En El orden del día Éric Vuillard pone la fecha precisa: “ese atardecer del 20 de febrero de 1933 en el palacio del presidente del Reichstag”, en Berlín, cuando un grupo de veinticuatro empresarios alemanes poderosos se reunieron para darle su apoyo financiero a Adolf Hitler y su partido nacional-socialista. Pero Vouillard va un poco más allá y hace una exégesis de algunos de esos nombres, por ejemplo, sobre Günther Quandt, cuyo apellido nos dice poco, escribe: “Se adivina, sobrevolando por encima de él, Accumulatoren-Fabrik AG, la futura Varta, una compañía a la que sí conocemos, pues las personas jurídicas poseen sus avatares, al igual que las divinidades antiguas cobraban distintas formas y, con el paso del tiempo, se sumaban al resto de los dioses.

“Tal es, pues, el nombre auténtico de los Quandt, su nombre de demiurgo, porque él, Günther, no es más que un montoncito de carne y huesos, como ustedes y como yo, y porque, después de él, sus hijos y los hijos de sus hijos se sentarán en el trono. Pero el trono, por su parte, permanece cuando el montoncito de carne y de huesos se corrompe bajo tierra. Y así, los veinticuatro no se llaman ni Schnitzler, ni Witzleben, ni Schmitt, ni Finck, ni Rosterg, ni Heubel, como nos mueve a creer el registro civil. Se llaman BASF, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken.”

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Detrás de cada régimen existen esos “avatares” que una tarde se sientan a una silla y conversan sobre cómo se va ordenar el trabajo, cómo se va a limitar la actividad sindical y cómo se va a reprimir a los trabajadores. El régimen pasa, deja su tendal de muertes, de pobres y de huérfanos, y esos avatares vuelven a sentarse en sillones parecidos, o en los mismos.

La dictadura argentina, de la que se cumplen 46 años este jueves, empezó en realidad antes. Empezó en reuniones como las que describe El orden del día. Conocemos a los interlocutores, los Videlas, los Masseras, los Galtieris; pero vagamente conocemos a esos “avatares” que los financiaron y se beneficiaron.

La dictadura del capital financiero. El golpe corporativo militar y la trama bursátil (Bruno Nápoli, M. Celeste Perosino y Walter Bosisio) trata sobre cómo los sectores vinculados al capital financiero –cuyo prohombre es aún Domingo Cavallo– minaron la democracia con leyes económicas que ciñeron el poder a aquellos avatares cuyos vástagos siguieron beneficiándose.

“El libro demuestra –me dijo el historiador económico Bruno Nápoli– con documentación rigurosamente seleccionada, cómo los sectores concentrados de la economía argentina, durante la dictadura de Jorge Videla, cambiaron el marco legal de nuestro país, imponiendo leyes económicas (algunas aún vigentes, como la Ley de Entidades Financieras) que dieron prioridad a la especulación financiera y a la preeminencia de los bancos por sobre las industrias”. Pero para escribir ese libro Nápoli debió esperar 36 años: recién en 2012 la Comisión Nacional de Valores abrió su archivo y el historiador pudo investigar la relación de la última dictadura con el capital financiero.

Desaparición y dolarización

“La dictadura de la desaparición de personas afectó primero en términos sociales por el genocidio cometido –señala Nápoli antes que nada–, es una afectación cotidiana porque el crimen de la desaparición se comete todos los días, es el peor de los crímenes porque acumula el secuestro, la tortura, el asesinato, la desaparición del cuerpo. La sociedad por suerte sigue hablando de los desaparecidos, el movimiento de derechos humanos en Argentina –único en el mundo– no paró nunca de dar pelea contra las desapariciones. Esa marca va a quedar para siempre, por los siglos, en la sociedad argentina. En términos económicos el objetivo de la desaparición de personas y de la dictadura fue cambiar la forma de pensar de la sociedad, y en parte lo lograron, dolarizando el pensamiento económico, desdoblando esa economía en peso y dólar y, ante todo, estableciendo una legislación enorme, de más de 400 leyes que todavía sobreviven y fueron aprobadas por la dictadura, que regulan todo el sistema financiero, o las inversiones extranjeras, o la policía, o el servicio penitenciario, la ley de menores, es decir, son decenas de leyes que establecieron un cambio de paradigma, un cambio de forma de pensar y que fortalecieron profundamente a los sectores concentrados de poder. Cuando decimos ‘sectores concentrados’, para que se entienda: son los sectores financieros, que se concentraron –cuando asume la dictadura había 800 entidades financieras; hoy hay 75 u 80, no más que eso: 60 de esas entidades son bancos y una decena son casas de préstamo, financieras–: concentraron el capital en muy pocas manos. Y no es un capital que se redujo, sino que creció, porque cuando se abre la economía a bienes y capitales, es decir a que entren mercaderías y, además que entren dólares sin regulación, eso va a muy pocas manos, a quienes más posibilidades tienen de concentrarlo. Entonces, ahí tenés un poder concentrado. Otros sistemas concentrados son los que dan energía, los empresarios agrupados en sectores corporativos que manejan finalmente todo lo que es el mercado de bienes y capitales. Esa concentración está favorecida por una legislación que les permite hacer muchas cosas casi sin control. O sea que la dictadura tuvo un efecto muy fuerte al dejar una legislación que aún está vigente y sigue habilitando la concentración del poder económico.”

En La dictadura del capital financiero se dice incluso que esa legislación permite todo, como si casi no hubiera un marco legal. “Y sí –dice Nápoli–, la Ley de Entidades Financieras comienza diciendo ‘Las entidades financieras podrán hacer todo lo que no esté prohibido en esta ley’. Y casi no hay prohibiciones. Por lo tanto es un sistema muy acostumbrado a autorregularse a través de una legislación tan permisiva. Por eso cualquier tipo de control que surja en el sistema financiero genera una reacción muy fuerte de estos espacios de poder concentrado. Acordate lo que significó para estos sectores el cepo cambiario, la restricción de poder comprar y vender dólares libremente. Una economía que permite eso generalmente se desfinancia, porque habilita el capital especulativo por sobre el productivo. Si tenés un millón de dólares y te dan una tasa alta no vas a poner una fábrica, o un negocio, no te vas a poner a producir productos, generar insumos, trabajo; te conviene ponerlo en el sistema especulativo que ganás mucho más en menos tiempo.”

La clase parasitaria

En su caracterización de los dirigentes de la alianza entre el PRO y la UCR que gobernó hasta 2019 y, sobre todo, entre los empresarios neoconservadores de Propuesta Republicana, Nápoli halló una definición: “Los veo como representantes de una vieja oligarquía financierizada hasta la médula que repiten un modelo de estancieros ausentistas, esos oligarcas que estaban en la ciudad y sus estancias producían millones por fuera del control estatal. Hoy estos tipos son también propietarios absentistas como esa vieja oligarquía. Pero las estancias ahora son las offshore: son como estancias que producen millones de dólares por fuera del control estatal. Acordate que la alianza entre radicales y conservadores en la década del 30 fue la que firmó el pacto Roca-Runciman (1933) que es como el bono a 100 años que firmó (el ex ministro macrista Luis) Caputo. Era una entrega de recursos para sectores extranjeros y para beneficio de los que lo firmaban. En el pacto Roca-Runciman las estancias recibían todos los beneficios de ese acuerdo con Inglaterra. Hoy el bono a 100 años es para quienes lo compran, que son las offshore de Caputo y de algunos funcionarios más.”

En un artículo para Lobo Suelto que tiene ya cuatro años, Nápoli observó que la dirigencia cambiemita que hoy aspira volver al poder en 2023 reúne a una oligarquía muy Argentina, que no existe en otros países. “Las oligarquías terratenientes cómo ésta, que dejó las tierras productivas e improductivas en 1880 en muy pocas manos: que son los dueños de la comida, de lo que produce el país, de los recursos minerales y naturales. No sé, la extensión más larga de Alemania debe tener 70 u 80 hectáreas, lo mismo en Francia, en Italia, en Alemania, en España tampoco, en Inglaterra, mucho menos. Esos estados se cuidaron cuando se formaron de tener una clase parasitaria como la oligarca, que se queda con la tierra y con todo lo que produce. Nosotros vivimos de lo que produce la tierra, estos tipos no la laburan y encima la arriendan, con lo cual cuando comprás la comida pagás lo que costó producirla, la ganancia del productor más lo que sale el alquiler, es como si vendieran todos los meses la tierra y la recuperasen: recuperan el valor de la tierra todos los meses y cuando les va mal le piden ayuda al estado, además de lo que acumulan los sectores que exportan lo que produce la tierra. Pensá que si sos un productor de soja y exportás toda tu producción de soja sin las retenciones –como sucedía durante el macrismo– y lo cobrás en dólares, podés dejar todos esos dólares en el exterior, no tenés la obligación de ingresarlos al país. Uno puede preguntar: ¿si no ingreso lo que gané cómo afronto la próxima producción? Con subsidios del estado; ahora con la sequía le están pidiendo de nuevo plata al estado, que seguramente le va a dar subsidios y créditos blandos a tasa cero. Es una clase parasitaria: viven del estado.”

Poder y política

En su Breve historia del neoliberalismo, David Harvey señala que uno de los mayores logros de las ideas difundidas por Milton Friedman o Friedrich Hayek –que hallaron su práctica vanguardista en la dictadura de Augusto Pinochet– es haber separado la política del poder. Ése también fue un legado de la dictadura que vino a reforzar el gobierno cambiemita entre 2015 y 2019.

Bruno Nápoli no dice que el macrismo es la dictadura –y este texto sólo subraya una característica común– pero se pregunta cómo se llegó a poner a Mauricio Macri en la Casa Rosada: “Le bajaron el precio a la discusión política, a la discusión económica, a las instituciones. Depreciaron todas las formas de discusión democrática de la Argentina y eso es un legado tremendo, una herencia muy pesada. Los principales delincuentes económicos ocuparon los principales cargos institucionales de la Argentina y degradaron esos lugares. Macri degradó la función de presidente en la democracia argentina. Que una persona así llegue a presidente te hace pensar que el presidente es una figura menor y eso es muy grave no sólo para los ciudadanos, sino para los gobiernos que vengan y quieran reinstitucionalizar la Argentina. Pero también nos permite pensar cómo fue posible y qué tipo de acompañamiento tuvo, qué pasó con nuestra dirigencia empresarial, sindical y política que dejó actuar de esta manera a un gobierno absolutamente irresponsable teniendo las armas legales que permitían terminar con esto mucho antes. El único número del que deberíamos estar hablando es el de 15 millones de pobres en Argentina y más de tres millones de personas que no comen y que viven en la calle. Quince millones de personas sobre 45 millones de habitantes. El legado creo que es esa pregunta: ¿cómo llegamos y cómo permitimos esto?”

En estos días en los que recordamos a las víctimas y los genocidas de la dictadura que quebró la historia argentina, cabe también ubicar en la foto a esos “avatares” esquivos que aún disfrutan de sus beneficios y sus leyes.

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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