El 7 de septiembre pasado, en Realistas (el programa de esta revista en radio Universidad. los jueves de 23 a 00) conversamos con los historiadores Diego Mauro e Ignacio Martínez sobre Construir el reino, el libro que tiene al primero como autor y editor y al segundo como autor. Un libro que se publicó a 10 años del papado de Francisco y aborda ese lapso, la historia del papado, su genealogía y su teología. El volumen es también una pieza de actualidad en torno a los dilemas problemas políticos y sociales que enfrenta hoy en día el papa, en un occidente fragmentarizado y dividido. Lo que se lee a continuación es la breve introducción a esa charla.

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Hace más de diez años, el 14 de marzo de 2013, Jorge Bergoglio dio su primera misa como papa Francisco. En esa homilía el papa citó a León Bloy y dijo: “Quien no reza al Señor, reza al diablo”.

Extraño escuchar de la boca del sumo pontífice a ese extraño escritor, leído antes por autores de literatura que por la jerarquía eclesiástica. Pese a ser un furibundo católico, Leon Bloy fue para la iglesia de su tiempo casi un hereje. Sin embargo, los lectores más fervientes de los diarios, cuentos, novelas e injurias de Bloy fueron escritores como Graham Greene o Ernst Jünger y, en Argentina, autores como Leopoldo Marechal, el padre Leonardo Castellani y Jorge Luis Borges, quien tradujo, recopiló y editó muchos de sus textos.

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León Bloy nació en Francia en julio de 1846. Ese mismo año, en septiembre, dos adolescentes que caminaban por la montaña de La Salette, en los Alpes franceses, tuvieron un encuentro extraordinario: la virgen se les apareció llorando por los pecados del mundo y les reveló secretos que uno de ellos contó al papa Pío Nono

Bloy se convirtió al catolicismo a los 22 años, en 1868, y relacionó la aparición de la virgen de La Salette –que influyó sobre otras figuras del mundo moderno, entre ellas san Juan Bosco– con su vida y su misión de escritor, que cabe en su fórmula: “peregrino de lo absoluto”. 

En vida Bloy publicó artículos, diarios y novelas centradas en una preocupación única y sublime: el dolor. Fue soldado, mendigo (porque entendía que Dios es mendigo), esposo de una prostituta que convirtió a la fe católica –cuando enviudó volvió a convertir a su nueva esposa: una danesa protestante–, padre y un incansable injuriador. Como Gustave Flaubert, cercano contemporáneo, entendía que el lenguaje estaba siendo devastado por el uso mercantilista que le daba el burgués, “un cerdo que quisiera morirse de viejo”, según una de sus definiciones. 

Si prescindiéramos de la fe para analizar los textos de Bloy, habría que destacar el meticuloso trabajo que llevó adelante con la palabra con el fin de devolverle misterio al lenguaje, con el fin de rescatar la palabra del escaparate de las mercancías. Las intenciones de León Bloy pueden leerse en su libro Exégesis de lugares comunes, comenzado en 1900 con artículos que publicaba en los diarios de París. 

Como Gustave Flaubert, Bloy entendía que las palabras debían ser mensajeras del misterio y lo sagrado y que para ello había que devolverle el enigma del que la modernidad burguesa –léase, el capitalismo– las despojaba. En el umbral del Apocalipsis es el séptimo de los diarios que Bloy publicara en vida y registra sus días entre 1913 y 1915. En julio de ese último año, antes de entregar el diario a la imprenta, hizo una acotación sobre una nota suya redactada un año y cuatro meses antes de que Alemania declarara la guerra a Francia (el 3 de agosto de 1914), el autor observa con escándalo que los alemanes llaman a sus tropas “material humano”. Ve en ello, como el poeta religioso que era, el huevo de la serpiente, un anticipo de lo que estas fórmulas del lenguaje traían a la era moderna. 

Bloy, que murió en 1917, pretendía arrebatarle a ese mundo mercantilizado de la Primera Guerra palabras que pertenecían a otro orden, un orden sagrado que convivía con la corrupción mundana. 

Cuando Francisco citó a León Bloy en su primera misa como papa introdujo un anuncio y una disonancia. Citó a un marginal, a un autor periférico del catolicismo, un autor incómodo que llegó a escribir una crónica de un incendio en el que habían muerto personajes ricos y nobles y celebró que el fuego haya enseñado en los rostros carcomidos por las llamas la verdadera naturaleza de esos seres despreciables. 

Diez años después, es el mismo papa Francisco el que parece llevar adelante la misma operación que León Bloy, rescatando palabras y políticas del progresismo para devolverlas a la doctrina de una iglesia que había dejado de lado su misión entre los pobres y los expulsados. 

“Yo trato de seguir el Evangelio –declaró Francisco–. A mí me iluminan mucho las bienaventuranzas, pero sobre todo el protocolo con el cual vamos a ser juzgados: Mateo 25. Tuve sed y me diste de beber, estuve preso y me visitaste; estuve enfermo y me cuidaste. ¿Jesús es comunista entonces? El problema que está detrás de esto es el reduccionismo sociopolítico del mensaje evangélico. Y si yo veo el Evangelio sólo en modo sociológico, y sí, soy comunista. Y Jesús también. Detrás de esas bienaventuranzas y de Mateo 25 hay un mensaje que es propio de Jesús. Y eso es ser cristiano. Los comunistas nos robaron algunos valores cristianos.”

¿No coincide éso con algo de lo que dijimos de Bloy? 

Hace diez años, observamos aquella cita del Papa y anotamos: “Difícil deducir qué es lo que anuncia la cita de Bloy en el papado de Francisco, pero una cosa es segura, tratándose de un jesuita –entre los intereses primordiales de la orden está la educación y el trabajo con la palabra: la Compañía de Jesús fue la que proveyó de lingüistas y traductores al mundo colonial–: el pontífice reclama con esa línea una tradición no sólo católica, sino argentina, la de captar la atención de algo central a través de algo que ha permanecido en sus márgenes“.

En la foto: Aníbal Torres, coeditor de Construir el reino, junto con Francisco I.

 

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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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