Gracias a un interminable recorrido por el mundo, el escritor Pablo Bilsky pudo entenderse a sí mismo, a su origen ancestral y al rostro no siempre visible del capitalismo salvaje. Como si fuera un trabajo de campo, se quedó a vivir en casas de familias inglesas, de otros países europeos, estadounidenses o latinoamericanas. En esas instancias participó de manifestaciones, se involucró, habló con los damnificados del mundo y lo mostró en las publicaciones periodísticas que hizo a lo largo de los años en Rosario 12, El Ciudadano, El Eslabón y en la radio. A su vez, su cátedra de Literatura Española en Letras de la UNR, tiene una audiencia que a veces excede a su alumnado. Sobre esas cosas conversamos en esta entrevista.

¿Naciste en Rosario?

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El newsletter se reinventó, entre otras cosas, como respuesta a la crisis del periodismo. "Son la oportunidad para recuperar cierto contrato de confianza con el lector", dice uno de sus autores.

—Soy rosarino, nací en 1963 en zona sur, en Garay y San Martín, a la vuelta de la pizzería Santa María. De padre, madre, abuelos y abuelas también rosarinos. Tengo la mezcla de Yiddishland de parte de mi abuelo y siciliano de parte de mi abuela, que era nacida en Italia. De la mezcla de eso sale una persona patológica, pasional, irónica, insoportable aún para mí mismo, pero me gusta y me padezco. Hice la primaria en la escuela número 64, Pablo Richieri y la secundaria en el Superior de Comercio, siempre escuela pública. Hice la carrera de Letras en la Universidad pública y en institutos privados estudié inglés y concluí el profesorado en el instituto Olga Cossettini, de nuevo pública. Mi familia paterna viene del grupo oriental que fue el imperio Austro-Húngaro. Eran polacos judíos, vinieron antes de la guerra y los que se quedaron allá murieron todos. Una cultura interesante con cierta oscuridad existencial y a la vez el humor judío que se burla de todo; Woody Allen viene de ahí. Tiene ironía, humor paródico y un fuerte anclaje en una cultura de mezcla de alemanes, de religiones, de todo. El Yiddish es como una derivación del alemán, que no tiene nada que ver con el hebreo moderno que es como la adaptación del hebreo antiguo. La otra rama del judaísmo es Sefarad, que significa España, en donde están los Sefarditas, en el sur de España.

Lo rico en mi antecedente familiar, es esta rama europea oriental que pareciera una cultura que va a mil. El humor de Los Tres Chiflados es un humor Yiddish; eran judíos de Brooklyn. A mí me fascinaban de chico y de grande traté de investigar ese humor que ellos hacían incluso en los roles que cumplían: el que manda, el que pega, el que siempre termina cobrando. Mou es Mousses o sea, Moisés. Todos hermanos en una familia de judíos que se dedicaban a algo débil, a ser numerosos, pobres como ratas y terminaron pobres pese al éxito que tuvieron después de que murieran. Cuando escuchábamos la musiquita desde el televisor, con mi hermano corríamos a verlos. Ese humor para mí es insuperable, el mismo que el de Woody Allen.

¿Y cómo llegaron a la Argentina?

—Esa parte de mi familia se vino por negocios. Eran del típico judío que vendía telas, que se fueron al Once y pusieron una tienda; no podía ser de otra manera y a los que se quedaron, los mataron en Polonia. Yo he ido a todos los museos de holocaustos, busco mi apellido y no encuentro ni uno… ni un pariente. Polonia tenía que ser borrada. Hitler hacía diferencia. Los polacos éramos ratas y había que exterminarnos. De hecho, el 80% de Varsovia quedó en ruinas; la cuestión era arrasarla. Pero era hermosa y la hicieron de nuevo. Hoy se ve en el frente de cada casa una foto en blanco y negro de cómo era originalmente; otra foto en blanco y negro de cómo fue una montaña de ruinas y la casa actual, en color, hecha igual. Lo hicieron igual de cómo era antes. Pero a la vez, percibir todo ese dolor… me sentí muy angustiado. Toda esa historia se me vino encima aún sin haber vivido la tragedia.

—Tenés un recorrido intenso en una parte de tu vida: tu adolescencia

—Sí. Toda la secundaria la hice en la etapa de la dictadura, una época espantosa. El Superior de Comercio era una escuela tomada por los militares; casi todos los profesores eran amigos del teniente o cuñado del coronel. Eso me formó en cuanto a la resistencia y a no dudar nunca de cuál era mi lugar en el mundo o de qué lado estoy. No puedo ser de otra manera y no sé si es una elección. Ni bien salí de la secundaria, me dejé el pelo hasta los hombros y cada vez que salía a bailar, terminaba adentro de la jefatura. Incluso al principio de la democracia, porque a la policía no le avisaron que ya había cambiado el gobierno. Nuestros padres nos decían: “si te quieren detener nunca corras”. Con mis amigos tuvimos una experiencia, una travesura infantil en la plaza San Martín, cerca de la casa de mi abuela en donde yo pasaba mucho tiempo. Ahí tenía a mis mejores amigos, las dos escuelas que tuve están equidistantes de ahí y como nací en el 63, uno de los que jugaba al fútbol conmigo, que vivía en calle Balcarce, era Fito Páez; que además coincidimos en la Cultural Inglesa y yo le iba a pedir la tarea a su casa. El guardián de la plaza del que habla en una de sus canciones era Aceituna, el temible guardián. Y jugábamos al fútbol ahí, en medio de la tragedia argentina; estábamos rodeados, la jefatura de un lado y el comando del segundo cuerpo de ejército del otro. Había tanques, bolsas de arena y bazucas apuntando y operativos y tiroteos… Yo entiendo que no se puede comparar con la gente que lo sufrió en carne propia o que perdió algún pariente, familias destruidas, desaparecidos, pero lo que siempre me llamó la atención es la gente que dice: “a mí no me pasó nada”. Porque a mí me pasó de todo, me jodieron la adolescencia y parte de la juventud. Me formatearon, para bien o para mal. Y la travesura infantil que hicimos en la plaza fue juntar muchos petardos rompe-portones, casi como una bomba de pólvora; le pusimos una mecha y fue un gran estallido. Esa vez no corrimos, porque vinieron militares y policías de los dos lados. Hubo un problema de jurisdicción, a ver quién nos agarraba primero. Los esperamos sentados con mi amigo César y otros más en el banco mientras volaban las palomas. Nos llevaron a la jefatura y da la casualidad de que un cana, lo conocía a mi viejo y zafamos porque si no, flor de paliza nos comíamos. Me vino a buscar mi viejo y mi vocación de profesor quizás haya nacido de boca de ese policía represor porque le dijo: “¿Usted es el padre del profesor tirabomba?” Era el título de una película de Sandrini que estaba de moda.

Y el final de la dictadura, ¿cómo lo viviste?

—Creo que fue el 30 de marzo del 82, antes de la guerra de Malvinas, que fui con mi abuelo a la marcha de la CGT. Yo tenía 20 años y mi abuelo tendría la edad que yo tengo ahora. Había un silencio ominoso que solo lo rompía el ladrido de los perros. La policía nos iba corriendo hacia Corrientes, por Entre Ríos y Córdoba. Estaba bajando el sol y desde las escalinatas de la Bolsa de Comercio, había como un brillo del sol que le pegaba a un gendarme. Mi abuelo me decía cuidate, pero cuando él iba más al frente, tuve más miedo que él; titubeé en seguir avanzando. Y ese sonido de los perros, porque no ladran como cualquier perro y ahí nos cruzamos con la policía y cobramos, pero también cobraron ellos. Porque dimos vuelta a un patrullero y por primera vez, vi algo que también me marcó y que me enseñó: el miedo en los ojos de los represores. Porque éramos más y estábamos decididos. Siempre, toda mi vida he cobrado buenas palizas y también como periodista he cobrado en otras partes del mundo. Siempre contra el neoliberalismo, cobrás 10 palazos, pero bueno, si vos podés invocar una, esa vale; lo importante es ir para adelante. Desde aquella anécdota junto a mi abuelo, entendí que empezábamos la democracia.

CVU inicial

“Trabajé de todo un poco a los 14 años ayudándolo a mi viejo que fue visitador médico, luego viajante de comercio y tuvo una distribuidora de productos químicos. Después trabajé en una fábrica, La Social, era de gaseosas. También un tiempo de albañil, pero era muy torpe, o sea, tenía fuerza porque hacía mucho deporte, arte marcial y pesa, pero me daban trabajos que nunca pude hacer. Pasa con los que no tenemos una educación técnica, nunca pude trazar una raya derecha. Después de la graduación por mi preparación en el Superior, directamente fui a laburar en un estudio contable. Pero quería trabajar medio día para ir a la facultad. Cuando el jefe me dice que me necesitaba ocho horas y le contesté que no podía, él mismo me consiguió otro laburo en una imprenta, en la parte administrativa. Definitivamente trabajé mucho de administrativo para pagarme la carrera”.

Decidiste estudiar letras teniendo a tu familia y conocidos en contra, ¿cómo pudiste sobrellevarlo?

—Y, fue una decisión compleja porque empezaba a leer a los 12 años sobre política, música, arte y descubrí ahí, que algo pasaba en el mundo. Pero esa decisión para un hijo varón de una familia a la que no le sobraba nada, era toda una pregunta de mis padres y de mis profesores del superior de comercio: un desperdicio este muchacho. ¿Y de qué vas a vivir? Fue la pregunta del millón. Mi familia no estaba de acuerdo, pero a mí me gustó la carrera y me decepcionó también. Demoré en terminarla y seguí estudiando como loco y rendía las materias preparándolas durante un año creyendo que me iba a ir bien porque casi no las cursaba. Me hacía una trampita con la hoja de asistencia. Es que me ponía a estudiar una materia que tenía que rendir y me olvidaba de asistir a clases. Por ejemplo, con la materia de Literatura Iberoamericana, que me importaba y mucho, me molestaba que tres tipos me fueran a hacer preguntas cuando la rindiera. Porque más allá de los profesores y del programa, yo me ponía a estudiar y me encantaba. Ahora yo soy el profesor de Literatura Española y doy seminarios de narrativa en el final de carrera. Ahora se me está complicando económicamente la vida literaria, pero venía bien, pude vivir y sigo viviendo de lo que me gusta.

—Y aparte de ser un políglota laboral, ¿en qué momento empezaste con el periodismo?

—Empecé a fines de los ‘80. Conocí a Roberto Caferra cuando recién empezaba. Teníamos un programa en aquella época de la gran explosión de las FM. No me acuerdo ni cómo se llamaba la FM, ni el lugar, creo que era Avellaneda. Nos dieron el horario central de 3 a 5 de la mañana; un horario prime time. Se generaba un vínculo muy especial con los que escuchaban, los oyentes nos llevaban facturas. A la vez teníamos una revista y poco después empecé televisión con el negro Ernesto Ávila, que ahora trabaja en el diario El Eslabón. Era también hombre de radio. Al fin trabajé en revistas que nadie leía, radios que nadie escuchaba y programas de televisión que nadie veía, pero la pasábamos muy bien y nos divertíamos muchísimo. Mi primera contratapa en diarios fue cuando se fundó Rosario 12, después también en El Ciudadano. Coco López, que fue el primer director del diario: me llamó al fijo que había dado, que era en casa de mi vieja. Tuve la entrevista con él y estuve 15 años en el diario. Dejé de dar clases en la secundaria, en la escuela de Newell’s y me quedé con el diario y con la Facultad. A partir de ahí vino El Eslabón, en donde trabajo ahora y por decisión propia hicimos fundar la cooperativa La Masa con varios compañeros como Manolo Robles o Juane Basso.

Crónicas

En su libro China (Baltasara Editora, 2018), Pablo muestra a través de la crónica, que no es más una visita en el mundo, es el verdadero habitante del mundo y se quedará en cada país hasta sacarle la ficha a su gente, sus gobernantes, su comportamiento y sus refugiados. Lo bueno de Pablo es que vuelve a Rosario y nos lo cuenta; su mirada sobre el capitalismo atroz es totalizadora y no parcial: todo lo ve. Ese pequeño detalle visto a través de una persona o un objeto, significa. Nada queda librado al azar, Pablo es el gran flâneur de las ciudades. Parado en una de las ciudades más antiguas de Occidente mira los palos alzados, los gritos de los manifestantes que luchan contra el ajuste del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y compara: Aquiles estuvo ahí, en una lucha. Llevamos miles de años luchando. Como en casi todos sus libros, tiene un par fotos para ilustrar y sus crónicas acaban embelleciendo los detalles, los olores, la locura urbana.

Y sobre tu conocimiento y experiencia del mundo, ¿podés explicar ese recorrido?

—Durante más de 25 años seguidos viajé a Europa por periodismo y también por placer. De ahí salieron crónicas, columnas radiales, contratapas en Rosario 12 y notas para El Eslabón. Mi próximo libro de crónicas que se llamará El gran teatro, cuyo subtítulo es Apuntes sobre Estados Unidos, continúa inédito pero saldrá en algún momento publicado. Porque mi enfoque siempre fue Latinoamérica, para entenderla por razones obvias y no muy felices; debía ir al centro del imperio que nos saquea y por eso tengo muchos viajes a Estados Unidos. He tenido oportunidad de hablar con gente de Wall Street, con excombatientes y pude entender muchas cosas. Hay que conocer al enemigo. Si vos lees Sun Tzu o Carl Von Clausewitz, te lo van a decir. Si me puedo meter ahí y entender desde adentro, es sólo para que no me la cuenten. Hay que ir ahí, al Fondo Militar, al FBI, a la CIA; hablé con la madre de excombatientes que no volvieron. En Inglaterra estuve en la casa de dos flacos, John y Paul, recién regresados de Afganistán y es una experiencia totalizadora hablar con la gente, meterte adentro de una familia. Me he quedado en la casa de una familia francesa, de una familia italiana, en una yanqui, porque también tengo amigos que viven allá. Se trata de hablar, el día a día, sacarle a pasear el perro, estar en el barrio y ahí tenés otra mirada que te da un conocimiento, te hace ajustar tu horizonte de la pregunta. Eso lo aprendí del Yiddishland y de la sabiduría del judaísmo, el saber hacer preguntas. Más que el conocimiento es hacer la pregunta, no te digo correcta, porque no es correcto o incorrecto, sería una pregunta que te abra la cabeza y que habilite a otras preguntas. Estamos en una época de mucha simplificación de la realidad, el pensamiento complejo es algo que está pasando por un mal momento y eso lleva a una difícil situación en lo cognitivo. El valor de la pregunta es la del famoso chiste cuando le preguntan a un rabino: “¿por qué cuando yo le hago una pregunta me contesta con otra pregunta?” Y el rabino le dice; “¿y por qué no?” Y se lo digo a los alumnos, para preguntar bien tenés que saber un montón sobre el tema, estar en el tema y obtener experiencia. No hablo de un saber libresco, se trata de dar en el clavo en el sentido en que metiste el dedo en la llaga, fuiste al fondo del problema que le hizo pensar a la gente, a los que escuchan, a los otros. El conocimiento es una construcción colectiva y una buena pregunta genera esa construcción. Se lo demuestro en clase a los alumnos cómo funciona. Por ejemplo, mi viejo era fanático de los bares, como lo soy yo. Es mi lugar en el mundo, no puedo vivir sin ir a un bar. Si bien leo en mi casa, también busco leer en todos los lugares que pueda. El bar es un lugar especial, estar rodeado de gente con la que no interactúo, con todo ese ruido… ¿qué te queda por hacer más que concentrarte? Pero también escuchar a tu alrededor qué se comenta, de qué habla la gente y por ahí también participar.

A corazón abierto

En el libro Vietnam (Poesía, Baltasara Editora, 2020), pareciera que sus poemas buscaran mezclarse con la crónica. Por supuesto que el fantasma de la guerra inexplicable de Estados Unidos contra Vietnam, aparece casi vivo junto a esos muchachos que terminaron yéndose con la cola entre las piernas dejando tras de sí una honda herida abierta. Y la poesía (siempre la poesía) intentará mostrar el despelote en el que quedó Vietnam, en donde la gente sigue viviendo y en donde la belleza redime desde un poema. También lo será, aquello que particularmente abunda en la obra de Pablo, el efecto del capitalismo en cada país; cómo fue que ingresó inducido como un veneno y se propagó en un país milenario. La moto es parte de ese resultado, un símbolo determinante, aparecen amontonadas, circulando por las calles en un caos habitual; todo rodeado de un histórico movimiento particular, anterior a la moto, que el autor revela a través del testimonio de un héroe de guerra yanqui.

“Muchas veces viajé a Cuba, me gusta mucho. Fui antes de la pandemia, y me enteré de que había empezado la pandemia en China, viendo la televisión cubana. Cuando volví acá, al poco tiempo fue la pandemia. Vivo solo, me gusta mucho estar solo y el grado de soledad se puede experimentar en lugares más agrestes o en el centro de Nueva York, lleno de gente donde nadie me conoce, nadie me quiere y si bien suelo hablar con la gente, había días que me dedicaba a observar. Esa técnica periodística de la mosca en la pared, el ser invisible y mirar y después sí hablar; intercambiar es fundamental. Vos te parás en la calle, en Nueva York y tenés 10 películas de Netflix, son ciudades de espectáculo, una cosa que bulle; la humanidad misma se manda al frente sola con una actitud. He visto de todo y nadie se inmuta por una persona completamente desnuda por la calle. El liberalismo es esa individualidad que se pone de manifiesto en pleno ahí y se ven muchos casos determinantes en especial en el tema de la salud. En el último viaje estuve hablando con una persona y me contaba que si una persona tiene cáncer y no es rica, se muere”.

“He participado de las manifestaciones adonde voy. La he puteado a Hillary Clinton por el tema salud, porque cuando era legisladora, la estaban presionando para que no transe. Ahí hablé con un obrero y me mostró que le faltaban dos dedos. Me dijo que una máquina le voló tres y el seguro social le cubría uno. Lo contaba ahí mostrándome los dedos faltantes. Le reimplantaron uno y si se quería reimplantar el segundo, le salía 20 mil dólares y el tercero 50 mil. Mirá el criterio comercial. Hay un montón de pobres y hay colas tremendas y mucha gente que vive del estado en Estados Unidos, como Steve Jobs, con toda la industria tecnológica e internet, con subsidios del estado que recibe pero a manos llenas, porque es estratégico. Subsidian a los ricos, a los bancos. Eso sí se hace en Argentina, la deuda privada la pasan a pública. Con las pérdidas son socialistas para repartirlas, pero las ganancias no”.

“En Estados Unidos la gente dice que vivir del estado es como una desgracia y aún así reciben vales de comida o viviendas subsidiadas para que no haya tantos homeless. Después de 15 viajes, intenté hablar con un homeless, pero no pude. No todo articula, no todo está bien para hablar. Emiten sonidos, están muy mal, muchos son excombatientes, héroes que así les pagan. Los usan y los descartan, esa es la gente desnuda, llena de mierda, pero ningún turista, ninguna persona que vaya a Nueva York te va a contar esto. Había uno con un cartel que lo decía todo: “parece que soy invisible”. Si bien hay refugios, hay déficit fiscal en Estados Unidos. La pobreza es tremenda, pero no es un capitalismo subdesarrollado, injusto, egoísta, individualista como debe ser, no es a los extremos que podemos ver en Latinoamérica”.

“Desde el día en que traen un bebé de la maternidad, los estadounidenses empiezan a poner dólares en un jarrito. Después abren una cuenta en un banco para que pueda tener una educación respetable y un laburo respetable. Estamos hablando de valores en los que un estadounidense tendría que ser rico para afrontar una quimioterapia o para un dedo cortado y no lo tiene cualquiera y para pagar una universidad de prestigio, tiene que ser rico, no un trabajador bien pago. Es muy restrictivo, elitista, y nosotros no valoramos lo que es la educación pública argentina. Con todos los problemas que tengamos y pese a lo que nos han saqueado, lo que primero se ve en Estados Unidos es justamente eso, la ausencia del Estado. Porque son dos capitalismos, uno subdesarrollado, dependiente de Estados Unidos, saqueado por el fondo monetario, saqueado por estos criminales sociales que hacen ajustes y un capitalismo imperial, hegemónico, que igual tiene un montón de pobres y es injusto, pero son distintas formas de problemas, ni siquiera distintos niveles”.

El libro de poemas Peste negra, viene acompañado de fotos y collages. El sarcasmo y la sátira, el humor negro y el realismo, se despliegan mostrando un tono feroz, lírico y a la vez amable. En la primera página bajo el título “El virus es el lenguaje”, como en un anuncio de la obra, presenta a modo de ensayo, de qué se trata la peste, qué surge con eso, qué comportamiento tendremos. Las fotos representarán un enorme silencio: un contenedor de basura lleno y un inimputable hombre de la calle que, pese a la cuarentena y sus restricciones, saldrá a buscar su sustento.

Otros libros publicados por el autor: las novelas Herodes (Yo Soy Gilda, 2015) y Taxi (Le Pecore Nere, 2019), los libros de crónicas de viaje China Vietnam , y el poemario Sfruttatori (EMR, 2018), con el que obtuvo una mención en el Primer Concurso Nacional de Poesía EMR 2017, cuyo jurado estuvo integrado por Javier Foguet, Matías Moscardi y Mirta Rosenberg.

 

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Sobre el autor:

Acerca de Pablo Bigliardi

En consonancia con una tradición de los pueblos originarios de la Patagonia, Pablo Bigliardi considera que tiene dos lugares de origen: Saavedra, provincia de Buenos Aires, Argentina, el lugar donde nació en 1968, y San Antonio Oeste, provincia de Río Negro, de donde son oriundos sus ancestros. Vive en Rosario desde 1991. Es autor de […]

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