“Me imagino cómo la estarás pasando”, nos dicen a los que nos saben hipocondríacos, alérgicos o judíos en general.

—¿Y ustedes? —respondo siempre, sin pronunciar palabra.

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“Las clases de Horacio no sólo nos hicieron más sabios, nos han hecho éticamente mejores”, escribe el historiador que despide al intelectual que también dejó su legado en la universidad de Rosario.

Vivimos un tiempo difícil para todo el mundo, pero muy malo para los optimistas. Para los que se ponen una calza y creen que cada metro de la maratón que corren se lo guardan como millas para canjear por una extensión en el mostrador que los espera cuando se termina la vida. Época horrible también para los que dejaron las harinas convencidos de que tienen cuerpos que son templos y que ahora sí, gracias a la alimentación saludable, ni el viento los rozará. Los conozco bien. Vivo en Palermo y trabajo en televisión.

No quiero ser despectivo, pero una sonrisa se me dibuja en la cara, ahora mismo, y le quita peso a lo que sigue: pobre gente. Nuestra suerte es distinta. Nosotros vivimos con la muerte cerca: nos ronda como un fantasma que se mueve como esos mosquitos que se parecen a los bichitos de la verdura, no salimos a la calle sin ella. Somos los que, cuando nos tira la cintura, pensamos en los riñones; los que jamás asociamos la fiebre a la opción más barata de las enfermedades.

En el supermercado de nuestros temores sólo se ofrecen primeras marcas.

Vivimos así la pandemia, las navidades, las cenas con amigos, los viajes a Europa y al baño en ojotas. Siempre. Claro que no te imaginás como la estamos pasando. Casi bien.

Como en cualquier película de guerra o de Marvel, el héroe no puede disimular la ínfima línea de satisfacción que le provoca encontrar al enemigo cara a cara. Después de tanto miedo permanente e inconfesable, me lavo las manos y le gano una pequeña batalla. Rocío con mi spray de alcohol al setenta por ciento las cosas que traje del supermercado y estoy triunfando otra vez. Por fin te veo. Soy Bruce Willis y pasé de Sexto sentido al final de cualquier edición de Duro de domar.

Ahora que hay tanta gente con pánico por la posibilidad cierta de pegarse una enfermedad o perder a un ser querido, vengo a decirles que esa posibilidad ya existía. Todos los días anteriores, mientras ustedes ignoraban esta situación tan elemental, nosotros –los melancólicos, los hipocondríacos, los no tan optimistas– ya estábamos alertas. Veíamos los virus, las metástasis, las bacterias, propias y ajenas. En suma, veíamos de cerca el dolor.

Por eso ahora somos los que podemos enunciarles una alegría. Ustedes y nosotros llegamos hasta acá porque todos los días que pasamos le ganamos a la muerte. Quizá no eran conscientes del asunto por anestesia o por sabiduría, pero si logramos jugar esta fase es porque le hemos ganado a todo. Ustedes, los que fluyen ganadores, y nosotros, los sobrevivientes, hemos superado tantas batallas como días hemos vivido.

Hay porvenir después de la pandemia. Gracias porvenir.

Texto de Gerardo Rozin publicado en Bitácora del porvenir, editada en 2020 por Lila Siegrist, Virginia Giacosa y Pablo Makovsky

 

la ciudad está en obra
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Acerca de Gerardo Rozín

Su entrada en Wikipedia se actualizó ni bien se conoció su muerte el viernes 11 de marzo de 2022; dice: “Gerardo Rozín (Rosario; 18 de junio de 1970–Buenos Aires; 11 de marzo de 20221​) fue un periodista, productor y presentador de radio y televisión argentino. Fue reconocido principalmente por haber sido el conductor de Gracias por venir, gracias por estar, de Morfi, Todos a la Mesa y La Peña de Morfi. […]

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