“Hay fronteras que cruzamos sin saberlo. La primera vez que soñamos, la primera vez que nos miramos en un espejo o la primera vez que probamos el chocolate, la leche o el pan. Sofía por ejemplo, aunque en adelante lo hará tantas veces que le parecerá que lo hace desde siempre, está a punto de descubrir la sensación de deambular por la casa mientras su familia duerme”.
Así comienza Inventario escrito por Paula Galansky. Es el año 1934 en la localidad de Viale, Entre Ríos, Sofía se levanta y a condición de no hacer ruido (no puede haber ni corridas ni golpes de puertas), ella es libre de hacer lo que quiera porque todos en su casa están con los ojos cerrados.
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La plaqueta editada por Danke –que este 2020 cumplió sus 10 años– forma parte de “Bitte serie de zines” que reúne siete publicaciones poéticas y la de Galansky es la primera entrega de narrativa.
Paula Galansky nació en 1991 en Concordia, Entre Ríos. Se mudó a Rosario cuando empezó a estudiar Letras en la UNR y trabaja como profesora y correctora free lance. Publicó Dos noches (Menta Zines, 2018). Recibió una Beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes. Fue seleccionada en la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires y obtuvo la Beca Elipsis del British Council Colombia. Integra la antología Divino tesoro (Mardulce, 2019).
¿Qué dicen los objetos propios de una persona? ¿Qué lista de cosas dejamos para que hablen por nosotros? ¿Qué espesor cobran esas chucherías que valen poco pero significan mucho?
En nueve relatos breves que se encadenan a lo largo de 28 páginas la autora cuenta la vida de una mujer que se llama Sofía y que desde el comienzo sospechamos es su abuela. Y lo hace a partir de un repertorio de objetos personales que desempolva.
“Me gustó la idea del inventario en tanto lista de objetos, pero también como conjunto de inventos. Por otro lado, quería contar una vida y para eso disponía de fragmentos y pequeños episodios”, dice la autora
La inexperta niña Sofía –que pese a caminar con cuidado hace ruido y sus padres despiertan rompiendo la magia del deambular– hasta la mujer adulta –que a los 50 se dice que en poco tiempo más será demasiado vieja– pasando por la joven indolente y enamoradiza, nos ayudan a entrar a un universo femenino, de entrecasa que la autora pincela con escenas, detalles, instantes que hablan por sí solos y logran acercar a la protagonista de la historia aún con aquellos silencios que quedan flotando entre las líneas y nunca se completan salvo en la imaginación.
La delicada ilustración en tonos pasteles que abre y cierra el libro es de Lucía Tognarelli. En la tapa, emergen de un alhajero una serie de recuerdos: una foto en la playa, un collar de perlas, una carta, un prendedor con flores. En la contratapa, un pequeño pajarito de chapa de esos que al darle cuerda caminan y picotean el piso imitando a un gorrión real.
“El año pasado, después de mucho tiempo sin verla, reencontré una cajita con cosas que habían sido de mi abuela. Adentro había papeles varios: notas, garabatos, algunas fotos, cartas, postales, números de teléfono e invitaciones a casamientos de gente que ya nadie conoce, joyas de fantasía rotas. Cuando mi abuela murió, hace muchos años, en vez de tirarlos me los dieron a mí para jugar”, cuenta la autora.
Pero fue en abril de este año, a un mes de iniciado el aislamiento producto de la pandemia, que empezó a escribir los relatos que forman parte de Inventario.
“No supe bien qué hacer con todo eso, pero me entusiasmó la idea de seguir ese rastro de papelitos, restos y descartes que van quedando atrás de una vida. A partir de esa idea empecé a escribir sobre lo que los objetos podían sugerirme, un poco gracias a hechos y datos que conocía sobre la vida de Sofía, y también a partir de momentos, más objetos y detalles a los que solo podía acercarme imaginándolos”, dice.
Los objetos que aparecen en Inventario sugieren ideas, permiten establecer relaciones, despiertan en quienes contemplamos todo tipo de sentimientos, pero sobre todo invitan a soñar, a imaginar y a evocar otros lugares o momentos.
Por un instante nos encontramos en la feria eligiendo un anillo del humor que cambia de color para indicar el estado emocional de quien lo lleve puesto, o en la foto de los 15 años que salió publicada en la página “Sociedades” del diario local, o en el discurso de presentación de la compañía teatral, o en el romance con el marinero, o en los garabatos de las flores de papel, o en la postal con el dibujo de un camello, o en las palabras escritas en el dorso de una foto, o en la baratija del pajarito de chapa o en el talón de entrada al Parque Nacional Nahuel Huapi en Bariloche. Los elementos se hilvanan para darle un marco a esos fragmentos que abarcan muchas etapas en la vida de una mujer a lo largo del siglo XX.
Aunque mantuvo cierto orden cronológico, propio de un inventario, y los relatos van desde año 1934 al año 1998, a medida que avanzó en la construcción narrativa a la autora le pareció bien separarse más y más de su abuela Sofía.
Es así que alejada de aquellos datos que hacen a la biografía, decidió contar su propia versión. «Tal vez la vida imaginada o recreada. La que Sofía tuvo o pudo haber tenido», dice. La que se hace no tanto de grandes momentos, sino de detalles. De aquellas cosas mínimas que muchas veces se conservan y un día asoman perfumadas y guardadas desde el fondo de un cajón.