El 16 de agosto pasado, cinco días después del aplastante y sorpresivo triunfo de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner en las primarias (las Paso), me llegó por WhatsApp un mensaje de Pablo Hupert con un “Manifiesto abierto” que puede leerse entero en el sitio RedEditorial, del que es responsable, entre otros, Ariel Pennisi.

Los dos primeros párrafos de ese manifiesto rezan: “No solo pretenden bombardear con el dólar o el riesgo país. No se trata sólo de responsabilizarnos del saqueo de estos años ni de canjear voto castigo por voto pánico. Pretenden apagarnos. Lo que empezó a circular el domingo, la ‘ola’, tiene un componente institucional y económico, sí, pero lo más significativo, y también lo más peligroso para los garcas, es su resto, el excedente anímico, eso que algunos llaman “ola” y que no se llama ola, ni pueblo, ni nación, ni ciudadanía, ni siquiera ‘nosotros’. Ese resto impensable, sin nombre, es síntoma corporal, excedente colectivo, y no puede cifrarse en términos individuales.

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“Lo que comenzó a vivirse el domingo y a circular desde entonces, la alegría cantada y bailada, el orgullo por el otro anónimo que nos acompañó en las calles, materializado en la posibilidad de hablar con cualquiera, de compartir un gesto de reconocimiento, de hacer lazo, de sentir y vivir en un hecho inusual la potencia de un cotidiano Común diferente: otra forma de estar juntos. Eso es lo que está en juego.”

Como a principios de 2016, con el macrismo ya instalado en la Casa Rosada, había hablado con Hupert sobre los motivos que llevaron a la elección de Mauricio Macri como presidente, y como sus libros El estado posnacional y, sobre todo, El bienestar en la cultura, habían anticipado o de alguna manera habían puesto nombre al desconcierto político que provocaron las elecciones de 2015, pensé que pocos mejor que él para sondear con qué términos referirnos a esta extraña transición desde las Paso hacia la recuperación de un gobierno que vuelve a levantar las banderas de un estado presente pero, sobre todo, unas elecciones que dejaron asentado un fuerte rechazo al régimen macrista.

—Entiendo que lo que expresa el Manifiesto Abierto –que ayudaste a difundir– es la imposibilidad de nombrar eso que comenzó a acontecer desde que se conoció el resultado de las paso. Una vez que hay datos concretos de que el macrismo se termina, lo que sobreviene es, de nuevo, un lenguaje inaccesible, en términos económicos, que vuelve a encerrarnos en la angustia de la crisis. Por eso se habla de un resto común. Vos que en El bienestar en la cultura y en El Estado posnacional pensaste de algún modo un lenguaje para la precariedad política contemporánea, ¿cómo pensás esta «ola», esta transición?

—Me parece que tenemos que concebir lo común como algo que tenemos entre todos. El género humano comparte un común que es anterior a toda sociedad, a toda configuración concreta social y que sigue presente en las configuraciones sociales concretas. Es un supuesto del que el capitalismo nos expropia, nos separa. En el común están la posibilidad de encuentro, está la cooperación material, está la imaginación, está la potencia de otra cosa, la potencia de otra organización social y ahí la imaginación imagina cómo puede desplegarse esa potencia, de qué otras maneras podemos cooperar para conseguir nuestro sustento. Maneras que sean instalaciones de comunidad y no de propiedad.

Esto, como es indeterminado, como no tiene una configuración, es a lo que alude el manifiesto. A una manera sin nombre, porque justamente permanece indeterminada, y no queremos que sea invisibilizada por la contienda electoral y la mediática. Creo que el asunto que plantea el manifiesto es cómo cuidar eso de lo común que se insinúa en la alegría de un resultado electoral. No porque se confía mucho en el ganador, sino porque se confía en la alegría que genera el común de los cuerpos.

Ahora puedo pasar a la pregunta por la transición y cómo entenderla desde el punto de vista de la precariedad política. Voy a una cuestión que creo que es estructural de la política Argentina desde 1930 por lo menos, o desde que entró en crisis el modelo agroexportador. Se trata de la imposibilidad que ha mostrado en el último siglo –desde la Primera Guerra Mundial, de la crisis del 30– las fracciones de las clases dominantes argentinas para encontrar un consenso con el estado, con los gobiernos, entre sí, y con las otras clases de la sociedad para acordar un patrón de desarrollo, una matriz de acumulación, algo así como consensos estratégicos, acuerdos como los que se han logrado en los países europeos en el siglo XIX o después de la Segunda Guerra Mundial, los países del llamado primer mundo: acordaron que había que hacer una revolución Industrial, acordaron que tenían que hacer un estado de bienestar donde se regula la economía de tal manera de incluir los intereses de la clase obrera y en los 80 acordaron el neoliberalismo como forma de recuperar la tasa de ganancia.

—¿Cómo se expresa eso en Argentina?

—El problema que tiene la clase dominante Argentina es, primero, que no es completamente Argentina –y esto lo digo en dos sentidos, tanto porque hay grupos económicos extranjeros dominando la economía nacional, como porque la clase dominante Argentina desde el 76 ha llevado sus capitales al exterior y esto lo vemos en los CEOs que han gobernado estos cuatro años, de tal manera que no se puede hablar de una clase dominante nacional, salvo por lo que podemos llamar mediana burguesía, que tampoco es tan nacional. Y, por otro lado, tienen el problema de que en Argentina hay dos grandes sectores que hacen que se asegure la acumulación del capital: por un lado el agrícola y por otro lado el industrial. El industrial puede incluir al conjunto de la población, no a toda, pero sí a muy diversos sectores, es más mercado internista, mientras que el otro está en función del mercado externo y es excluyente. Si bien hubo propuestas para articular ambos sectores, ambos motores de desarrollo; la clase dominante, que posee el sector primario exportador, no quiere someterse a las necesidades del sector Industrial, que básicamente son las divisas que consigue el sector exportador. Y esto hizo que para esos sectores sea inadmisible la intervención del Estado para orientar las divisas hacia el mercado interno y el desarrollo de sus sectores. Pero sí se encontró una manera de que tanto los sectores mercado internistas como los exportadores encuentren formas de ganar dinero y ése es el sector financiero, que cobró especial relevancia desde 1977, desde la dictadura militar, y funcionó bien durante los 90, pero parece que no funcionó bien en los años de Macri y sí en los años kirchneristas.

Sin embargo, hay otro acuerdo más por debajo, más subjetivo, que se refiere a la dimensión cultural, que es el pensar con la heladera, ya ni siquiera con el estómago, sino con la heladera, con el plasma, con el auto, es decir con las diferentes formas de bienestar que otorga la economía global con sus imágenes de felicidad. En este sentido, cuando la gente votó a Macri en 2015, o cuando votó a Cristina en 2011, pedía más bienestar. Y de nuevo ahora en 2019, cuando vota Alberto la gente pide más bienestar. La precariedad política tiene que ver con el hecho de que no se vota pensando en un ente superior y común, como podría haber sido la patria o, para otros, la clase obrera, sino que se vota pensando en el bienestar del hogar, de la familia y esas figuras burguesas. Figuras burguesas que impregnan también a los sectores más pobres. Pero el punto es que el ideal de hogar burgués impregna incluso al hogar unipersonal.

—En El Estado posnacional señalabas que el 2001 era imposible en 2015, pero que el 2001 permitía abrir el 2015. ¿Dónde queda ahora el 2001?

—Tenemos que aclarar que 2001 ha sido una crisis política, económica, financiera, pero ha sido también un movimiento de subjetivación y en la pregunta estás hablando de la dimensión del movimiento de subjetivación, el movimiento de constitución política imprevista que ocurrió en ese año y que duró unos meses, y que tuvo efectos duraderos en la configuración del Estado argentino, efectos que traté de resumir como estado posnacional. En tanto movimiento de subjetivación, 2001 fue una apertura, la posibilidad de abrir y de correr el límite de lo posible pero no la de realizar algún programa político utópico, sino la de empezar a preguntarse y experimentar otras configuraciones posibles para el vivir juntos, para apropiarnos de ese común que el capital nos expropia todo el tiempo y así –en esa experimentación colectiva que hicieron las asambleas y las fábricas recuperadas, los movimientos sociales que venían desde los noventa y que llamamos dosmiluneros– empezó a desarrollarse un repertorio de prácticas colectivas que fue expandiéndose y que fue cambiando, que fue agregando nuevas formas; por ejemplo incorporó a los bachilleratos populares como práctica colectiva. Son movimientos que no son el viejo sindicato o el viejo partido político –que eran estructuras organizativas sólidas, duraderas e institucionales–, sino formas de organización más informales, más precarias, correlativas a la política de la precariedad, a los tiempos precarios del capitalismo financiero y que en esa precariedad desarrollan formas de contención, formas organizativas y formas de peticionar ante las autoridades; porque el estado posnacional justamente se caracteriza por gobernar eso ingobernable que 2001 había tenido. Porque como movimiento de subjetivación, como pura posibilidad, 2001 había sido ingobernable y el estado nacional tuvo que configurarse para gobernar este repertorio de prácticas colectivas. Volviendo al hilo, encontrar formas de peticionar ante las autoridades, de arrebatarle concesiones que pueden haber sido la ley de medios, el respeto por los derechos humanos o la actualización jubilatoria y salarial. Y termina organizándose de manera tal que es atendido por las autoridades y termina siendo gobernable. Entonces, como repertorio de prácticas de petición ante las autoridades, 2001 ya no tiene posibilidad de abrirse. Creo que lo que se abre en nuestra circunstancia pasa más por el feminismo que por 2001. Ahí se ve el carácter transversal y de apertura, de cuestionamiento de todo que tiene el feminismo y lo que se ha llamado marea verde, cuando fue la lucha por la despenalización del aborto. El estado posnacional tiene formas dinámicas de captura. El feminismo en este sentido todavía tiene un repertorio en expansión que no puede ser capturado por el estado. El signo de pregunta que plantean los feminismos en su pluralidad de formas de cuestionamiento y afirmación y cuidado mutuo muestran que no es todavía un gobernable ni algo que cuestione la gobernabilidad. Quizás las formas de cuestionamiento de gobernabilidad no vengan a la manera del estallido en lo sucesivo, veremos. Creo que el manifiesto apuesta a que el “veremos” no sea cerrado por unas elecciones, por un proceso electoral. No le pongamos nombre de voto a algo que es mucho más que un voto, que es una alegría de encontrarse los cuerpos, que es un común que el capital, como sistema económico y como sistema político, no puede expropiar.

—No hay un “que se vayan todos”.

—Estos feminismos no dicen “que se vayan todos” como decía el 2001, pero dicen cuidémonos todos. Si es con el estado, mejor; y si el estado no nos cuida, nos cuidamos entre nosotras. Creo que ahí tenemos mucho que aprender y mucho todavía por inventar y por ver. Por investigar como forma de relación entre lo que no se deja gobernar y los gobiernos que intentan gobernarnos.

—¿Cómo interpretar esta suerte de mandato «fernandecista» de no tomar las calles cuando todo indica que se va hacia una situación de catástrofe económica?

—Creo que justamente en el sentido de los aprendizajes que la clase política ha realizado luego de la ingobernabilidad que sufrió en 2001, del rechazo a la impugnación general de la población y la dificultad para gobernarla. La clase política sabe que no quiere pasar a otro 2001, que no le conviene romper filas. Cuando hablan de responsabilidad están hablando de no perder la gobernabilidad. En este sentido la torpeza de Macri es muy llamativa y muestra, creo, una tradición propia de la clase oligárquica argentina, que es el poco interés por asegurar la reproducción de la gobernabilidad. Cosa que en la clase política peronista está mucho más clara y es una marca de origen. Como la clase política peronista sabe que vive del estado y no de la primarización de la economía, sabe que la gobernabilidad tiene que mantener la parada; mientras que la clase dominante oligárquica –al menos desde el 76– ha podido vivir de su rapacidad y del saqueo sin preocuparse por la reproductibilidad de ese saqueo. Por otra parte, sabemos que el neoliberalismo gobierna a través de las crisis y se da aire provocando crisis. En este sentido, el fernandecismo, como lo llamaste, va a aprovechar el aire que esta crisis provocada por el macrismo les dará. Pero, matices aparte, en general, se trate de peronistas o macristas, de kirchneristas o de gobernadores, hay un consenso que algunos llaman gobernabilidad conservadora y que, así como algunos tratan de conservar los principales vectores de acumulación capitalista: sojización, primarizacion, extractivismo, burbuja inmobiliaria, megaminería; tratan también de conservar la gobernabilidad, es decir, tratan de mantener separada a la multitud de lo común, de su capacidad de encuentro alegre y cooperación material.

Por otra parte, creo que apelan, para lograr esa conservación de la gobernabilidad, a algo muy, muy cierto, muy palpable, muy constatable para los que podríamos estallar, que es que puede correr sangre. Pero en este punto podemos decir que hay una diferenciación posible entre la forma de gobernar que puede llegar a mostrarnos Fernández y la forma macrista: la forma macrista no ha respetado el derecho a la protesta como la había respetado la forma kirchnerista. Esperemos que la forma fernandecista prolongue la kirchnerista, aún a pesar de que no la prolongue en muchos otros sentidos. Digo, no la prolongará en lo económico, de esto no hay duda. Pero esperemos que sea más respetuosa de la protesta social. La dificultad que se presenta ahí, por mucho respeto y por poca represión que haya a la protesta, es que si el kirchnerismo fue un efecto de 2001, el macrismo fue un efecto de que el kirchnerismo pudo tornar gobernable 2001, y pudo gobernar sin miedo a irse en helicóptero gracias a este consenso conservador en la gobernabilidad.

Creo que como planteaba Ariel (Pennisi), sería una posible fisura o apertura del consenso conservador en la gobernabilidad: plantear que en vez de nacer endeudados nacemos acreedores, en vez de nacer deudores nacemos acreedores del estado, que si quiere gobernar tiene que cumplir con ciertos aciertos mínimos.

Acreedores del capital: si quiere explotarnos tiene que respetar ciertas condiciones materiales que no destruyan la vida. Si el gobierno no puede asegurar estas cosas que nos debemos –que nos debe tanto el gobierno como el capital–, entonces tendremos que volver a plantear agenda, es decir volver a separarnos y practicar un ingobernable: separarnos de la gobernabilidad y reunirnos con nuestras potencias y plantear un ingobernable.

—Si con el 2001 terminaba la posdictadura, con el macrismo, que de alguna manera actualizó los valores económicos y sociales de la dictadura, ¿que podría terminar? 

—Creo que al terminar el macrismo no termina nada o casi nada. Quizás más bien queda planteada la posibilidad para la clase dominante de volver a un gobierno oligárquico capitalista que no tenga que hacer demasiadas concesiones a los grupos subalternos de la sociedad. Y que para eso pueda usar los recursos o tecnologías de gobierno que le dejó el populismo, así como los medios de comunicación y los del management empresarial. Con el macrismo no vemos una vuelta, pero sí el intento de conjugar una tradición dictatorial con algo que tampoco es una vuelta, pero conjuga lo oligárquico y lo dictatorial con la tradición de la generación de 1880, en el sentido de una clase dominante que se hace cargo directamente del gobierno y de esta manera intenta resolver las desavenencias internas del bloque económicamente dominante, convirtiéndose en un bloque que es dominante a la vez en lo económico y lo político.

Y así como trata de combinar lo oligárquico y lo antidemocrático, busca meter en esa combinación, en esa composición gobernante-dominante, lo financiero. Ya no se trata de una economía meramente agroexportadora como la de 1880, sino que pone también como ingrediente –ya no agregado o colateral, sino principal– el componente financiero y el de endeudamiento de la población como forma de ordenarla. En este sentido el macrismo puede que sea solamente un primer ensayo. Y por supuesto, metiendo en la combinación unas formas de gobiernos posnacionales –que son formas de gobierno de la precariedad política– y no una forma de gobierno nacional, constitucional, que son las formas de gobierno de la solidez política, o de la estabilidad política del siglo XIX y XX, por eso la importancia de lo mediático, las redes sociales, y en general de la repentización y del anuncio constante de medidas nuevas, o de medidas viejas como si fueran nuevas, la búsqueda de siempre de estar en la tapa de los diarios. O, como decía Horacio González respecto del gobierno kirchnerista: cada día es como el primero –porque en cada día se juega todo– y ganar cada día es ganar un año. En este sentido, lo que termina no es más que un primer ensayo de una forma oligárquica conservadora de gobernar sin dictadura, pero también sin restricciones constitucionales. Las luchas han logrado detener bastante los intentos desdemocratizadores de este nuevo neoliberalismo macrista, veremos cómo siguen los Fernández con esto.

—¿Y el posmacrismo? Si, como hablábamos hace cuatro años, el kirchnerismo formó consumidores, ¿qué se formó en todos estos años de transición incluso entre esos dos polos?

—Es difícil saber qué será el posmacrismo en el sentido de la gobernabilidad, creo que no se van a usar recursos muy distintos a los de la precariedad política, a los del estado posnacional. Creo que habrá que ver si sigue presentándose como disputa del neodesarrollismo y el neoliberalismo como enfrentamiento clave de las decisiones políticas. Pero eso depende mucho de si las clases dominantes llegan a un consenso interno como forma hegemónica de dominación, pero no parece. Así que veremos cómo éste fernandecismo se planta frente al macrismo. Y hay que ver qué continúa del macrismo luego de la derrota electoral que probablemente vendrá. Eso es lo que podemos decir por arriba del macrismo. Ahora, qué producto deja por abajo –en el sentido de qué formas subjetivas. Si bien el kirchnerismo había expandido consumidores, había expandido la gente capaz de integrarse en el mercado consumiendo, también había expandido las formas microempresariales de entrar en el mercado. El consumidor de alguna manera tiene que conseguir dinero para consumir, tiene que aspirar a los modos neoliberales de felicidad, los modos mercantiles globales de felicidad y el kirchnerismo hizo que eso empiece a propagarse no sólo como consumidor, sino también como el empresario de sí mismo. Esto lo leyó claramente el macrismo, que como buena derecha dejó de hablar de pueblo y empezó a hablar de vecino. Si el kirchnerimso era ciego a las nuevas subjetividades que producía, el macrismo empezó a fustigar, estimular y tratar de darles voz a esas nuevas subjetividades. Ahora bien, el macrismo no fue solamente un reflejo pasivo de esas nuevas subjetividades, sino que las avivó con su propio cariz, con una declinación que podríamos llamar amarilla y globológica. Propuso una revolución de la alegría para un descontento muy diseminado en la sociedad, en todos los niveles sociales, que tenía que ver con los individualismos, con el aislamiento que el mercado global neoliberal –sea bajo un gobierno neodesarrollista o no– impone al común individualizándolo, separándolo de sus potencias.

Los franceses (Christian) Laval y (Pierre) Dardot dicen que el nuevo neoliberalismo –el de estos años, no el de los noventa– ha creado no sólo figuras económicas, sino políticas, que aprovechan la hostilidad que suscitan. En Argentina esa figura política ha cobrado la forma de vecino. El macrismo ha estimulado esa forma. Y es capaz de llamar vecinos a los bonaerenses –como alguna vez señaló Ariel Pennisi– y se ve cómo periodistas que no son macristas también usan el término vecino cuando una persona en un restaurante increpa a Bullrich sobre Santiago Maldonado y titulan: “Una vecina increpó a Bullrich”. Es curioso que espontáneamente llamemos vecino a cualquier persona que quizás en otro momento hubiésemos llamado “ciudadano”. Esto habla de un cambio en las subjetividades. Y este vecino es un tipo que pasa por el mundo social con cara de culo, de mal humor, siempre insatisfecho porque sus aspiraciones a la felicidad mercantil, sus aspiraciones al éxito empresarial no se concretan, el ideal de deslizamiento fácil por el mundo no se verifica. Entonces el descontento no es sólo con tal o cual medida de gobierno, con tal lo cual limitación económica concreta para llenar la heladera, o para renovar el auto, o para hacer un viaje turístico, sino un descontento inherente a la dinámica misma de búsqueda de realización de aspiraciones, porque la calle es muy hostil y es muy adecuada para que el común no coopere, para que cada uno vea una amenaza en cada otro, que por supuesto los medios con su fogoneo de la inseguridad demuestran –hacen ver la hostilidad como cierta, como verificada cotidianamente, y por supuesto que lo verificamos cuando alguno de nosotros o un amigo es asaltado. Entonces esta estabilidad ambiental es aprovechada políticamente por la vía del resentimiento y se ve que nuestra precariedad política hoy está mucho más acentuada que en 2015. Eso que llaman la grieta, el hecho de conseguir adhesión a través del odio y desdén al otro, mucho más por miedo que por esperanza, esa es la figura política neoliberal: la del vecino hostil resentido, que es la que nos queda. Se lo busca ganar aprovechando su descontento y prolongando su resentimiento.

El manifiesto abierto que difundí propone aprovechar lo colectivo del encuentro, lo colectivo de la alegría, un aprovechamiento colectivo y no un aprovechamiento electoral, o un aprovechamiento para la gobernabilidad. Por supuesto, el asunto será cómo se encuentra lo incapturable de lo común y lo atendible por los gobiernos de lo común, el asunto será cómo lo representable y lo irrepresentable se combinan sin perder autonomía, cómo lo gobernable y lo ingobernable se combinan sin convertirnos en dos filas gobernadas. La rebeldía, la alegría, la imaginación, la cooperación están en juego en esta pregunta.

la ciudad está en obra
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Acerca de Pablo Makovsky

Periodista, escritor, crítico

"Nada que valga la pena aprender puede ser enseñado."

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