No suelo ver películas o series sobre educación o filosofía. Generalmente me resultan estereotipadas, solemnes y trilladas. Esta vez, con Puan, no fue diferente. Tuve las mismas sensaciones previas o tal vez los mismos prejuicios, además reforzados por la gran publicidad que se puso en ella (profundizada y con razón a partir de recibir los dos galardones principales del Festival de San Sebastián: mejor guión y mejor actor) y por ese halo de ser la película oficial del mundo universitario humanístico argentino. Y aunque cuando todo el mundo dice que hay que ver algo sí o sí, prefiero no verlo, esta vez no fue el caso. 

Fui al cine, dos veces, una fallida puesto que no había entradas disponibles, y una segunda donde se pudo concretar. La ubicación que ofrecían las butacas vacías para verla no era la mejor: o estar en primera fila o en una posición al costado de la pantalla. Optamos por esta última, que nos ofrecía una mirada oblicua. Una forma de ver que puede ser cortante, habilitante de la anamorfosis, pero también al sesgo como diría Zizek. 

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Filosofía que está presente porque los personajes principalmente son profesores de la Facultad de la UBA más conocida como Puan y porque desde las primeras escenas aparecen Parménides, Heráclito, Sócrates, Platón, Epicuro, Hobbes, Spinoza, Rousseau, Heidegger, Camus (autores que son parte del argumento del film, cuyas citas engarzadas de manera tal que no se sienten puestas a la fuerza, y que dan un marco a lo que van vivenciando y narrando los personajes).  Pero también hay en la película una crítica a la filosofía tradicional y una apuesta propositiva que se expresa en actos. 

Una de las primeras escenas que provoca risas generalizadas del público es cuando el protagonista Marcelo Pena (Marcelo Subiotto) se sienta sobre un pañal sucio del hijo de una compañera de cátedra, quedando totalmente enchastrado de la caca del niño. Y eso da comienzo a un conjunto de peripecias para intentar pasar desapercibido. 

Es aquí donde podría aparecer una de las primeras cuestiones críticas o tal vez filosóficas. Retomando el mítico relato sobre Tales de Mileto, que por observar los astros se cae en un pozo que no llega a ver. Pero quien sí lo ve es precisamente una esclava tracia que se ríe del él, diciéndole que cómo hará para conocer el cielo, si ni siquiera puede prestar atención para conocer el suelo que está pisando. 

Sentarse sobre un pañal, sobre todo en las puertas de la Biblioteca Nacional donde se rinde un homenaje formal al titular de cátedra recientemente muerto, nos pone sobre la huella de algo más: a veces la burbuja intelectual del mundo académico tiene poca, nula o desviada la mirada de la realidad. 

Filósofos que no miran lo que hay en el banco antes de sentarse, que no conocen el suelo donde están, que no avizoran una realidad más allá de las teorías, o como dijo Martín Kohan hace poco: “En Puan vivimos en un momento de revolución latente, que siempre está por producirse, sensación que se termina cuando cruzas la calle”. 

Y la burbuja está presentada en el film por momentos de una manera hilarante, pero palpable para quienes la conocemos desde adentro. Las peleas dentro de la cátedra, la lucha de egos, las disputas sin tregua por un cargo disponible con el cuerpo aún caliente, el intento de presentarse como los más modernos, el que viene con las cucardas del extranjero, el que maneja el alemán, el que trae la última novedad, el que es ayudante del discípulo de Heidegger, el que es el más revolucionario. 

Y tal vez una de las interesantes capas del guión tenga que ver más que con la puja de cargos, con la puja de dos tradiciones filosóficas: la clásica europea, y la que llega de la mano del personaje de Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia) que viene de Alemania y no deja de tener una mirada eurocentrista. 

La filosofía producida al interior de la cátedra que dejó casi acéfala el profesor Caselli es la tradición clásica europea. Centrados en torno a la cátedra de Filosofía Política vemos desfilar de la mano de las clases de Pena las posturas de Hobbes, Rousseau, el contrato social, el iusnaturalismo. Pero la novedad de Sujarchuk, el docente joven que llega del exterior y acapara todas las miradas (por su teorías post modernas pero también por su amorío con una estrella del momento, Vera Mota, encarnada por Lali Espósito), sigue siendo europea, sólo que más actual y más nueva de la mano de los textos de Spinoza.

Si bien el visitante puja por un cargo, también lo hace por una tradición filosófica que se impondrá. Mientras tanto hay un mundo exterior que está en movimiento, que está produciendo acontecimientos, que en las preocupaciones de los protagonistas no se ve reflejada. Siguen mirando el cielo, a los egos, y no el suelo. 

Pena, sin embargo, tiene contacto con el afuera de la burbuja de dos maneras muy disimiles. Por un lado, al dar clases en una barriada popular adonde lleva la filosofía a los márgenes acompañado de un gendarme por razones de seguridad impuestas desde el gobierno. Es decir, llevar la filosofía a los pobres, pero bajo la mirada del control policíaco. Por otro lado, da clases particulares a una señora rica que vive en un barrio privado, es decir, a la burguesía. Las asimetrías no son solamente de clase, sino de recibimientos. En el barrio es escuchado, bienvenido, se le hacen preguntas, los alumnos intervienen y se puede entablar un diálogo desde lo que cada uno tiene para aportar. En la casa de lujo, su alumna se duerme, él es controlado por la mucama, llegando al punto de ser bufón de fiesta y humillado. ¿Asimetría, tal vez, o diferencia de trato de manera de abrirse al vínculo humano con el otro? 

Pero nuestro personaje, un perdedor y, al mismo tiempo, entrañable por antihéroe, sigue dentro de las cavilaciones de la burbuja. La exterioridad no deja de presentarse, de hacer ruido, de lanzarle invitaciones para que salga de ahí, que vea que existe un mundo más allá del aula, de sus rencillas y de lo que dicen los libros. 

Es en el almuerzo post homenaje al jefe de cátedra fallecido que se hace presente una mujer con vestimenta y rasgos del altiplano. Mientras él intenta cambiarse los pantalones enchastrados de caca (un párrafo aparte merece el olor o el horror que produce el hedor de los demás en los blancos europeizados, algo que es rechazado con todas las fuerzas por las lógicas del higienismo y la pulcritud, que es el rechazo también de la otredad) la mujer lo saluda y Pena la confunde con la empleada doméstica de Caselli. Mientras que ella le responde que es doctora en Filosofía, y que está ahí para hacerle una invitación a un congreso en Bolivia. Ahí tal vez se produce el primer rechazo porque él deniega la invitación. Ella insiste y aparece un nuevo rechazo telefónico basado en que no contará con los días ni con los viáticos para el viaje. ¿Por qué la rechaza? ¿Le restará valor al convite o se lo restará él a sí mismo a enfrentarse con una realidad nueva que lo transforme? 

Hay un momento más donde nuestro protagonista oculte por tercera vez la realidad. Está por almorzar y una manifestación popular invade las calles, los gritos son fuertes, se oyen las bombas y el bar donde se encuentra baja las persianas. El mozo le dice a Pena (que acaba de anotar el nombre de Carl Schmitt en un papel) que no se preocupe, que se quede tranquilo, que coma, que nada pasará porque están al resguardo. En todas estas escenas la realidad popular está siendo negada de alguna u otra manera. ¿Son motores del pensar del protagonista que sigue encerrado en la lógica eurocéntrica de la filosofía y las disputas interuniversitarias? 

Pero se produce un quiebre. Y tal vez venga de la mano del deseo que se despierta por el deseo de un otro (es al menos lo que le dice Pena a su hijo en el momento en que lo pone a buscar certificados de asistencia a congresos para reunir antecedentes) para concursar por el cargo en la cátedra. 

Previo a la fecha del concurso Pena visita a la viuda de Caselli (Alejandra Flechner). En la cocina de la casa ella le pregunta: “¿Por qué dicen ‘pensamiento latinoamericano’ y no ‘filosofía latinoamericana’?”. Y él ensaya una respuesta: “Porque acá no llegamos a elaborar una tradición”. 

Es ahí donde el conflicto cambia su peso. No tiene tanto que ver con su prestigio, el valor de su autoestima, ni la necesidad de reconocimiento. Habrá un antes y un después con el nombre del pensador peruano José Carlos Mariátegui que aparece apuntado en el último cuaderno de Caselli que ella le obsequia.

En ese encuentro se topa también, al visitar la biblioteca de quien fuera su maestro y amigo, con un escrito fundamental del pensamiento latinoamericano: Nuestra América de José Martí. Texto donde el pensador cubano niega la antinomia civilización y barbarie; y pone en su lugar falsa erudición y naturaleza. La primera es todo el conocimiento europeo desarrollado en América, un conjunto de saberes realmente inútiles, inauténticos, despegados de la realidad en la que vivimos, por ende, lo que producen es alienación y una mayor sujeción al imperialismo. En cambio, la naturaleza es lo propio, lo enraizado en las tradiciones americanas, en lo vivido por los pueblos. En términos heideggerianos, que aparece en la película, es un ser autentico (que se hace cargo de si mismo y de la realidad en la cual está inmerso) o inauténtico (quien no se comprende, que está sometido al uno, a lo impersonal). Y en cierta forma toda la burbuja filosófica presentada en la película pareciera estar en la falsa erudición. 

Hacia el final la película adquiere un valor casi premonitorio. Se avecina un momento crucial de crisis económica, con un dólar que sube de manera incontrolada (alcanza los más de dos mil pesos) y la UBA entra en quiebra. Un clásico para las facultades de Filosofía y Letras o de Humanidades que incluye corte de calle y clase pública para resistir y sobre todo existir en la resistencia. Con un aire a 2001 pero también a 2023 la película pese a todo no termina en esa movilización. Pero sí decanta o deviene en un Pena que al fin deja de mirar a Europa, viaja a Bolivia, gira su cabeza a lo americano, lo originario, un pensamiento propio ya sin necesidad de copiar ni reproducir lo ajeno. Por ello, cuando le piden que diga algo de sí, que cuente algo de su hacer, de su recorrido, de la cátedra de pensamiento de Caselli, elige un tango. El preferido de su maestro. Y canta. “Amarrado al recuerdo, te sigo esperando”. 

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Sobre el autor:

Acerca de Damián Ciappina

Nació en Rosario. Es un curioso devenido profesor de historia y filosofía. Le gusta indagar en el pasado para conocer, entender, reconstruir o deconstruir los relatos que nos contamos como sociedad. En sus clases adopta la postura de que el conocimiento se construye en el diálogo y el intercambio crítico.

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