Para que en Rosario se concretara una revista de historietas hubo que esperar. No es que no existieran humoristas y dibujantes suficientes; entre ellos y a manera de ejemplos: Calé, Héctor Reinna, Osvaldo Laino, Alfredo Grondona White. Artífices prodigiosos que comparten un lugar generacional, con participaciones en matutinos de la ciudad (Rosario, Democracia) y trayectoria en Buenos Aires y el exterior.

En todo caso, quienes deben ser referidos como almas mentoras son Manuel Aranda y Sergio Kern. Por el lado de Aranda, La cebra a lunares y Risario lo tuvieron entre sus filas y como director. Eso sí, fueron revistas de humor gráfico y periodismo, con participación tangencial de la historieta.

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La cebra a lunares nació en 1973, tuvo 13 números, y ofreció páginas humorísticas a cargo de Héctor Beas, Napoleón, Maquiaveli, Sergio Kern, David Leiva, Pablo Colazo, y otros. Aranda, vale agregar, venía con experiencia previa y repartida en revistas como Hortensia y Tía Vicenta. La cebra fue su respuesta rosarina.

En la editorial del primer número, Aranda señalaba: “Así andamos: amargos, desubicados, sin sentirnos provincianos a pesar de no ser capitalinos, carentes de un ilustre y despótico conquistador que se haya hecho cargo de la paternidad. Si tuviéramos que clasificarnos dentro de la escala zoológica, seríamos algo así como una cebra a lunares”.

Luego vendría Risario, con 45 números entre 1980 y 1987. La dirección fue compartida entre Aranda, Jorge Santa María, David Leiva y Tomás D’Espósito (luego conocido como El Tomi). Muchos humoristas nacientes tuvieron allí lugar, junto a Beas, Fontanarrosa, Maquiaveli, Quique Fenner y Crist. Entre sus historietas, perdura en la memoria colectiva Robinson Sosa, de Aranda y El Tomi, cuyo protagonista y compañero (“Jueves”) compartía su visión de mundo desde la isla del laguito del Parque Independencia. Risario prometía más: su primer número amenazó con una revista de “historietas rosarinas” –Monólogo– que nunca se concretó. El Marinero Turco rondaba en la intención. Entre sus páginas las historietas no faltaron: Un pobre gato en el país del Norte (Madrid), Irene y Roque (Javier Armentano), Marquimán! (Sergio Kern), Historias que degradan (Raúl Gómez), Rosario Año 2000 (El Tomi), Poxi Ran (Maus), Ofidio Lagunas (Manuel y David Leiva), Doña Rosa Río (Manuel y El Tomi).

Robinson Sosa de Manuel Aranda y El Tomi

Dibujantes solitarios

Ahora bien, la primera revista de historietas, propiamente dicha, se sitúa entre La cebra a lunares y Risario: Tinta, la revista de los dibujantes solitarios tuvo tres números, entre 1977 y 1979. La dirección fue de Sergio Kern; con participaciones de Cepeda, Napoleón, Beas, Grippo, Fati, José Massaroli, Quique Fenner, Jorge Varlotta (alias de Mario Levrero, con la historieta El llanero solitario), Rubén Pergament (Corpuscrisis), Kern (Marquimán!), y material selecto e inédito de Roberto Fontanarrosa: Tadea y sus hijos (de confección amateur, mirada “neorrealista” y carácter ridículamente trágico), Jueves (un policial primerizo que ya evidencia pulso narrador, con montaje paralelo y reminiscencias hitchcockianas[1]), y la presentación del desconocido (por archivado por el propio autor) Ultra, predecesor del mismísimo Boogie, el aceitoso, en pleno apogeo del cine de James Bond.[2]


Primera y segunda página de «Jueves» de Roberto Fontanarrosa

“Tinta está realizada por y para amateurs de la historieta y el dibujo. Lo cual no quiere decir que no esté hecha por profesionales. ‘Amateur’ es en francés ‘amante de algo’, aquel que se pela las uñas por un género sin tener en vista las modas editoriales o las supuestas exigencias del público, sino para tratar de hacerlo adelantar y comprobar los límites posibles”, se lee en la editorial del número 1.

Informes, crítica y análisis, correo lector, “galerías” dedicadas a bocetos y dibujos de artistas (Carlos Joaquín Grippo, Alberto Jaime, Crist). Los tres números de Tinta fueron de un profesionalismo que haría extrañar proyectos similares. El cambio por un formato más grande, con mejor papel, para los números 2 y 3, da cuenta de un cuidado mayor, en vistas a un proyecto en expansión, que también contemplaba la suscripción de los lectores. La pluma de Elvio Gandolfo enaltecía los contenidos.

Durante estos años no faltarán publicaciones. De acuerdo con Osvaldo Aguirre, “entre 1977 y 1984 transcurrió una de las etapas más intensas de la historieta hecha en Rosario”[3]. La profusión es importante: El Maldito Chocho (1981, único número): revista del grupo surrealista Cucaño, con El Marinero Turco (Daniel Canale, su director), Hachero Centroamericano (Daniel Kocijancic), McPhantom (César Miguel Bugni), Guillermo Giampietro; Enana Turca (dos números, 1981 y 1983)[4]: de Mosquil (Gustavo Rojas), con Sergio Kern (quien destaca con Humilde Catalina), el Marinero Turco y Luis Busquetti; Infame: del Marinero y Mosquil (dos números, 1983 y 1984).

La época culmina cuando “los editores se radicaron en Buenos Aires, para realizar su obra más conocida. Ahí concluyó una etapa donde se hizo gran parte de la mejor historieta rosarina”, distingue Aguirre.

De esta manera y como signo de época, el cierre de Risario (en 1987) marca un cambio sustancial. Prosigue, de todos modos, la persistencia del dibujante Sergio López Castillo (Cheché), ya presente en aquel staff. Cheché impulsa Mapocho Historietas (1987), de formato tabloide, con Manuel Aranda, el Niño Rodríguez, Juan Pablo González, David Leiva, Petris y Raúl Gómez. Y en 1988 da luz a Sátrapas (1988), junto con El Tomi, Max Cachimba, el Noke, Angonoa, Manuel Aranda, Bianfa, entre otros. Es un esfuerzo valioso, pero no alcanza a continuar una etapa que termina.

Sobre la década entrante, será Rita la salvaje la publicación que concite el interés. Rita aparece en 1991 y debe su nombre a Juana González, la popular artista de varieté (“Su rutina consistía en contar historias graciosas, bastante ligera de ropas. En otras palabras, intentaba –y quienes la vieron actuar aseguran que lo lograba con creces– divertir a la gente. No pretendía explotar, pervertir, hambrear, sojuzgar, torturar, estafar o estigmatizar a la gente. No, simplemente ganarse el sustento, divirtiéndola”, expone uno de los comentarios editoriales). Gracias al apoyo de la Municipalidad de Rosario, la publicación prometía lo que las demás no podían: continuidad. Estuvo dirigida por Daniel Canabal, a la vez que coordinada por El Tomi y Manuel Aranda, quien se alejaría del cargo unos meses después. Por sus páginas transitaron los nombres de Raúl Gómez, Maus, Niño Rodríguez, Max Cachimba, Fontanarrosa, Eduardo Risso, junto a muchos que hacían sus primeros lápices, como Esteban Tolj, David Nahón, Marcelo Frusin, Gustavo Martínez, Iván, Luz Marina, entre otros.

Sus historietas y artistas distinguen modos eclécticos. Todo parece caber en Rita. Es mucha la energía combinada en sus páginas, mientras se evidencia un cruce generacional que situará a la revista como bisagra del desarrollo posterior. Rita la salvaje alcanzará nueve números (agosto 1992), aun cuando la misma Municipalidad anunciara un concurso de historietas en el encuentro Rosario Arte Joven 92, cuyos ganadores debían ser publicados posteriormente. Un décimo número, sin imprenta local, encuentra lugar monográfico en la revista porteña Cóctel Molotov #11 (noviembre 1992): “Rita la salvaje. Especial de la gran revista rosarina” decía, de manera póstuma, la tapa de Cóctel.

El paréntesis de los 90

Luego se abre un paréntesis. Durante los 90 la historieta no es inmune al proceso económico. En Rosario poco se podía hacer cuando a nivel nacional las editoriales cerraban: Fierro (Ediciones de la Urraca) concluye en 1992, Puertitas y Puertitas Súper Sexy (El Globo Editor) cierran en 1994, Skorpio (Editorial Récord) finaliza en 1996. La que sobrevive un poco más es Editorial Columba –D’artagnan, Nippur Magnum, Intervalo, Fantasía, El Tony–, hasta culminar sus actividades a mediados del año 2000.

De la etapa que sigue, vale reseñar la aparición sobresaliente de Dolor de ojo, cuyos cuatro números se publicaron entre 1997 y 2001, con dirección de David Nahón. “La idea inicial era la de revitalizar el cuerpo del comic de los ochenta”, editorializa el número 3 (el primer DDO fue #0), y agrega: “Nos sentimos habilitados para hacer una revista como esta por un motivo muy simple: queríamos escribir y dibujar en una y no existía”. Allí convivieron, desde una impronta con huellas marcadas por la precursora y porteña El lápiz japonés (surgida en 1994), artistas como Max Cachimba, Mosquil, Rodolfo Marusich, Franov, Carlos Servat, Diego Molina, Michelle Siquot, Lourenzo Mutarelli, Luciana Caratozzolo, Mariano Grossi, Silvia Lenardón, Lucas Nine, Gustavo Martínez y Edu Molina.

Si Dolor de ojo ya expresa el síntoma de sus tiempos, donde las publicaciones languidecen, mismo malestar y empecinamiento serán retomados por otros buenos ejemplos como Hacela corta (1998), antología en formato pequeño impulsada por Mosquil, donde presenta El samurai manco y otras historias. Así como Wild Bunch, un fanzine de corta vida (dos números, en 1998), que acompañaba las proyecciones de las primeras producciones animadas de El Sótano Cartoons (Esteban Tolj, Diego Rolle, BK&Basta! –alias de José María Beccaría), en Sala Mateo Booz. Incluía historietas y humor gráfico a cargo de Tolj, Rolle, BK, y Guillermo Calichio.

De este modo, la autoedición aparece como la alternativa posible. Su explosión está a punto de suceder, para dar lugar a la (hoy) denominada “primavera de los fanzines”. Es decir, revistas publicadas de manera artesanal, donde el dibujante cumple funciones de editor y distribuidor, áreas donde no tiene experiencia. El talento gráfico que exponía Rita la salvaje busca, de este modo, un espacio donde continuar. El fanzine (contracción de fan y magazine) es expresión de esta necesidad. Revistas en papel fotocopiado, con mayor y menor cuidado, comienzan a circular en ámbitos variados. Así es cómo surge, con el fin de organizar el panorama, la Asociación de Historietistas Independientes Rosario en 1999. Aparece como desprendimiento de la porteña de 1998: “Para enfrentar algunos de los peores males que aquejan a la edición independiente, como la inexperiencia editorial o la mala distribución, surgió de los autores la necesidad de un espacio de organización”.

Leyendas

La AHI Rosario –conformada por dibujantes, escritores, periodistas; entre ellos: Ernesto Torres, Walter Koza, Renzo Podestá, César Libardi– se dedicará a nuclear publicaciones, capacitar dibujantes, y realizar –junto con la comiquería Milenario Comics– la actividad anual Leyendas, en las instalaciones del Centro de Expresiones Contemporáneas de la Municipalidad. Leyendas –dedicado a la historieta, el juego de rol y la ciencia-ficción– será un punto de encuentro local y nacional fundamental, entre artistas profesionales y principiantes. Tendrá diez ediciones, entre 1999 y 2008, con la visita ilustre de historietistas como Carlos Trillo, Carlos Casalla, Leopoldo Durañona y Francisco Solano López.

Concurso Cosplay en Leyendas 2004
Reunion de maestros! Carlos Trillo, Mariano Chinelli, Jorge Claudio Morhaini y Esteban Tolj
Historietistas de la ciudad de Rosario con el stand de Sacapunta Comic

Entre los títulos que AHI Rosario acompaña pueden señalarse las iniciativas de Renzo Podestá (Inerte, Karmarde, PorNO), cuyo estilo personal –oscuro, caricaturesco, cyber-punk– tuvo aquí sus primeros trazos; “Zorro” Re será capaz de crear, con sus Turbo-Peludos, una mitología propia así como un furry (designación válida para historietas protagonizadas por animales) pionero; Santiago Rosado permitió distinguir en Asfalto caliente (cuatro números) un grupo de dibujantes en ascenso; el sorprendente Rober Silva dibujó chicas, robots y fantasía, en títulos como Pro.Tek.Thor-1 y Doncellas astrales; y César Libardi construyó con Dopplecharasca (ocho números) un medio donde focalizar información sobre el fandom, con notas, historietas y entrevistas.

Portada de la Dopplecharasca

Los sellos editores tendrán en este período un ejercicio ligado a las posibilidades económicas y la constancia. Entre ellos figuró Sacapunta Comics, con presencia de dibujantes como Pablo Colaso, Gabriel Antille, Leo Sandler, Diego Fiorucci, Gerardo Pérez. Allí realizó muchos de sus guiones Walter Koza, quien ya había editado, de modo independiente (Editorial Pingüino), cuatro números de Martin Iron, un policial con dibujos de Walter Guma y Francisco Paronzini.

Distingue a estos autores un carácter novel, de profesionalismo incipiente, conscientes de la falta de una estructura laboral. De esta manera, el sello de identidad de AHI Rosario albergará antologías, unitarios, revistas de divulgación, que llegarán a sumar alrededor de treinta títulos. Su tarea –cuyo declive puede amalgamarse con el cierre de Leyendas en 2008– cruza el umbral del siglo que termina.

Con el apogeo y caída del fanzine se dibuja, también, el interrogante sobre lo que vendrá; es decir, la pregunta sobre el futuro de las publicaciones y de las historietas en la ciudad de Rosario. Algo tal vez posible de discernir en las diez ediciones que este año cumple la convención internacional de historietas Crack Bang Boom, organizada por Centro de Expresiones Contemporáneas y el dibujante Eduardo Risso.

Pero ése es tema para otro capítulo.

[1] A partir de la temática del “hombre equivocado”, propia del cine de Alfred Hitchcock, Fontanarrosa narra las peripecias policiales en la vida de un hombre que es confundido con un peligroso delincuente. El protagonista nunca se entera de entuerto semejante.
[2] La Universidad Nacional de Rosario publicará un tomo íntegro de Ultra en 1997. Hay que recordar que para el momento en que Tinta aparece, Fontanarrosa ya había hecho sus primeras armas en revista Boom (1968-1970) y era nombre estable en la contratapa del diario Clarín desde 1973, junto al grupo irrepetible que convocara Caloi, integrado por Viuti, Tabaré, Altuna, Dobal, Ian, Rivero, Crist.
[3] Osvaldo Aguirre: “La compañía de los dibujantes solitarios”, en Vasto Mundo. Revista de la Secretaría de Cultura, Educación y Turismo de la Municipalidad de Rosario, Segunda época, #8, abril/mayo 1995.
[4] “40 vertiginosas páginas de historietas limpias, sanas y cultas”, prometía la portada del primer número.
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Sobre el autor:

Acerca de Leandro Arteaga

Todavía le doy vueltas a cuál fue la primera película que vi. Creería que El padrino, parte II. Según mis padres, los obligué a salir de la sala porque lloré. La película es del 74. Yo también. Estudié felizmente en la UNR (Comunicación Social) y en la EPCTV (Cine y TV). Soy docente en UCSF, […]

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