Cuando subimos al taxi, Graciela se sienta adelante, y mientras se abrazan veo, casi en simultáneo, el pelo rubio de Gladys, la taxista, atado con brochecitos de plástico y piedras preciosas, y el cariño de ese contacto que las une inclinadas en una suerte de pirámide humana sin acrobacias. Gladys hace dos años está en libertad. Durante todo el viaje, hablan de quién salió, quién volvió a entrar y de libertades condicionales. Wayra, Florencia y yo, atrás, vemos pasar primero los negocios, después el barrio que se pone más y más marrón: se empiezan a cruzar montañas de tierra, chicxs, perros, gallinas, y Gladys tiene que disminuir la marcha. Vamos derecho por 27 de Febrero a la cárcel de mujeres, en el nuevo Complejo Penitenciario Rosario, listas para empezar con el taller de poesía: llevamos libros, hojas limpias y el oído atento.
En 2006, mientras cursaba la Maestría en Género en la UNR, y sensibilizada por el caso de Romina Tejerina después del Encuentro Nacional de Mujeres en Jujuy, Graciela Rojas decidió investigar junto a Raquel Miño la condición femenina en el sistema penitenciario, el encierro desde una perspectiva de género. Dos años después crearon la ONG Mujeres tras las rejas con el objetivo de «instalar en la agenda pública la cruenta realidad que viven las mujeres presas», además de darles visibilidad no ya en las secciones policiales de los diarios, sino como productoras sensibles, a través talleres semanales de poesía, de teatro, textiles, de radio. «Aparecieron las mujeres escribiendo, dibujando, produciendo, estableciéndose desde otro lugar como artistas, como comerciantes, como constructoras, como productoras», cuenta Graciela.
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Aire libre
Si bien las intervenciones de lxs integrantes de Mujeres tras las rejas dentro del penal se dan a partir de su trabajo como talleristas de diversas disciplinas, su objetivo principal es que las internas se consideren sujetos de derecho. «El taller es un vehículo, porque es la ventana por la cual entra el aire de la sociedad, pero aparte es el espacio primordial para trabajar el ejercicio de derecho, para que ellas se empoderen y puedan decir: «Estamos acá, queremos esto, lo queremos porque nos corresponde: no son beneficios, son derechos»”, cuentan.
—Después de dos o tres años de historias relacionadas con la escritura, con el teatro, apareció la necesidad de buscar otra herramienta, ya que la gente de teatro tenía que dejar el espacio de la cárcel, y bueno, surgió la radio. La radio como una herramienta y una estrategia importantísima, ya que ponía en contacto a las mujeres presas con el afuera, sin intervención, sin pulirlo ni depurarlo: salían las palabras, las expresiones, los análisis al aire, a través de Aire Libre, 91.3, Radio Comunitaria, que tuvo la gentileza –y que tiene la gentileza todavía– de permitirnos el aire. Esos fueron años estupendos porque realmente se puso sobre la sociedad la palabra de las mujeres presas, gritando «acá estamos, existimos, no estamos ocultas, corran el velo sobre la realidad».
Ni locas ni devotas
Nadie las visita: la invisibilidad de las mujeres privadas de su libertad es el nombre de la investigación −publicada en 2012 por la editorial de la UNR− que nace del territorio, del encuentro semanal en la antigua casona donde se encontraba la Unidad N°5, el Instituto de Recuperación de Mujeres, en calle Ingeniero Thedy. Sus autoras, Rojas y Miño, denuncian que la legislación penal desconoce las necesidades y demandas de los contextos en que viven las mujeres encarceladas, lo que vuelve precaria la construcción de una política penitenciaria que responda a las características propias de su género.
—Hay algo que quizás tiene que quedar bien claro: la criminalidad femenina ha sido muy poco o escasamente investigada, escasamente llega a los medios, inclusive la academia sigue aún hoy trabajando siempre alrededor del varón preso. No es un accidente ni una ingenuidad, sino que se piensa, como dice Galeano, que el delito no es cosa de mujeres. Hay cosas determinadas donde el patriarcado no cede el espacio porque estamos predestinadas al sometimiento, a la autoridad paterna y al rol de madre y esposa, y por lo tanto no nos podemos alejar de esos roles. El traspasar la línea de la legalidad nos hace incursionar por otros espacios para los cuales, según la lógica del patriarcado, no estamos habilitadas. Y eso es importante tenerlo en cuenta porque las mujeres que delinquieron a lo largo de la historia han sido consideradas locas, han sido encerradas en manicomios, han sido encerradas en asilos, han sido negadas en la totalidad de la acción delictiva. Y no deja de ser un peso muy importante. O sea, cuando nosotros rastreamos algún material importante para sustentar nuestras intervenciones y para ver qué pasaba desde el género nos encontrábamos con muy poco material y empezamos con la idea de producir nuestro propio material.
Doble llave
Mientras Graciela hablaba, me acordé de una charla TED suya que vi en YouTube en la que plantea que la cárcel condena doblemente a las mujeres: primero, aplica la ley, la pena establecida por la justicia; y, en segundo lugar, las condena socialmente, porque las mujeres que delinquen son «malas mujeres» que se alejan del rol asignado de esposa y madre, del rol que le asigna tradicionalmente la sociedad. La mirada androcéntrica destina a la mujer a la procreación y el cuidado de lxs hijxs, y el delito seguido de encarcelamiento las desvía de ese amor maternal.
−Digo «presas» −aclara Graciela− porque lo derivo del concepto de «caza», del concepto de ser una presa social, de ser una presa tomada por esta delimitación de la pobreza, por esta exclusión anterior, por estas mujeres que son tomadas dentro de un territorio, como dice el doctor Zaffaroni, un territorio punitivo que establece la sociedad buscando en ese mismo espacio siempre las mismas víctimas. Primero, víctimas sociales, víctimas de la pobreza, del abandono, de la falta de educación, de la falta de acceso a la salud, a la vivienda, a la parentalidad. Y después se convierten en victimarias y siguen volviendo a ser víctimas, porque dentro del encierro no hay forma de que el encierro las ponga de la mano con todo eso que se les negó, no hay rehabilitación porque no han sido habilitadas, y no hay rehabilitación porque tampoco el Estado provincial tiene en su ideario pensar en estas mujeres que pueblan la cárcel.
¿Y por qué creen que viene aumentando la población carcelaria femenina en relación a la masculina?
−La población carcelaria creció muchísimo más en diez años a esta parte y está absolutamente ligada a la Ley Blumberg, a la ley del narcomenudeo, a la ley que condena con penas muy altas a aquellas personas que son el último eslabón en esta cadena de tráfico, que son mujeres que se prestan para mula, o son las que están en los bunkers o que permiten el depósito en sus casas. Y esto está relacionado con la feminización de la pobreza, con la falta de acceso laboral, y estas actividades resultan un recurso económico. Es más, el cambio de lugar, la nueva construcción penitenciaria, hizo que la Provincia tuviera un convenio con la Nación y tomara a todas las mujeres desparramadas en la provincia por delitos federales y las reuniera en este nuevo espacio. Hay más o menos entre 80 y 85 mujeres que están por delitos federales. Quiere decir que de las 160 nos quedan un grupo de 80 mujeres que vienen por delitos provinciales.
Y dentro del entorno carcelario, ¿cómo se reproducen y expresan las desigualdades de género?
−Las desigualdades están absolutamente evidenciadas en la aplicación de la ley de la pena y en el transcurrir de la pena dentro de la unidad carcelaria. En la unidad de mujeres hay muchísimos más límites que en la unidad de varones, más restricciones: es más difícil el acceso, más difícil permanecer, desarrollar talleres, poder darles a las mujeres capacitaciones, recreación… la sexualidad no está considerada.
Nadie las visita
El nuevo edificio de la Unidad N° 5 no tiene un espacio destinado a las visitas íntimas. En su documental Nosotros detrás del muro, Lucrecia Mastrángelo muestra el recorrido que debían hacer las internas cuando estaban alojadas en el antiguo edificio de Ingeniero Thedy para tener encuentros con sus parejas: eran trasladadas a la Unidad N°3 de varones, donde sí existe la infraestructura para las visitas íntimas. Ahora, «parece que eso se cortó. Las chicas ya no piden que las lleven o ya no están habilitadas».
La antropóloga mexicana Marcela Lagarde en su libro Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas afirma que, a diferencia de los hombres presos, pocas mujeres mantienen su relación con esposos y novios. Por lo general son abandonadas debido a su transformación pública en malas mujeres.
−También hay un lineamiento con respecto a las visitas y que eso está quizás más relacionado a que las mujeres forman familias matrilineales, donde la monoparentalidad está relacionada solo con la presencia de mujeres y eso hace que las otras mujeres de la familia cuiden y se queden afuera con los niños de las internas, o con sus padres enfermos o con alguno que necesite de su apoyo y sea difícil para ellas trasladarse hasta el penal para visitar a las que están presas. El nombre de nuestra investigación, que se llama Nadie las visita, no es una prensa amarillista, sino que expresa que a las mujeres presas las visitan muy poco. Por empezar los defensores llegan escasamente, y, por otro lado, a esas otras mujeres que están afuera se les hace muy difícil ir de visita.
Pabellón de madres
En 2018, Graciela había calificado de «hito histórico» la construcción del nuevo edificio penitenciario en 27 de Febrero al 7800, pasando Avenida Circunvalación, creado específicamente para mujeres. Varios medios levantaron esta frase que ella pronunció con entusiasmo: «Una cárcel construida para mujeres es un hito histórico. Es la primera vez que la Provincia reconoce que tiene mujeres privadas de la libertad». Después de muchos años se había materializado a lo grande un reclamo fundamental de la ONG, la construcción de un nuevo edificio. La antigua casona de calle Ingeniero Thedy al 300 bis no era una cárcel, tenía una estructura edilicia inadecuada: celdas en el subsuelo sin luz ni aire, problemas de humedad y deterioro generalizado.
Ahora, ya pasado un año desde su inauguración, Graciela señala que la construcción no fue diseñada ni pensada bajo absolutamente ninguna perspectiva de género: «a pesar de que Pullaro diga que “esta es una cárcel pensada para mujeres porque hemos hecho un pabellón de madres, un jardín de infantes y una placita”, ese es el estereotipo de la mujer, ese es el lugar de mujer que le damos».
−Por supuesto que lo que sucede adentro de la cárcel profundiza las desigualdades porque en realidad como no hay ninguna capacitación pensada desde un punto de vista que rompa ese patrón hegemónico hace que las mujeres, por ejemplo, hagan trabajo doméstico o trabajos con relación a la costura, peluquería, pero ningunas otras capacitaciones, más allá del rol tradicional. Incluso las que nosotras podemos ofrecer han sido limitadas por esa mirada. Cuando hemos propuesto, por ejemplo, cursos de fotografía, no han sido aceptados; cuando hemos propuesto cursos de diseño, no han sido aceptados. Es decir, ha sido aceptado, por ejemplo, el Enredo, taller de producciones textiles, que está casi ligado a esa línea de que las mujeres cosan, a pesar de que las chicas producen cosas estupendas que nada tienen que ver con el viejo concepto de la costura. Los otros espacios como poesía, como radio, como danza, como huerta, creo que los hemos conseguido a prueba de perseverancia, de persistencia, de presencia, de no decaer, sostenidos por un montón de mujeres que apoyaron a lo largo de estos años, que nutren este espacio, y que son la resistencia y la resiliencia, transmitida del adentro hacia afuera y del afuera hacia adentro.
Coda
«Es de presa», dos poemas del libro Me romperás los huesos pero jamás el corazón, de Beatriz Orrego
Si vos te querés hacer la película
está bien, pero mirala sola.
Acá somos 71 mujeres
de distintas edades
pensamos distinto
tenemos distintas historias
y distintas maneras de manifestarnos.
Algunas lloran, otras gritan,
otras pegan.
Vos te querés hacer la fuerte pero acá
no podés ser un robot.
<<<>>>
Salir a lavar la ropa a las 9 de la mañana al patio
y después ir a destenderla colgada del tejido es de presa
hacer la ranchada en una celda en grupos de cuatro
para mirar la novela de la tarde es de presa
tomar mate dulce todo el día en bombilla de plástico
que se sume a la ronda una, después otra, después otra
y en verano tereré con fiambre
escuchar Leo Mattioli, Karina, el Pepo y Los Palmeras al mismo tiempo
viniendo de una punta, de otra punta, del medio, es de presa
viene la enfermera y hay que hacer cola
comida, cola
jefa, cola
asistente, cola
teléfono, cola
bañarse, cola
hacer colas es de presa