El último de los grandes cantores del tango murió el 11 de septiembre pasado en Buenos Aires, donde había nacido en 1935. Sobre el final de esta charla mantenida hace diez años, Molina decía que estaba muy contento de venir a Rosario (era julio de 2008 y el cantor se presentaría el frío sábado 5 en la Casa del Tango, que entonces no tenía aún ese restaurante-bar. En el concierto estuvo acompañado por el guitarrista Jorge Giuliano, pero también interpretó algunas piezas de su vasto repertorio solo, con una guitarra, que es como más cómodo estaba en un escenario). Dijo también que sentía que por fin se había “roto un hechizo”, porque en 47 años de carrera era la primera vez que se presentaba en la ciudad. Nunca más volvió.

El legado de Molina, hijo de una familia vinculada a la música, se extiende con su hija Juana. Formado en la crema de la música popular americana de los años 60, compartió escenarios con Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Roberto Goyeneche, el Sexteto Mayor, Horacio Salgán, Ubaldo de Lío, Oscar Cardozo Ocampo, Les Luthiers, Jaime Torres, Walter Ríos, como también con Toquinho, Vinicius de Moraes, Nana y Dorival Caymmi.

Sus giras comenzaron en 1961 y en 1965 se incorporó al elenco de la CBS, donde produjo cinco discos que se difundieron en América latina y Estados Unidos. En 1970 lo convocó Vinicius de Moraes para cantar en Mar del Plata y Punta del Este, junto con Chico Buarque, María Creuza, Toquinho, Naná y Dorival Caymmi.

 

Todas las imágenes de esta nota fueron realizadas por Guillermo Turin, Secretaría de Cultura y Educación, Municipalidad de Rosario.

Molina, quien permaneció anclao en París durante la última dictadura, fue dueño de un estilo inconfundible, en el que las canciones resplandecen, como si la voz que las canta se retirara y ofreciese esa música que cristaliza en el aire una historia de la que cualquiera puede apropiarse.

Pero es también erróneo creer que esa suerte de “retirada” es todo el estilo de Molina, su voz es una paleta llena de colores, sin estridencias y con historia: se escucha en ella la afinación de Charlo, pero también el encuentro de eso que cristalizó en Joao Gilberto, en figuras de una música popular exquisita y única, cuyo mejor homenaje es la obra, tal como Molina la ofrenda en sus interpretaciones y que, una sola vez hace diez años, pudo escucharse en vivo aquél sábado en Rosario.

 

Tu pálida voz


 

A las cuatro de la tarde del jueves 3 de julio de 2008 Horacio Molina tomaba mates en su casa de Buenos Aires cuando sonó el teléfono. Amablemente se puso a hablar.

—¿Trae a Rosario un repertorio clásico?

—El repertorio clásico es lo que más me apasiona, el vasto repertorio clásico que va desde el tango canción hasta las composiciones del 65 o el 70, cuando empezó a declinar la creatividad.

—Esa declinación es un misterio que no se sabe si atribuir a la época o al ambiente, ¿no?

—Creo que empezó como una especie de caricatura, de una cosa que era sincera y después fue transformándose en la caricatura de la caricatura; hasta que saturó, creo. Más las exageraciones que vinieron en una época en la que se empezó a enfatizar sobre los textos y el apasionamiento trillado –léase el machismo–, en contraposición con lo que decían las letras.

—¿Cómo es eso?

—Fue en los 60 cuando apareció esto de la fuerza, esta interpretación de textos del tango que no requieren de una fuerza exagerada, no requieren tanto ímpetu, entonces esto es algo que se instaló como una cosa que nadie se dio cuenta de lo que pasaba, como si fuera la realidad.

—Esto que usted señala acerca de ciertos cantores de entonces, acaso más preocupados en ser varones que en ser cantores, aparece casi como una postura en su estilo sereno, intenso, afinado, sin estridencias.

—Trato de interpretar lo que el poeta sintió, porque leo y digo: qué raro que se vocifere en una letra que dice (y canta un fragmento de “Fruta amarga”, de Homero Manzi y Hugo Gutiérrez): “Eras la luz del sol y la canción feliz y la llovizna gris en mi ventana”; ahí no entra la vehemencia. Cuando se la canta con fuerza y potencia veo como una dicotomía, una cosa que no coincide. A veces uno se da cuenta de estas cosas y a veces no, yo me di cuenta, pero solo.

—Entonces es apropiado compararlo con Charlo.

—Soy amante de Gardel, de Floreal Ruiz, de Charlo, claro, de esa cosa de cantores elegantes, con cierto fraseo, que van diciendo un texto. Cuando aparece alguien que se pone adelante de la canción, como diciendo: “Mirá cómo canto «María» (y entona: “¡María…!/ En las sombras de mi pieza/ es tu paso el que regresa”), entonces me parece una especie de falta de respeto a la obra, ya hay una contradicción obvia.

—¿Cuánto influyó en su formación la cercanía con los grandes maestros de la bossa, cuando la bossa era aún muy joven?

—Me fui formando sin el objetivo de ser un cantor profesional en cierto género, escucho y me gusta toda la música, desde la clásica hasta la bossa, no hago distinción entre una música culta, pretendidamente “seria”, y un tango, ya se trate de un tema de Aníbal Troilo o una pieza de Chopin, o Joao Gilberto, o Frank Sinatra. Crecí en una casa donde se escuchaba música, tengo amigos en la buena música, muchos en el jazz, pero no me catalogo por rubro, lo que digo es que siendo de este país y habiendo nacido en un barrio de Buenos Aires me siento con un poco más de autoridad para interpretar un tango, por que es lo que mamé y con lo que me crié en una esquina de mi ciudad, y me siento más cómodo con el tango, que tiene en mí un mayor peso cultural, que haciendo bossa, no así con el bolero que es más internacional, más latinoamericana en general, los grandes cantantes de bolero son chilenos, cubanos; en cambio el tango requiere una especie de cosa, como en el cantejondo, le creo más a un cantaor que sea de Sevilla o una ciudad andaluza.

—Lo que resulta curioso del tango es que se haya agotado aquello de escucharlo como una filosofía y, a la vez, que una música tan difícil de cantar bien sea tan popular.

—Sí, es difícil en lo interpretativo y en la técnica, porque tiene mucho más notas que otras canciones, casi el doble, es impresionante también las historias que tiene.

—¿Su encuentro con Vinicius, con Joao Gilberto fue una influencia a la hora de cantar tango?

—En realidad, cuando oí por primera a Joao Gilberto no podía creer que alguien hiciera algo que intuía en mi, no concebía que hubiera aparecido a algo semejante, con ese swing, con esa delicadeza. ¡Y el repertorio, una canción más bella que otra! Pero fue algo que me hizo sentir coincidente, antes que influenciado, como una cosa que se despierta. Pero esa fue una época en la que aparecieron grandes innovadores…

—Es la época en que nace también el be-bop.

—Sí, es como una resultante de cosas que pasan en el mundo, aparece (Dizzy) Gillespie con (Charlie) Parker y enseguida surgen cuarenta más, ¿y de dónde salieron? Esos tipos ya estaban.

—Hay un auge del tango pero, sobre todo, del bailado, que no requiere grandes oídos para el tango, ¿no?

—Sí, es más fuerte lo bailado. Me parece bárbaro, es un fenómeno internacional, porque donde no se habla español se lo puede bailar igual, sin necesidad de entender la letra, como no tiene letra, en el baile es más fácil cierta trascendencia, pero me parece que la música y las letras del tango es la base de por qué se baila. Además, los tangos de Osvaldo Pugliese, de Carlos Di Sarli, que son los que más se eligen por gente de distintas edades para bailar, son la base, el origen rítmico del tango.

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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