En la contratapa del libro la poeta rosarina, Celia Fontán escribe:
“Si toda teoría es un punto de partida, una posibilidad de acercamiento a una zona de conflicto o incertidumbre, la lectura de este nuevo libro de Alicia Salinas se impone como la voluntad de descifrar lo oscuro, lo difícil, lo subterráneo a través de la palabra poética.
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Como en la cita de Circe Maia que encabeza el poema Culpa, se trata de atacar con palabras cosas delicadas, de develar los mecanismos que nos llevan al sufrimiento y nos impiden dejar atrás la inercia del pasado, en un recorrido que transforma lo vivido en puro aprendizaje, porque están en juego cosas delicadas como el dolor, la ausencia, el deseo.
Podríamos decir que toda mujer proviene de una estirpe, de una matriz de silencio, de una genealogía de lo callado que deberá revertir para evitar el terror de trasvasar las preguntas a las próximas generaciones. En ese intento, cada poema se convierte en el escenario de un combate cuerpo a cuerpo, palabra a palabra, para dilucidar el sentido de la niebla y descorrer su cortina engañosa. Una travesía acompañada por el viento del lenguaje, por la palabra que sopla y golpea”.
Monólogos de sangre fría
Toda farsa tiene puntos de fuga,
la quebradiza inercia del pasado
ejecuta lo que sabe.
La fuerza de lo pequeño
detrás de la censura
—un átomo en su eje
no deja nunca el movimiento—,
la palabra que devela y el silencio
parlante. Todo este fru fru
no me conmueve,
hace rato crepita otro cuerpo,
como si a un animal de sangre fría
se le exigiera
pasar su vacación en el infierno.
Y sin embargo
me quedo a vivir en esta casa
diciendo cosas al espejo.
Oráculo
Puntos de vista arman un cordel
para tirar del sueño hecho piñata
y volver a empezar.
Nuevo impulso de rasgar los pañuelos,
antes fueron cuencos que recogían
todos los dolores.
Si se pudiera mirar a los costados
y en el aliento frágil de un ave,
no en su vuelo, intentar algo!
La casa de tela
Quienes se quejan de levantarse temprano
deberían probar el silencio:
nunca se sabe si hay un insomne
enfrente de una palabra vacua.
Una mujer y un hombre miran durante años
la bovedilla del cielo raso; comienza negro
y a medida que la noche desfallece
se integra a su color verdadero
como en una secuencia impresionista.
Ella siente su cuerpo tan pesado,
tan al borde del colapso, que no puede
traducir la inexistencia de la luz.
Sueña con dormir mientras trasiega
el mundo, el ojo clavado en el doblez
de un techo que se ha ido poniendo
bajo y grácil, tan cruel como un pañuelo.
Mientras suena Nina Simone
Se vive el mismo momento una y otra vez.
Si parece ayer cuando miraba
la puerta blanca a las tres de la tarde,
en la tibia resolana de mayo.
Sentía entonces la potencia de la vida,
más que la sangre: su influjo,
lo dado y lo perdido, el precioso barniz
que la felicidad entregó a préstamo.
Claro, es la ventana de entonces
la que refleja el tono del poema,
la lengua y una nube pasajera
ensombreciendo.
Secretos de la tierra
Todas las cosas del mundo se caen de las estanterías
cuando una mujer abandona la violencia que la ha tocado
—nunca con la suavidad de una pluma— y llora
hasta desfondarse los ojos,
librándose incluso de los mitos.
Reconfortan pequeños haces del otro lado del planeta
—el jardín es invadido por extrañas mariposas,
se está cerca de creer en la magia—.
Las lágrimas avanzan por los intersticios
entre las plantas, hacia el fondo,
capaces de desbordar los ríos subterráneos,
de abrir surcos en las piedras finales
que soportan el núcleo de los tiempos.
Así ha pasado por generaciones:
para que el corazón del mundo siga latiendo
es necesario cruzar parajes invisibles
hasta dejar una ofrenda.
La libertad de las mujeres, hija mía,
es la energía de la vida.