La información provino de Marcial Souto, escritor, traductor y director de la revista El péndulo: Mario Levrero tenía una colección de publicaciones de divulgación científica. Luciana Martínez se había doctorado en Letras y el dato venía a cuento de la reescritura de su tesis sobre literatura y ciencia en el Río de la Plata. La búsqueda siguiente tuvo idas y vueltas entre Montevideo, Buenos Aires y Rosario, transcurrió a lo largo de una década y acaba de concluir con un resultado inesperado: la formación del archivo Levrero, un repositorio que se encuentra en la Biblioteca de Letras de la Universidad Nacional de Rosario e incluye la biblioteca, la computadora personal y documentos digitales del autor de La novela luminosa.
Jorge Mario Varlotta Levrero (Montevideo, 1940-2004) había sido un asiduo lector de Science, Ciencia hoy y otras publicaciones especializadas, según la referencia de Souto. Las revistas parecían extraviadas en 2014, cuando Luciana Martínez recibió el dato. Tampoco aparecieron un año después, en la venta de garaje que organizó la familia del escritor con libros de la biblioteca, en Montevideo.
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La decisión de la familia hizo que otros escritores y lectores de Levrero se auto convocaran para acotar la dispersión. Los libros vendidos fueron fotografiados y se confeccionó un registro de los compradores, para no perder el rastro. “Las revistas estaban tan infravaloradas que ni siquiera formaban parte de la biblioteca”, recuerda Luciana Martínez.
En 2018 Juan Ignacio Fernández Hoppe, uno de los hijos de Levrero, tuvo buenas noticias: las revistas no se habían perdido. Había unos 200 ejemplares. Por entonces la familia estaba en tratativas con la Universidad de Notre Dame, de Indiana, interesada en comprar los manuscritos de Levrero.
El acuerdo por los manuscritos quedó cerrado en marzo de 2019. Pero la Universidad de Notre Dame no estaba interesada en las revistas. Tampoco quería los libros de Levrero. La Universidad de la República, la más importante de Uruguay, no tenía espacio disponible. En Rosario, en cambio, había alguien interesado.
Contacto en Rosario
La formación del archivo Levrero puede inscribirse en un período más extenso, como continuidad de los cruces entre Levrero y otros escritores y lectores rosarinos. Una línea que entre diversos recorridos se extiende desde la primera reseña sobre sus libros, publicada por la revista El Lagrimal Trifurca en 1969, hasta el primer club de lectura dedicado específicamente a la obra, el Laboratorio de Investigación Mario Levrero, organizado en 2014 por el Club Editorial Río Paraná.
La historia se remonta entonces a 1968, cuando Elvio Gandolfo viajó por primera vez a Montevideo. Iba a verse con Levrero, porque había una conexión a través del poeta Clemente Padín y la revista Los huevos del Plata, pero en ese momento se desencontraron. Sin embargo, Gandolfo volvió a Rosario con un ejemplar de “Gelatina”, un relato publicado ese año por Levrero en una plaqueta.
“Me impactó tanto que saqué un comentario en la revista el lagrimal trifurca, que editábamos con mi padre en Rosario”, dice Gandolfo. La reseña salió en el número doble 3-4, fechado entre octubre de 1968 y marzo de 1969, y destacó “el sólido estilo narrativo de Levrero”, la singularidad de “un estilo obsesivo, equilibrado entre lo cotidiano y lo absurdo” y la asociación entre los aspectos realistas y los fantásticos: “La masa de gelatina que va deglutiendo a la ciudad se proyecta con facilidad en una gelatina real de frustración y alienación (…) Los elementos básicos de miles de cuentos (una mujer perdida, el intento de un amor limpio, la frustración matrimonial llevada a lo grotesco) forman una combinación completamente diferenciada y original”.
En el mismo número, El Lagrimal dedicó un dossier a los escritores de Los huevos del Plata, entre ellos Jaime Poniachik y Cristina Peri Rossi, y anticipó un fragmento de otro relato de Levrero, “La máquina de pensar en Gladys”. La publicación precedió a una visita de Levrero, que durante 1969 pasó tres meses en Rosario y se alojó en Ocampo 1812, la casa de los Gandolfo.
Entre 1977 y 1979 Levrero colaboró en Tinta, “la revista de los dibujantes solitarios”, editada en Rosario por Sergio Kern. Allí publicó “El llanero solitario”, una historieta protagonizada por un elefante enmascarado que cantaba tangos y se hacía pasar por el inspector Maigret, y una serpiente, o lombriz. “La historieta se llama en realidad Almas en subasta”, aclaró Levrero en una entrevista posterior, donde además contó que al principio se avergonzaba de sus dibujos y los tiraba, hasta que decidió conservarlos en unas ediciones personales a las que llamaba “Cuadernos del infierno” y que repartía entre sus amigos.
Las relaciones se extendieron a otros escritores de Rosario. Rubén Sevlever pensó en publicar un libro de cuentos de Levrero con una editorial propia, Aries, pero el proyecto no prosperó después de la salida de un primer y único libro, una edición de Carta de un ciudadano de París del Marqués de Sade con un prólogo de Nicolás Rosa. Ambos mantuvieron correspondencia y en 1982 Levrero escribió un texto sobre la poesía de Sevlever, “uno de los poquísimos poetas que conozco a quien considero digno de ese nombre”; el artículo surgió a pedido de Francisco Gandolfo, para la plaqueta Poemas inéditos.
Samuel Wolpin, también integrante de El lagrimal, había trabajado en la librería de Levrero en la calle Soriano, entre Convención y Río Branco, en Montevideo. Era una librería de usados, especie de sucursal de la que Nilda, la madre, tenía en Piriápolis junto con la venta de quiniela y golosinas, y una piedra basal de lo que hoy es el archivo Levrero.
Una odisea burocrática
El primer ofrecimiento fueron las revistas de divulgación científica. Después se agregaron la colección de literatura policial y el resto de la biblioteca superviviente a la venta de garaje y de los manuscritos. Luciana Martínez pasó de la lectura de los textos de Levrero a la gestión para trasladar el archivo a Rosario, formalizada a través de un convenio de donación con la familia. La pandemia obligó a tener paciencia hasta fines de 2021, cuando la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y el Instituto en Estudios Críticos en Humanidades (Iech), dependiente del Conicet, aportaron los fondos para el traslado y para un pago simbólico por el material.
Por entonces también estaba al tanto Javier Gasparri, director de la Escuela de Letras. Luciana Martínez pensó que podían ir con una camioneta hasta Montevideo y cargar las revistas y los libros sin más. Pero no fue así de fácil.
En marzo de 2022 viajaron a Montevideo para registrar el contenido del archivo y acordar el embalaje con la librería Linardi y Risso y el despacho con la empresa DHL. Había que hacer un trámite a través del Ministerio de Ciencia y Técnica para declarar el envío de interés científico y con eso eximirlo de impuestos en la Aduana. En septiembre la papelería quedó resuelta, después de soportar varios rechazos, como recuerda Gasparri:
—Nadie comprendía cuál era el valor científico de los libros, aunque la gestión se insertaba en un instituto del Conicet, estaba avalada por una Facultad y tenía el marco de un proyecto científico acreditado. Fue un proceso burocrático que tuvo varias responsabilidades: un Ministerio de Ciencia y Técnica que no podía pensar por fuera de sus parámetros, luego una empresa como DHL con mucha negligencia en su operación y la Aduana con avances y retrocesos, como si importáramos algo que tuviera valor de mercado.
El despacho quedó varado en la Aduana en octubre de 2022. “DHL no nos había explicado con claridad cómo era el proceso e interpretó que se trataba de un envío común. Además hubo un gran desinterés por resolver la situación”, puntualiza Gasparri.
Ahora es una anécdota, un aprendizaje y una documentación para un trabajo en proceso, dice Luciana Martínez: “No teníamos experiencia en el traslado de un archivo y menos en una donación internacional. Hicimos un registro audiovisual en Montevideo y tenemos la idea de armar algún tipo de documental sobre cómo se construyó el archivo. Nos gustaría reproducir los diálogos descabellados, desopilantes, que tuvimos por WhatsApp con funcionarios y empleados, porque son parte de las condiciones de producción de conocimiento”.
Hay bastante material al respecto, ya que siguieron los inconvenientes. La familia de Levrero agregó al despacho la computadora personal, 143 disquetes, 23 cedés y 8 videos en VHS, lo que no estaba descripto en el formulario. La alarma sonó en los escáneres y la Aduana bloqueó el paso del archivo. “Fue una de cal y una de arena –resume Gasparri–: por una parte la alegría por lo que agregaron, pero por otra parte eso implicó generar un nuevo trámite para incluir el contenido que no estaba contemplado”. DHL cerró además el depósito donde se encontraban las cajas, lo que exigió nuevos reclamos “y el pago de tasas por mantenimiento en el depósito y por una demora que ellos mismos habían generado”.
“Mi desesperación en todos esos meses fue que de pronto confiscaran el envío, que lo mandaran de vuelta, que se perdiera, que se deteriorara –cuenta Gasparri, en su oficina–. Por suerte nada de eso sucedió. Es para destacar lo bien que estuvo el despachante uruguayo, la librería Linardi y Risso, porque si todo se preservó durante diez meses en un galpón de la Aduana fue porque estaba bien embalado y protegido”.
La odisea concluyó el 31 de julio de 2023, cuando las cajas con más de 700 libros, 200 revistas, la computadora y los documentos digitalizados llegaron sanos y salvos a la Facultad de Humanidades y Artes. El trabajo ingresó en una nueva etapa: catalogar los libros, resguardar los videos en VHS –que concentran una expectativa en particular, a propósito de registros de Levrero como cineasta–, acondicionar el espacio físico. “Los diskettes contienen versiones preliminares de textos y de libros, carpetas con ejercicios para los talleres literarios, transcripciones de sueños, correspondencia por correo electrónico”, detalla Luciana Martínez. Música en los oídos de los investigadores.
Cuestión de género
La biblioteca de Levrero está presente en entrevistas y artículos sobre su obra. En agosto de 2006, Elvio Gandolfo entrevista a Alicia Hoppe, la pareja de Levrero, y anota: “En el departamento, un cuarto grande alberga la biblioteca (…) que equilibra casi en las mismas cantidades las novelas policiales y los libros de literatura o ensayo”.
En otra entrevista de Gandolfo, en 1987, Levrero recuerda su formación como lector y un germen de la biblioteca personal: “Abandoné en gran medida lo que podríamos llamar lectura seria de literatura. Quedé adaptado a la novela policial, al escape. Cuando me operé preví una convalecencia y me había armado una biblioteca muy interesante en Montevideo, para tenerla a mano al llegar el momento”. Entonces se puso al día con Dostoievski, Chejov y Beckett, “pero cuando el postoperatorio se extendió mucho más de lo normal, por una infección, tuve una necesidad muy grande de evadirme: allí enganché con la novela policial, poco antes había conseguido una buena parte de la vieja colección Rastros, y la devoré”.
De adolescente llegó a completar la colección El Séptimo Círculo, desde el número 1 hasta el 150, y en Buenos Aires, donde vivió entre 1985 y 1989, la volvió a comprar y agregó la colección de El Club del Misterio. “Me dediqué a reconstruir una biblioteca –dijo Levrero, en la entrevista citada–. Una biblioteca que me representara. Que me sostiene ahora, en cuanto a identidad. Llegué a comprar trescientos o cuatrocientos títulos en liquidaciones. Sin gastar demasiado tuve rápidamente una biblioteca donde está representado todo lo que en algún momento para mí significó algo importante”.
Si bien leyó con admiración a Philip Dick, Cordwainer Smith y Alfred Bester, entre otros autores del género, no le gustaba la ciencia ficción. La novela policial le parecía “más honesta, menos artificial”, con excepción de las de Agatha Christie, a la que defenestró minuciosamente en un artículo para el diario El País, de Montevideo: “para el auténtico aficionado al género policial, esta obra es sencillamente insoportable”, escribió.
En 1991, Gandolfo volvió a entrevistar a Levrero cuando vivía en la ciudad de Colonia. La casa tenía humedad, lo que amenazaba a los libros: “Algunos de los menos afectados son los de los estantes superiores, ocupados masivamente por decenas de títulos en ediciones económicas de novelas policiales de Erle Stanley Gardner o Nero Wolfe. También a salvo se ven la totalidad de las novelas de William Faulkner, en ediciones argentinas o españolas. Muchos de los libros económicos del Centro Editor de América Latina, en cambio, muestran una capa musgosa, devoradora”
La biblioteca provenía de las librerías de viejo de Montevideo y de Buenos Aires, que Levrero recorría “a la caza del título raro o simplemente de la sorpresa”. La otra vertiente eran las propias librerías de usados en Montevideo y Piriápolis: “En ambos casos el surtido incluía tantas novelas policiales, historietas o novelitas de Corín Tellado como libros específicamente literarios. No solo porque se consumieran masivamente, sino también como interés del propio librero”.
Las búsquedas en librerías y la biblioteca personal aparecen mencionadas al pasar en artículos dedicados al género policial. En una reseña de la novela El coche fúnebre pintado a rayas, después de aprobar con énfasis al autor, Ross Macdonald, agrega: “Es cierto que de tanto en tanto el lector mira con nostalgia hacia el estante donde guarda los libros de Chandler, porque Lew Archer no tiene la humanidad del Philip Marlowe que lo inspiró”. También escribió un artículo sobre antiguas colecciones de literatura policial, donde la fuente no puede ser otra que sus propios libros. “El lector podrá formar su biblioteca de Rex Stout en español si está dispuesto a llenarse las manos y las ropas con la tierra acumulada en los estantes de las librerías de viejo”, apuntó en “Un detective realmente grande”, para El País Cultural; este título alude irónicamente a la corpulencia del personaje Nero Wolfe, que pesa casi 145 kilos, y a la vez a un juicio superlativo: “Rex Stout es, en cuanto a estilo, profundidad psicológica y complejidad de la estructura narrativa, el mejor escritor que haya cultivado extensamente el género policial”.
Las librerías de viejo son también el lugar donde se provee la bibliografía citada en el Manual de parapsicología (1980). Levrero recurre para el caso a un saber obsoleto –aunque reciclado por la ufología y la cultura New Age– en un momento de auge del psicoanálisis, después de la introducción de la obra de Lacan en el Río de la Plata desde mediados de los años 60, y se inscribe en una serie que puede remitirse a los cruces entre divulgación científica y relato fantástico en la obra de Horacio Quiroga y a Roberto Arlt y su artículo “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires”, cuyo ámbito de iniciación es también una librería de usados.
“La biblioteca, el hecho de tener esos libros allí, me comunica una sensación de seguridad, de compañía, aunque no los frecuente demasiado –le contó Levrero a Gandolfo–. En algún momento esa tarea se me transformaba en una verdadera manía: salía dos o tres veces en el mismo día a recorrer las liquidaciones hasta que reuní una determinada cantidad de libros, de autores”.
Una orden irrevocable
Luciana Martínez empezó a trabajar con la obra de Levrero en 2008, cuando ingresó al Conicet con una beca doctoral. En su libro La doble rendija: autofiguraciones científicas de la literatura en el Río de la Plata (2019) le dedicó un capítulo y pensó que había terminado. Pero el hallazgo de la colección de revistas científicas fue material de consulta para un artículo publicado en la antología Escribir Levrero (2020). “Leí Espacios libres, el libro de relatos de Levrero, a partir de las marcas que había hecho en las publicaciones de divulgación y que me abrieron un panorama nuevo”, dice.
Ese artículo debía ser el final de la investigación. La gestión del archivo puso a Luciana Martínez de nuevo en la pista de Levrero, “para que no se perdiera el material”. El traslado de los libros y las revistas a Rosario pareció, de nuevo, un corolario. Pero no está segura: “Me parece que siempre voy a terminar volviendo, de alguna u otra manera”, dice.
El recomienzo puede estar en el principio. Con los libros vienen también papeles que quedaron traspapelados, y entre ellos una esquela de Elvio Gandolfo a Levrero, fechada el 23 de junio de 1969: “Le ordeno irrevocablemente venir a Rosario en el término de 48 horas, de lo contrario no le escribiré ni le hablaré ni le contaré novelas más (sic). Hay comida, hay cama, hay gente, no hay clima angustioso (al menos no mucho)”. El archivo trae ahora de regreso a Mario Levrero.