Si el virus se expande por leves pulverizaciones o toses, si cada uno de nosotrxs es un pulverizador del virus, entonces esos pixeles flúo cayendo sobre el césped y sobre los lapachos y dándoles, así, más brillo, son microgotas recién pulverizadas que revitalizan el paisaje y lo vuelven más verde, como si el paisaje fuera a la vez el helecho exótico y la chica que lo pulveriza con agua de lluvia desde su patio para devolverle un poco esa atmósfera que lo hizo desarrollarse tal como es. O el paisaje a lo mejor nos está expectorando porque somos su fantasma, su pesadilla más vieja.
El paisaje pampeano ahora, pulverizándose a sí mismo.
Tengo puestos los auriculares mientras juego con Photoshop a crear mi paisaje perfecto porque está por arrancar una charla de Re Sapiens sobre educación socio-ambiental a través de una plataforma virtual. ¡Arrancó! Video sobre el origen del grupo: la crisis civilizatoria, que es consecuencia del modelo de producción y de consumo, conocida también como crisis de las cuatro “e”: ecológica, económica, energética y equitativa. El video que vemos desde YouTube termina mostrando las imágenes que cada uno de los inscriptos habíamos adjuntado en el formulario de inscripción bajo la consigna de que representaran para nosotrxs el concepto de ambiente.
Yo no mandé nada para no quedar mal, porque imaginaba que el resto iba a ser expertx en el tema, pero ahora me doy cuenta que podría haber mandado uno de mis caminos arbolados recién pulverizados.
Las imágenes que aparecen son: un árbol todo verde cuya copa es una huella digital, la Tierra vista desde muy muy alto, la galaxia, un árbol cuyo tronco es una cadena enroscada de ADN, una lamparita de un cristal muy fino y limpio que tiene adentro una planta carnosa, un basural, un humedal, árboles, árboles, árboles.
En la mayoría de las imágenes no hay humanxs, se trata de paisajes naturales puros e idílicos, sin hombres ni mujeres. Nosotrxs ¿estaríamos excluidos de esa belleza? La coordinadora del debate dice que esa noción del ambiente como algo idealizado y alejado de nosotrxs se trae de la educación más básica, que el concepto fue cambiando a lo largo de la historia y que ya se dejó un poco de lado esa idea de que no somos parte del ambiente.
Unos años atrás en un viaje al norte argentino, ante mi incapacidad para deslumbrarme con las montañas y las piedras y el marrón, le dije a un chico que estaba conmigo que no me gustaban los paisajes, que me gustaban las personas. No lograba ver vida en los paisajes. Él me dijo que había una frase de un diálogo de una película de Antonioni que decía así:
—Prefiero las personas a los paisajes.
—Pero en los paisajes también hay personas.
Acá es donde quiero vivir en el futuro, en un paisaje de peluche, seco: el pasto es de peluche, los árboles de peluche, el cielo, aunque está lejos, es de peluche y en el aire hay panaderos hechos de pelitos de peluche.
Busco rápido la palabra ambiente: tiene su origen en el verbo en latín ambire, formado a su vez por el verbo ire (‘ir’) y el prefijo am- (‘por ambas partes’), por lo que tomó el significado de ‘rodear’, ‘ir por un lado y otro’, ‘andar alrededor’ y también dio lugar al adjetivo ambiens (‘circundante’, ‘que rodea’, ‘que va por ambas partes’) a partir del cual se creó la palabra ambiente, que se usa en general para referirse a lo que rodea a un objeto.
Los teóricos empezaron a incluir a las personas en los ambientes a partir de los impactos que generamos, aclara la coordinadora desde la pantalla de mi PC, más que nada con la Revolución Industrial.
Todo equilibrado, limpio y lejos. En su mayoría las imágenes adjuntadas por lxs integrantes del grupo son paisajes montañosos donde solo hay orden, simetría, pulcritud. (Dentro de estos patrones de simetría entraría perfecto mi imagen: alambrados y árboles, autos, y arriba de los autos, en el centro de la imagen, aunque no nos vemos, con una rueda de cada lado, nosotrxs). Lo cierto es que en la naturaleza no existen los equilibrios, aclara, todo es muy dinámico, la concepción de ambiente es dinámica, tenemos elementos sociales, humanos, culturales. No solo por cómo nos relacionamos con otras especies sino también por cómo nos relacionamos entre los mismos seres humanos y el entorno y entre esos elementos hay infinitas interacciones y eso es lo que hace al ambiente, no sus elementos por separado.
Interacciones: En el marco de una nota que escribí sobre un encuentro de feminismo antiespecista, dibujé una patrulla rescatando animales con un plato volador. ¿O esa luz que los salva es, en realidad, el brillo autopulverizado, los pixeles de mi paisaje de lapachos creado con Photoshop?
Hace 36.000 años sobre las paredes de las cuevas dibujamos bisontes, leones, caballos salvajes, porque les temíamos y nos fascinaban. Hoy los roles se invirtieron. Los animales están en jaulas de mercados o viven refugiados porque destruimos sus casas.
Creo que tengo un reflejo de esa fascinación prehistórica de los hombres y mujeres de las cuevas que dibujaban animales salvajes en piedra ¿con fuego alumbrando? porque me gustan las personas más que los paisajes pero solo si las puedo asociar con un animal y eso es lo único que me hace sentir ternura, un resto salvaje, impredecible. Hay un amigo de Ernesto al que no puedo dejar de ver como un perro, de esos colorados con el pelo largo y seco, ondeado y quemado; mi amiga Paula es una mezcla de caniche y dálmata, y el propio Ernesto es un mono. En mi último librito de poemas, Megafauna, hay uno que dice así:
Hola Erno.
Sos un animal.
Te lo digo en el sentido más tierno.
No viste que en las tarjetas que los chicos venden en la calle
son siempre ositos los que dicen te quiero?
no viste que no existen los peluches de homo sapiens?
Ya no nos gustamos a nosotros mismos.
Pero… ¿y si nos volvemos a integrar al paisaje?
La imagen es el apocalipsis. Coloreé el paisaje como una suerte de negativo, el cielo es negro por el humo: los arboles sobreviven. Ahora se volvió a invertir, los animales andan libres y nosotrxs encerradxs. El paisaje se pulveriza a sí mismo con el virus. Nosotrxs antes lo pulverizamos con glifosato.
En los medios se habla poco de que la aparición de estos nuevos virus como el Covid-19 están íntimamente relacionados con que nos creemos por fuera del paisaje. Porque, afirman los que saben, entre ellos Quique Viale, destruimos los hábitats de especies silvestres para plantar monocultivos a gran escala y las especies se convierten en refugiadas, y además comerciamos con fauna silvestre. Eso hace que entremos en contacto con seres con los que nunca interactuamos y que sus virus nos enfermen. Queda claro que la preservación de los ecosistemas no es causa de personas sensibles y románticas, no es moralina ambientalista, sino que es esencial para nuestra propia supervivencia.
Este es el paisaje pulverizado con glifosato, radiactivo, previo al apocalipsis. Hace unos días, cien organizaciones del país publicaron un documento titulado “¿De la pandemia del agronegocio quién nos cuida?” denunciaron el cinismo del agronegocio, que no solo sigue fumigando, sino también desmontando, siendo esas actividades, en gran parte, causantes de la actual crisis.
El sentimiento de irrealidad de los primeros días de cuarentena ya pasó. No estamos viviendo una película. O sí, pero los guionistas somos nosotros. Es una película abierta, un Black Mirror con finales múltiples, como «Bandersnatch». ¿Vamos a elegir que los protagonistas mueran de la peor manera? ¿Vamos a ser unos sádicos?
Si esto fuera «Bandersnatch» habría muchas opciones para elegir: humanes ricos viviendo en bunkeres subterráneos mientras afuera todo es caos; sistemas de control feroces, que en nuestros países no tendrían la sofisticación digital de los países orientales, etc., etc. Yo elijo esta opción:
Alianza entre los derechos de los animales y de la naturaleza, entre los derechos del hombre y de la naturaleza.
Voy a escribir un súper poema sobre ese futuro.