Lucía Rodríguez se toma de una frase de la escritora Olivia Gallo para resumir –si acaso hiciera falta– las razones de la edición de su poemario Yo sólo quería escribir canciones: “Si la gente que hace teatro tiene una muestra a fin de año, los que escribimos sacamos un libro”.
Quienes conocemos a Lucía sabemos que no es nada solemne y por eso la cita de una autora de su generación le calza perfecto. Con ella termina de desdramatizar el asunto de sacar su poesía a la calle y dice: “Lo que quería es hacerlo de la mejor manera posible y acompañada de gente en la que creo”.
Lucía nació en Resistencia, Chaco, en 1987 y vive en Rosario desde 2006. Es licenciada en comunicación social por la UNR y trabaja como periodista, productora y gestora cultural. Co-editó 19. Una cartografía narrativa de Santa Fe con sus amigas Arlen Buchara y Lucía Demarchi. Hizo talleres de narrativa con Pablo Ramos, de poesía con Tomás Boasso, y tuvo un blog (El infierno de una dama) inspirado en un poema de Charles Bukowski.
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Yo sólo quería escribir canciones, es su primer libro con ilustraciones de su hermano Federico Rodríguez Seveso –realizador audiovisual, director y guionista– y con acompañamiento en edición de Anabel Martin y Agustín González.
“Me dijeron cosas que no quiero olvidar
algo desaparece y aparece en otro lado
¿cuántos accidentes me trajeron hasta acá?
no es fácil escribir sobre nada, dice Patti Smith.
El cuerpo recuerda que en una pirueta, la cabeza es
lo último en irse y lo primero en llegar.
Cuento con una medida de suerte,
mientras trabajo en el poema
afuera todo lo nombrado
estalla.
Yo sólo quería escribir canciones, devolverle algo
al sueño que ama la vida
como esos tres acordes
amaron salvarme”.
Los poemas comenzaron a tomar forma en 2018 cuando la autora quiso escribir algo que la ayudara a pensar en la intimidad. “Me entusiasma la idea de la producción en términos de proyectos y me gusta lo conceptual para darme un marco de abordaje. En ese año venía muy impedida, sentía que había mucho desencuentro, pero que los encuentros sucedían y en ellos pasaban cosas que hablaban mucho de mí y de mis propios impedimentos”, cuenta.
Por eso quiso experimentar un modo para retener algo de ese sentimiento, aquello que acontece en lo íntimo, lo que pasa entre dos personas, en el encuentro con un otro.
“Camino de noche, la calle desierta
lloro por amor, proyecto
el mejor plano para esta tristeza”
De esa búsqueda nació el fanzine Los chicos (editado por Turba) y un movimiento nuevo en el que Lucía siente que el cuerpo tuvo mucho que ver. Empezó a recitar en público, a escuchar a otras personas leer, pero sobre todo a tomar confianza en su voz propia. “Esos poemas iban teniendo una vida independientemente de la mía. El fanzine estaba dando vueltas y un poco sentía que era lo que tenía que hacer”.
Atenta a la convocatoria de poesía inédita “Alfonsina Storni”, lanzada por el Centro Cultural Kirchner, Lucía pensó que si tenía todo reunido lo podía presentar como libro. Fue ahí que convocó a su hermano que vive en Buenos Aires, le envío poemas para que empezara a leer para ver qué imágenes le surgían. En un ida y vuelta, Federico le fue devolviendo ilustraciones preciosas para casi todos los poemas. “Fue en conjunto. Es algo que llamo orgánico, estaban las poesías, estuvo el trabajo, funcionó como orgánicamente”, dice. El premio del CCK no salió pero el libro se hizo igual.
Con Anabel Martin y Agustín González imprimieron todos los poemas, hoja por hoja, los desparramaron en el piso de una habitación y le fueron pensando más que un orden un sitio en algunos núcleos.
“Que el corazón este, pero que también haya algo de recorrido, de ir hacia adentro y esquivar y de generar unos climas”, cuenta Lucía.
El libro despliega poemas en clave autobiográfica que van desde los más familiares a los poemas de amor. Y si bien la escritura se detiene bastante en las relaciones sexo afectivas de un tiempo cercano hay una especie de coming-of-age que muestra algo así como una línea de crecimiento de las emociones y las percepciones de la autora.
“Yo saltaba a su alrededor, imaginaba esa noche, brillante en el escenario,
‘voy a ser la tortuga más genial de todas’”.
Tres epígrafes dividen el poemario. Uno pertenece a la poeta Alejandra Benz, otro al músico Martín Buscaglia y el último a la escritora Lorrie Moore: “Tienen que ver con piezas de mi misma que me conmueven, pasa como con la música, me la paso anotando cositas, el libro es como una conversación, una siempre está conversando con lo que está leyendo, escuchando, o con las personas. Es como invitar a la conversación”.
Como si fuesen canciones que se escuchan con auriculares durante un recorrido a pie, las poesías de Lucía tienen ritmo, música propia y sobre todo mucho movimiento. El libro empieza y termina caminando. El poema que abre es con un recorrido hacia la barranca del río, el que cierra es un regreso a casa por calle Italia, de noche y con el rugido de un camión de basura de fondo.
Para Lucía la música es una parte fundamental de su vida y asegura que fue formativa: “Algo que tiene que ver con cómo yo abordo el mundo, entiendo o me acerco a las cosas, es eso, algo que realmente me hizo aprender de las personas, de mi, de como entiendo cualquier cosa que viva”.
El libro se edito a través de una preventa y es algo que también tiene mucho que ver con el modo de hacer, la forma de producir, la ética de trabajo que le interesa a ella.
Al comienzo reconoce que la idea la aterraba. Porque: ¿A quien le podía importar? Y aunque pensaba que con juntar la mitad del dinero estaba bien, para su sorpresa se terminó reuniendo todo lo que necesitaban para imprimir los 300 libros.
“Impacta porque es el resultado de toda la gente que te acompañó, que confía en tu deseo de hacer. Hay una confianza que cada uno tiene de verte y de escucharte”, dice Lucía con la certeza pero también con la emoción de que crear con otres es, después de todo, lo más potente.
Tomo una línea de uno de sus poemas que (al menos para mí) encierra tanto el corazón del libro, como el sentido de ser en comunidad: “Esta también soy yo”.