En este breve ensayo, discutiré los aspectos metafísicos de la juventud, su relación con las prácticas de construcción del mundo y las conexiones entre la juventud, el fin del mundo y las formas de solidaridad extracósmica.

Metafísica del tiempo y el mundo

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“Los viejos ya no hablan o en todo caso sólo a veces, con el rabillo del ojo. Aunque sean ricos son pobres, ya no tienen ilusiones y sólo tienen un corazón para dos.”

La noción de juventud se compone de dos elementos esenciales: el tiempo y la energía. Tiempo, porque es una edad específica. Energía, porque se asocia con un momento de la vida que suele ser bendecido (o maldecido) por la abundancia de energía.

Para explorar la noción de juventud, comencemos analizando la idea de tiempo.

El tiempo es un tema central en la metafísica y figura entre las estructuras fundamentales de nuestra experiencia de la realidad. Y, sin embargo, aunque el tiempo se sienta tan cerca de nosotros hasta el punto de envolvernos, tan pronto como observamos su concepto nos damos cuenta de que hay algunos problemas enormes. Como decía San Agustín, “¿Qué es entonces el tiempo? Si nadie me pregunta, lo sé: si quiero explicarlo a quien pregunta, no lo sé.”[i]

El tiempo fulminó a muchos filósofos a lo largo de los siglos: es un concepto problemático o categóricamente erróneo. En el siglo V aC, la escuela eleática desmintió el paso del tiempo como una imposibilidad lógica. En el siglo III a. C., los budistas indios Theravada lo definieron como un fenómeno totalmente dependiente de la mente. En el siglo V dC, el teólogo argelino San Agustín lo describe como un parámetro subjetivo, que depende de nuestra conciencia. En el siglo XIX, el matemático francés Henri Poincaré lo calificó como una mera convención, mientras que el filósofo inglés Francis Herbert Bradley lo define como una noción aparente pero inconsistente. En el siglo XX, el metafísico inglés John McTaggart utilizó la lógica para demostrar “la irrealidad del tiempo”, mientras que el matemático austriaco Kurt Gödel define el tiempo como algo desprovisto de existencia real. Hoy, los físicos cuánticos han sumado su voz para desestabilizar aún más cualquier concepto fijo o “real” del tiempo.

Y, sin embargo, el tiempo sigue estando presente en nuestra experiencia. ¿Cómo es esto?

Esta paradoja quizás se exprese mejor en la definición de tiempo que proporciona Aristóteles en su Física: la “cuenta del cambio con respecto al antes y el después”.

De acuerdo con esta definición, el tiempo es una forma de hacer un seguimiento (“contabilizar”) de los eventos cambiantes que depende por completo de cómo se realiza esa “contabilidad”. Pero el tiempo no es sólo relativo a las muchas formas posibles de “contabilizar” los eventos cambiantes. También está en relación con qué eventos son considerados por esta “contabilidad”. De hecho, hay infinitos eventos que tienen lugar en cada instante dentro de la realidad. Somos capaces de percibir solo una pequeña gama de estos eventos, dependiendo de nuestras limitaciones biológicas, nuestras influencias sociales, nuestras preferencias e inclinaciones personales. La selección específica de eventos que podemos, o deseamos reconocer, cuenta como nuestro “mundo” particular, que extraemos del gran caos de la realidad. Nuestra forma particular de contar estos eventos, cuenta como nuestro “tiempo” específico.

Estamos empezando a ver cómo algunas de las nociones que solemos dar por sentadas, en realidad no son ni naturales ni estables ni universales. Cosas como el “tiempo” o “el mundo” (y me refiero a este mundo, que nos rodea en este momento) son cosas artificiales, creadas por nosotros, y dependen de nosotros por la forma en que aparecen. Esto también significa que diferentes personas y diferentes criaturas experimentan el tiempo y el mundo de diferentes maneras. Todas las criaturas que tienen conciencia de la realidad son similares entre sí, en su condición de expresar una conciencia, pero cada una de ellas vive dentro de mundos diferentes y tiempos diferentes. Esto es lo que Eduardo Viveiros de Castro, partiendo de la metafísica amazónica, llama “multinaturalismo”[ii].

Tenemos innumerables ejemplos de cómo diferentes grupos o individuos habitan diferentes tiempos y diferentes mundos. Entre los más recientes, podemos considerar el caso judicial de 2013 en el que una empresa minera fue declarada culpable de profanar el sitio sagrado aborigen australiano llamado Dos mujeres sentadas. La empresa fue multada por profanación, pero los aborígenes habían pedido una sentencia por asesinato: el problema fundamental, por supuesto, era su diferente construcción metafísica del mundo.

La juventud como tiempo y como energía

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la juventud?

En primer lugar, nos dice que la juventud, como medida del tiempo, está íntimamente relacionada con la materia misma que constituye nuestros distintos mundos y, por lo tanto, con su misma irrealidad fundamental. En segundo lugar, nos dice que el concepto de juventud es enteramente relativo, y que no hay nada “natural” que le corresponda. Juventud no es un término denotativo (es decir, no describe explícitamente algo objetivo), pero es connotativo (es decir, es un término cuyo verdadero significado son las emociones, sentimientos y expectativas particulares que están conectados con él).

Entonces, pasemos ahora a considerar los sentimientos y las expectativas que se asocian con la juventud, que están conectados con su segundo aspecto esencial: la energía.

Cuando hablamos de expectativas, siempre estamos tratando con el deseo de otra persona. Incluso las expectativas que tenemos sobre nosotros mismos son nuestra forma de interiorizar lo que creemos que son las expectativas de otras personas (o de lo que Jacques Lacan solía llamar “El Gran Otro”).

Lo mismo pasa con la juventud.

Podemos encontrar un rastro significativo de las expectativas vinculadas a la juventud, incluso con solo mirar el término en sí. La etimología de juventud, tanto en inglés (youth) como en francés “jeunesse” y en italiano “giovinezza”, etc., proviene originalmente del sánscrito Yuvan (fuerte), que a su vez deriva de Yavan (defensor), que proviene de la raíz Yu (luchar, repeler). Por lo tanto, la palabra juventud, tal como se acepta en la mayoría de los idiomas europeos, está fundamentalmente conectada con el significado de “fuerte defensor, fuerte luchador”.

Con una caracterización tan vaga, queda implícito que el objeto de este acto de defensa es todo: los jóvenes son aquellos de quienes se espera que dediquen su vida a luchar, y posiblemente a morir, para defender “el mundo” en su totalidad.

Y sin embargo, como vimos antes, no hay un solo mundo. ¿Qué mundo se espera que los jóvenes defiendan realmente?

Las pistas son fáciles de encontrar: como dijo el presidente estadounidense Herbert Hoover en 1944: “Los hombres mayores declaran la guerra. Pero es la juventud la que debe luchar y morir. Y es la juventud la que debe heredar la tribulación, el dolor y los triunfos que son las secuelas de la guerra”. Hoy en día, los gobiernos están preocupados por la disminución de la tasa de natalidad, porque los jóvenes son necesarios para pagar los fondos de pensiones que mantienen a los ancianos (dado que los ancianos ricos no están dispuestos a compartir su riqueza con los ancianos pobres). Desde tiempos inmemoriales, las instituciones sociales, desde la prisión hasta el ejército y la educación, se han orientado a canalizar las energías de los jóvenes para estabilizar y defender el mundo de los viejos.

Por supuesto, la expectativa de que los jóvenes luchen y mueran para defender el mundo de los viejos es absurda, por decir lo menos. Y, sin embargo, ¿qué otro mundo deberían sentir los jóvenes como propio y dedicar sus energías a proteger?

Un mundo individual

Permítanme comenzar aclarando que este asunto no se limita a aquellos que son “jóvenes” en el sentido de que nacieron hace apenas unos años: porque el concepto de “juventud” es relativo y se refiere no al tiempo, sino a la disponibilidad de energía y la voluntad de defender un mundo determinado. Así, podríamos decir que cualquier persona, de cualquier edad, es “joven” en la medida en que está dispuesta a disponer del uso de sus energías para construir y defender un mundo determinado.

Sobre esta base, es posible esbozar una hoja de ruta básica de cómo un joven puede explorar ese mundo diferente al que puede dedicar su juventud.

El viaje debe comenzar, por supuesto, de forma individual. Cada persona debe comenzar por construir, explorar y defender la realidad tal como se le presenta a partir de su proceso cosmogónico particular. Este es su mundo privado, cuya conformación depende de cómo “lee” la realidad, qué eventos selecciona como reales o irreales, cómo decide construir la metafísica de su mundo, etc.

Este enfoque en el individuo es especialmente fructífero, porque abre a cada persona a la experiencia de la soledad y el miedo: cuando uno intenta “hacer mundo” por sí mismo (es decir, observar la realidad por sí mismo y tener una primera experiencia de reconstrucción de un mundo ), uno empieza a preguntarse “¿Me estoy volviendo loco? ¿Es real mi mundo?”

Esta experiencia de soledad y miedo tiene consecuencias significativas. Si uno persevera, llega a comprender que todos los mundos son una forma de “locura”, literalmente una alucinación, y que ninguno de ellos es absolutamente “real”, natural o estable. Esta toma de conciencia abre un horizonte místico: el constructor de mundos individual, acosado por la soledad y el miedo, comienza a darse cuenta de que hay infinitos mundos posibles que suceden simultáneamente, y que entre ellos y más allá se encuentra la realidad “real”, sin palabras, sin tiempo, fuera del alcance de nuestra comprensión y sumida en absoluto silencio. Uno se da cuenta de la irrealidad de los mundos y la no mundanalidad de la realidad: la relatividad y la mortalidad de todos los mundos.

Afinidad entre mundos

Después de esta experiencia individual mundana, uno podría querer aliviar el miedo y la soledad asociándose con otros mundos. Podrían querer crear relaciones de afinidad y solidaridad entre su mundo privado y otros mundos, creados por otras criaturas. Este es el verdadero comienzo del “contrato social”: el contrato social es una mera fantasía, si se aplica a la “sociedad”, pero es una realidad si se aplica a esta creación voluntaria de una red de parentesco entre mundos. Esta red es precisamente lo que el teórico anarquista Max Stirner llamó una “Unión de Egoístas”[iii]: una unión que no es la consecuencia de un lazo preexistente (étnico, cultural, racial, de clase, religioso, etc.), sino que es el producto de una elección voluntaria y recíproca.

Este parentesco no tiene que tener lugar en la proximidad inmediata del individuo. Uno puede asociarse, ayudar y defender otros mundos, creados por otras criaturas muy distantes en cultura, en raza, en especie, en espacio e incluso en tiempo. Los jóvenes de hoy (tanto los que son jóvenes por nacimiento como los que son jóvenes en la medida de su energía cosmogónica), pueden elegir desenredar su “juventud” (es decir, su energía cosmogónica) de la idea de mundo y realidad que es hegemónica en su vecindad geográfica y en su presente contemporáneo, y se asocian en cambio con otras criaturas que han vivido o vivirán en el pasado o en el futuro.

Esto es especialmente relevante hoy, en un giro histórico en el que mundos que solían ser socialmente hegemónicos se acercan al final de su curso histórico.

Cómo mueren los mundos

Es normal que los mundos vayan y vengan. No sólo los mundos de los individuos, sino también los mundos colectivos de sociedades enteras están destinados a morir, es decir, la idea general de que el “mundo” está hecho de cierta manera, que el “tiempo” fluye de cierto modo, que ciertos eventos son reales y otros irreales, que ciertas cosas realmente existen y otras no.

Estos grandes mundos colectivos, que están respaldados por todo un cuerpo social durante un largo período de tiempo, se denominan típicamente “civilizaciones”. Como los mundos individuales, también las civilizaciones van y vienen.

Hoy, parece probable que el tipo de mundo que ha sido promovido por la civilización occidental, y que se ha vuelto hegemónico en grandes áreas del planeta, puede estar cerca de su fin natural. Las razones de su desaparición son numerosas, incluido su costo global en términos de las crisis ambientales y humanitarias que ha causado, y su total dependencia de una red compleja pero frágil de tecnología, energía y suministro. Además, en la actualidad, la historia atraviesa un período turbulento de conflicto geopolítico, que está redimensionando de manera significativa la influencia de las potencias occidentales.

El fin de un mundo siempre es traumático, como ocurrió al final de la antigüedad romana, o de las civilizaciones mesoamericanas. Pero pasado el impacto, las personas que sobreviven a la catástrofe pronto comienzan a trabajar para construir un nuevo mundo: no solo una nueva sociedad, sino un nuevo “sentido común” metafísico sobre cómo se estructura la realidad.

Quien se encuentra al comienzo de un mundo nuevo, después del fin del mundo antiguo, tiene una tarea difícil: recrear literalmente la metafísica, casi desde cero. Dije casi, porque es típico que rememoren las ruinas del mundo muerto, buscando algo útil para su trabajo cosmogónico.

Así Homero, al crear las epopeyas que inauguraron la nueva civilización griega que siguió a los 500 años de la edad helénica oscura, buscó inspiración en las civilizaciones desaparecidas de los micénicos y los minoicos. De manera similar, cuando Carlomagno empujó a Europa fuera de los siglos más oscuros de la Edad Media temprana, rememoró la civilización desaparecida hace mucho tiempo de la antigüedad romana clásica.

Al rememorar, los creadores de un nuevo mundo abren un canal de comunicación con los constructores de mundos de épocas pasadas. A través de este mismo canal, hoy podemos hablar a las personas que vendrán después del fin de nuestro mundo, después del fin de nuestro tiempo, después del fin de nuestro futuro.

¿Quiénes son estas personas post-futuro?

Sabemos solo algunas cosas sobre ellos.

Sabemos que su misión es difícil: deben intentar volver a dar sentido a la realidad y crear una nueva mitología y una nueva cosmología.

Sabemos que su forma se asemeja a la de los adolescentes, porque los adolescentes también son personas que vienen después del fin del mundo de la infancia, antes del establecimiento del mundo hegemónico de la edad adulta. Y que, como los adolescentes, también ellos tienen miedo tanto del “orden” como del “desorden”. Son conscientes de que demasiado desorden significa un caos insoportable, y debe ser domesticado. Pero también son conscientes de que demasiado orden destruiría la libertad y acabaría por aplastarlos.

Y también sabemos que a menudo miran hacia el pasado buscando ayuda e inspiración, y que se apropian de su legado al malinterpretarlo (como lo presenta bellamente Russell Hoban en su magistral Riddley Walker[iv] ). Los que vendrán después del fin de nuestro futuro, de nuestro “viejo” mundo actual, volverán la mirada hacia nosotros, buscando nuestra ayuda.

Un legado cosmológico

Para concluir estas reflexiones, permítanme aclarar que creo que cada persona debe ser libre de usar su juventud como quiera. Una persona puede suscribirse legítimamente a la forma de mundo existente que actualmente es hegemónica y luchar para defenderla. O puede permanecer encerrada en su mundo privado. Puede asociarse en redes de afinidades cosmológicas con sus vecinos inmediatos en el espacio y el tiempo. O puede abrir su afinidad a otras culturas, grupos o especies o épocas históricas.

En lo personal, me gustaría invitar al lector a considerar la posibilidad de orientar su “juventud” en vista de quienes deberán construir un nuevo mundo después del final del nuestro. Lo veo como una cuestión de “responsabilidad cosmológica”, similar a la responsabilidad ambiental que nos hace reflexionar profundamente sobre nuestro legado a quienes habitarán el entorno natural después del fin de nuestra civilización.

Al abrirse a los adolescentes post-futuros, los jóvenes de hoy pueden evitar pelear y morir para defender a los viejos, y en cambio pueden proporcionar una ayuda paternal a aquellos aún más jóvenes que ellos, tan jóvenes que aún no han nacido.

Esta ayuda se brinda dejándoles un legado cultural que habla de cómo es posible reinventar el mundo, para así ser de ayuda a quienes tendrán que reinventarlo sin el apoyo de una ideología estable del mundo. Debe ser un legado que aborde su miedo al orden y al desorden, que los tranquilice sobre la fragilidad de todos los mundos y les enseñe el arte de crear mundos.

También significa abrazar la apertura de la comunicación cultural, ya que los adolescentes post-futuros ciertamente malinterpretarán y saquearán y se apropiarán mal de lo que les dejemos. Tratarán nuestro legado cultural muerto como el suelo del que puede crecer una nueva planta del mundo.

Abrir una red de parentesco con los post-futuros adolescentes, y dejarles ideas sobre el cosmos que puedan utilizar, significa trascender verdaderamente la idea contemporánea de producción cultural, y revivir de la manera más anárquica –y por lo tanto auténtica– el proceso de formación de una tradición cultural.

Me gustaría cerrar con las palabras de Goethe, de Diván de Oriente y Occidente: “Todavía es de día, ¡levantémonos y pongámonos en marcha! La noche, cuando nadie puede trabajar, está a la puerta.”[v]

Nota bene: la edición original no contaba con hipervínculos, todos los enlaces fueron agregados en la traducción de P.M.
[i] Saint Augustine, The Confessions, XI, 14. San Agustín, Las confesiones.
[ii] Cf. Eduardo Viveiros de Castro, Cannibal Metaphysics (2009), trans. Peter Skafish (University of Minnesota Press, 2014). Edición en español: Katz Editores, Buenos Aires, 2011. Metafísicas caníbales.
[iii] Cf. Max Stirner, The Ego and Its Own (1844) (Cambridge University Press, 1995)
[iv] Cf. Russell Hoban, Riddley Walker (Jonathan Cape, 1980)
[v] Johann Wolfgang von Goethe, West-Eastern Divan (Cotta Publishing House, 1819)
Sobre el autor:

Acerca de Federico Campagna

Federico Campagna es un filósofo italiano que reside en Londres. Desarrolla su trabajo en torno a las relaciones de la metafísica, la construcción de mundos y la historia intelectual. Sus últimos libros son Prophetic Culture: recreation for adolescents (2021) y Technic and Magic: the reconstruction of reality (2018). Es Associate Fellow en el Warburg Institute y […]

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