La hora del lobo es ese momento, entre la noche y el amanecer, donde se funden la oscuridad y el sueño profundo. Es el espacio liminal de las pesadillas, pero también es ese no tiempo en donde deambula lo onírico y fantasmal. La obra La hora del lobo* recrea el encuentro entre cuatro personas en el transcurso que va desde el punto en que termina la noche y el que despierta el alba. “Cuando los insomnes son perseguidos por sus temores más profundos, las máscaras caen y los fantasmas y demonios son más poderosos”, dice la sinopsis. Hay algo de esa profundidad de la noche, de cierto submundo, que aparece todo el tiempo en el texto y el contexto. Desde el momento en que el público tiene que descender a un sótano (la sala “La otra barca”*) para ser parte del encuentro.
La hora del lobo es una adaptación libre de la obra de teatro ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, del dramaturgo norteamericano Edward Albee. Fue estrenada en 1962 y se caracterizó por hacer crujir algunos conceptos de la época. La obra puso en tensión y criticó casi sin piedad el modo de vida americano (american way of life), las convenciones sociales y la doble moral al interior de la vida conyugal.
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Los protagonistas son Jorge y Marta, quienes se enfrentan en una pelea matrimonial que pone de relieve el desgaste y por momentos el odio acumulado a través de los años de convivencia y pareja. La historia transcurre en una noche. Luego de una fiesta familiar, Jorge y Marta reciben en su casa a una pareja más joven con la que compartieron aquella celebración.
A deshora, en el borde del fin de la fiesta, en el espacio que la desborda, casi en un after los cuatro personajes se encuentran esta vez en la casa. Las medidas de la sala, las luces bajas, la oscuridad, los tragos de alcohol revelan la fragilidad de estos seres y suman a la sensación de encierro.
Como el espacio la composición surge desde lo subterráneo. “Estas características le permitieron al director experimentar con el estilo de iluminación que propone el expresionismo alemán. Esta propuesta estética tiene su correlación en la poética de la obra, donde nos encontramos con personajes que transitan entre sombras, zonas oscuras, y por momentos dejan ver algunas cosas a la luz”.
Como si se tratara de una bola de espejos, que cambia de cara con cada giro, la obra nos presenta a dos parejas que tienen diferencias y semejanzas. Comparten condiciones de clase, profesiones (académicos y profesores de la universidad) pero las duplas mantienen abismos.
Jorge y Marta llevan años juntos. La pareja es algo así como la muestra viviente del desgaste que puede el paso del tiempo en la vida conyugal. Los otros dos son más jóvenes, recién casados, reflejan la imagen del amor casi a estrenar, viven el presente y planean el porvenir, de cara a los sueños de los anfitriones de la noche que se derrumban en cada diálogo.
“El vínculo entre estas cuatro personas tiene una semejanza de lo que ocurre en las pesadillas, en esos momentos de insomnio, en donde se distorsionan las imágenes y hasta las relaciones”, cuenta el elenco. Pero como en todo juego de espejos, las luces y las sombras tienen un lugar. Las figuras nunca están quietas, se mueven, cambian, hasta se deforman. Y lo que parece ser de una manera, de a ratos se transforma. “Aquel que parece ser más vulnerable muestra su lado más oscuro, y viceversa. Donde no se sostienen las máscaras, y estos personajes quedan al desnudo”, dicen.
La hora del lobo es entonces el momento en que los insomnes son perseguidos por sus temores más profundos, los fantasmas y los demonios más poderosos, y cuando los velos caen. Lo sexual aparece entonces como potencia. Y si es cierto aquello de que el poder se mueve y nunca está en las mismas manos, acá pareciera ocurrir eso pero con la seducción que también es una manera de manejar el poder: los cuatro personajes seducen y son seducidos al mismo tiempo.
Más allá de las convenciones, las dos parejas se toman de un impulso que los empuja al movimiento. El sacudón del deseo en esa hora: la del lobo. Lo primario, lo voraz, lo salvaje sobresale en las cuatro actuaciones que son parejas y de calidad. El cinismo sobrevuela con dosis de humor para que el infierno sea menos infierno. Y el público, se convierte entonces en espectador y voyeur desde las sombras.
II
El impulsor del centro cultural “La Otra Barca” y director de la puesta cuenta que siempre tuvo el interés de montar una obra en ese espacio tan particular y bajo tierra. Y fue cuando se encontró con este texto que supo que era con el que quería trabajar ahí. A partir de eso convocó al elenco y durante un año trabajaron juntos en la adaptación libre.
La sala está a una cuadra de la Terminal de Ómnibus y esa geolocalización le agrega más misterio a la escena. Al llegar, el público espera en la vereda que den sala y para ver la obra tiene que descender por una escalera al subsuelo. Para que no vean a las actrices y actores antes de que comience la función, el elenco se prepara de antemano, mientras tanto espera en la esquina, camina el barrio.
Es así que personajes de la ciudad y de la obra componen en la antesala una escena propia. Lejos de desentonar con el entorno, los cuatro protagonistas se camuflan en ese borde y deambulan: entre la luz y la oscuridad, entre el adentro y el afuera. “Como actores y actrices el transitar el barrio nos carga de vivencias”, cuentan. La obra tal vez no fuese la misma sin ese margen de desvío, sin el frío, sin la ansiedad, sin el caos de la calle o ese andar en la noche. Un ritual que, para el elenco, hace que la obra comience para ellos mucho antes de entrar a la sala. Cuando todo caen la hora del lobo.