era el escritor Sebastián Riestra. Durante el breve viaje (que podría haber sido un capítulo de En el colectivo de Cachimba), hablamos del humor, de la revista, de la cultura local, y en medio de la charla le cuento que una de las ideas de la nota era indagar en por qué hoy no se hace humor como entonces. “Porque no hay revistas de humor”, señala Riestra con evidencia. Y puede ser que, más allá de distintos devaneos y teorías, sea así, que para que exista el universo, este planeta, una revista de humor, la cuestión sea tan simple como que en principio haya un espacio.

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Sobre el autor:

Acerca de Luciano Redigonda

Redigonda es licenciado en Comunicación Social (UNR) y Realizador audiovisual (EPCTV). Trabaja en el Centro Audiovisual Rosario en la gestión de la Cinemateca municipal y la programación de festivales y ciclos de cine. Como guionista trabaja en el ciclo “La discoteca del Sereno” (Radio UNR) y el ciclo de animación “Cabeza de Ratón”. Ha sido […]

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