El peligro de la historia única se llama el libro de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (Literatura Random House). En poco más de unas cincuenta páginas –que caben perfectamente dentro de un bolsillo– Chimamanda recupera el poder de las historias con una escritura que no finge e ilumina. De una historia particular, la autora hace una universal y, como si la acompañara una ancestralidad que nos es dado imaginar con las mejores intenciones de los blancos, a una le parece que la voz de Chimamanda está ahí, flotando en el aire y haciendo explotar las chispas alrededor del fuego.
“Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo pero también pueden restaurarla”, dice Chimamanda.
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Según la tesis de la autora, es imposible hablar de relato único sin hablar de poder. Cosa que explica en su propia lengua: dice que existe una palabra en igbo que se le aparece cada vez que piensa en las estructuras de poder: nkali. Es un sustantivo que podría traducirse como “ser más grande que otro”.
“Como en el mundo político y económico, las historias también se definen por nkali: la manera en que se cuentan, quien las cuenta, cuando las cuenta, cuántas se cuentan. Todo ello en realidad depende del poder”, dice.
El pequeño libro está compuesto en dos partes: la primera está escrita por Chimamanda (ya conocida por textos de esa brevedad que se convirtieron en charlas como la de TED llamada Todos deberíamos ser feministas ya vista por más de tres millones de personas) y la segunda, que se llama “Las historias de una idea”, está escrita por la filósofa catalana Marina Garcés.
“Me pregunto qué hace que lo que no existe empiece a existir y en qué medida llega a hacerlo. El desarrollo, dicen unos. Otros recuerdan la importancia de las luchas. Pero si nos quedamos ahí, solo con estas narraciones, corremos el riesgo de quedarnos, de nuevo, con una historia lineal, que se cuenta según los parámetros de los países supuestamente desarrollados y sus culturas hegemónicas”, escribe Garcés.
Entonces Garcés hace un paralelo con la Historia de la Filosofía y ese corte que nos cuenta una sola historia y, por ende, una historia universal de las ideas. Ahí es que propone un desvío para arriesgar, a modo de respuesta, que “son los desplazamientos los que mueven las historias de las que estamos hechos”.
Las historias de las que estamos hechos. Las historias domésticas. Las de las casas que habitamos. Las de las casas que dejamos. Las de las casas perdidas. Y las de las siempre recordadas. ¿Una nación es una casa? ¿Una casa una nación?
La diáspora
Este año un libro de cuentos editado en la ciudad de Rosario se propuso reflexionar críticamente sobre la historia nacional para comprender la pluralidad étnico-racial que es, aunque se niegue, constitutiva de Argentina. Qué se cuenta, desde qué lugar, para qué y cómo, fueron los disparadores de un proceso de producción que logró plasmarse con un lenguaje poético y colorido para que ni la historia ni la lectura de las racialidades sean únicas. El trabajo se llama Rosalía y el revés de las cosas, un libro editado este año por Listocalisto y escrito por Julia Broguet e ilustrado por Romina Biassoni, con aportes de Vanina Cánepa en edición.

Rosalía y el revés de las cosas (ganador del premio estímulo en la categoría Editorial Regional de Espacio Santafesino) narra la historia de Rosalía, una niña afrodescendiente, nacida en Santa Fe a comienzos del siglo XIX, en situación de esclavitud durante el período colonial. En primera persona la niña Rosalía relata su vida cotidiana y construye cada noche a partir de los cuentos que le narra su madre, un mundo de colores, olores, sonidos y vivencias que mezclan la lejana África con su realidad actual. El relato de Rosalía, que llegó a estas tierras en la panza de su mamá, está basado en registros reales de personas esclavizadas en Santa Fe durante el período colonial.
Y una, al leerlo, piensa otra vez en el libro de Chimamanda, donde leemos el relato de la escritora estadounidense Alice Walker sobre unos parientes sureños que se habían mudado al norte. Walker les enseñó un libro sobre la vida sureña que habían dejado atrás y pasó lo siguiente: “Se sentaron alrededor a leer el libro, a escucharme leer el libro, y se recuperó una especie de paraíso”.
La idea de contar la historia de Rosalía para las infancias tiene algo de la malla que hace a la experiencia compartida. Y nace del cruce de diferentes trayectorias vitales de la autora: la investigación, la docencia y la maternidad.
“Hace años que mis áreas de investigación tienen que ver con la temática afro en Argentina y específicamente con analizar las consecuencias del racismo en nuestro entorno. Además, uno de mis trabajos es dar clases a futurxs docentes, y eso me hace preguntar acerca de las niñas, los niños y la escuela como un espacio de intercambio intergeneracional, de transmisión de un legado cultural. De ahí surge una preocupación por generar posicionamientos críticos respecto a esos legados culturales”, cuenta Julia Broguet, que además de autora del cuento es antropóloga e investigadora.
Me intriga que Rosalía recree ese universo a partir del relato oral en ese encuentro nocturno y casi clandestino con su madre. Sugiero que en esa historia dentro de la historia (los cuentos que la madre de la niña enhebra cada noche) hay algo más que un vínculo filial. Hay un metalenguaje que se actualiza y compone un lazo cultural, una lengua materna y popular.
“Las historias se siguen construyendo todo el tiempo en el diálogo con otras personas que te revelan miradas nuevas o aspectos que uno no necesariamente advirtió en un primer momento. La de contar una historia antes de dormir es una escena que para muchxs de quienes criamos a niñxs es bastante cotidiana. Pero es sin dudas un espacio de transmisión entre generaciones y una manera de contar e inventar mundos posibles”, dice la autora.
La paleta de colores que trabajó Romina Biassoni buscó estar a tono con el contexto histórico que le tocó atravesar a Rosalía y las consecuencias de la esclavitud colonial, pero también estuvo atenta a dar cuenta de ese espacio de intimidad, encuentro, ternura entre ella y su mamá. “Queríamos una situación que permitiera imaginar y crear un mundo más allá de ese entorno tan hostil y fundara un territorio de libertad para ambas. Y ese espacio de encuentro y relato nocturno entre Rosalía y su mamá nos dio esta posibilidad”, cuenta.
Argentina negra
Por mucho tiempo se pensó que Argentina era un país sin negros pero la historia no sólo no es así, sino que es lo contrario. Y también pregunto a la autora:
“Es parte de una construcción nacional muy fuerte y fundante que privilegió lo blanco-europeo. Basta recordar los dichos del ex presidente Carlos Menem cuando en 1996, hablando con un periodista en Estados Unidos, a su pregunta respondió que ‘en Argentina no había negros’ y que ‘ese problema lo tenía Brasil’. Mientras Menem afirmaba esta barbaridad, al año siguiente en Buenos Aires se fundaba África Vive, una agrupación de militantes negrxs argentinos que buscaba romper con la invisibilización de la temática en nuestro país”, dice Julia Broguet, al igual que Alejandro Solominaski, quien descubrió a fines de los 90 que los negros estaban invisibilizados en la literatura que había leído durante toda su carrera.
De hecho, en Santa Fe existe desde 1988 una organización que fue pionera en estos reclamos, la Casa de la Cultura Indo Afroamericana, que preside Lucía Molina.
“Los años noventa fueron un periodo de reorganización de un movimiento negro en nuestro país. Además, en Argentina hay población afrodescendiente vinculada a las distintas diásporas que arribaron como parte del fenómeno de la esclavitud en el periodo colonial, hasta las diásporas más recientes, vinculadas a procesos migratorios desde países limítrofes como Uruguay o Brasil o más recientes aun, desde países del África subsahariana, como Senegal o Guinea”, explica Broguet.
Desde hace años es su tema de interés en la investigación desde distintas aristas: como antropóloga, pero también como bailarina y como exploradora de las corporalidades. El deseo de conocer más sobre la diáspora africana en América se abrió, como ella dice, desde lo vivencial. La música, el universo sonoro, los movimientos corporales y las danzas fueron la llama que encendieron una busca que no fue individual sino colectiva.
“Nos permitieron adentrarnos en la historia del continente a través de la experiencia de los hombres y mujeres que habían llegado a esta región del mundo en situación de esclavitud, tema sobre el cual desconocíamos casi todo”, cuenta.
Pasar esos conceptos por el cuerpo fue lo que permitió comprender el pasado y el presente de la región, y también tomar posicionamiento. “En lo que a mí respecta fue definitorio. No pude volver a ver las cosas del mismo modo luego de conocer las luchas y las resistencias de los pueblos negros de América y de entender las consecuencias que sigue teniendo la esclavitud colonial en nuestras sociedades latinoamericanas”, dice.
Del prejuicio a la visibilización
Al advertir que en las instituciones escolares hay silencios problemáticos sobre ciertos temas que a veces no se tocan, porque tampoco se sabe muy bien cómo hacerlo, ella pensó en la historia de Rosalía.
“El prejuicio y la discriminación racial en la escuela es un tema presente y quienes la padecen muchas veces lo viven en soledad. Y el racismo es un legado que las instituciones educativas tienen que seguir revisando, porque la escuela en nuestro país se funda históricamente sobre un mandato civilizatorio que implicó la exclusión de las poblaciones no blancas, de los que desde una mirada blanqueadora eran considerados indios y negros”.
Por eso es que la autora buscó que Rosalía y el revés de las cosas sea también un recurso pedagógico para abordar en el aula y con la familia el tema de la presencia africana y afrodescendiente que habitó y habita el suelo santafesino. Una oportunidad para preguntarnos cómo se representa el pasado y el presente de estas poblaciones en la escuela, y cómo se construyó y se legitimó un relato de la historia nacional que, forzadamente, fue europeizado y blanqueado.
El libro llegó a mis manos cuando en Estados Unidos se estaban dando una serie de manifestaciones antirracistas. Y ahora que faltan menos de 30 días para las elecciones en ese país el debate en torno a ese tema sigue vigente. Me inquietaba saber qué lectura hacía una argentina investigadora de esos hechos sin separarlos de los que acontecían al mismo tiempo en el país en contra de las comunidades aborígenes.
“Parada desde Argentina me parece que lo que pasó en EEUU es significativo en términos de abrir espacios de discusión y desnaturalizar en círculos un poco más amplios que los militantes o académicos que lo vienen denunciando hace tiempo, un racismo que es histórico. Ese racismo tiene que ver con la fundación de la nación y en consecuencia se replica a nivel estructural, institucional y vincular. Porque el racismo es estructural, y ahí una podría hacer un paralelo con el movimiento feminista y su denuncia de la dominación patriarcal, es decir, son estructuras constitutivas de nuestras sociedades. Sucede que sobre el racismo todavía se discute menos. El racismo también es institucional, ahí vemos como ejemplo el accionar de las fuerzas de seguridad con integrantes del pueblo qom de Chaco, siendo una vez más, como tantas veces en la historia de nuestro país, pueblos reprimidos, insultados, despreciados. Y además, como vos mencionás, la pobreza en Argentina tiene un color, y eso es algo sobre lo cual hay un poco más de conciencia social en los últimos años, es una pobreza marrón, por eso cuando hay expresiones de odio hacia los sectores populares, no es solo una cuestión de discriminación por clase social, sino que se refuerza en el prejuicio racial, es decir, el color de esa pobreza esta históricamente vinculada a esos sectores populares indígenas y negros que la construcción nacional intentó excluir. Y referí también a lo vincular, porque el racismo permea y se reproduce en nuestras prácticas más cotidianas y en ese nivel creo que se está empezando a problematizar un poco más, quizás sobre todo en los usos del lenguaje, empezando a reconocer la carga racista y los efectos concretos que pueden acarrear términos como negro de mierda, por ejemplo”.