Susana Ibáñez nació y vive en la Ciudad de Santa Fe. Es doctora en Literaturas y Culturas Comparadas y docente de cátedras de Literatura en Lengua Inglesa en el nivel superior. En su último libro Aprender a flotar, la voz de Susana acompaña al lector para comprender sin angustiarse, los fracasos, tragedias y obsesiones rutinarias que minan el libro. Esas minas terrestres están colocadas a propósito, para que vayan explotando por el simple placer de la lectura y de la curiosidad también, de comprender al mundo.
En el primer cuento “Tabla del once”, hay una madre ausente, una niña pequeña que parece padecer un déficit de atención y la protagonista en primera persona: una mujer ya grande que recuerda y narra. Una interlocutora escuchará en silencio a esta hermana mayor que, con diez años, tuvo que hacerse cargo de la pequeña. Un padre autoritario se impone para no responder por qué se fue su mujer y madre de estos chicos. La sordidez del silencio del campo, alejado del pueblo más cercano, revela en la niña-madre una obsesiva repetición de las tablas que aprendió en sus únicos dos años de asistencia a la escuela. Habrá un pequeño quiebre cuando repite la del doce y es cuando suele enfurecerse. Repite esas tablas para no perderse en la brutalidad del campo, en el peligro siempre latente del río tan cercano que va tomando protagonismo.
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Pasa sus días cuidando a los animales, las gallinas, los chanchos o lavando la ropa de su padre y de cuatro hermanos varones que se las arreglarán trabajando sin cuestionar nada. Bajo la responsabilidad de criar a una niña, suele contestar lo que puede para defenderse de algunos accidentes que sufre la hermanita como el de ahogarse en el río un par de veces. Sin la necesidad moralizante de golpes bajos, la autora se introduce en la mente de esta mujer para que el lector también la habite y vaya analizando sus relatos hasta un final tan certero como desconcertante.
En el cuento “La conductividad de los elementos”’, la palabra precisamente conductividad, será manejada con la sutileza de las sugerencias. Cada palabra está puesta para deslizar una imagen, un símbolo, un detalle. Una pareja de edad avanzada convive como puede en un viejo edificio de departamentos. Fermín, el marido, percibe ruidos y conversaciones que nadie escucha. Su compañera, Carmen, le regalará la máquina de ruido blanco para que se duerma y no padezca de insomnio. Pero nada sirve para paliar el problema de Fermín y todo podría seguir igual, como entonces, como antes cuando tuvieron un hijo o cuando esa madre hablaba con el hijo. El recuento mental de Fermín, dejará tras el final abierto, una certeza angustiante de lo que pueda pasarnos a la vuelta de la esquina.
Una primera persona hablante, con una notable capacidad de observación, no puede captar el lugar que habita o el anacronismo en el que vive en el cuento “Bajo esta ciudad hay ríos”. Sin embargo, advierte que “bajo la cuidad corren ríos y que si no se toman medidas drásticas va a ocurrir una desgracia”. El estado de advertencia en el que se halla él mismo, se verá cuando un enorme choque enfrente de su casa-negocio, lo ponga en alerta. En la entrevista que le harán posteriormente, descubrirá viéndose a través de su televisor como a su propio desconocido. Le cuesta reconocerse y capta bajo sesudos soliloquios, que algo de su propia vida no está funcionando bien. El personaje va creando su propio mundo, se enajena de la realidad y la llena de fantasías. El tono de esta primera persona pareciera un tanto amigable y el trabajo de Susana es llevar esta historia atrapante hasta un final que no será el lugar al que quiera llegar el lector. El tipo de cuento que se narra en cualquier ciudad bajo el cuchicheo de los vecinos, pero que se extiende a lo largo del mundo como una escritura universal cuando alguien lo escribe.
Dice la autora: “En el caso de ‘La tabla del once’, lo que inició el cuento fue una frase muy rara que escuché una vez, que era la primera vez que se ahogó tal y que habrá una segunda vez que se ahoga. Y la imagen de la niña vino de un sueño de un fantasma muy pequeño que vuelve a aparecer sugerido en ‘La conductividad de los elementos’. Hay frases que me suelen pasar como ideas que me quedan en la memoria y después se desarrollan en cuentos como la posibilidad de que los ventiladores produzcan sonidos o que nos hagan imaginar situaciones como un ventilador ventrílocuo. Después está ‘Bajo esta ciudad de ríos’, en el que la gente de Santa Fe, que lee este cuento, recuerda enseguida un negocio en particular que resulta ser el que yo tenía en mente. Cuando escribí esto, yo pasaba a diario cerca de un negocio en el que un hombre estaba siempre sentado en el escritorio atrás de pilas de calculadoras de esas de manivela y de máquinas de escribir. Y no entendía qué hacía ahí porque nunca entraba nadie. Ahí hay un cruce de situaciones reales y de lo que rodea a este hombre y a su imaginación exacerbada”.
El cuento ‘Justo hoy se te ocurre’, inaugura la mitad del libro ingresando desde el estilo indirecto libre en la mente de una mujer que aparentemente pierde la memoria y entra en una casa que tiene entreabierta la puerta del garaje: “Nadie va a sospechar que se metió de curiosa, y aun si lo hicieran, ¿qué podrían decir? ¿Quién va a pensar mal de ella?”, escribe Susana. Como los grandes narradores, a lo Chéjov, Susana ha entrado en la mente de la mujer, el párrafo pertenece tanto a la autora como al personaje y en esa ironía dramática continúa el cuento. Hay olor a tuco en la casa, la recorre como por primera vez. Hay también un paisaje santafesino lleno de humedad y una inocencia sutil en la mente de la mujer. Podría asociársela a Susana con Samantha Schweblin, pero con diferencias por supuesto, aquí hay algo de encanto en las palabras, como una naturalidad candorosa en esa mujer que visita esa casa y la recorre. El final feliz es imperdible.
“Es sobre una mujer que pierde la memoria, que sufre de algún tipo de demencia y que olvida su propia casa. Hay dos cuentos muy breves que son: ‘Te esperé en la fuente’ y ‘Llevarás el dolor en tu salto’, el primero surge de un refugio que había en Paraná, junto al cual yo pasaba en el ómnibus yendo a la Facultad, y tenía esa leyenda tan rara y yo decía ¿quién puede escribir semejante cosa? ¿Quién no tiene el número de celular de la persona a la que esperó en la fuente? Y el segundo es también un recuerdo de una alumna que se mató en los 90 y lo que me extrañaba era el hecho de que poca gente la recordara”, dice Susana.
Los detalles del cuento “Ir al mar”, datan de los viejos mandatos de generaciones anteriores. Sobre los padres imponiendo en el lomo de sus hijos ciertos estamentos familiares que definitivamente, surten un efecto contradictorio en un punto en el que pueden arruinarles sus vidas, o salvarse por decisiones que la misma experiencia les irá otorgando. Entonces un matrimonio se revela de alguna forma ante la contradicción pueblerina que los aplana y logran destrabar sus inconvenientes en plenas vacaciones de verano en la costa atlántica.
“Es la historia de una mujer que narra su mal matrimonio y cómo lo supera después. Los dos últimos cuentos tienen un intertexto muy fuerte porque ambos surgen de un momento. Yo siempre hago experimentos, en este caso lo que estaba haciendo era tomar poemas y ver si podía transformarlos en historias. Y hay uno que enseñé durante treinta años que es ‘La canción de amor de J. Alfred Prufrock’, que, por sus alusiones mitológicas y literarias, tenía una historia. Tomé el poema como subtexto y narré la historia de un poeta que va a una lectura de poesía y fui trasladando todas las alusiones a Londres y a un entorno del grupo de Bloomsbury. Lo trasladé a Santa Fe, su paisaje y las lecturas de poesía que se hacen en pleno verano cuando el aire acondicionado te corta la respiración de lo fuerte que hay que ponerlo. El cuento ‘Tu ciudad es la mía’, se basa en el poema ‘A vision’, de Simon Armitage, en el que el poeta recrea el hallazgo de unos viejos planos que se encontraron en un basural, que eran de una ciudad futurista y él los encuentra y lo que le extraña es que se hubiera planeado una ciudad que después resultó no ser. Entonces se me ocurrió escribir algo similar que ocurriera también en Santa Fe, sobre dos estudiantes de arquitectura que planean para su tesis una ciudad que después no fue. No soy de hacer literatura autobiográfica. Tomo imágenes como ésta de la mujer al lado del mar o cosas que leo, pero son más bien fotos. En este libro los cuentos han surgido de distintas propuestas que yo me iba haciendo para ver si lograba algo. Y bueno, de cada 20 textos rescataba dos y pude armar este libro”, dice Susana.
Susana coordina talleres privados y clínicas de escritura creativa. Publicó el libro de cuentos: La vida al ras del suelo, Letras y Bibliotecas 2018, y las novelas Te juro que es por tu bien, 2020; y Mientras vence afuera la sombra, 2021, ambas por la editorial santafesina Palabrava.