“Dios creó al gato para concedernos el placer de acariciar a un tigre”. La frase abre el libro “El tigre en la casa. Una historia cultural del gato” de Carl Van Vechten (1880-1964) que fue traducido y publicado en español recién este año gracias a la editorial Sigilo. El ensayo tuvo su primera edición hace un siglo. Fue en 1920 en Estados Unidos y desde ese entonces se convirtió en una referencia fundamental del mundo gatuno. Algo así como una biblia del gato.

Hay que decirlo: Van Vechten adoraba a los gatos. Y por eso decidió escribir sobre el amor que sentimos por el “tigre que come de la mano”, como se ha llamado en Japón al más doméstico de los felinos. Y ese amor no es reciente ni tampoco solitario. El gato fue venerado por los egipcios, fue compañía silenciosa de artistas y poetas y también, fue parte del mundo oculto de magos y de brujas. Adorado por igual en Oriente y Occidente en todas las épocas y las culturas. Objeto de culto del ser humano que intentó dar cuenta de su belleza y su misterio. ¿Qué es lo que nos une a estos animales encantadores y enigmáticos?

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"Reverie" se inscribe en una zaga vignoliana, compuesta por "Mi gato interior" (Libros Silvestres) y Lemuria (Editorial Mansalva). Aquí una breve reseña desde la admiración y el disfrute

Con erudición, enorme gracia y una buena cuota de ironía, Van Vechten divide su libro en varias partes y relaciona al gato con distintos campos de la cultura: el ocultismo, el folclore, las leyes, el teatro, la música, el arte, la ficción y la poesía. Consultó más de seiscientos libros para escribirlo y se nota. La cantidad de información que despliega por momentos apabulla.

En el comienzo traza una línea que va: desde el prejuicio popular acerca del gato (desde la distinción de aquellos que dicen “a mí no me gustan los gatos, me gustan los perros”, hasta la antipatía inherente que suponemos los michos portan hacia el agua y claro, por momentos la desbarata) a los rasgos que en verdad los definen (la independencia, la ingratitud, el egoísmo, un fuerte sentido del derecho de propiedad, la lujuria, la economía de fuerzas y la precisión de los movimientos).

“El gato es el único animal que vive con los humanos en términos de igualdad, si no de superioridad”, dice Van Vechten. El gato es anárquico, pero conservador. Por eso se suele decir que los gatos son menos de las personas que de las casas que habitan.

“El gato es anarquista, mientras que el perro es socialista. El felino es un anarquista aristocrático y tiránico”, dice el autor.

Si el gato tiene un lugar importante en la casa no es solo por sus gracias de niño malcriado, su encanto y el seductor abandono de su indolencia; más que nada es porque exige mucho. Tiene una personalidad fuerte, y sus despertares y sus deseos son impacientes. Se niega a esperar. “En esa grácil suavidad hay insistencia y don de mando. Nos defendemos en vano, ¡él es el amo y nosotros su escudo!”, se lee en El tigre en la casa.

Se suele decir que son honestos y libres. Que eligen desde el lugar que habitan y hasta las caricias (cómo, cuándo y de quién recibirlas). Que se mueven con elegancia y seguridad. Atravesando un cristalero logran esquivar copas que aunque imaginemos hechas añicos no terminan de caer.

¿Qué los vuelve seres tan misteriosos como especiales? ¿Por qué nos fascinan tanto? ¿Por qué sufrimos su pérdida? Periodistas, escritores, arquitectos, artistas, dan sus razones para no perderse el placer de vivir con ellos:

Daniel García (artista plástico y autor de «Un gato que camina solo» editado por Iván Rosado)

Grabado de Daniel García

Cuando estoy en mi taller pintando, o trabajando en la computadora, o cuando estoy leyendo, no hay mejor compañía que un gato durmiendo. Ovillado, parece ser completamente indiferente a mi presencia, y sin embargo, si escucho con atención, puedo percibir que dice: “Estoy aquí, durmiendo relajado porque confío en vos. De todos los lugares de mi mundo donde podría estar en este momento, elijo estar aquí, porque sé que apreciás mi compañía.

 

Marcelo Britos (escritor) y Haroldo

Haroldo

Adoro a los gatos. Adoro a mi gato Haroldo, un animal afectuoso y compañero, adoro a todos los gatos del mundo y a lo que hemos hecho los humanos del gato en la historia y en la literatura: un ser venerado por su poder divino o maldito por su conexión con la noche. Un gato no pasa desapercibido. A fuerza de personalidad y de magnetismo ha logrado posarse en la cumbre de toda cadena. Ningún otro animal podría lograr esa independencia, ese desafío permanente a la sumisión. A veces pienso que si ejercieran su magia y crecieran todos a la vez unos cuántos centímetros, podrían apoderarse del mundo. Estemos atentos.

Verónica Laurino (escritora y autora de «Paren de pisar al gato» editado por Libros Silvestres) y Blas

Verónica Laurino

Cuando leo en la cama Blas se acuesta en mi pecho, entre el libro y mis ojos. Descansa, ronronea, me da su calorcito. Tengo que tener cuidado de moverme aunque él se vuelve a acomodar. A veces pasa su lomo por el borde del libro pero tratamos de no molestarnos. Todo transcurre hasta que tengo que levantarme y ahí sí, se rompe la magia.

Daniel Pagano (arquitecto) y Lina

Lina es el nombre de mi gata en homenaje a mi arquitecta admirada: Lina Bo Bardi. Hace siete años que convivimos en el departamento; y hace cinco que estuvo al borde de la muerte cuando fue mal diagnosticada y medicada sobre su epilepsia. Bastaron tan sólo tres días de internación sin ella en casa, para darme cuenta de lo mucho que sabe llenar ese espacio. Es que sabemos compartir el mismo ambiente, cualquiera sea la actividad, y durante el momento del día que sea. Luego de aquel episodio, nuestra conexión cambió absolutamente: intuyo y noto a partir de sus gestos su gratitud hacia mí. Y me “liberé” de la culpabilidad de tener a Lina confinada a pocos metros cuadrados, con un balcón a trece pisos de altura y sin la posibilidad de viajes exploratorios por terrazas con los que cuentan los gatos urbanos, los que viven en casas y lugares abiertos. Definitivamente nos hacemos la mejor compañía. Somos inseparables.

La arquitecta Lina Bo Bardi

Lucas Canalda (periodista)

Mi gata tiene poco más de cuatro años y se llama Fangoria. Su nombre hace referencia a una revista de cine de terror y gore de principios de los 90. Apenas la adopté algo quedó claro: ella era la reina de la casa. Puede que el contrato de alquiler y los impuestos estén a mi nombre pero definitivamente ella es la dueña del territorio. Generalmente, duerme en la cama conmigo, salvo en verano, que debido al calor duerme a un costado, en el piso. No tenemos calefacción en casa por eso en épocas de frío duerme arriba mío. Generalmente a la noche se echa sobre la cama, pero cuando realmente quiere dormir se sienta frente a mí y me clava la mirada, sin pestañear. Eso quiere decir que quiere dormir, o sea, que me acomode para poder acostarse encima. Si estoy leyendo acostado o sentado, se queda sentada con la mirada fija, apurándome en silencio. A la noche, cuando me muevo o quiero cambiar de posición hace sonidos de rezongo y hasta se queda en peso muerto, su manera de comunicarme que no quiere moverse.

La gata de Lucas

Maia Morosano (escritora)

Cada vez que entro a casa después del trabajo digo: “hola hija, hola hijo”. Ellos están paraditos esperando el saludo para devolverme un miau. Hay un poema de mi libro Las Gracias y las Horas que dice en el último verso: “mis gatos son los hijos que no voy a tener”. Realmente no sé si tendré hijos humanos o no, sea como sea, esa decisión está lejana. Pero lo que sí es cierto es que tengo hijos gatos. No sabría vivir sin su tiempo paralelo que funciona como una suerte de remanso espiritual. Les he escrito varios poemas, es una forma de agradecerles. En Las Gracias y las Horas también hay una canción a mi gata Amelia. Cuando la adopté tenía sarna. A pesar de estar tratada las heridas le duraron un tiempo y ella no dejaba de rascarse. Para que no lo hiciera la alzaba y le tarareaba una melodía a la que después le puse letra, se llama “Nana para Safo” y con la ayuda de un amigo pude incluirla en el libro con su melodía, es decir, en pentagrama. Cósimo no se lleva bien con las visitas y odia que barran el piso. Amelia se sube encima de quien esté en casa y come todo lo que ella interpreta que puede comer. Los cuido como a mí y como a las plantas, les doy todo lo que yo me daría para estar viva y feliz: agua, comida y les leo poesía todas las mañanas.

Maia Morosano retratada por Diego Llarrull

Cora Giordana (periodista-escritora) (Texto: El placer de ser gato)

Arañar, arquearse, ronronear, juguetear, gemir, lamer. Husmear debajo de las sábanas. Morder, rascar, revolcarse. Mirarse en la oscuridad. Acurrucarse. Olerse. Sentir cómo la piel se eriza en contacto con otra piel. Tomar conciencia de que estamos enteramente cubiertos de pelos. Nuestra práctica más íntima y salvaje nos emparenta con los gatos. Animales profundamente conectados con el placer. Con proporcionarse a sí mismos gozo, satisfacción, disfrute. Hasta cuando se limpian parecen disfrutar, se lamen con fruición aunque estén tragándose sus propios pelos. Se entregan a siestas interminables sin remordimiento alguno, observa Bukowski. Refriegan el cuerpo contra lo que encuentren. Tal vez sea el humano de turno, tal vez un mueble, una pared. No les importa. La caricia es hacia ellos mismos. Los gatos no hacen nada para conformar a los demás. No buscan aprobación, no necesitan agradar. Hay quienes dicen que no tienen amos ni dueños. Que aun domesticados conservan su espíritu libre, independiente. Pero ese misterio, esa distancia infranqueable que ponen con el mundo que los rodea, es deliciosamente atractiva. Porque esconden más de lo que muestran. Nunca se dirá de un gato “sólo le falta hablar”. Y si alguna vez lo hicieran, jamás nos contarían todo.

 

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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