Fernando García* es una máquina. No sólo nos trae dos libros (Los ojos. Vida y pasión de Antonio Berni y El Di Tella. Historia íntima de un fenómeno cultural) sino también el bagaje de una sed trastornada y aguda que no se detiene ante los fenómenos culturales universales. Cintura entre los distintos movimientos, así como diseñador de cosmografías y genealogías tan científicas como sensibles, en las que cuando leemos o escuchamos nos deleitamos ante los niveles de detalles y rigor extremos. Dos libros que bien podrían ser guiones de nuevas películas o series. Capítulos del siglo XX, un siglo complejo y contradictorio, pleno de sucesos relevados en estos dos extensos volúmenes.
En Los ojos. Vida y pasión de Antonio Berni (sobre la vida y la obra de uno de los mayores representantes del arte latinoamericano) García traza una apasionante biografía que muestra al genial artista rosarino en sus múltiples facetas: su obsesión por crear un arte de idiosincrasia argentina, su abierta actitud de crítica social, su sensibilidad al impacto causado por cada una de sus aventuras artísticas. Con un criterio documentalista, el autor sigue la huella de Berni en los lugares donde vivió y trabajó: desde el campo rosarino en la localidad de Roldán, hasta los barrios de Montparnasse y Bastilla en París, pasando por su taller de la calle Cité Prost, uno de los centros de la diáspora artística argentina de los años 60. Los ojos es, por sobre todas las cosas, la historia del hombre que construyó una estética para Argentina.
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Marta Minujín, Nacha Guevara, Les Luthiers, Almendra, Marilú Marini, Andy Warhol, Umberto Eco, John Cage, Julio Le Parc, Yayoi Kusama conforman el corpus de El Di Tella (Paidós, 2021). Todos estos protagonistas de la cultura argentina tienen un origen común: el Instituto Di Tella. Al calor de la fortuna de la nave insignia de la burguesía industrial, el edificio de la calle Florida al 900 se convirtió entre 1963 y 1970 (en una correspondencia cronológica con el reinado de los Beatles) en el epicentro de una vanguardia que saltaba los decorados de la pintura, el teatro, la música y la danza para instalarse como una usina que desafiaba los rigores del régimen moralista del dictador Onganía.
Con los testimonios de sus protagonistas, pero también rescatando las voces de sus actores secundarios y a partir de un trabajo de arqueología sobre el archivo, García se propuso (y lo logró) contar la historia de este fenómeno cultural que asombró al mundo como nunca antes, es decir: desde la intimidad de sus pasillos. Cómo y por qué el Di Tella fue posible en Buenos Aires y de qué manera se hundió, cargando en su derrumbe los sueños rotos de los años 60, es lo que relatan las páginas de este ensayo conmovedor e informado, apasionante y fundamental.
Además de ser crítico cultural, García es periodista y escritor; investiga música, artes escénicas y audiovisuales y tiene publicado un libro merecedor del premio José Hernández llamado Crimen y vanguardia: el caso Schocklender y el surgimiento del underground en Buenos Aires.
Y a propósito de la georreferenciación porteña de sus problemáticas, el autor habilita y define con sus obras un nuevo magma Castoriadis en el que las esquirlas de los movimientos masivos y populares que investiga exceden los límites de la General Paz y trasuntan a la región centro del país, con especial dedicación por Rosario y Córdoba. En simultáneo, emparda capitales centrípetas como París, Londres, NYC, California, con nuestros andurriales litorales o las sierras mediterráneas.
Sin escalas recorre el Jockey Club de Rosario que becó a Antonio Berni, el rol de un Juan José Cambre pibe colaborando con Jorge Bonino en sus “flashes” urbanos, los tres inviernos en París de Marta Minujín y su amistad con Alberto Greco como instancia genuina de todo lo que vendría después, los cantos de Marikena Monti y Jorge de la Vega, un Berni cafeteando con Marinetti futurista o con los dadaístas, otro cruzando cartas con nuestro querido Julio Vanzo, el Juanito Laguna en amistad con Minujín haciéndole ojitos a Warhol, Masotta como faro intelectual, Almendra spinetteanos, los Ditellianos, los padres del Parakultural o de Cucaño, Melenas, Artaud, los surrealistas.
Rubén Fontana y Juan Carlos Distefano, así como el equipo que integraron durante diez años junto a Andralis, Coppola y Soler, entre otros, generaron un cuerpo enorme y polimorfo de obra gráfica a demanda de cada uno de los centros de investigación y acción que integraban el Instituto Di Tella. Tema aparte es el patrimonio de la gráfica del instituto que destruía tradiciones haciendo con lo que tenía a mano un programa delirante y ajustado. Un programa que sería emblema de la gráfica cultural e industrial a escala global. Alguna vez Fontana confesaría a esta cronista, en su estudio ubicado en la calle Viamonte de la ciudad de Buenos Aires, mientras organizaba la primera exposición sobre la gráfica del Di Tella que tuvo lugar en Rosario en el año 2008, que utilizaban colores “raros” porque eran las tintas que nadie pedía en la imprenta por aquellos años sesenta. Por eso los magentas, los fucsias, los verdes saturados, los amarrillos patito: generar y subvertir desde la austeridad y desde el desguace. La imprenta les decía que le cedía las tintas de descarte. Por riesgo y economía generaron un boom gráfico sin par.
Las zonas relevadas por García se anclan en Roldán, en los márgenes del Swift en zona sur de Rosario, en Buenos Aires y en la Torre Eiffel, todos territorios bernianos. Alpargatas, Molina Campos y Delia Cancela, Pappo visto como tragedia griega. Así se arman también zonas ditellianas, que con el paso del tiempo alimentan la tinellización de la televisión y los medios durante los últimos 30 años, o la petronización del arte en el mismo Di Tella con puestas en escenas culinarias. La revista Gente con nombres propios inventando una falsa hidalguía. Espacios piazzolanos entre Berni y el Di Tella. Nombres, referencias y celebrities. Y un name dropping preciso en ambos libros, en el que no falta nadie y esos alguienes enunciados se vuelven lenguaraces de tierras y fenómenos en permanente ebullición.
Repito, aparece la ciudad de Rosario, entre marginal y vedetonga. Entre embolante y en permanente fricción vanguardista. Y nosotros afuera. Sí, afuera. Afuera, por suerte, del embole, de la sombra del embole, leyendo otros libros y escribiendo otras historias. El Di Tella siamés con Los Beatles mientras Von Raichenbach y Ginastera se enredan y Jacoby drinkea a la vera del Paraná 40 años más tarde, acá mismo.
También están los tremendos trabajos del periodismo más excelso y exagerado en el que vemos a un García parecerse al Truman Capote de Plegarias atendidas con toda la carne en el asador de los vericuetos afectivos que conforman las escenas plagadas de dimes y diretes, de internas que combaten el machismo en el Di Tella, en las que las disidencias se acentuaban en el escenario.
Nacha eterna. Marilú y Miguel Abuelo. Dalila. Griselda. Marikena. Marta. Berni muerto en los brazos de una última amante, sin el hueso de pollo en la tráquea. Berni y Masera. Perón y Andralis. Perón y Brisky, Edgardo Giménez pensando que Eva es Blancanieves. Ver La hora de los hornos mientras se calienta la pantalla. Ver La civilización occidental y cristiana de Ferrari en estado embrionario, en exilio permanente, siendo amputada y sobreviviendo, acá en carta bomba majestuosamente relatada e investigada por García.
Y también en este magma literario de García, que se conforma desde Crimen y Vanguardia, pasando por Los ojos, llegando a El Di Tella escrito en pandemia, se consolida en cariz singular. La entrevista coral más amplia y bulliciosa del mundo del arte. En este volumen se acoplan 500 y pico de voces de los protagonistas y testigos de un movimiento cultural en el que pensamos antes de dormirnos aquellos que alguna vez soñamos con que el mundo del arte podía ser un terreno de libertad y acción revolucionaria. Aquí, está escrito el futuro del futuro. Lean.