En diciembre de 2001, cuando Carlos Reutemann gobernaba por segunda vez Santa Fe y ejecutó una feroz represión en manos de su secretario de Seguridad, Enrique Álvarez, la maldita Santafesina asesinó en Rosario y Santa Fe a Gianina García, Graciela Acosta, Juan Alberto Delgado, Rubén Pereyra, Walter Campos, Ricardo Villalba, Graciela Machado, Claudio Pocho Lepratti y Marcelo Passini. Ninguno de estos muertos son mencionados en la serie de seis episodios Diciembre 2001, guionada por Mario Segade y dirigida por Benjamín Ávila, que se ve en un canal de Disney y a la que se puede acceder en plataformas non sanctas.
Como escribimos desde la ciudad en la que gobiernan los traficantes de granos, donde se gestó el sistema de contrabando de cereales y blanqueo de capitales que encontraría en el narcotráfico su segundo socio, nos pareció importante decirlo.
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A poco de su estreno el 7 de junio, CFK recomendó Diciembre 2001 en Santa Cruz. Volvería a hacerlo el 20 de junio, después de que Gerardo Morales lanzara una represión despiadada contra los jujeños que se manifestaban por mejoras de salarios y por una reforma constitucional que se impuso a puertas cerradas en la Legislatura de Jujuy.
Hoy vivimos un día muy particular en la Argentina. Las escenas de la represión en la Provincia de Jujuy, transmitidas en vivo por la televisión, nos remitieron por instantes a las que vivimos en aquel diciembre del 2001. Para los que no recuerdan o aún no habían nacido, les… pic.twitter.com/rBuoDpuLaT
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) June 20, 2023
CFK decía en Santa Cruz que en la serie se narra, claro está, la caída del gobierno de Fernando De la Rúa –otro que murió impune, como Reutemann–, que ese relato transcurre en ese suspenso que se crea a partir de la intervención del FMI en la economía y la política argentina, “que si llegan o no los fondos” y agrega: “Algo que podría transpolar exactamente a lo que nos pasa ahora”. Aclara: “No es el mismo país: había dos dígitos de desocupación, la AUH no existía. No había habido inclusión previsional…” Lo que subraya la vicepresidenta es la terrible pérdida de soberanía que significa para el país y, en particular, para las provincias, el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional.
Basada en El palacio y la calle, de Miguel Bonasso, la serie de Ávila-Segade es, como la analizaron maravillosamente Hernán Vanoli y Marcos Zurita, una “recreación” de esos episodios que son la última revuelta popular argentina, la que organizó la política de estas últimas dos décadas. Una era que tuvo dos emergentes ahora en crisis, el macrismo y el kirchnerismo. Una era que llega a su fin.
Cuando Vanoli y Zurita dicen que es una “recreación” no dicen algo bueno. Básicamente señalan que la serie “recrea”, ilustra esos episodios en los que “el palacio” es una serie de gestos de gente real vinculada al poder copiados de películas, telenovelas e imágenes populares –un Eduardo Duhalde que es un personaje de Martin Scorsese sin la puesta en escena de Martin Scorsese, un Raúl Alfonsín con un poncho de vicuña en el mes de diciembre– y una calle ausente, apenas representada por personajes ficticios –la madre de un asesor del gobierno– o reales æcomo el Toba o un esquivo Luis D’Elía, que sólo expresan su condición de víctimas.
La mayor expectativa de la serie está en sus actores, en un genial Luis Machín interpretando a Domingo Cavallo, en Luis Luque encarnando a Chrystian Colombo –jefe de gabinete de De la Rúa–, o Alejandra Flechner como Chiche Duhalde.
La miniserie, a la que la calificación de “mala” le haría el favor de permitirle ingresar en alguna categoría del audiovisual, tiene la única ventaja que señaló CFK: recordarnos esos días en los que la clase política se vio desafiada y debió improvisar y cambiar. También, una situación política que, a diferencia de la actual, no reducía el panorama a “la grieta”, a la eliminación del enemigo, sin ninguna instancia de diálogo.
La campaña política actual apuesta a una contienda suicida: mientras un sector representado por el macrismo o los cambiemitas –con amenazas de criminalizar y asesinar argentinos en la protesta social, como lo hizo el fin de semana largo Gerardo Morales en Jujuy–, otro, representado por los restos del peronismo –que sobrevivió gracias a la gestión kirchnerista, como lo dice nuestro filósofo Juan Giani– apuesta a una disolución identitaria: se mantiene la identidad a costa de perder las elecciones, como dice Mariana Moyano en el último episodio de su podcast. Lo cierto es que no hay posibilidad –como tibiamente la había– de una concertación, un diálogo “nacional” –siempre porteño– como la había en diciembre de 2001.
En el presente, que es el único panorama que interesa en la serie Diciembre 2001, el país avanza hacia un abismo en el que hay víctimas y ganadores. Las víctimas son millones y los ganadores son un puñado de personas representadas por el peronismo corporativista y mafioso del díscolo menemista Eduardo Duhalde.
Ajena al espíritu de las obras de Bonasso, donde las víctimas son siempre protagonistas de actos heroicos y valientes, Diciembre 2001 seduce a CFK porque muestra el fracaso de las políticas que enseña el kirchnerismo a partir del 25 de mayo de 2003: la desvinculación de la deuda del FMI en 2005, la permanente política de contención social que evite otro Diciembre de 2001. Y, sobre todo, la anticipación de la clase política a la crisis que la amenace, como ocurrió en ese Diciembre insurreccional.
Tiene sus pequeños detalles esta serie impresentable sobre esos años: Benjamín Ávila eligio a Jean Pierre Noher para encarnar a De la Rúa por su fidelidad al personaje histórico antes que a la imitación que hacía de él Fredy Villarreal, quien al exagerar las características de aquél presidente enajenado y solitario logró fijarse en la memoria con mucho más intensidad que un mandatario que sólo merecería ser recordado por los crímenes cometidos al final de su mandato.
Los episodios de Jujuy durante el fin de semana largo por el Día de la Bandera volvieron a traer imágenes de una “revuelta”: gente en la calle que no acató el mandato del gobierno que trajo una vez más a CFK al Ejecutivo, “Quedate en casa”. Diciembre 2001 es también un retrato de la tentación de refugiarse en el “palacio” cuando no se tiene una verdadera dimensión de la protesta.
El lado del mundo que habitamos tuvo en Chile, Perú, Brasil y Bolivia (donde hubo un golpe de Estado como en los 70 en 2019) revueltas con signos más o menos distintos que expresaron un hartazgo parecido al de 2001. El único “suspenso” que nos llevó hasta el último episodio de Diciembre 2001 es ése fantasma de la rebelión civil. ¿Dónde está ahora ese fantasma que ordenó la política argentina durante dos décadas?
Dato aleatorio: Diciembre 2001, comenzó a producirse en cuarentena, lo que de algún modo la hace contemporánea de Argentina, 1985. Vanoli y Zurita, en el episodio citado, se refieren a un “radicalismo explotation”, es decir a la explotación de un género en el que la UCR tuvo un protagonismo exacerbado, como sucedió con la blacxplotation en EEUU en los años 70. Un género que enseña la ineptitud del radicalismo para contener el descontento social.