Virginia Ducler lee para vivir y escribe para no olvidar. La autora de Cuadernos de V (Mansalva) narra en formato de autoficción los abusos sexuales sufridos de niña por parte de su padre. “No basta con tener recuerdos. Hay que saber olvidarlos si son muchos y con gran paciencia esperar hasta que vuelvan”, dice la cita de Rilke que da inicio al libro que se presenta este viernes a las 18.00 en la Biblioteca Argentina con presencia de la autora y la compañía de Rubén Chababo.

Virginia Ducler nació en Rosario en 1967. Es dramaturga, escritora y licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Publicó su primer libro en 2014 en formato digital, Los zapatos del ahorcado (Revólver), y El sol (Casagrande), en 2015.

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Ponerle nombre al dolor y a la violación callada durante años, pero antes que nada hacer literatura con la experiencia vivida fue el ejercicio de Ducler para contar esta historia y convertirla en un hecho literario.

En 2016 Virginia y su hermano Federico comenzaron a recordar lo que su padre –un reconocido abogado penalista de la ciudad– les había hecho cuando eran niños. Primero él y luego ella. Los dos decidieron volver a la casa familiar para increpar al patriarca y preguntarle por qué los había abusado. Su padre negó los hechos y la demandó a ella por calumnias e injurias. Virginia escribió el libro y a los pocos meses de publicado su padre murió sin reconocer las acusaciones.

«Fue una bomba atómica dentro de la familia. Porque la pregunta era: ¿para qué hablar ahora?», cuenta Virginia que por años mantuvo ese recuerdo familiar tan latente como silenciado.

¿Que mecanismos operan para que algo así se olvide? ¿Cómo se hace para volver a recordar? ¿De que forma descender a las profundidades de la memoria familiar y cómo salir de allí?

La protagonista de Cuadernos de V podría haberse llamado Virginia pero se llama Dziévika –que significa «virgen» en ídish. Su hermano podría haberse llamado Federico pero en la ficción se llama Fredy.

A Dziévika le dicen Vica, como a una prostituta polaca –origen que coincide también con los antepasados de la escritora– que trabajaba en un burdel del barrio de Pichincha, en Rosario. Además de cambiar los nombres, el suyo y el de su hermano (aunque ambos hacen un guiño irrefrenable con los reales), Virginia necesitó matar a su madre desde el comienzo de la historia, según ella «para poder contarla», porque se narra también sobre una ausencia.

En Cuaderno de V, Vica es la mayor de cuatro hermanos y recuerda casi de manera repentina que fue violada desde los cuatro años por su propio padre, un reconocido y poderoso juez.

El relato se estructura en tres partes o, mejor dicho, en tres sueños que sirven para ir y venir de la literatura a la vida y de la vida a la literatura a través de metáforas oníricas.

«Ahora que lo recuerdo me resulta tan familiar como un órgano de mi cuerpo, como un viejo mueble que siempre perteneció a mi familia, como la casa en la que vivo. ¿Cómo puede hundirse así algo tan propio? ¿Será que de tan mío dejé de verlo? Es que acarreé eso toda mi vida, no sé lo que es moverse sin eso. Yo y mi abuso. Allá va ella con su abuso. Ahí viene ella, ella y su abuso», dice  la protagonista, que tiene una madre que niega y oculta lo que pasa adelante de sus ojos y un padre que, encapuchado, por las noches se mete en su cama para violarla.

Virginia sostiene que comenzó a recordar con el cuerpo. Y con el cuerpo también fue que se puso a escribir. «Es una novela muy extraña. A medida que escribía iba recordando. Me acostaba y me levantaba con el cuello brotado, porque decía algo que no se podía decir. Fue un proceso muy duro y doloroso. Alquímico y sanador», cuenta.

Escribir para no dejarle lugar al trauma. Escribir para no dejarse caer al abismo. Escribir para no resignarse. Parecen ser el motor de esa lengua personal que conjuga aquello de lo que estamos hechos y nos constituye para ponerlo a hablar.

«Escribí toda mi vida –dice la protagonista–, ahora entiendo que me convertí en escritora para escribir esto».

Tan visceral como asfixiante, el relato de Cuaderno de V está lejos del registro de la denuncia –que pide una respuesta judicial–, se desarrolla como un acto liberador, no intenta deshacerse de sus contradicciones (el padre es también un «maestro») y despliega por momentos una atmósfera compasiva que lo vuelve una rara fuente de conocimiento al modo que lo es la poesía.

«No me siento víctima. El lugar de víctima es una elección, uno elige con qué identificarse. Es más cómodo ser víctima, y quedarte en ese lugar. Pero vale el esfuerzo para identificarse con otra cosa», sostiene Virginia.

En la portada del libro –una foto tomada por Carlos Saldi– la nena que fue Virginia sonríe despeinada, con un jardinero de jean, y una flor violeta en la mano. “Es la niña que estuvo en el infierno, que encontró una flor y la trajo hasta acá”, dice Virginia. Como si acaso rondara el espíritu de aquella frase de Italo Calvino de encontrar en medio del infierno aquello que no lo es, darle espacio y hacerlo durar, Virginia escribe desde el corazón del dolor para no morir. Para transformar lo que le pasa en otra cosa, una que se anuncia en el vivo color de esos pétalos.

Leé un fragmento de Cuaderno de V acá, en Rea.

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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