Cuando terminó de leer La hija oscura, de Elena Ferrante, Maggie Gyllenhaal sintió que algo secreto y verdadero se había dicho en voz alta con esa novela. Y entonces pensó que: “Esa sensación sería mucho más intensa si la historia se hubiera contado en un cine con más gente alrededor”.

Basada en la novela homónima de la enigmática Ferrante, publicada en 2006, La hija oscura (o The Lost Daughter que en realidad es La hija perdida) es su ópera prima como directora. La película está protagonizada por Olivia Colman y desde el 31 de diciembre se puede ver en la plataforma Netflix.

Gyllenhaal que es, además de directora y guionista, la productora ejecutiva de la película, contó que el deseo de ponerse detrás de la cámara llegó cuando interpretaba a una directora de cine porno en la serie de HBO The Deuce.

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La historia de The Lost Daughter transcurre en la costa griega. La protagonista se llama Leda Caruso (Olivia Colman), tiene 48 años, es profesora de literatura italiana, vive en Boston y decide tomarse unas vacaciones. Leda llega en un auto alquilado y es recibida por Lyle (Ed Harris), un hombre que desde hace varias décadas vive en el lugar y se encarga de cuidar el departamento que ella alquiló para su estadía.

El descanso de Leda es lo que ella insiste en llamar “vacaciones de trabajo”, ya que a la orilla del mar, sobre una reposera, al sol o bajo una sombrilla, no se alejará del todo de su tarea de profesora. Tomará notas, revisará manuscritos y acarreará libros y cuadernos durante sus mañanas en la playa. Sólo interrumpirá esa tarea la llegada, a bordo de un barco, de una ruidosa familia proveniente de Queens, que cada temporada veranea en Grecia. La música, los gritos, el contacto corporal, los tragos, el jolgorio, las demostraciones de rudeza entre ellos se opondrán con fuerza a la isla propia, solitaria y apacible, que Leda intentó construir para sí en su primer día.

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Leda es la única mujer que veranea sola y el asunto despierta comentarios, fisgoneos y algunas burlas. La vemos un poco aturdida ante la presencia de los demás, reacia a los gestos de atención de quienes trabajan en el balneario y también acalorarse con los acercamientos de las mujeres de esta familia que por momentos la saca de quicio.

Leda mirará y será mirada. Se dedicará a observar a una mujer de casi su misma edad que luce la panza redonda de un embarazo avanzado. Se llama Callie (Dagmara Domińczyk) y tienen un diálogo cortante desde el comienzo. Al verla sola, Callie la interroga: “¿No tienes hijos?”. Leda responde que sí (a partir de ahí sabemos que son dos hijas) y al hablar de lo poco que le falta para parir a la otra le dispara: “Los hijos son una responsabilidad inmensa”.

Pero sobre todo a quien la protagonista mira con detenimiento es a la cuñada de Callie, una joven (Dakota Johnson) que se llama Nina y que cada mañana llega a la playa con su pequeña hija (Elena). En ese vínculo cuerpo a cuerpo, entre abrumado y exigente (“levántate, vamos al mar”, le reclama la niña a su mamá cansada mientras la tironea de la ropa) que mantienen madre e hija, la protagonista comienza a ver a través de una serie de flashbacks momentos de su propia vida y de su propia maternidad.

Vemos en esos recuerdos a la Leda joven (protagonizada de manera exquisita por Jessie Buckley, actriz del último filme de Charlie Kaufman) durante la desgastante crianza de dos niñas que no se llevan más de dos años de diferencia.

“Necesito trabajar. Me ahogo”, le dice en un momento la joven Leda a su esposo con la urgencia de abandonar la rutina doméstica. Los dos se turnan para el cuidado. Los días domingo le toca a él, por estar toda la semana fuera, pero se lo ve atender sus temas académicos y no cumplir con lo pactado. La crisis conyugal queda a la vista y una cámara subjetiva termina por desnudar el lado oscuro de una maternidad nada romantizada.

El agotamiento de la crianza, el hastío diario, la interrupción permanente por el llanto, las peleas entre las niñas, los berrinches o los pequeños accidentes domésticos ponen en un primer plano la carga de las tareas de cuidado.

En un momento, Leda se ausenta de la escena familiar y se masturba frente a la computadora. Sus hijas corren a ella para avisarle que su tutor de tesis está al teléfono. Es con esa llamada que el deseo, que parecía en pausa, por fin se enciende.

Se trata de una invitación a un congreso y eso quiere decir también volver al ruedo. Vestirse sin la ropa holgada que usa puertas adentro, preparar sus apuntes, tomarse un avión, asistir a una conferencia donde además destacarán su trabajo, cenar con los demás académicos (siendo prácticamente la única mujer de la mesa) y sentirse seducida por un intelectual.

En esos claroscuros de la memoria, que llegan y se van como oleadas de mar hacia la costa, habrá una imagen que se repetirá una y otra vez trayendo un poco de luminosidad a esos años tormentosos de la crianza.

Se trata de las manos de Leda pelando una naranja y sacando la cáscara como un bucle ante los ojos maravillados de sus dos hijas.

“Que no se corte, mamá”, cantan las niñas mientras la tira de piel se enrosca como una serpiente entre los dedos.

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Adrienne Rich realizó en el año 1986 una distinción que significa un aporte de lo más crítico y agudo en torno al estudio de la maternidad dentro del campo de los feminismos. Rich diferenció dos palabras: motherhood (maternidad) y mothering (atención y cuidado maternal). Entendiendo a la primera como institución patriarcal y a la segunda como la relación de la mujer con su capacidad de reproducción. Esta última, más cercana a la experiencia y los vínculos que a la institución. Es decir, la maternidad no vista como un rol fijo, sino como un proceso móvil y cambiante. Y ¿porqué no? contradictorio.

Es en esa misma línea donde se posicionan tanto la película como la novela: cuestionar la maternidad cristalizada en discursos y formas de organización social, para alejarla del mandato biológico que tan funcional es al capitalismo.

Resulta que Leda en un momento de su vida eligió no postergar su profesión ni esquivar su deseo, se fue de la casa y dejó a sus hijas.

“¿Cómo te sentiste sin ternerlas?”, le pregunta Nina. Y Leda se quiebra pero dice:  “Me sentí increíble. Sentí que había estado evitando explotar y luego, exploté”.

La historia explora un tabú hasta ahora poco presente en el cine (aunque tal vez mucho más visible en la literatura donde diferentes escritoras han tratado de recuperar la voz de las madres), el de la maternidad fuera del molde: imperfecta. Además, hace lugar al trabajo que representan las tareas de cuidado y el cansancio que implican, pero sobre todo perfora el mito del instinto materno para desmontarlo.

¿Si todo era increíble porqué volvió tres años después a buscarlas? Leda no duda. Dice que porque las extrañaba y es ahí donde además se confiesa una egoísta.

¿Tomar distancia será también una extraña forma de cuidar? ¿El desapego será posible gracias a una cuota de amor propio o de aquello que llamamos egoísmo?

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“¿Esto pasará o qué? No sé cómo llamarlo. Tengo depresión o algo”, le pregunta Nina ante la demanda extractiva de su hija.

En su libro Madres arrepentidas la socióloga israelí Orna Donath se aventuró a preguntar a un grupo de madres si se arrepentían de haber tenido hijos.

La tesis de Donath es que a las mujeres se les marca el camino. Pese a que se supone que decidimos ser madres libremente, la presión social para tener hijos es enorme, y el resultado es que algunas acaban arrepintiéndose.

El libro reúne el testimonio de 23 mujeres que sí, adoran a sus hijos, pero que, si tuvieran que decidirlo ahora, sabiendo lo que significa e implica, optarían por no tenerlos.

El año pasado en su visita a Rosario, la escritora Ariana Harwicz dijo de su novela Mátate amor: “Escribí este libro para no ser la mujer que (en la historia) tiende la ropa”.

La autora narra cómo la relación de pareja y la maternidad asfixian a la protagonista a tal punto que desborda. Casi como en esta película la maternidad es una experiencia oscura, violenta, salvaje. O, tal vez, como lo dice Leda casi al final del film: “antinatural”.

Lo interesante de The Lost Daughter es que no esconde la mugre que hay detrás del violento oficio de la maternidad y descorre ese halo mítico con que muchas veces se la quiere vender.

Se dice que los hombres tienen hijos y las mujeres son madres. Pero lo que no se dice es que, como Leda, también es posible desertar.

 

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Sobre el autor:

Acerca de Virginia Giacosa

Periodista y Comunicadora Social

Nació en Rosario. Es Comunicadora Social por la Universidad Nacional de Rosario. Trabajó en el diario El Ciudadano, en el semanario Notiexpress y en el diario digital Rosario3.com. Colaboró en Cruz del Sur, Crítica de Santa Fe y el suplemento de cultura del diario La Capital. Los viernes co-conduce Juana en el Arco (de 20 a 21 en Radio Universidad 103.3). Como productora audiovisual trabajó en cine, televisión y en el ciclo Color Natal de Señal Santa Fe. Cree que todos deberíamos ser feministas. De lo que hace, dice que lo que mejor le sale es conectar a unas personas con otras.

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