A mi abuela,  4258201, el último teléfono fijo sobre la tierra.

Uno

El réquiem es la oración que se le hace a los muertos, a quienes pasaron a otra vida. En el umbral, se practica ese último momento entre los vivos. Un muerto, gente alrededor y palabras. Esta oración puede ser musical, es decir, tener un ritmo más allá de su texto sonoro.

En su último libro Martín Kohan, realiza mediante su subtítulo, una hipótesis: algo que fue ya no es como era. El teléfono ha muerto pero nosotros estamos vivos. Hagámosle una canción. Y a la vez, mediante la introducción de la palabra réquiem, ingresa un formato sonoro, la llamada. El libro, entonces, tiene el ritmo del objeto que se despide. Algunos ensayos son cortos, otros breves, solo algunos se extienden más de cuatro páginas. Ninguno dura lo mismo pero todos tienen un efecto distinto, una duración propia, como una llamada.

Dos

La cita está pactada en la terraza de la Plataforma Lavardén. La cúpula brilla en colores azules y violetas. Tungstenos. Llego unos minutos antes y me comentan que ya no hay más entradas. El aforo es para casi doscientas cincuenta personas. La cola se extiende por Mendoza hasta la mitad de la calle Sarmiento. Un conocido se acerca y pregunta: “¿Quién toca? ¿Mick Jagger?” Otra conocida se mete en la conversación y responde: “No, pero los tres son rockstars.

El power trío está compuesto por Martín Kohan, escritor y docente universitario argentino, Eugenia Arpesella, periodista gráfica rosarina, y Marco Mizzi, escritor y periodista de la misma ciudad. La presentación del encuentro, gestionado por la asociación civil Encuentro Itinerante, quedó a cargo de Carla Di Lorenzo. En esta carpeta de Drive está el registro sonoro de la conversación. Sepan disculpar la calidad del audio. El viento jugó una mala pasada.

Tres

Ya en la terraza. Hace mucho frío. El primero del año. Ese que siempre nos agarra desprevenidos. Dicen que estas temperaturas son la muestra de lo que va a ser el clima de la próxima estación. El otoño es en sí una época del año nostálgica. El verano que se fue. El invierno que viene. Un entremedio. Un impasse. El tiempo suspendido. Los árboles cambian su follaje. Las calles se llenan de hojas secas. Los días empiezan a durar menos. El sol pega pero no quema. Las cosas se empiezan a poner en tono sepia. E indefectiblemente vuelve todo eso que nos gusta a los amantes de las bajas temperaturas: el café, los vinos, las comidas calientes y el tiempo en casa.

Ese aire otoñal es el clima que pinta el libro que se presenta esta noche: ¿Hola? Un réquiem para el teléfono (Ediciones Godot).

Cuatro

Antes de que empiece la charla, una voz conocida sale por los parlantes. El ida y vuelta telefónico comienza sutil, se vuelve absurdo y se extiende hasta las puteadas. Es un sketch en el que Tangalanga le toma el pelo a una señora hasta el hartazgo.

Kohan va a hablar sobre esto en el ensayo número cincuenta y cinco de su libro. En Tangalanga: “Hay solamente hablar por teléfono. Hay ante todo un no poder cortar. O incluso ese pedido: no me cortes. A eso están aferrados todos. A la voz que se les dirige, a las palabras mismas, al hecho de estar hablando; en resumen: al propio teléfono. No se aferran más que al teléfono.”

El método Tangalanga, la película dirigida por Mateo Bendesky y protagonizada por Martín Piroyanski, cuenta la historia detrás de estas llamadas por teléfono. Tangalanga es Jorge Rizzi, un empleado tímido, sin gracia alguna. Ese tipo gris, mediante un proceso de hipnosis, logra encontrar un lugar para su desinhibición. 

En el film, el protagonista se desinhibe en el teléfono. El timbre de la llamada lo transforma en otra persona. Lo vuelve gracioso, hilarante. Su infierno, la mirada de los otros. El cielo, el sonido de una voz del otro lado. Lo que no puede un cuerpo, lo puede la voz.

Tangalanga se aferra al teléfono porque es el único lugar donde puede hacer otra cosa más que su síntoma, y las personas que lo atienden se entregan a esa propuesta. Entran en el registro de su desinhibición, del hablar por hablar, de la puteada sin pelos en la lengua, en un mundo por fuera de la corrección. El teléfono, un momento donde las miradas se suspenden. Un espacio sin contacto, sin ojos, sin prejuicios.

Cinco

Cuando termina el sketch. Comienza a sonar el piano inconfundible del tema del Paz Martínez Una lágrima sobre el teléfono. Eso da pie para la primera pregunta de Eugenia Arpesella donde, parafraseando la letra de la canción, le pregunta al escritor si no hay una lágrima que recorre esta publicación.

Kohan se ríe, siempre se ríe, y responde: “Yo procuré –y salió a medias– que el libro no tuviera las marcas del viejazo porque ya entro en la curva de la edad donde el viejazo acecha. Procuré que el libro no sea un lamento. Sí es una reflexión sobre las transformaciones tecnológicas de estos tiempos y sus consecuencias. Sí hay un aire de nostalgia por esas otras formas de conversar. Pero si hay un tono de melancolía es porque llamativamente cuando la gente evoca el mundo mejor corresponde exactamente a su juventud. Es tan simple como eso”.

La juventud de Martín Kohan fue el teléfono fijo. Pero él no va a monologar sobre su pasado mejor. Para sortear ese obstáculo, va a desplegar su espíritu docente. Su capacidad oradora. Estamos ante otra gran clase de él, acompañada por dos entrevistadores pertinentes, de gran escucha. De esos que no se anticipan y dejan que el maestro ensaye, piense en voz alta. En el aire, une ideas y dice: esto podría ser el tema de un próximo curso pero lo voy a contar igual”. El autor del libro se auto boicotea, pero en ese boicot está toda su lucidez.

Seis

El libro sobre el teléfono cuenta con referencias ineludibles a momentos y producciones históricas, donde este aparato, tan familiar como extraño, se transformó en uno de los ejes estructurales de las formas de socialización del sujeto moderno.

La pregunta por el ser y la técnica recorre toda la obra: ¿Qué vino primero? ¿El huevo o la gallina? ¿El teléfono fijo o la ansiedad por el llamado? ¿El contestador automático o los mensajes en ausencia? ¿El teléfono público o las llamadas por tiempo y costo fijo?

Todas esas preguntas son las que recorren el libro y –a su vez–, la charla que se mantiene durante esta noche. Pero solo hay una premisa: toda invención o desarrollo comunicacional fue hecho para la guerra, para dar por muerte.

Después, esa invención, sufrirá su reconversión y/o adaptación. Pero ese es su origen. Los mapas, el largavista, los aviones, los trenes, el telégrafo, el walkie talkie, el teléfono e internet. Todo descubrimiento comunicacional lleva consigo una espada de Damocles en su haber, en su génesis. Un registro de la violencia intrínseca. Un trauma. Una fecha de vencimiento.

Siete

La conversación decanta hacia la literatura. El formato libro que resiste, ¿pero a qué? Las pantallas acechan. El teléfono celular distrae. El objeto libro aparece como un lugar para distraerse de lo que distrae. Kohan lo va a decir así. Uno no puede distraerse del mundo si dentro del celular lo cabe todo. Leer un PDF en el teléfono, y que te llame tu novio. Abrir la nota de un diario y que te llegue una notificación del grupo del consorcio del edificio. Atreverse a leer un libro en la pantalla del smartphone es entender que dentro de la distracción hay otras distracciones. 

Por eso, el papel, todavía vive. Porque es un objeto donde ahí dentro no hay otra distracción más que el libro. Como el teléfono fijo. Ahí sólo se podía conversar. Dentro de un libro sólo podés leer, o escribir. Dentro del libro te distraes del afuera. Cuando el afuera te distrae te volvés al libro. Pero el objeto está ahí. Apoyado sobre la mesa, pidiéndote que vuelvas. Como el teléfono fijo. Ésa es la gran diferencia.

Ocho

Ante los avances de la tecnología, Kohan no es apocalíptico pero tampoco integrado. Resiste entre esas dos posiciones. Siempre intenta ir hacia una tercera vía. Toma un poco y un poco. Cree y descree. Así funciona su espíritu crítico.

Sobre la literatura, los formatos y el lugar que ocupan en la actualidad reflexiona: La literatura tuvo una reproducción tecnológica antes que cualquiera de las otras formas, con la imprenta, la reproducción tecnológica de textos. Ese invento tecnológico llamado libro está ahora en una especie de retaguardia que resiste. Las formas de escuchar música, de filmar y ver cine han cambiado, pero la forma arcaica de leer, ese formato llamado libro, todavía resiste”.

Nueve

La charla termina. Vamos a un bar con un amigo y una amiga. Mientras charlamos, pienso en el libro y recuerdo dos escenas.

La primera tiene que ver con un tema que se aborda en el libro pero que no fue tocado en la conversación. En uno de los apartados, Teléfonos públicos (VII)”, en la página 105, Kohan plantea que en la última dictadura argentina, una gran cantidad de militantes políticos utilizaban este método para comunicarse entre pares, ya que sus teléfonos privados estaban o podían llegar a estar pinchados. Kohan lee de forma precisa la dictadura de nuestro país siempre situado desde la democracia. Lo ha demostrado en gran cantidad de ocasiones. Pero su clase de retórica contra Darío Lopérfido es mi preferida.

Cuando éramos militantes sociales inventamos un juego para capacitarnos. Lo llamábamos los siete números. La tarea consistía en que mediante nuestros teléfonos celulares teníamos que crear redes de contactos para levantar reclamos. Si faltaba agua en la casa de un compañero del barrio: ¿cuáles eran los números que teníamos para llegar al reclamo? ¿cuales eran las otras posibilidades si esta injusticia no se atendía? 

El teléfono es en sí poder, y también una ilusión de poder. Por eso esos siete números tenían que ser reales. Una vez, llegamos a que el reclamo de un vecino llegara al asesor del entonces presidente. Siete llamadas telefónicas. La democracia y su representación se transformaron en una agenda permanente. El cambio y la aceptación: no hay nadie que no sea espiado pero es más sencillo hacerse visible.

La segunda imagen está centrada en un efecto que produjo el libro. Más bien su agradecimiento y despedida. En este, Kohan cuenta la historia de dos amistades que forjó mediante el teléfono fijo. Para despedirse, las nombra y nombra su teléfono. En la mesa recuerdo cuál fue mi momento más importante con un teléfono fijo y de la nada, un recuerdo aflora del inconsciente.

La primera vez que me sentí despreciado fue en la primaria, por teléfono. Había llamado a un compañero para que viniera a merendar a mi casa. El pibe puso una excusa y me dijo que en un rato me respondería. Yo me quedé, como se dice, colgado del tubo. Él no cortó. Entonces pude escuchar lo que le decía a su mamá: no quería venir a mi casa porque decía que era aburrida, que no tenía muchos juguetes y que siempre terminábamos jugando a la play. Corté. Esperé su llamado, él, muy políticamente correcto, salió con su excusa. Yo no lloré. Simplemente lo odié. Al día siguiente, en la escuela, lo ignoré y cambié de grupo de amigos. Mi primera aceptación y posterior duelo fue gracias al teléfono. 

En mi nuevo grupo estaba Nacho, un pibe de lentes, que con el tiempo nos hicimos grandes amigos. Él me llamaba todos los días. Para ir al club, para salir al centro, para ir a su casa, para venir a la mía. Como en su casa eran muchos, los llamados eran expeditivos: Hola, soy Nacho, ¿está Andrés?” Con el tiempo, Nacho, que se llama igual que mi hermano, pasó a ser durante varios años parte del paisaje sonoro de la casa de mi infancia. 

A veces, cuando voy a la casa de mi mamá y escucho el teléfono fijo sonar, pienso que puede llegar a ser él.

Cámara de Diputados de Santa Fe
Sobre el autor:

Acerca de Andrés Mainardi

Nací en Rosario en 1996. A veces estudio Comunicación Social. Escribo para cazar fantasmas. A la vida no se viene a ser feliz o infeliz: se viene a aprender lo que te enseñan los amigos.

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