Cuando supe la noticia –pero no aún su confirmación– pensé que esta vez, otra vez, él iba a poder esquivar el destino. Cuando se confirmó, preferí no creerlo. Después de todo, siempre que estuvo contra las cuerdas sacó lo mejor de sí. Con la pelota en los pies, o con la vida en el cuerpo, él siempre era igual. Pero no. La tristeza espesó el aire de un país que quedó suspendido en el tiempo, como confirmación de la tragedia. Se fue. Pasó.

El miércoles 25 de noviembre se fue el que más feliz hizo a este país. Válido sería hablar de sus años de Cebollita, su paso por Argentinos Juniors, el juvenil del 79, los 4 goles a Gatti, la vuelta con Boca, su pase récord y la lesión en Barcelona, su llegada a Nápoles, la gloria impensada –por nosotros– del 86, los títulos en Italia, el pase a Caniggia contra Brasil en el 90 –con el tobillo roto–, su año en España, su paso por Newell’s, la vuelta a la selección, el gol a Grecia, la caminata junto a la doctora al final del partido, la vuelta a Boca, los penales errados, el gol a Belgrano, el cambio por Riquelme. Pero sería injusto.

Hinchas del Nápoli, luego de consagrarse inesperadamente campeón, colgaron una bandera en la puerta del cementerio que decía “No saben lo que se perdieron”.

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Los perros verdes

En el mundo conservador del fútbol, es raro encontrar jugadores disruptivos. Pero los hay. Y algunos de Rosario.

Él no es lo que le pasó en el césped. Él no es quien hizo el mejor gol de la historia de los mundiales. Eso es el decorado, un adorno. Él es agrupar a sus compañeros, minutos antes de salir al Estadio Azteca, y decirles “Vamos, eh, vamos que estos hijos de puta capaz nos mataron a un vecino, capaz nos mataron a un familiar”, para motivarlos y, contra todo pronóstico, ganar. Y no solo ganar, sino ganar haciendo dos goles: el gol más sucio y el más lindo de la historia de los mundiales.

Podía ganar lo que quería, pero ganar no le alcanzaba. Fue como candidato en el mundial de 1982 y volvió antes de tiempo. El Barcelona pagó una cifra inédita y el equipo naufragó. Reencuentro con Bilardo en Sevilla, pero nada bueno salió de allí. El Súper Boca de los noventa, ni una vuelta. Si lo que simplemente había que hacer era cumplir con el trabajo, entonces todo le costaba un poco más. Una vez le pedí a un amigo mucho más hábil con la palabra que lo defina y me explicó que si en lugar de jugar al fútbol hubiese ido a trabajar a una fábrica seguramente hoy sería un líder de la CGT.

Tenía relación con la épica, por aquello que está más allá del triunfo. Gatti, arquero estrella de Boca, lo puso en discusión antes de un partido: le metió 4. Se fue al sur de Italia para dar vuelta el mapa y combatir a la adinerada liga del norte, y lo hizo. En 1990 casi gana un Mundial jugando en una pata. En el 93 puso todas sus energías en levantar a una selección que estaba perdida luego del 0-5 con Colombia y un corte de piernas dejó todo en un “qué hubiese pasado si…”. La simple conquista no era su objetivo, era más de superar adversidades.

Fue capitán, figura y campeón del mundo de un equipo predestinado al fracaso en 1986. Y fue mucho más. Su triunfo también fue, como cuenta Casciari en su cuento “Carta de una ama de casa…”, hacer que un país recuerde 1986 con alegría, a pesar de que buena parte de la población pasaba el peor de sus inviernos.

Desde el olimpo en el que sus hazañas lo ubicaron fue obligado por algunos pecadores a dar el ejemplo que nadie nunca dio. Quisieron despedazarlo y separar su talento de su ser ¿El jugador o la persona? Y como respuesta decidió ser más auténtico que nunca dejando que el mundo entero vea sus errores y sus aciertos. Sus problemas con las drogas, sus recuperaciones, su machismo y fanfarroneo, su abrazo a las Abuelas de Plaza de Mayo, su violencia y su cariño. Dejó que todos descubramos sus contradicciones, las que tenemos todos.

Cámara de Diputados de Santa Fe
Sobre el autor:

Acerca de Sebastián Garavelli

Soy productor y periodista de la ciudad de Rosario. Colaboré en RosarioPlus, La Capital, El País (España) y, ahora, REA Revista. Escribí un libro sobre Tata Martino que se editó en España y Argentina, pero que no lo leyó ni él. En radio participé de Hoja de Ruta (Radio Si) y colaboré en Radio M90. […]

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