El escritor Jorge Carrión escribe: “si tuviera que escoger dos hilos que enhebran algunas de mis lecturas y vivencias más intensas de los últimos 12 meses, tendrían que ver con dos dimensiones o temperaturas: el trauma y la fiesta, la enfermedad mental y la celebración de estar vivos, el llanto y el perreo”.
El título de la nota del Washington Post tiene como imagen principal uno de los shows de la cantante española Rosalía en la gira del Motomami World Tour que se dio entre el 6 de julio al 18 de diciembre de este año. La foto es en el concierto que dio en Washington. Pero podría ser en cualquiera de los puntos cardinales dónde se presentó. Porque el espectáculo tuvo la misma estética y dinámica que el Tik-Tok que publicó para promocionar audiovisualmente su último proyecto.
Una performance hecha pura y exclusivamente para el formato vertical y maleabilidad de los dispositivos móviles. La técnica y su perfeccionamiento. Ese ojo que ve de arriba para abajo y ya no más de izquierda a derecha. Ese cambio en el registro también sucedió cuando el disco llegó al espacio escénico. La extrapolación que muta de lo virtual a lo real. Un sinfín blanco y sobre él todo lo que aguante: bailarines, bailarinas, vestimentas y objetos. Un lienzo que parece una hoja sobre la que siempre puede aparecer algo nuevo.
Si hay un disco que atravesó el 2020-2022 fue MOTOMAMI. Una producción que se gestó en pandemia, y salió a la luz cuando se salió de ésta. La entrevista en Billboard con Pharrell Williams hace dos años dejaba entrever lo que ambos estaban produciendo. El resultado: el arte es una conversación entre personas, dicen ambos hacia el final. Un álbum que lleva consigo los momentos de consagración de una artista que tuvo que transformarse mientras todo lo hacía. De esa manera la lectura de Carrión ingresa sobre todos esos duelos que Rosalía tuvo que hacer mientras todo dolía. Supo combatir el dualismo: no mató su versión bolerista española pero tampoco entró de lleno en su versión popstar. Ese fue el precio: de cada llanto un perreo, de cada perreo un llanto. La disconformidad como el fantasma del arte de este tiempo. Lo que hace que la rueda siga girando en un mundo donde todo parece que ya está hecho. Pero lo más potente del disco es su lectura sobre el deseo.
En las primeras dieciséis canciones la cantante española retrata las contradicciones de una época y pinta un paisaje. Rosalía le canta a la soledad de los cuerpos solos, esos que ya venían existiendo pero que se profundizaron en el aislamiento social. Te amo pero más amo mostrarme en Instagram y viceversa. Daría todo por vos pero esta noche me toca a mí. Amo la fama pero odio su estilo. La asfixia erótica. La música no puede parar de cantarle al amor pero todos prefieren no hacerlo. El deseo al que le canta está plagado de muerte y espejos. Más solipsismo digital que encuentro real. La masturbación solitaria en la era de la hipersexualización de los cuerpos. Eso que desde el 2020 en adelante cambió tanto que es preferible no preguntarse nada.
Pero ella sí lo hace y –como una gran artista– lo hace cantando. En distintos tonos. Sobre distintos ritmos. En géneros que se componen y descomponen en una misma canción. Nada de lo que hace es abrupto, ni genera sobresaltos, todo es tan sutil como las balas de ametralladoras que se escuchan detrás del piano de «Hentai», una de las baladas que componen el disco. Una melodía romántica deja entrever el erotismo joven que todavía persiste pero que se ha transformado. En Rosalía, como también sucede en el discurso social de los sub30, la propuesta erótica es a la vez irónica: ¿el sexo no fue siempre eso? ¿no es tan oscuro como risueño cantarle a alguien que querés practicarle hentai bajo el sonido de disparos de una semi automática?
Pero la condensación de esta mutación parece ser la canción G3N15, dónde la bestia pop de 30 años, deja un mensaje claro. Más allá de la dedicatoria poética a su sobrino, que es de lo que trata el tema, la declaración es textual: “Esto no es el mal querer, esto es el mal desear”. De su primer disco a este pasaron cuatro años, pero en ese tiempo, pasaron tantas cosas que su lenguaje mutó hasta volverse otro código.
Entonces, la pregunta principal es: ¿Si el Mal Querer fue un disco en el que le cantó al amor romántico, qué es MOTOMAMI? ¿Qué es el Mal Desear? La youtuber española Julieta Wibel, realizó junto al colega Jose M, un análisis estético del disco, donde deja ciertas líneas de análisis para diseccionar un álbum que a simple vista parece y se muestra como un cambalache.
El arte de tapa lo dice todo. Si en el Mal Querer era una imagen canónica de la santísima trinidad donde aparece montada y cargada de simbolismos religiosos, en MOTOMAMI, a.k.a el Mal Desear, lo que busca es desnudarse dentro de una estética dirty chic. Las letras de las canciones aparecen dibujadas como si hubiesen sido escritas a mano, casi al descuido. Porque eso parece ser esta nueva etapa. Este álbum le canta al presente. Y el presente es caótico y desprolijo.
Para hablar del ahora, Rosalía creó una obra posmoderna. Un disco que está apoyado en una enorme biblioteca silenciosa de obras anteriores para contarnos algo. Lo que escuchan los oídos de hoy. La nueva vanguardia artística y su registro: reírse de la banalidad y lo explícito, llorar mientras se perrea. La crítica ya no está en los otros, la crítica está adentro.
En Spotify uno puede encontrar que el disco luego se complementa. MOTOMAMI+. El reverso del lado blanco se completa con el lado rojo. Y en este segundo álbum, Rosalía pone en sintonía una gran canción: “Aislamiento”.
“Es el imperio el que destruye
la emperatriz que lo construye
parece que se parte el cielo, pero no importa
soy joven, bonita, soy triste y brillante”
Un tema que habla de una mujer que tiene la posibilidad de ser una estrella del espectáculo, una diosa popular, una divina, en un mundo donde lo único que parece brillar son las pantallas.