En los diarios argentinos se escribe con lágrimas de tinta: “El astro Ronaldinho apoyó a Bolsonaro”. En las radios la noticia se leyó entre el asombro y la incredulidad; en la tele fue show, en las redes indignación. Los deportistas se han convertido en iconos sociales y, como tales, se los necesita para instalar ideas. Desde temas triviales como la venta de un shampoo para lo cual hace falta un Cristiano Ronaldo, las papas fritas de Messi o unos calzoncillos con los que acceder a tutearse con el jet set como “Poroto” Cubero.
También hay futbolistas que saben de penetración social y encaran para otro lado, los que entienden que su rol puede ser otro, que la utilización de ese arma que es la masividad puede ser un pinchazo al corazón o un balazo en la cabeza: “Si Messi leyera, cincuenta millones de chicos en el mundo leerían, porque cuando Messi se tiñe el pelo, cincuenta millones de pibes lo hacen”, le dijo Ignacio Bogino a Página 12. El rosarino es un perro verde. Es una rareza en el fútbol. Este muchacho que hizo inferiores en Rosario Central tuvo que crecer, formarse como futbolista, querer pertenecer y convertirse en referente para luego deconstruirse. No es el único.
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Nombres
“Mi nombre es Kurt y eso me trajo algunas complicaciones. En la escuela me decían culo. No tuve documentos hasta los 7 años porque la dictadura (nací en el 76) no permitía nombres extranjeros aunque su patriotismo sí permitía empresas multinacionales que destruyeron la industria Nacional”, escribe Kurt Lutman en la red social que utiliza para vender sus libros, los que reparte en bicicleta por toda la ciudad.
Hay otro perro verde y no será el último. Un arquero que fijó en el dorso de sus guantes la imagen del pañuelo de las Madres y Abuelas acompañada por el célebre “Nunca Más”. Lo movilizan algunas otras causas y aunque esté en México por trabajo se siente acá: “¿Cuál sería la razón, la explicación o los fundamentos para no acompañar el reclamo de los docentes en Argentina? ¿Acaso no debemos defender la Educación en todas sus formas y con ello sus componentes: Instituciones, educadores, familias, alumnxs y demás?”, escribió.
Como se supo antes de las elecciones en Brasil, Ronaldinho, Cafú, Edmundo, Rivaldo, Lucas Moura y Felipe Melo apoyaron a Bolsonaro. Pero Juninho Pernambucano, no: “Me revuelvo cuando veo a un jugador o ex jugador de derecha. Venimos de abajo, somos pueblo. ¿Cómo vamos a ponernos de ese lado? ¿Cómo vas a apoyar a Bolsonaro, hermano?”, dijo el futbolista nacido en Pernambuco, como su “apellido” lo expresa, una de las regiones más pobres del país, con una zona rural históricamente de extremo desamparo.
Como queda dicho, hay muchos perros que juegan al fútbol, unos son verdes, otros merecerían llevar bozal, al menos para evitar las mordeduras en los tobillos y los tarascones a la conciencia social. Entre estos últimos hay un hombre, recientemente retirado, que pudo haber sido un ministro de deportes de Bolsonaro, salvo por la pequeña distancia que los separa. Es italiano, jugó en el Calcio y hoy entrena en la segunda división de Inglaterra. Su nombre es Paolo Di Canio. Nunca ocultó su “simpatía” por el fascismo y particularmente por Benito Mussolini. Popularizó, jugando para Lazio en un clásico ante Roma, el saludo romano, que repitió en varias oportunidades y solía exponer su tatuaje de águila imperial grabado en la espalda.
Hace apenas unos meses, el mediocampista griego, Giorgios Katidis, del AEK de Atenas, realizó el mismo gesto en un partido ante el Veria. La Federación y su club lo sancionaron de por vida pero encontró asilo en Italia, como era previsible.
El fútbol es terreno fértil para las desmesuras y la cosecha de egos. También es el deporte más igualador, como contrapeso. Es un sitio en el que no hace falta tener características físicas especiales para participar, tal como ocurre en otros. Tampoco hace falta un buen pasar económico, benefactores, mecenas ni linaje para patear una pelota. En algún baldío, de los que quedan pocos, o en la canchita del barrio, podrían correr para el mismo lado el hijo del dueño de una empresa importante y un chico que va a un comedor escolar.
Pueblo
El periodista de La Nación Cristian Grosso escribió hace unos días un texto que se titula “Tévez: al jugador del pueblo se lo devoró un burócrata”. Si bien la nota refiere a conductas dentro del campo y a decisiones profesionales, es claro que el trasfondo de su vida tiene una línea que recorre el mismo sentido: “Con el imán del recuerdo, el Apache suele contar con la complicidad popular –y de varios medios– porque la gente ve en él algo de superhéroe”. En el último tiempo, sus declaraciones empezaron a hacer ruido en alguna parte del pueblo que solía representar: “A Lito (su hijo) lo llevo al barrio conmigo. Es chico todavía pero imaginate… La madre, los abuelos, el único varón, ¿viste? Si no lo llevo al barrio a que le den un par de cachetazos, está ahí de doblar la muñeca”, había señalado Tévez.
En esa línea, a Ignacio Bogino le preguntaron sobre las dificultades de los futbolistas respecto de declarar abiertamente su condición sexual: “Eso habla muy mal del fútbol. El fútbol es un lugar opresor. Que un chico no llegue a jugar por su condición sexual es muy triste. La cultura del fútbol es lo más machista que existe. La cultura del fútbol está generada así: el que da es el que goza, el que recibe es el que pierde y perder está mal. Tiene que ver con la cultura de la victoria. El que es gay en la cultura del fútbol no es un ganador y en el fútbol hay que ser ganador. Perder no se puede. ¿A quién le conviene esto? No lo sé”, dijo el actual defensor de Brown de Adrogué.
El fútbol es de los deportes más conservadores, no hace falta hacer un análisis sociológico para advertirlo, con sólo poner el acento en los cambios reglamentarios de los últimos 30 años y hacer la comparación respectiva con otras actividades la diferencia saltará a primera vista. Esa estructura rígida, la de los hombres que la manejan, acompañado del dinero que mueve, del poder que reparte, hace que no sea un lugar para las grandes revoluciones. Más bien lo contrario, muchas veces es el circo romano en el que esconder grandes miserias: “Siento que dimensionar el drama de un país lleva tiempo. A mí me llevó un montón, por eso puedo ponerme en el lugar del que está tratando de ver de qué se trata todo esto”, observa Kurt Lutman.
Y agrega: “Mi experiencia personal, en tiempos en los que jugaba, fue apenas un balbuceo de lo que creía que tenía sentido: construir justicia y pedir cárcel a Videla, en una época en la que no había justicia. Uno creía en tratar de buscar adeptos para una condena social. Aun hoy yo no tengo resuelto nada. Y además, reivindico a mis compañeros porque yo recuerdo haber propuesto salir a la cancha con una bandera y ninguno dijo que no. Después no se hizo porque la comisión directiva nos bajó el pulgar. Entonces, muchas veces esas no manifestaciones no implica que no existan, sino que fueron y son coartadas. En el año 99, en un superclásico, River y Boca salieron con una bandera que decía ‘Restitución de los 500 chicos apropiados’. Esa foto nunca fue publicada en ningún lado pero yo la vi. Y la vi porque el fotógrafo se encargó de pasársela a muchos conocidos. Entonces, para todo el mundo esa foto no existió. Por eso siento que a la hora de reconstruir estas pequeñas historias tenemos que hacer un trabajo detectivesco y nos vamos a encontrar con un montón de jugadores, entrenadores e hinchas que en su momento levantaron la mano”.El dedo del director de cámaras que decide no mostrar esa bandera sostenida en un superclásico no es azaroso. El poder también es el poder del mensaje, del que se muestra y del que se oculta. Ya lo escribió antes y mejor el periodista polaco Ryszard Kapuściński “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Al parecer, el Patón Guzmán lo advirtió de pequeño, tal vez por su formación en casa de sus padres, tal vez por la gente con la que se fue vinculando, tal vez por todo eso y algunas cosas más: “Hubo un momento en que empecé a preguntarme quién me escribe en el diario, quién me cuenta las noticias en la televisión, y empezás a ver que hay intereses. Meterme en cuestiones sociales, juntarme con gente que patea los barrios hizo que al llegar a Primera entendiera que si sos una persona conocida hay que ser cauto con el mensaje”.
Para Guzmán, que el destino lo cruzase con Kurt Lutman fue revelador: “A través del fútbol, supo conectar con la realidad social. Me dio su perspectiva. A través de él, conocí a Mariano Soso. Pibes que de más jóvenes militaban y tienen una cabeza enorme. Empecé a pensar en algo que me dijo en aquel momento: ‘Si yo hubiera seguido, todas estas cosas que estoy haciendo: armando equipos en los barrios y entrenando día por medio, como jugador hubieran tenido otra relevancia’. Entonces me quedó grabado que desde mi lugar podía hacer cosas grosas. Así como cuando te mandás una cagada sale en todos lados, cuando hacés una movida solidaria toma mucha fuerza y hay mucha gente que toma este tipo de cosas para empujar. Valoré mucho lo que él me dijo”, expuso el arquero de la selección.
A veces los perros verdes se agrupan en una esquina para ladrar juntos movidos por un sentimiento irracional, otras veces media el pensamiento y forman parte de un colectivo como fue el proyecto Pelota de Papel, que encabezó Sebastián Domínguez, y que reunió a Bogino, Lutman y Guzmán. La idea de reunir a futbolistas para escribir cuentos con fines solidarios significó que esa jauría expresara mucho más que un ladrido.
Perro
Catalogar a un futbolista como un perro es despectivo, salvo que aparezca una pluma como la de Hernán Casciari y lo cambie todo, como suelen cambiarlo los dotados de talento. Su “Messi es un perro” fue una ruptura. Nadie más alejado de esa descalificación que Sócrates, el rebelde. Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira fue un brillantísimo jugador de la década del 80.
No sólo se destacó en la cancha, también lo hizo en militancia política. En el Corinthians fue uno de los impulsores de la “democracia corintiana”, movimiento de autogestión que hizo historia. En plena dictadura de Joao Baptista Figueredo, el Corinthians, uno de los equipos más populares de todo Brasil, se propuso la idea de que desde el utilero hasta el presidente tendrían el mismo poder de voto, de modo que todas las decisiones del equipo eran tomadas de forma democrática, ya se trate de los salarios de los jugadores o de la contratación o baja de un jugador o empleado.
Sócrates, doctorado en medicina, era una de las grandes figuras de un equipo que se coronó en el campeonato paulista del 82 y 83, que además logró saldar deudas económicas históricas y dejar 3 millones de dólares de superávit para la temporada siguiente gracias al método. Pero el saldo más importante fue que los habitantes de San Pablo forzaron a los militares a convocar a elecciones para elegir gobernador del estado para el 15 de noviembre de 1982. Los jugadores de club, en tiempos en que no había camisetas con publicidad en el pecho, salieron a la cancha con una inscripción que decía “Día 15, vote”, desafiando públicamente a los militares, los mismos –o casi– que no le permitían a Lutman llamarse Kurt.
Hay perros y perros; están los que dan batalla hasta quedarse con la botella de plástico rota y los que se sienten cómodos en el lugar que les designaron; los que ladran y los que no se los escucha; están los ágiles, los habilidosos y los que imprimen miedo al mirar de frente. Y allá en el fondo, casi desentendidos de la jauría grande, están los verdes, los que el resto ha separado, los que parecen que no tienen nada para decir hasta que se los escucha.