La revolución de las hijas se convirtió en hashtag, remera, pin, tatuaje. ¿Cómo fue que Luciana Peker encontró esa síntesis, esa definición que condensa el empuje por la legalización del aborto? Era el martes 28 de abril de 2018. Llovía en la ciudad de Buenos Aires. Luciana Peker escribía el discurso que daría ante el Congreso Nacional en la audiencia por la legalización del aborto. Tenía siete minutos para argumentar porqué estaba a favor de la interrupción del embarazo. La periodista feminista, autora del mayor best seller de 2018 (Putita Golosa), tecleaba lo que iba a decir. Pero no fue en esa escritura frente a la pantalla de la computadora donde encontró la imagen que resumiría todo un clima de época. Fue recién cuando peinaba el cabello de su hija Uma. En esa cepillada a contrapelo sobre la melena sedosa y oscura se desenredó la frase. Y peinada, como el pelo, apareció la idea fragante. Las palabras precisas para narrar lo que sucedía en las calles: la revolución de las hijas. La frase de Peker no quedó ahí. Se replicó en carteles, manifestaciones, cantos y también fue repetida el 14 de junio en la Cámara de Diputados por legisladoras y legisladores a favor del proyecto.
“A la revolución de las hijas la ves en las calles, pero también la ves cuando un político toma la causa con ahínco porque hay una hija detrás o cuando un periodista cambia su postura porque hay una hija detrás. No hay persona a la que corras un poquito la cortina que no tenga una hija detrás. Pero en un concepto que es todo lo contrario al nepotismo. No somos como en los años 90 los hijos del poder, son las hijas al poder”, dice Peker.
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Esa revolución de las hijas, a la que la periodista pudo nombrar hace un año, es en sus palabras, el derecho que las adolescentes y jóvenes tienen a disfrutar sin morirse, sin tener miedo, sin tener menos derechos que sus novios, amigos y hermanos varones. Y es una sublevación poderosa, acelerada, imparable.
–Pienso en lo que muchas pibas le pudieron enseñar a sus padres y madres no feministas y me pregunto: ¿qué le enseña una hija adolescente a una madre que ya es feminista?
–Ser feminista es dejarse interpelar, no es estar por delante de nadie. Y ser periodista es saber escuchar. Creo que esas son dos claves. Para mí lo más groso de que haya una revolución de las hijas es lograr que entre la educación sexual a las escuelas, lo que no quiere decir que se cumpla en todos los casos. Pero siempre luchamos por el cumplimiento. Sin embargo, lo que se logró es que entre la educación a las escuelas con las pibas y eso es lo que más nos interpeló. Y hay mil anécdotas que nosotras que somos grandes, escribimos, damos la batalla en manifestaciones, a veces decimos: ‘Basta. No doy más’. Y no damos la pelea en todos lados. Siempre me acuerdo que una vez había ido a pasar dos días a Chascomús con mis hijos y quisimos dar un paseo en bote. El señor que los alquilaba miró a mi hija y dijo: “Ella no va a remar porque es una princesa”. Y yo me callé la boca. Podría haber respondido pero sentí que me estaba tomando un día de descanso, no daba más y entonces mi hija, que tenía sólo ocho años, me retó porque no me había enojado con el señor. A diferencia de lo que me pasaba a mí con mi mamá cuando era chica, que me molestaba cada vez que ella se ponía a discutir en público, ellos quieren que discuta todo, todo el tiempo, en todos lados. Y eso hizo y hace que me cuestione todo: si mi hija puede o no salir como el hermano. No solo ella, sino que generacionalmente corrieron la línea de lo aceptable y de lo que les parecía bien o mal. El tema de las pibas es el fútbol. Nos decían que en el recreo ellas querían tener derecho al juego, y no era una agenda feminista clásica. Más allá de que hoy sí copó todas las agendas. Mónica Santino, Maca Sánchez y muchas otras hicieron su aporte. Pero fue un tema que comenzó en las escuelas para oponerse a los acosos porque ellas no aguantan lo que nosotras aguantamos.
–En Putita Golosa hablás del feminismo del goce y en La revolución de las hijas aparece el feminismo de la transformación. ¿Cómo es eso?
–Creo en el feminismo del goce y las jóvenes son parte del feminismo del goce porque a las jóvenes las matan en situación de goce, a diferencia de muchas de las mujeres adultas. Esto aparece claramente con el título de Clarín cuando Melina Romero todavía estaba desaparecida: “Fanática de los boliches”. Y así vemos que todas las jóvenes asesinadas estaban en situación de goce: Lola Chomnalez, Anahí Benítez, Melina Romero, Micaela García, Araceli Fulles. Querían ir a bailar, leer un libro, salir solas, divertirse y eso marca una gran diferencia porque si nos faltan políticas de Estado para la violencia de género en un sentido clásico mucho más falta una política pública para las pibas que tienen derecho de ir a bailar y salir de noche. El feminismo del goce no es que es un feminismo frívolo donde todo es divertido sino que marca el derecho al goce. Si esta generación marcha, pelea con brillos, glitter, cantos, gritos es una generación que levanta per se la bandera del goce. El feminismo de la transformación para mí es central porque en sí el feminismo viene para dar vuelta todo. Pero es como cuando en ciertas actitudes, estés o no de acuerdo con alguien, la pregunta que emerge es: ¿Esto va a cambiar las cosas o esto es una discusión interna? Bueno, yo siempre prefiero que en las acciones, en los textos, las marchas logren la transformación. Para mí es como una pregunta rectora. Por supuesto que luego te podés equivocar o podés disentir. Pero lo importante es saber qué transforma y qué no transforma y creo que hay que tener sed de transformación.
–¿Y cómo se relaciona esto con el “feminismo del 99%” que propone la filósofa y diputada española Clara Serra (Podemos), que se trata de un feminismo inclusivo, anti liberal y con los varones adentro?
–Hay un libro de Nancy Fraser y otras autoras que habla de eso, pero la verdad que yo se lo escuché a Clara Serra que vino en el verano a Buenos Aires y estuvimos juntas. Y el feminismo del 99% para mí es justamente que no sólo es una agenda de género, sino que es un movimiento político y que es el movimiento político más revolucionario y transformador de este momento y que por lo tanto necesita incluir también a los varones y necesita incluir a la mayor cantidad de gente posible. Esto por supuesto no es en lo más mínimo que puedan entrar abusadores sexuales, violadores, violentos. Pero sí es crear un feminismo masivo, popular y transformador.
–¿Y cómo pensar en este feminismo político un giro antipunitivista? Sobre todo cuando en esta revolución son las pibas las que muchas veces sacan a la luz su voz a través de los escraches.
–Creo que jamás hay que callarlas. Tengo todo el reconocimiento por las pibas y especialmente por aquellas de los colegios secundarios. Las adultas muchas veces nos vemos corridas de esto por ser más cautas, pero ellas tienen razones y logran ser escuchadas y eso es lo que más me importa. Por supuesto que valorizar a las adolescentes no es un feminismo adolescente. Entonces ahí hay un intercambio de opiniones que es lo que me parece más grato. Valorizo mucho a las jóvenes y adolescentes en Argentina que tienen mucho respeto por las pioneras y adultas. No son jóvenes que no escuchan. Acá, a diferencia de otros países donde hay un quiebre ideológico más fuerte, es posible la escucha y el intercambio. Yo sí creo en buscar alternativas al punitivismo o a las penas como solución. Más que a los escraches –que me parecen una forma válida en determinados contextos–, que como herramienta les permitieron a ellas hacerse escuchar, repensaría lo de los linchamientos. No pondría a todos los varones en un paredón. Para buscar soluciones que salteen al linchamiento tiene que haber una sociedad que escuche y varones dispuestos a tender puentes, a romper pactos de caballeros y a buscar maneras de diálogo y encontrar formas alternativas que no sea el linchamiento. En el caso de un periodista como Baby Etchecopar, si no lo ponés preso, si no le das una pena privativa de libertad, si no lo dejás sin trabajo, si lo que hacés es darle una probation, tiene que haber un entendimiento de la gente de que no es grave pero que es una posibilidad intermedia. Lo que sucede con Baby y con muchos varones acusados es que no están tendiendo esos puentes y muchas instituciones tampoco. Los colegios no están buscando formas de atención cuando las chicas dicen que no se sienten cómodas, no hay centros específicos con algún indicador de machismo que generen lo que llamo pedagogía de la confianza para que ellas no sientan que las están callando sino que las están acompañando en la búsqueda de una solución con los varones, que produzca cambios. Nunca hay que callar a las chicas, ni hacerlas retroceder, el Estado como las escuelas, las universidades, el periodismo, tienen que estar dispuestos a tender esos puentes. Hasta ahora no veo actitudes que cuando las acciones no son las más crudas, tengan buena recepción. Entonces no voy a demonizar a las chicas cuando las toman tampoco.
–¿Qué pasa con el amor en los tiempos de feminismo y esto que dimos en llamar responsabilidad afectiva?
–Hay un recrudecimiento del machismo frente a un escenario de un feminismo tan fuerte y de mujeres empoderadas. No es que la violencia de género clásica –golpes y maltrato físico– haya desaparecido, por supuesto que persiste. Pero muchos varones no te darían una piña y muchas mujeres nunca se quedarían con varones que peguen una patada. Pero ha crecido el destrato. Vos podés tener destrato porque alguien no te gusta como una situación azarosa, pero por supuesto, que está acompañado de estas conductas que traen aparejadas las redes sociales y el Tinder de las personas como mercadería, o de la idea de pasar personas como en un casting, que no son conductas culturales aisladas. Pero lo que sí creo es que hoy las mujeres tienen un nivel de sufrimiento enorme en relación al destrato de los varones. Lo que escucho es que las mujeres están sufriendo por el destrato de los varones de una manera muy aguda y creo que las formas en que los varones destratan son formas de mucha humillación, de mucho desprecio. No son formas en las que tienen derecho de elegir si desean o no estar con una mujer, sino que hay un desprecio puesto en función de la crueldad hacia mujeres más independientes, más empoderadas, más autónomas, que hoy son las protagonistas políticas mucho más que los varones en Argentina y en todo el mundo. No creo que se pueda ser ingenua con estas actitudes sino marcarlas como machistas. Y el intercambio con esos varones que no quieren ser machistas es de asumir que la raíz de ese destrato es un desprecio y no que puede ser tolerado. Después es cierto que uno puede elegir con quién estar o no estar. Soy muy respetuosa del deseo de los varones, no es lo mismo que determinadas actitudes de desprecio, aunque me parezcan mal, no las comparo con la violencia de género, en el sentido de que sean asimilables. No es que creo que todo tenga la misma entidad, pero sí creo que hay una raíz que hay que acatar.
–Por estos días hay un debate en torno al erotismo, los vínculos amorosos que parece dividir al feminismo en Argentina y trae cierta reminiscencia de las acusaciones de “puritanismo” de las francesas. ¿Creés que esa tensión se está dando en nuestro país?
–Creo que los discursos similares a los de las francesas no son peligrosos en sí mismos, sino cómo quieren ser utilizados en Argentina. Acá no existe un feminismo moralista. Por eso es que también me interesó mucho recalcar que somos un feminismo del goce, no es un feminismo que está en contra del sexo, no es un feminismo que viene a ser moralista. Ni en Argentina ni en América Latina creo que por sólo cómo estamos plantadas. Porque nuestro lema es jugar al fútbol, es bailar, es coger, acá venir a hablar de feminismo moralista es una cosa completamente eurocéntrica. Y además, creo que quiso ser operado por grupos de derechas que pueden llamarse feministas o liberales, pero que si quisieron hacer retroceder al feminismo. No me preocupan tanto los discursos sino cómo quisieron operar. Esos discursos sí quieren frenar a la lucha contra la violencia. Creo que debemos tener honestidad intelectual e interpelarnos. Eso creo que nos enseñaron las adolescentes y la tarea más noble de quien es periodista y escritora es tener la capacidad de interpelarnos. Lo que nos traen estos discursos es la idea de retroceder y no es lo aceptable. Algo que nos dicen: ‘Ustedes no se quejen, ustedes no se victimicen, no vayan a fondo’. Nosotras queremos ir a fondo, después podemos pensar cómo, con quién, de qué manera.
–Y ahora que lo mencionás, hay una idea fuerte que emerge en estas discusiones que es la de tener que salir de ese lugar de víctima. ¿Cómo lo ves y cómo podemos pensarnos saliendo de esa etiqueta de una forma sana y no impuesta?
–Estoy un poco hinchada que nos digan: ‘No se hagan las víctimas’. Soy respetuosa con quien se pueda poner palabras más valiosas y estoy a favor de que ser víctimas no sea un lugar estanco y del que no se pueda salir. Podes ser víctimas de violencia sexual o de género y salir adelante, sobrepasar esas situaciones, empoderarte, ponerte más aguerrida. Pero cuando se es víctima se es víctima y no hay que pedir perdón por eso. Y veo en ese proceso un intento de hacer retroceder las denuncias, o de intentar que el empoderamiento termine jugando en contra de las mujeres. Por ejemplo, en el caso del fallo de Lucía Pérez que dice que no hubo femicidio ni abuso sexual lo que se dice es que una adolescente empoderada que alguna vez le había dicho que no a un varón, no puede ser nunca víctima de una situación de abuso. Ahí hay algo muy peligroso: es que una mujer empoderada no puede ser víctima. Creo que cuando una mujer es víctima de una situación de abuso, de acoso o de crueldad machista es víctima. Después con eso podes hacer un montón de cosas, que en principio sean salir para adelante. Pero si se le quita a las mujeres ese lugar, se le suma una exigencia de un empoderamiento excesivo y se le quita la posibilidad de nombrar por su nombre desigualdades muy profundas. Y en un contexto en el que me interesa mucho no ser eurocentrista, porque acá la violencia es más extendida y las instituciones como la Justicia son menos legítimas. Entonces la revictimización es muy grande, hay falta de recursos económicos, aún en los casos más emblemáticos no hay ni psicólogas operando. Entonces, para sacar la palabra víctimas esperemos un poco y primero atendámoslas mejor.