¿Cómo son las parejas contemporáneas? ¿Qué significa la soltería en el Siglo XXI? ¿Por qué las mujeres sufrimos más en el amor? ¿Puede la maternidad ser distinta a lo que nos enseñaron que era? ¿Qué sucede cuando desparece el objetivo del matrimonio o la pareja monógama? Periodista cultural, docente y licenciada en Filosofía, Tamara Tenenbaum se dedicó a pensar en El fin del amor. Querer y Coger (Planeta) los modelos de pareja que heredamos, cuánto siguen vigentes en tiempos de feminismos y cómo es posible crear vínculos más libres, deseosos y cuidadosos.

A lo largo de ocho capítulos, en El fin del amor conviven por igual análisis teóricos y anécdotas. Es que la escritura de Tenenbaum cruza el ensayo –cita postulados de Eva Illouz, Silvia Federici, Virginie Despentes, Gerda Lerner, entre muchas otras, y menciona un corpus de notas periodísticas y productos culturales que también suman al debate–, la autobiografía –su experiencia personal como hija de una familia judía ortodoxa que tuvo que salir al mundo sin conocer las reglas de la secularidad– y el manifiesto generacional de una activista, millennial y exponente de esta cuarta ola del feminismo–.

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Cuando surgió la idea del libro, Tenenbaum ya venía trabajando en notas acerca de los afectos y los vínculos, un tema que, considera, «estaba más en las conversaciones que en la agenda» y si aparecía en los medios era a partir de un nuevo caso de violencia. “Como si esas cosas nacieran de un repollo y no tuvieran que ver con lo que pasa con los vínculos», dice y completa: «Hay una continuidad entre los vínculos que se vuelven violentos y los que no. Los violentos no son casos aislados, se relacionan con un trasfondo cultural”.

Entonces, ante el enfoque del periodismo que muchas veces se reduce a tratar la figura del psicópata o del monstruo, ella pone esto en conversación: «Nos educan sentimentalmente para ser víctimas y victimarios alternadamente. No hay monstruos sino que hay formas de vincularse que están atravesadas por desigualdades, por educaciones que son violentas y por la cultura que promueve y que permite las condiciones que hacen posible la violencia”.

El libro traza un mapa de la complejidad del clima afectivo de esta época y aborda la idea de pareja y de soltería, el poliamor, el mandato de la maternidad obligatoria, el auge de las apps de citas, los ideales de belleza, el consentimiento y hasta los escraches. Pero sobre todo se centra en el dilema que sentencia el título: el “fin del amor”. Es decir, la necesidad de salir de la trampa del ya conocido amor romántico en el que fuimos educados (reconocer hasta qué punto las mujeres estamos subordinadas política, social y económicamente, y dejar de alimentar esos lugares) y no morder el anzuelo de los nuevos modelos impuestos (las tecnologías del amor, el consumo, los modelos aspiracionales, los mandatos de belleza que suelen  implicar una precarización del encuentro con el otro).

Como a cualquier filósofa, a Tenenbaun la mueve el deseo de la pregunta más que el de la respuesta. Nunca da por cerrados los temas, pero hay hacia el final del libro una pista que sirve para construir el universo de los afectos. Es en la amistad –como había predicado Baruch Spinoza y Michel Foucault– donde  la autora deja ver que hay un modelo amoroso posible y donde todo está por inventarse. Es ahí donde aparece la clave de esa pareja ampliada, extendida, plástica, siempre próxima al abrazo.

«La pareja está fijada en un tipo determinado de vínculo. Al pensarlo como más fluido las parejas pueden ser de mil maneras y está todo por inventarse. También la idea de que a veces uno tiene pareja y a veces no la tiene. Y que uno no puede poner toda su autoestima y seguridades afectivas en una pareja. Las amistades son un refugio más interesante o igual de interesante y nos equilibran. Vivimos en un mundo donde la pareja está hiper inflada y se le pone tanta presión a eso que parece que es la piedra de toque de la felicidad, y que la que no tiene pareja está sola y no necesariamente es así. Se puede tener una vida sexo-afectiva muy buena sin tener pareja. Estando solo, completamente solo, no se puede tener una vida sexo-afectivamente interesante pero para eso están las amistades, que son vínculos elegidos y no heredados», dice.

—La idea es que no hay un feminismo posible si no ponemos en discusión lo vincular, ¿no?

—La revolución está pasando por ahí. Porque el feminismo viene a problematizar ciertos vínculos pero también a reivindicarlos: una comunidad posible, una cuestión comunitaria. Frente a un mundo cada vez más individualista donde se promueve que te preocupen tus problemas y los de nadie más, tus derechos y los de nadie más, el feminismo es una respuesta posible y necesaria. A mí me importa lo que le pasa a otra gente, me importa crear lazos significativos con otras personas, y eso tiene una importancia tanto a la hora de las políticas públicas como de la vida personal.

—¿Cómo es eso de que el amor romántico donde fuimos entrenadas sigue en pie pero que a esas estructuras se suman mandatos nuevos de los que también necesitamos salir?

—Sigue en pie la idea de que la vida de una mujer tiene que estar organizada en torno de conseguir una pareja varón y en torno de la mirada del varón, y es muy difícil de romper. La única forma de romperlo es la independencia económica, que es clave. Poder garantizarles a las mujeres independencia económica, tanto igualdad en el mercado laboral como buenas condiciones laborales. La jubilación de amas de casa fue muy importante en este sentido. A partir de ese logro se supo que aumentaron los divorcios de gente que no tenía plata para hacerlo. Eso me parece un caso clave de cómo interactúan nuestras relaciones económicas con nuestras relaciones afectivas. Tenemos que seguir conversando y cambiando las conversaciones culturales que circulan para que sea más fácil pensar. Preguntarnos; quizás no es esto lo que yo tenga que privilegiar todo el tiempo. ¿Por qué si lo que se nos enseña es que si tenés que elegir entre una cosa y un varón vos elegís un varón?

—Hay un capítulo en que hablas de las apps de citas y este mercado del amor o del deseo.

—Trato de no hiperinflar el tema, le dedico un capítulo, es algo que si nos ponemos a pensar ya estaba en Sex and the city. Esto viene a reforzar cosas que tienen que ver con la cultura de la imagen y también aquello de la dificultad del encuentro. Nos sirven para evitar la sociedad. Los adolescentes hoy no tienen que socializar, cuando yo era adolescente tenía que socializar sí o sí, no me quedaba otra. Una amiga que trabaja en un campamento me cuenta que a una semana de iniciado, los chicos y las chicas no sabían los nombres de los demás porque estaban conectados con sus teléfonos y hablando con los que sí conocen. Entonces nos curtimos menos en el trato social porque tenemos un refugio donde sentimos que controlamos lo que nos pasa. Bloqueás a otro y chau, no lo volvés a ver. Eso está bien si es un agresivo, pero si no lo es, es un control a las interacciones que te malcría para el mundo. Los nuevos medios vienen a jugar con eso, nos van malcriando a dificultarnos el encuentro y también la cultura de la imagen y los estándares de belleza hacen su aporte.

En medio de algunas críticas hacia el feminismo como anti erótico vos hablás de «erotizar el consentimiento».

—La idea de que el feminismo es anti erótico viene de un prejuicio o de una idea que dice: “Pero si todos la estábamos pasando bien”. Y la pregunta es: “¿Quién la pasaba bien?” Evidentemente había mucha gente que no la estaba pasando bien. No es necesario vivir la libertad sexual como un varón, completamente desapegada, porque a mí me puede divertir pero la vida no soy yo. Y veo a un montón de mujeres que sufren con esa forma de vida, pero no por eso tenemos que pensar que son pacatas. Entonces me parece muy soberbia la idea de que las demás son pacatas, me parece que cualquier sexualidad es más interesante de vivir si sentimos que hay una conexión con el otro, como una sensación de que la otra persona esta acá porque quiere estar. Cualquiera que interprete que el feminismo es otra cosa que eso lo hace desde un prejuicio. Eso sí, hay que separar lo que es un destrato de lo que es una violencia o de lo que es un malentendido. Me cuido mucho de la sacralización de las adolescentes, porque están aprendiendo y no podemos pedirles que todas las consignas estén bien. Parte de su aprendizaje es entender lo que es un dolor innecesario y uno que merece ser tratado como un caso de violencia. Trato de ponerle un marco teórico a eso, pero no trataría de ningún modo de desautorizar a una adolescente. En las redes ellas tienen mucho peso, pero me parece de mala fe discutirles.

—Esto lleva a otro de los temas que abordás y que tiene que ver con los escraches.

—A veces los grandes medios y muchos periodistas toman del feminismo la parte que más les conviene y refuerzan eso de «no andar sola por la calle». Y la verdad es que pasa poco. El problema, estadísticamente, muestra que los femicidas te conocen y que tienen un lazo afectivo con vos. La amplísima mayoría de las violaciones suceden con personas que te conocen. Insistir demasiado con la calle como lugar peligroso o con el acoso callejero es algo funcional a una lectura muy clasista. Esa idea de que la gente en la calle es peligrosa y las mujeres, blancas e impolutas. Muy funcional a sostener la idea de que en las casas todo está bien, que tu marido es bueno; tu papá, también. Los escraches se dan porque las adolescentes están muchas veces solas. No hay psicólogos ni delegados de género en los colegios. ¿Adónde van a ir sino a Instagram si no tienen respuestas institucionales? Después no te quejes que lo denuncien en las redes con 14 años. Es cierto que no es lo mismo con una violencia entre pares que son parte de una comunidad afectiva, que si son adultos. Siempre digo que entre pares tratemos de conversar, tratemos de no ir a las redes. Pero si los adultos no proponen respuestas institucionales son adultos quejándose que los chicos no se organizan solos.

—No hablás de responsabilidad afectiva sino de algo más parecido a una ética del cuidado o del amor.

—Me parece un concepto rarísimo el de responsabilidad afectiva. No entiendo a qué remite. Cuando uno entra en un vínculo entra en un compromiso que será variable.  No son claros los límites, tampoco están escritas las responsabilidades, por eso me parece que siempre la clave es tener en cuenta que se trata de una persona. Que no  te llame de vuelta porque no quiso no está mal, es una respuesta. Pensar en la idea de que nos estamos vinculando con personas que no se consumen, no se trata de ser un buen samaritano, sino de tratar a una persona como una persona. Y la mayoría de la gente lo hace. No somos un desastre, lo que pasa es que a veces, en ciertas situaciones, si no es tu pareja no es persona, y eso es algo heredado de otra época, toda esta cuestión de la responsabilidad aparece en los círculos poliamorosos. Antes tratabas bien a tu pareja y a las amantes nada, entonces es de ese paradigma que nos queremos correr.

—¿Y cómo viven los varones esto? El libro habla también de ellos. 

—La pareja heterosexual pone muchas presiones sobre el varón. Hoy experimentan que pueden tener paternidades más significativas y son más felices con eso. Antes como que el varón quedaba afuera de la díada y hoy están contentos de tener paternidades diferentes a las de sus padres. Antes, sus casas estaban atendidas por mujeres que se encargaban de eso, pero a las subjetividades de varones actuales no necesariamente eso los hace felices. Es menos demandante para un varón: las mujeres que tienen su propia vida y a las que no tienen que llenar o completar. No tienen esa presión y lo escucho de los mismos varones. También les intriga la posibilidad de una vida afectiva en la que ellos tienen más espacio para hacer y tener vínculos más independientes, en los que no tienen que ser el sustento de nadie.

—¿Y que hay del sufrir por amor? ¿Aún en estos tiempos seguimos sintiendo que en lo vincular somos las que perdemos?

—Creo que todavía sucede que si sos mujer es más caro no tener pareja, sobre todo a cierta edad es más costoso socialmente. La gente te lo cobra. La dificultad del encuentro nos afecta a todos. La lógica del consumo de personas puede tomar a los varones por sorpresa, todavía hay una cosa clara: a partir de cierta edad las mujeres tenemos otra urgencia para resolver el tema de la pareja y la familia. Muchas amigas quieren tener hijos y luego separarse, tenerlos con alguien, me parece súper razonable. Porque tener pareja e hijos no es algo que dependa de una. Pero también hay que poder amigarse con la posibilidad de que eso no suceda y tratar de que si eso no sucede la vida no sea una catástrofe.

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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