Ser travesti o trans no sabe de ternuras tempranas. No hay infancia arrullada. Un desprecio nacido en el mismo seno.

Ser travesti o trans implica tácitamente, aunque no lo sepamos, aunque no lo hayamos planeado ni decidido, quedar huérfanas. Ser lo abyecto de lo normal es la norma. Jugamos un juego desconocido. Una ruleta rusa donde el gatillo son las palabras y Todos están dispuestos a dispararte.

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Leo a mis contemporáneos

Dice que la pureza no existe y reivindica para los escritores una postura que mezcla la lucha de clases y el género.

Todos.

Mamá, papá, el médico, incluso el vecino que nunca encajó en esa escala moral que plantean, dispara impunemente y se resignifica. Porque ser trava para ellos es una subclase. Una subhumanidad. Algo que no es digno de pertenecer a esa fantasía moral que ni ellos alcanzan.

Parece ser que el dios que les enseñó a amar al prójimo como él lo hizo con su hijo, escribió algún anexo dónde aclara que si es trava, no.

Pero no saben de nosotras, no saben de nuestra capacidad de germinar en tierras desoladas. Allí, lejos de sus manos que estuvieron dispuestas a deshojarnos.

Crecemos frondosas, y nos multiplicamos aún sin reproducirnos. Contra toda lógica biológica, contra todo mito divino, a pesar de sus murmullos asesinos. Nos levantamos y volvemos. Volvemos a esos lugares y seguimos siendo el espanto. Se prenden fuego con nuestro fulgor. No hay ternura.
Se preguntan cómo algo tan hermoso puede haber crecido entre tanta maldad.

Somos las hijas de una guerra que fue iniciada antes de nacer. Cuando se preguntaban entre ellos si íbamos a ser nenes o nenas. Una guerra entre mamaderas rosas y baberos celestes. Sin opción, sin alojo a lo otro.

Y ahí estamos paradas, frente a ellos. Como rezagos de esa guerra. Con el cuerpo como trinchera y la sangre de las nuestras como bandera.

Somos hijas de un apocalipsis.

Somos el retoño no esperado después de su holocausto armado.

Somos hijas de la Memoria oral que nos contamos en las esquinas.

Somos hijas de nosotras mismas.

No de ellos.

Porque entendemos que nosotras somos huérfanas de los héteros y del Estado.

 

La Wally posible*

Frente al espejo, con el corazón agolpado en la garganta me pinto, me pinto poco porque no quiero ser como ellas. Me pinto poco, porque menos es más. Me pinto poco, pero mi cara no tan dulce necesita un poco más.

Una sospecha de maquillaje, voy a decir con el tiempo, que me puse cuando en realidad tengo maquillada hasta las rodillas.

Y termino pareciéndome a ellas.

Es que ellas no estaban tan enfrente.

Frente al espejo siento náuseas de esta metamorfosis dérmica sensorial que no puedo controlar y de tener que mostrar el capullo al mundo para que entiendan y no entienden, y las náuseas vuelven y ya no son de nervios.

Frente a mi vieja estoy sentada, mi vieja no sabe, mi vieja desconoce quién soy. Solo conoce que desconoce al hijo que insiste en resucitar y que hijas nunca tuvo. Frente a mi vieja no soy nadie.

Frente a mi viejo no estoy. Mi viejo aunque está, nunca estuvo, solo conozco el revés de su palma y unas lágrimas retenidas que significan más que las que he llorado. Frente a mi viejo no estoy, ni yo ni él.

En el comedor tengo mutismo desgarrador y los ojos de ellos gritan más que cualquiera. Mi mano se posa temblorosa de lado, en forma de cuenco, en forma de súplica, en forma mendiga y busco explicar… Y nadie tiene oídos. La vista alcanza, las pruebas alcanzan, el espanto alcanza para convencerlos.

Y transito la casa que no me pertenece porque esta manada no es mía.

Y entonces la calle.

La calle gris y plomiza que refleja un cielo no más amable.

Las muecas en las caras, las miradas presentes, la sangre que se agolpa en la garganta y de repente: Putooooooooooo.

Y de repente silencio.

Y de nuevo: Putoooooooo

Y nadie……

Y silencio…. Bullicio, miradas y el silencio cómplice y las risas. Las risas son lo más audible desde está travesía.

¿Si tengo miedo? Sí, tengo.

¿Si tengo hambre? Sí, tengo.

¿Si tengo frío? Me calan los doce años.

Pero esta transformación urbana trae más que miedo.

Siento mi piel más dura con cada insulto. Siento los ojos vidriados.

Tengo un inmenso deseo de quemarlo todo. Por qué no me lo merezco, porque soy una criatura invisible, por tanto mal, por si las dudas. Voy a volver a prender fuego todo con mi taco inflamable y mi espanto a flor de piel.

No me merecen. Tengo espuma en la boca y me pedís paciencia. ¿Me pedís paciencia o que me rinda? No me pidas que aguante, YA AGUANTÉ DEMASIADO.

¿Y me preguntás si soy mala?

Y me mirás con miedo y desconfianza, ahora que ya no tiemblo ni pulso frágilmente.

Me deben horror y vine a buscarlo.

Me deben los besos y los huesos.

Me deben una familia.

Y me deben la sangre de las otras.

¿Y me preguntás todavía por qué tanta saña?

Mientras muerdo las manos que me azotan y es que no comprendés bebé que de cachorra me tiraron y en la calle me hice perra.

 

* Texto de la autora interpretado por Mariano Notaro en Escuela de Teatro y Títeres.
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Sobre el autor:

Acerca de Morena García

Es militante de la comunidad travesti/trans de Rosario y escritora.

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