En el centro de la planta baja de La Favorita hay una biblioteca circular. Dos estantes extensos llenos de libros que, por el momento, nadie lee ni mirá. El ocaso de los ídolos de Nietzsche, y Una sombra ya pronto serás, de Osvaldo Soriano, se mezclan con manuales en desuso de derecho penal, novelas rosas del 70 y tratados de autoayuda. Dentro de la biblioteca, cuatro mesas ocupadas por gente sola, de unos cuarenta años, que mira el celular. Hay, sí, algo de charla en las mesas que envuelven al círculo de libros. Señoras que comparten una merienda, señores bien vestidos y alternan entre el celular y las palabras que los unen, una pareja joven con sus hijitos. Gente grande, sobre todo; algo de gente, en definitiva. Hoy, al menos, no está muy concurrido el lugar.

La tarde, del otro lado de estas gruesas paredes, abre sus ojos a un cielo celeste y luminoso. Adentro, las luces que nos envuelven forman una atmósfera amarillenta y pálida. No nos aturden ni nos estimulan como pasa en muchos shoppings. Nos dan sueño. Pero recién llegamos y tenemos mucho que recorrer. Momento: ¿tenemos mucho que recorrer?

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El punto de encuentro es Rioja y Paraguay apenas pasadas las 16. Hace calor aunque estemos en invierno. Damos unas vueltas por viejas galerías de calle San Luis y encaramos para la peatonal. Hay un nuevo bazar chino que queremos conocer y que ayer fue clausurado. Una visita del Sindicato de Empleados de Comercio encontró treinta trabajadores en negro y gente hacinada en el fondo, viviendo ahí, con lo puesto. Su nombre, sin parangón entre los comercios de Rosario, parece el de un cohete que visita la luna, la designación científica de algún planeta recién descubierto: DD-2.

Llegamos y, desde afuera, sentimos el quilombo que se vive ahí dentro: de la clausura de ayer ya no hay ni rastros. Entramos. El local no es muy amplio, pero se pierde en el centro de manzana. Góndolas apretadas, luces furiosas y un murmullo indetenible nos envuelven y marean. Comprobamos lo acertado de su nombre: DD-2 es un portal, una máquina que te lleva hacia otro lado. De golpe, estamos rodeados de miles de productos de todo tipo, listos para que los necesites ya. Victoria se ceba con un velador y Santiago con una petaca.  Es que sí: ahí dentro, cualquier pelotudez, de esas que ni sabes que existe, se vuelve útil, interesante, simpática y, sobre todo, accesible.

¿Quién no quiere un cepillo de diente para perros, un pimentero con sensor automático o una percha con vapor que seca la ropa?

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El contraste es absoluto. Las luces led de brillo cegador, el grito mudo de objetos de dudosa procedencia y el amontonamiento de personas –en su mayoría mujeres– que van, vienen, comentan, gritan y hablan sin parar, son reemplazados por la calidez estética de un edificio de cinco pisos y un total de 10.000 m2, que aloja hoy una propuesta sobria y que posibilita cierta armonía entre lo nuevo y lo viejo.

Espacios amplios, bien dispuestos, donde se ven comercios rosarinos en convivencia con firmas nacionales e internacionales invitan a… bueno, no invitan a mucho. Desde una vista panorámica, los locales parecen pocos y el lugar semi vacío. Las suntuosas escaleras de mármol, el ascensor enrejado y de aire señorial, los extensos balcones interiores y los techos altos e impolutos que se lucen en este edificio de cinco pisos, construido en 1897 y que alojó hasta finales del siglo XX a la tienda más distintiva de la ciudad, parecen dar forma a una escenografía medio pelo, hecha para una película en la que, al menos hoy, solo quedaron los extras.

Un poco desanimados, damos unas vueltas para comprobar, si nos estamos perdiendo de algo. Victoria, sin darse cuenta, pronuncia:

–¿La Favorita? ¿La Favorita de quién?

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Ya no importa el barullo, el choque de los cuerpos y las palabras. Por varios minutos, la exposición grotesca nos envuelve en una hipnosis similar a la que produce ver reels de Instagram. El video y yo, el objeto y yo. Una indiferenciación en la que cualquier posibilidad de socializar se desvanece, cualquier individualización se borra. La fantasía del lazo se atribuye a lo más precario: un objeto.

–¿Escuchaste la conversación de esas minas?– dice Santiago.

–¿Qué minas? ¿Qué conversación?– dice Victoria, que sale del ensueño y vuelve a la realidad.

Dos chicas comparten una botella de gaseosa de medio litro. Queda apenas un trago. En DD-2 se cortó el suministro de agua y las empleadas tienen sed. Las empleadas no paran. Chicas de dieciocho, diecinueve o veinte. No más. Que reponen productos y precios sin parar. Y esto es literal. En todas las góndolas hay una chica sin uniforme, vestida igual que la clientela, que está completando algún faltante y etiquetándolo con su respectivo precio.

En los estantes todo tiene que estar lleno, de todo hay mucho, todo está lleno y hay mucho y está lleno.

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Damos unas vueltas por el segundo piso de La Favorita y levantamos la cabeza. ¿Se puede subir al tercer piso? Como no se ve gente, no lo sabemos. Seguimos sin rumbo y nos encontramos con un hombre trajeado, de unos cuarenta o cuarenta y pico, de andar tranquilo y a cargo de la seguridad del lugar.

–Disculpe– dice Victoria–¿Está en funcionamiento el piso de arriba?

–Buenas tardes, chicos. Sí, sí, por supuesto– dice con amabilidad –Ahí tienen la escalera. Cualquier cosa me preguntan.

Su amabilidad nos reconforta. Nos hace sentir importantes. ¿Así se sentirán los ricos, siempre adulados por quienes los rodean? Subimos y nos encontramos con algo raro. Una suerte de… ¿cine? Preguntamos y dos chicas que no superan los veinticinco, aburridas de no hacer nada, nos dicen con desgano que es un simulador de realidad virtual para nenas y nenes. Nuestra presencia les molesta. Solas ahí, sin nada que hacer, flotan en una charla que, sin dudas, es más interesante que nosotros dos.

Dejamos atrás un bazar de muebles y, de cara a calle Sarmiento, en un descanso con vista al exterior, nos topamos con ese cruce mágico de terrazas, edificios, cielo, ventanas y más cielo. Es lo mejor de la tarde, este halo mágico del centro de Rosario visto desde arriba. Este momento en que el dolor de la vida se suspende ante la visión de una postal de ensueño. Amamos nuestra ciudad, todavía.

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DD-2 puede competirle al viejo y confiable Palacio de la Oportunidad. Ofrece objetos llamativos, raros y baratos. ¿Qué vemos ahí? De todo. Nanovaporizadores para el rostro, mascarillas adelgazantes, cepillo para el inodoro con forma de pollo, mates con extraños personajes de animé. Gran parte del local está tomado por productos de maquillajes, bijouterie y carteras.

Hay muchos productos extraños que no sabemos que son. De los dos, Santiago es el más perdido. Victoria le pregunta si sabe qué es lo que tiene enfrente.

–Sí, una licuadora– dice Santiago.

–No, es un aparato de skin care– dice Victoria y ríe.

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En el tercer piso, el patio de comidas de La Favorita está vacío. Es lógico. Son las cinco de la tarde. En plata baja están los locales de ropa, también hay un Royal, que exhibe las mismas golosinas que en los otros locales que tiene en las dos peatonales de Rosario. En el segundo piso también hay ropa, oficinas para acceder a planes de compra de autos, bazares con sillones-camas-mesas y todo eso; y hay un lugar de comida japonesa y productos japoneses.

Hay un error en el primer párrafo de la crónica. En el centro de la planta baja de La Favorita no hay una biblioteca. Hay estantes con libros desparramados. Es una cuestión decorativa. Un como sí. Quizás porque fuimos un día de poca concurrencia, todo en La Favorita nos resultó así: un intento de mostrar/vender/seducir con algo que solo es aparente. ¿Cómo revivir un gran centro comercial, ícono de otra época de la ciudad, y que salga bien? ¿Quién dijo que las vueltas son buenas o, mejor dicho, posibles? Bueno, esas preguntas no podemos responderlas, cada cual sabrá qué decir al respecto.

Pero entre el exceso de efectividad de DD-2 y la ineficaz puesta en escena de La Favorita subyace lo mismo. En uno y otro caso: ¿cuán importante es lo que hay para ver y comprar?

Nos vamos porque todavía hay sol y queremos disfrutar la calle. Nos vamos enteros pero aturdidos. Un consejo si salen de compras: vean bien lo que llevan, tengan cuidado de no meter frutas en un aparato para embellecer la cara o, peor aún, de no meter la cara en una licuadora.

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Sobre los autores:

Acerca de Santiago Beretta

Nació en Rosario en 1989. Es periodista y escritor. Desde 2010 dirige y edita la revista Apología, con veintidós números editados y cuya propuesta es contar la vida cotidiana de Rosario a partir de crónicas, aguafuertes, relatos y entrevistas. Participó con notas de actualidad, crónicas, relatos y entrevistas en La Capital, El Ciudadano, Rosario Express, De […]

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Acerca de Victoria Herrmann

Nació en 1998 en Rosario. Acompañante terapéutica, estudiante de psicología en la UNR y productora de Tercera Oposición, programa de stream de contenido político. No es periodista ni escritora pero a veces lo es, y con eso sobra y basta. Considera que sin el psicoanálisis la vida sería mucho peor.

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