Acaso las teorías conspirativas a las que muchos norteamericanos suelen adscribir estén en el relato mismo de su historia, la del excepcionalismo, cuyo fuego sostiene la Estatua de la Libertad, la de la epopeya religiosa de los Padres Fundadores, el Mayflower (la nave que ingresa solitaria al continente para sembrar la libertad y las cruces del cristianismo evangélico: para los legos, el podcast Ey Broder cuenta esa historia), etcétera. Sin embargo, la historia misma del país y, sobre todo el tramo último –desde mediados de los 70 hasta ahora–, se encargó de aplastar esas aspiraciones “excepcionales” en una inmensa mayoría de la población del territorio mientras un puñado de aristócratas cosechaban las fortunas más imponentes que jamás se acumularon sobre la Tierra. El excepcionalismo es un llamado identitario que se sostuvo, muchas veces, en la célebre Segunda Enmienda, que autoriza a cualquier ciudadano a portar todo tipo de armas para defender el “estado libre”; pero también en la política exterior, que llevó al país a participar y generar guerras, intervenciones, golpes de estado, desestabilizaciones y crímenes (hay que aclararlo: con la complicidad de élites y sectores locales que en Argentina llevan los nombres infames de dictadores, economistas y empresarios) que escapan todavía a cualquier tipificación, como las masacres atómicas de Hiroshima y Nagasaki de las que se cumplieron hace días 75 años.
Ser ciudadano de una nación excepcional, tener un rifle de asalto en el sótano y ver cómo el nivel de vida decae y la pobreza crece y se acelera de una generación a otra es de algún modo inexplicable si no se cuenta con algunos recursos simbólicos y culturales –no necesariamente letrados, la participación gremial o sindical son esos recursos– que permitan trazar un hilo entre las políticas económicas y sociales que se desarrollaron, pongamos, desde 1972 en adelante.
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La última de las teorías conspirativas tiene un nombre, tiene remeras y seguidores en las redes sociales y hasta 35 congresistas en carrera: QAnon, que nació como Q en las llamadas redes del odio, como 4Chan, 8Chan y Reddit en octubre de 2017.
Es sólo el comienzo
En su extensa nota sobre el tema –parte de una serie bajo el título Shadowland–, Adrienne LaFrance publicó en The Atlantic –el excepcional diario de Bosoton–: “QAnon es el emblema de la susceptibilidad estadounidense contemporánea y su entusiasmo por las teorías conspirativas. Pero también es mucho más que una vaga multitud de participantes con mentalidad conspirativa en salas de chat. Es un movimiento unido en el rechazo masivo de la razón, la objetividad y otros valores de la Ilustración. Y probablemente estemos más cerca del comienzo de su historia que del final. El grupo aprovecha la paranoia para crear una ferviente esperanza y un profundo sentido de pertenencia. La forma en que da vida a una antigua preocupación por el fin de los tiempos también es radicalmente nueva. Cuando observamos QAnon no vemos solo una teoría conspirativa, sino el nacimiento de una nueva religión. Mucha gente se mostró reacia a hablar conmigo sobre QAnon cuando les conté esta historia. Los seguidores del movimiento a veces han demostrado estar dispuestos a tomar el asunto en sus propias manos. El año pasado, el FBI clasificó a QAnon como una amenaza terrorista nacional en un memorando interno. El memo tomó nota de un hombre de California arrestado en 2018 con materiales para fabricar bombas. Según el FBI, había planeado atacar la capital de Illinois para «informar a los estadounidenses sobre ‘Pizzagate’ y el Nuevo Orden Mundial (NWO) que estaban desmantelando la sociedad». El memo también tomó nota de un seguidor de QAnon en Nevada que fue arrestado en 2018 después de bloquear el tráfico en la presa Hoover en un camión blindado. El hombre, fuertemente armado, exigía la publicación del informe del inspector general sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton. El memorando del FBI advirtió que las teorías conspirativas avivan la amenaza de la violencia extremista, especialmente cuando las personas «que afirman actuar como ‘investigadores’ o ‘indagadores’ señalan a personas, empresas o grupos a los que acusan falsamente de estar involucrados en el esquema imaginado».”
Ese «esquema imaginado» no deja de ser un punto de conflicto, al menos para quienes estamos del otro lado de las teorías conspirativas, porque si bien es un disparate imaginar a Hillary Clinton o Barack Obama detrás de una red de pedofilia –como veremos más adelante–, o a Cristina Fernández de Kirchner enterrando un «PBI» –sí, una cantidad de dinero que nunca existe de forma real en ninguna caja fuerte del estado– en la Patagonia, también es cierto que las redes de pedofilia, narcotráfico y enriquecimiento de líderes políticos son reales; incluso aunque sean más reales y subrepticias las redes de enriquecimiento, corrupción y endeudamiento de líderes ultraderechistas como Mauricio Macri. Y, sobre todo, que quienes están al frente de los estados han hecho poco y nada por desarticular toda esa aberración de la entraña estatal. De modo que hay un marco lejano pero real en la percepción del daño que padecieron los sectores menos cercanos a la «pertenencia de clase» de la sociedad.
En su artículo en Slate de agosto de 2018, Jordan Weissmann escribe: “Lo que hace bastante diferente a QAnon, y bastante más aterrador, que muchas de las teorías conspirativa a las que los estadounidenses se han aferrado a lo largo de las décadas, es que es fundamentalmente autoritario (como el delirio de Joseph McCarthy sobre la infiltración comunista en el gobierno, pero más surrealista). Los creyentes de QAnon no buscan helicópteros negros amenazantes. Están esperando que el presidente en ejercicio libere a su país del mal tras rodear a su oposición política. Los partidarios han comenzado a contar con júbilo las acusaciones selladas que las autoridades federales han presentado últimamente porque las ven como una señal de que se avecina una ola masiva de arrestos. En el mitin de Trump el miércoles por la noche en Tampa, Florida, se presentó un número impactante de asistentes con camisetas y carteles de QAnon. Estas personas están pidiendo que un hombre fuerte tome el control del país”.
El estado profundo
QAnon nació como “Q”, la letra alude al grado de acceso a la seguridad y los secretos militares que maneja el anónimo personaje –sí, todos suponen que se trata de un hombre–, quien se hace pasar por una alta fuente de la inteligencia militar que trabaja en secreto para desarticular las fuerzas oscuras de lo que suele llamarse deep state: el estado profundo que funciona más allá de las reglas que quiera imponer cada administración en la Casa Blanca, por ejemplo, lo responsabilizan de crear el coronavirus para desestabilizar al presidente Donald Trump.
El presidente Trump, retuiteó en más de una oportunidad mensajes de QAnon o de su comunidad, que lo consideran el único cruzado capaz de desmantelar la satánica conspiración de demócratas como Hillary Clinton y Barack Obama, quienes estarían al frente de una red de tráfico de menores para sodomizarlos.
“Si fueras un simpatizante –reza una leyenda de bienvenida en uno de los foros–, nadie podría saberlo. Te verías como cualquier otro estadounidense. Podrías ser una madre que recoge las sobras del plato de tu niño. Podrías ser el joven con auriculares al otro lado de la calle. Podrías ser un contador, un dentista, una abuela que guarda pastelitos en la cocina. Bien podrías tener afiliación a una iglesia evangélica. Pero es difícil que te identifiquen solo por tu apariencia, lo cual es bueno, porque algún día, pronto, las fuerzas oscuras pueden intentar rastrearte. Entendés que esto suena loco, pero no te importa. Sabés que un pequeño grupo de manipuladores, que operan en las sombras, mueven los hilos del planeta. Sabés que son lo suficientemente poderosos como para abusar de niños sin temor a represalias. Sabés que los principales medios de comunicación son sus doncellas, en asociación con Hillary Clinton y los habitantes secretos del estado profundo. Sabés que solo Donald Trump se interpone entre vos y un mundo maldito y devastado. Ves plaga y pestilencia arrasando el planeta y entendés que son parte del plan. Sabés que no se puede evitar un choque entre el bien y el mal, y anhelás el Gran Despertar que se avecina. Y por eso debés estar en guardia en todo momento. Debés proteger tus oídos del desprecio de los ignorantes. Debés encontrar a quienes son como vos. Y debés estar preparado para luchar. Sabés todo esto porque creés en Q.”
LaFrance, lo mismo que Weissmann, señalan a varios personajes de la ultraderecha militarista, por lo general de sectores medios y bajos del interior de Estados Unidos como los principales militantes detrás del movimiento Q. También trataron de establecer el número real de seguidores, que en los rallies de Trump por el país se muestran con sus remeras y sus carteles. “El New York Times trató de estimar el alcance de la comunidad de QAnon al observar cosas como la cantidad de visitantes a su perfil de Reddit y las descargas de aplicaciones de QAnon. Pero las cifras que publicó oscilaron entre 49.000 y 7 millones. En otras palabras, no tienen ni idea”, escribió Weissmann en 2018.
Fascismo en red
Claro que la campaña de QAnon no sólo se expande entre usuarios reales, también hay bots y telecentros de trolls como los que pone a funcionar el macrismo en Argentina, donde si bien las teorías conspirativas no tienen la misma llegada que en Estados Unidos, parten de datos o noticias falsas que se multiplican a través de las redes. Un punto de partida de la campaña de Donald Trump hacia la presidencia, por ejemplo, fue la noticia falsa lanzada en 2011 según la cual el entonces presidente Barack Obama no habría nacido en suelo estadounidense (en Hawaii), sino en África. El dato, de cuya difusión se hizo cargo el mismo Trump, era insostenible, pero su mismo debate le dio visibilidad y pululó en redes hasta que encarnó en la vasta población de desterrados de la opinión pública y la consideración del estado y el mercado.
Como nos enseñó el film Brexit, the Uncivil War, lo que las redes ofrecen a la Big Data no es la magia de cambiar mentalidades, sino un canal de expresión a personas que han vivido una vida de desprecio y marginalización social y cultural. Los militantes del odio como QAnon o el macrismo argentino sólo tienen que ir a buscarlas allí, en “esos nidos de resentimiento y soledad”, como lo expresa Dominic Cummings –asesor y promotor de la campaña del primer ministro Boris Johnson– a través del personaje que lo interpreta en el film.
En esta misma revista publicamos ya una traducción de lo que puede leerse como “el manual para identificar el fascismo contemporáneo”, que escribió Umberto Eco en 1995: “El protofascismo deriva de la frustración individual o social. Es por eso que una de las características más típicas del fascismo histórico fue apelar a una clase media frustrada, una clase que sufre una crisis económica o sentimientos de humillación política, y asustada por la presión de los grupos sociales más bajos. En nuestro tiempo, cuando los viejos «proletarios» se están volviendo pequeñoburgueses (y los lumpen están en gran medida excluidos de la escena política), el fascismo del mañana encontrará su audiencia en esta nueva mayoría.”
Consecuencias
Las consecuencias de toda esta campaña –que funciona en Brasil y cuyos ecos experimentaremos tarde o temprano en Argentina y la región– se hicieron tristemente conocidas en Estados Unidos el domingo 4 de diciembre de 2016, antes del primer posteo de QAnon. Ese día, Edgar Maddison Welch, un padre ejemplar de dos criaturas hizo en auto unos 580 kilómetros desde su pueblito en Carolina del Norte hasta la pizzería Comet Ping Pong en el noroeste de Washington. Comet Ping Pong, como lo cuenta LaFrance, es un clásico familiar de la ciudad. Pero esa tarde de domingo de diciembre los niños y adultos que estaban en el lugar vieron ingresar a Welch armado con un rifle de asalto AR-15, lo que causó un caos inmediato, corridas, niños y padres lastimados y aterrorizados. El hombre llegó hasta una puerta trasera dentro de la pizzería e intentó abrirla con un cuchillo, cuando el plan falló encaró la cerradura con el cañón de su rifle hasta que la deshizo a tiros. Pero lo que se encontró no era lo que esperaba: allí adentro había un gabinete de computación. Nada más. Minutos más tarde, mientras la policía aseguraba el perímetro, Welch salió caminando con las manos en elto, depuso su actitud y se entregó.
El hombre había hecho 580 kilómetros para liberar a los niños secuestrados que escondían en el sótano –que no existía– los oscuros y manipuladores miembros del partido Demócrata que trafican con niños liderados por Hillary Clinton, según se había encargado de difundirlo la célebre teoría conspirativa conocida como Pizzagate en la que los términos “pizza” referían a las niñas y “pasta”, a los chicos pequeños.
La creciente comunidad de QAnon, por lo general armada y violenta, continúa su escalada inspiradora de actos como el que protagonizó Welch quien –más allá de que luego se mostró arrepentido– se sintió ese domingo de diciembre “despertado” por el llamado excepcional a liberar a los niños inocentes.
Cuando uno de los editores de REA buscó en el buscador alternativo de Google material sobre QAnon halló este archivo de los posteos de este militante anónimo en 4chan, 8chan y 8kun.
Este nuevo levantamiento del conservadurismo más rancio desplegó ya sus armas en la web. La reacción despertó. Acaso lo peor está por venir. Buenas noches, y buena suerte.
Coda
A modo de coda, traduzco aquí un brevísimo momento de una entrevista que hizo Stephen Piccarella en la revista Believer al escritor indobritánico Hari Kunzru, quien expresa esta dicotomía digna de rastreo y reflexión en torno al impulso de las teorías conspirativas en años recientes:
—La paranoia de la posguerra fue un tema literario, en particular en la novela estadounidense en los años 60 y 70. Entiendo que la primera ola de literatura paranoica, al menos en Occidente, está conectada a una cosmovisión política vagamente izquierdista. Los escritores preocupados por la paranoia —Pynchon, DeLillo, etcétera— eran escépticos del gobierno, escépticos del poder. En los últimos años, en Estados Unidos y en otros lugares, la paranoia y la teoría de la conspiración fueron cooptadas por la derecha. Existe esta nueva facción de la derecha en Estados Unidos. Toda su ideología se basa en teorías conspirativas descabelladas como el genocidio blanco.
—Sí, y QAnon y todo eso.
—¿Al ver este surgimiento de paranoia de derecha, se afectó su forma de pensar sobre estas ideas?
—Hay dos vertientes paralelas en mi respuesta. Una tiene que ver con la historia y la otra tiene que ver con la forma literaria. Si tomamos el «miedo rojo» de los años 50 –que inicialmente emanó de una posición política de derecha–, y el género de películas sobre extraterrestres como Body Snatchers al modo de un posicionamiento ideológico del otro lado, hubo un cambio histórico en nuestro modo de pensar la teoría de la conspiración. Desde que aparece la nueva izquierda en adelante, de los 60 hasta los 80, las conspiraciones tratan sobre el gobierno y las acciones del estado secreto. Si tenés mi edad, viviste de todo, desde Irán-Contra en adelante. Desde Kennedy en adelante ya estaba muy claro que había ruedas dentro de ruedas. Supongo que las cosas que realmente conmovieron a la gente de izquierda fueron las revelaciones de COINTELPRO [un proyecto secreto e ilegal de inteligencia interna en EEUU, desarrollado entre 1956 y 1979, que llevó adelante el FBI y apuntaba desarticular grupos de izquierda y opositores] y la idea de que el estado estaba preparado para trabajar contra los opositores domésticos, que estaba preparado para asesinar gente. Eso fue, imagino, muy impactante para la gente.
En términos de forma literaria, DeLillo es una figura muy interesante. Libra, su libro sobre el asesinato de Kennedy, es uno de los más sofisticados al abordar esta cuestión de la trama como conspiración contra trama como forma literaria. Soy un pynchonita en recuperación, en serio. Yo era un fanático de Pynchon de dieciocho años, también de otros escritores de los sesenta y setenta con ese tono chiflado y estrafalario. Vengo de un trasfondo bastante conservador en términos de lo que se suponía que era la literatura y lo que se suponía que uno debía escribir, y me sentí muy liberado cuando entendí que se pueden contar chistes malos y no preocuparse por mantener cierta textura realista. En los años 60 y 70, esa locura se conectó de manera política. Allí está el Hombre y están los niños que son un poco locos, salvajes y libres. Eso está de veras patas arriba. Creo que ya no tenemos la sensación de que es una fuerza liberadora el exceso de información, nuestra incapacidad para procesar todo y la inestabilidad en el tono y la realidad. Creo que se siente, en este momento político, como una fuerza muy amenazante. En términos literarios, se domesticó como un conjunto de formas. Con el alto posmodernismo, finalmente las ruedas se atascaron, en algún momento a finales de los 80 o principios de los 90. En la época en que yo cursaba mi licenciatura en los departamentos de humanidades, Derrida era el punto en torno al cual había que discutir, y esta indeterminación —que el lenguaje no se relacionaba con el mundo de manera fija o estable— nuevamente estaba siendo minada en busca de posibilidades liberadoras.