Un hombre que lleva siete años preso y que podría pasar el resto de su vida en la cárcel tiene a una ciudad cautiva del miedo. Ariel Máximo “Guille” Cantero demostró ese poder al presentarse en el juicio donde se lo acusa por organizar balaceras contra domicilios de jueces y edificios judiciales: su frase “contrato sicarios para tirar tiros contra jueces” dejó en segundo plano el desarrollo de la audiencia y provocó escozor. Precedida por una balacera durante la noche anterior contra el Centro de Justicia Penal, la declaración resonó como una intimidación y una burla hacia el Poder Judicial.

El abogado defensor, Fausto Yrure, hizo de intérprete: según su versión las palabras de Cantero fueron una ironía, una referencia a que la suerte está echada y a que la acusación es infundada. Se trataría de otra demostración de un sentido del humor particular, verificado también en la picardía de ponerle la firma de su rival Esteban Alvarado a un cartel con amenazas. Pero la gracia resulta más bien ominosa y además ya se sabe que, como predican Los Monos y sus imitadores, con la mafia no se jode.

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Podría decirse que el líder de los Monos no cree en la Justicia, pero por motivos diferentes a los de los ciudadanos comunes: el grupo se maneja con sus propias reglas y valores y está habituado a dictar sentencias y a proceder a ejecuciones por su cuenta. El 21 de marzo de 2017 un grupo comando atacó así a tiros en la autopista Rosario-Santa Fe a un camión del Servicio Penitenciario que llevaba a Luis Bassi, Facundo Muñoz y Milton Damario, acusados por el crimen de Claudio “Pájaro” Cantero, al margen de que entonces hubiera un juicio por el episodio.

Las balaceras por las que se juzga a Cantero y a otras seis personas remiten a la marca de agua de Los Monos en la historia reciente de Rosario. La intimidación a balazos, el ultimátum al adversario para rendirse o atenerse a las consecuencias, la advertencia de la fuerza disponible y de la resolución para cometer hechos más graves, fue el modo en que el grupo se introdujo y ganó posiciones en el mercado de la droga. Ese procedimiento se generalizó en la ciudad no solo por las actividades de Los Monos sino también por las de sus competidores y las de imitadores y oportunistas que invocan el nombre de Guille como un sano y seña de la violencia.

Los usos de la marca Cantero son posibles también porque el crimen organizado explota la virtualidad. Guille no tiene que hacerse presente para que un comerciante previamente advertido por una nota redactada con poco más que garabatos o por una ráfaga nocturna de balazos acepte pagar la suma que le exigen. La mención de su nombre y el de Los Monos son suficientes porque remueven en el acto un recurso tan poderoso como las armas: el miedo.

El miedo de los ciudadanos de Rosario tiene motivos fundados y además registrados por las estadísticas del delito. Pero sobre todo se basa en la convicción de que el poder de Guille y de Los Monos llega a cualquier parte, que nadie puede sentirse enteramente a salvo de un ataque a balazos. Los ataques contra los domicilios de los jueces Ismael Manfrín, Marisol Usandizaga, Gabriela Sansó y Carolina Hernández sorprenden no solo por la decisión de atacar a figuras de autoridad sino por la información con la que cuentan los sicarios, que en un caso los lleva a balear cuatro lugares relacionados con un juez. La marca Cantero se reconoce también en la falta de límites para ejercer la violencia.

El poder de Los Monos asume proporciones difíciles de comprobar, pero omnipresentes en la vida cotidiana de la ciudad. Su sombra se extiende desde la mega estafa inmobiliaria de 2019 a las intermediaciones en la venta de futbolistas, de la provisión de mano de obra calificada para aprietes –como la que habría requerido el ex secretario del sindicato de peones de taxis, Horacio Boix– al manejo de las barras bravas de Newells y Central, del control del estacionamiento en el Casino City Center a las operaciones de cambio de moneda en financieras céntricas.

Sus jefes surgieron de la pobreza extrema y crecieron en la marginalidad, antes de que el asfalto convirtiera en calles lo que eran pasadizos de la villa La Granada. Ariel Máximo Cantero, el Viejo, no sabía leer ni escribir y completó la educación primaria en la cárcel de Piñero; Claudio Cantero también era analfabeto; durante el juicio por la causa Los Patrones, en 2017, Guille Cantero dijo que tampoco sabía leer.

“Contrato sicarios para tirar tiros contra jueces judiciales”, la frase completa de Guille, llamó la atención también por la torpeza de la expresión, como también las reiteraciones de la frase “suelten a todos los Monos porque los matamos a todos”, como si fuera un mantra, en el audio difundido en el juicio. Las dificultades para expresarse con las palabras no impiden que el mensaje sea recibido con claridad.

El Informe anual de criminalidad registrada en Santa Fe, que elabora el Ministerio de Seguridad de la provincia, detectó un aumento del 35,6 % en los abusos de armas de fuego ocurridos durante 2020 en el departamento Rosario. Las balaceras ya se habían incrementado en 2018, después de la saga de ataques contra edificios judiciales, y la tendencia sigue en aumento, como un recurso que tiene aplicaciones múltiples: es el modo de resolver conflictos en la venta de drogas, un mecanismo de presión para usurpar domicilios y en última instancia la forma de tramitar cualquier reclamo, como hizo Walter Francisco González, preso en el pabellón 10 de Piñero, al ordenar tiroteos contra un albañil incumplidor.

Plata, plomo y pizzinis

Gastón Angel Ereñú extorsionó a comerciantes de barrio Tablada diciendo que era parte de Los Monos. En uno de los casos dejó un cartel con instrucciones perentorias: “Si para hoy a las 7.30 no me dejas 30.000 pesos en Garay y Chacabuco te mato tus dos hijos y tu mujer. Ya sé los movimientos de ustedes”. El mensaje era verosímil además porque planteaba además la disyunción que hace al estilo de la protección mafiosa: “plata o plomo”.

La alternativa proviene de una escena muy vista en El patrón del mal, la serie sobre la vida de Pablo Escobar Gaviria. Abordado por una patrulla militar que lo sorprende con mercadería de contrabando, el narco colombiano advierte a los soldados que conoce a sus familias y les plantea el dilema: “Ustedes pueden aceptar mi negocio o aceptar las consecuencias, plata o plomo”. Desde la perspectiva criminal, la escena tiene dos significados fuertes: la humillación de la fuerza de la ley y el dominio absoluto del narco, cuyos ojos “están en todos lados”, como dice el personaje en la misma secuencia.

Ereñú no pertenecía a Los Monos. También es dudoso que otros jóvenes sean realmente enviados por Guille Cantero, según dicen, como mediadores en la venta de protección. Los damnificados no tienen ninguna certeza al respecto, pero tampoco dudas respecto a que las cosas van en serio; no podrían hacer demasiadas averiguaciones y además sería ocioso, porque la marca Cantero funciona como una especie de indicador, como un atributo que califica a quien lo reivindica.

La oferta actual de protección parece un revival de prácticas mafiosas que fueron corrientes en Rosario a principios del siglo XX. Por entonces los extorsionadores redactaban anónimos en los que invocaban a la Mano Negra y trazaban cruces y dibujos de ataúdes como forma de amedrentar a las víctimas. Hoy pueden acercarse en son de paz o enviar notas de advertencia, pero el mensaje es básicamente el mismo: por las buenas o por las malas habría que acceder al chantaje, o como declaró el dueño de una agencia de autos de la zona norte, “me dijeron que debía pagar si quería trabajar tranquilo”.

Estas extorsiones se dirigen a negocios de proximidad: pequeños comerciantes, concesionarios de autos usados, distribuidores de golosinas. La mecánica de la balacera es ideal para evitar persecuciones, porque los ataques son nocturnos, imprevisibles y se consuman en un instante. Basta una ráfaga para provocar la conmoción y un margen de desastre colateral que resulta amplio porque los tiratiros disparan al bulto y a veces tienen información equivocada, o porque el miedo también puede matar, como le ocurrió a una mujer de 62 años que murió de un paro cardíaco después de presenciar una balacera en la zona norte de Rosario.

El último tiroteo contra el Centro de Justicia Penal se concretó en tres segundos, la fracción de tiempo que le llevó al conductor de una moto pasar frente a lugar a velocidad regular mientras su acompañante extendía un brazo para efectuar los disparos. Entre otras repercusiones surgió la idea de modificar la estructura del frente vidriado y de tomar en cuenta el percance para futuras construcciones, con lo que la influencia de Los Monos y del miedo a sus acciones se extendería también a la arquitectura de Rosario.

Según exponen investigaciones judiciales, las órdenes de las balaceras provienen en su mayoría de las cárceles. Las comunicaciones deben ser desentrañadas a través de una maraña de contactos telefónicos donde son de rigor los sobreentendidos y las medias palabras y donde la pobreza expresiva redunda en inteligencia para prevenirse de las escuchas. El hallazgo de un teléfono de línea en la celda que ocupa Guille Cantero pareció ser el colmo, y la declaración de la interventora del Servicio Penitenciario Federal respecto a que los presos no están incomunicados desvió la discusión a otro plano, el de los supuestos beneficios y los excesivos derechos que tienen los presos, un argumento clásico de la retórica punitivista.

Según la hipótesis del Ministerio Público de la Acusación, sin embargo, el líder de Los Monos no transmite sus instrucciones directamente por teléfono sino que recurre a un intrincado circuito de postas entre familiares y presos de otras cárceles. El método recuerda al de los pizzini, las cartas que Bernardo Provenzano (1933-2016), capo de la Cosa Nostra detenido en abril de 2006, enviaba a sus secuaces.

Los pizzini estaban escritos a máquina y circulaban a través de redes de correos, por lo que tardaban varios días en llegar a sus destinatarios. No era un sistema primitivo sino la forma de comunicación más segura para alguien que no podía utilizar el teléfono sin arriesgarse a que interceptaran sus llamadas, explica Andrea Camilleri en Vosotros no sabéis, diccionario y exégesis de las palabras utilizadas por los mafiosos en Sicilia.

Un pizzini podía incluir muchos asuntos, para referirse a los negocios y transmitir órdenes, y tenía la ventaja de reducir los equívocos del lenguaje hablado y a la vez de compensar la imposibilidad de mantener reuniones por cuestiones de seguridad. Su adopción fue parte de la “política de la inmersión” que siguió la Cosa Nostra después de la captura de Salvatore Riina, para rehuir la publicidad y protegerse de las investigaciones. En ese punto se terminan las comparaciones, porque Los Monos parecen empeñados en el negocio de la violencia.

Crimen organizado y desorganizado

Anónimo de la Mano Negra – Gentileza Diego Fidalgo

El sábado 14 de agosto la concejala Alejandra Gómez Sáenz sufrió un robo cuando recorría el barrio Empalme Graneros como parte de la campaña electoral. Un hombre la amenazó con un cuchillo, se apoderó de sus pertenencias y un rato después fue apresado y golpeado por vecinos. El caso hubiera pasado probablemente desapercibido, pero la condición de la víctima lo convirtió en una noticia.

Una semana después hubo otro episodio similar en la ciudad de Santa Fe: un hombre rompió un vidrio de la camioneta de Alejandra “Locomotora” Oliveras, candidata a diputada nacional, y le robó su cartera. El ladrón no llegó lejos, ya que fue interceptado por vecinos.

El comunicado de Gómez Sáenz posterior al asalto tuvo menos difusión que el suceso: “Las oportunidades son escasas para todos pero el que tomó una mala elección no puede estar condenado a ese camino de por vida (…) Podemos hacer algo diferente que marque un cambio en la tendencia de nuestra historia, porque lo que está en riesgo es qué tan habitable será nuestra querida Rosario en los próximos años”, dijo. Fue una expresión felizmente disonante en una campaña donde son más frecuentes las apelaciones al discurso de la mano dura para resolver problemas de seguridad.

El robo de la mochila de la concejala y el arrebato de la cartera de la candidata a la Cámara de Diputados pusieron en escena a los eslabones más débiles y más expuestos en la cadena del delito. El crimen desorganizado es el que suele estar más a tiro de las fuerzas de seguridad, literalmente, y también más a mano de las reacciones catárticas de los vecinos, otro germen de violencia.

La marca Cantero es, en cambio, el símbolo del crimen organizado en Rosario. Su extrema visibilidad deja en segundo plano esos otros aspectos del delito, menos espectaculares pero igualmente reveladores, y en la medida en que la mirada se cierra sobre la figura de Guille y la abstrae de su contexto, la ciudad refuerza su encierro y sigue capturada en el miedo.

 

Cámara de Diputados de Santa Fe
Sobre el autor:

Acerca de Osvaldo Aguirre

Nació en Colón. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Es periodista, poeta y escritor. Ha publicado poesía, crónica, novela y ensayo, entre los que destacan: Las vueltas del camino (1992), Al fuego (1994), El General (2000), Ningún nombre (2005), Lengua natal (2007), Tierra en el aire (2010) y Campo Albornoz (2010), y reunió sus tres primeros libros en El campo (2014). Fue editor de la sección Cultura del diario La Capital de Rosario.

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