Bajo el título “Ur-Fascism“, The New York Review of Books, publicó en su edición impresa del 22 de junio de 1995 una conferencia de Umberto Eco que también se conoció como “Fascismo eterno”. Ese artículo, como viene haciendo el NYBooks desde que comenzó la pandemia, fue liberado el domingo, lo mismo que otros textos de autores que marcaron y dominaron la escena intelectual en esos años, y lo tradujimos en esta revista.
Entendemos que los 14 puntos que señala Eco para definir un fascismo residual, siempre presente, original o irreductible (eso significa el prefijo alemán “ur-”, de allí su traducción “protofascismo”. Para los que gusten deleitarse con la genealogía del término, acá está la exquisita reseña de Valerie Morghulis en el UrbanDictionary) apuntan a definir el actual panorama político estadounidense bajo la presidencia de Donald Trump. No es casual que un presidente apañado por las artimañas más antidemocráticas de la ley electoral de Estados Unidos, las noticias falsas y las campañas del odio y el miedo coincidan con las estrategias que se dio en Argentina la fuerza política que llevó a la presidencia a Mauricio Macri (ayer Cambiemos, hoy, Juntos por el Cambio). Por lo tanto, en medio de la pandemia, los 14 puntos de Eco coinciden con las manifestaciones más o menos nutridas que ciertos grupos llevaron adelante en este país desde que se decretara la cuarentena o el aislamiento social.
Si bien las referencias del texto de Eco son las de 1995, sus conclusiones son muy actuales. Sobre esta “tentación”, huella o tendencia fascista contemporánea puede leerse en REA la entrevista con el historiador y sociólogo argentino Alejandro Galliano, la traducción de un artículo de la escritora india Arundhati Roy, la traducción de un artículo sobre el golpe de estado en Bolivia, las reflexiones del intelectual brasileño Idelber Avelar tras el ascenso al poder de Jair Bolsonaro en su país o la entrevista sobre políticas de la lengua y literatura contemporánea al ensayista rosarino radicado en Estados Unidos Juan Pablo Dabove.
Asimismo, esta última reflexión y advertencia sobre el fascismo actual es un tema frecuente entre los periodistas, analistas e intelectuales que nos ocupan. Lo prueban traducciones de textos del intelectual y pastor estadounidense Chris Hedges, como éste, éste y éste otro, o esta entrevista al pedagogo Henry Giroux en la que señala –lo mismo que Noam Chomsky– que el neoliberalismo sólo puede llevar al fascismo, o esta actualización de los términos en los que funciona el fascismo contemporáneo que firmó el editor y periodista estadounidense Robert Sheer y tradujimos en su momento.

Ur-Fascism*

En 1942, a la edad de diez años, recibí el Primer Premio Provincial Ludi Juveniles (una competencia voluntaria y obligatoria para jóvenes fascistas italianos, es decir, para cada joven italiano). Ensayé con habilidad retórica sobre el tema “¿Deberíamos morir por la gloria de Mussolini y el destino inmortal de Italia?” Mi respuesta fue positiva. Era un chico inteligente.

Pasé dos de mis primeros años entre las SS, los fascistas, los republicanos y los partisanos que se tiroteaban unos a otros, y aprendí a esquivar las balas. Era un buen ejercicio.

Te puede interesar:

Capitalismo del fin del mundo

La experiencia del capitalismo consiste en vivir un apocalipsis todos los días, escribe Alejandro Galliano en su nuevo libro. Acá reflexiona también sobre las representaciones del mundo del no-futuro

En abril de 1945, los partisanos tomaron Milán. Dos días después llegaron al pequeño pueblo donde vivía en ese momento. Fue un momento de alegría. La plaza principal estaba abarrotada de gente cantando y ondeando banderas, llamando en voz alta a Mimo, el líder partisano de esa zona. Ex maresciallo –rango equivalente al de “marshal” estadounidense que no alcanza el grado de oficial– de los carabineros, Mimo se unió a los partisanos del general Badoglio, el sucesor de Mussolini, y perdió una pierna durante uno de los primeros enfrentamientos con las fuerzas restantes de Mussolini. Mimo apareció en el balcón del ayuntamiento, pálido, apoyado en su muleta, y con una mano trató de calmar a la multitud. Estaba esperando su discurso porque toda mi infancia había estado marcada por los grandes discursos históricos de Mussolini, cuyos pasajes más importantes memorizábamos en la escuela. Silencio. Mimo habló con voz ronca, apenas audible. Dijo: “Ciudadanos, amigos. Después de tantos sacrificios dolorosos … aquí estamos. Gloria a los que han caído por la libertad”. Y eso fue todo. Volvió a entrar. La multitud gritó, los partisanos levantaron sus armas y estallaron festivas descargas al voleo. Los niños nos apuramos a recoger las vainas, objetos preciosos, pero también aprendí que la libertad de expresión significa liberarse de la retórica.

Unos días después vi a los primeros soldados estadounidenses. Eran afroamericanos. El primer yanqui que conocí fue un hombre negro, Joseph, que me introdujo en las maravillas de Dick Tracy y Li’l Abner. Sus libros de historietas eran de colores brillantes y olían bien.

Uno de los oficiales (Mayor o Capitán Muddy) era invitado de una familia en la villa cuyas dos hijas eran mis compañeras de escuela. Lo conocí en su jardín donde algunas damas, que rodeaban al Capitán Muddy, hablaban un francés tentativo. El capitán Muddy también sabía algo de francés. Mi primera imagen de los libertadores estadounidenses fue así, después de tantas caras pálidas con camisas negras, la de un hombre negro cultivado con un uniforme amarillo verdoso que decía: “Oui, merci beaucoup, Madame, moi aussi j’aime le champagne …” no había champaña, pero el capitán Muddy me dio mi primer trozo de menta verde de Wrigley y comencé a masticar todo el día. Por la noche puse mi chicle en un vaso de agua, para que estuviera fresco al día siguiente.

En mayo escuchamos que la guerra había terminado. La paz me dio una sensación curiosa. Me habían dicho que la guerra permanente era la condición normal para un joven italiano. En los meses siguientes descubrí que la Resistencia no era solo un fenómeno local sino europeo. Aprendí palabras nuevas y excitantes como réseau, maquis, armée secrète, Rote Kapelle, ghetto de Varsovia. Vi las primeras fotografías del Holocausto, así entendí el significado antes de conocer la palabra. Me di cuenta de qué nos habíamos liberado.

Hoy en mi país hay personas que se preguntan si la Resistencia tuvo un impacto militar real en el curso de la guerra. Para mi generación, esta pregunta es irrelevante: entendimos de inmediato el significado moral y psicológico de la Resistencia. Para nosotros fue un orgullo saber que los europeos no esperamos pasivamente la liberación. Y para los jóvenes estadounidenses que pagaban con su sangre por nuestra libertad restaurada, significaba algo saber que detrás de las líneas de fuego había europeos que pagaban su propia deuda por adelantado.

Hoy en mi país hay quienes dicen que el mito de la Resistencia era una mentira comunista. Es cierto que los comunistas explotaron la resistencia como si fuera su propiedad personal, ya que desempeñaron un papel primordial en ella; pero recuerdo los pañuelos de distintos colores de los partisanos. Pegado a la radio pasé mis noches (las ventanas cerradas, el apagón convertía el pequeño espacio alrededor del aparato en un solitario halo luminoso) escuchando los mensajes enviados por la Voz de Londres a los partisanos. Eran crípticos y poéticos al mismo tiempo (el sol también sale, las rosas florecerán) y la mayoría de ellos eran messaggi per la Franchi. Alguien me susurró que Franchi era el líder de la red clandestina más poderosa del noroeste de Italia, un hombre de valor legendario. Franchi se convirtió en mi héroe. Franchi (cuyo verdadero nombre era Edgardo Sogno) era un monárquico, tan fuertemente anticomunista que después de la guerra se unió a grupos de extrema derecha y fue acusado de colaborar en un proyecto para un golpe de estado reaccionario. ¿A quién le importa? Sogno sigue siendo el héroe soñado de mi infancia. La liberación fue un hecho común para personas de diferentes colores.

Hoy en mi país hay quienes dicen que la Guerra de Liberación fue un período trágico de división, y que todo lo que necesitamos es una reconciliación nacional. El recuerdo de esos años terribles debe ser reprimido, refoulée, verdrängt. Pero la Verdrängung –represión, sustitución– causa neurosis. Si la reconciliación significa compasión y respeto por todos aquellos que pelearon su propia guerra de buena fe, perdonar no significa olvidar. Incluso puedo admitir que Eichmann creía sinceramente en su misión, pero no puedo decir: “Está bien, vuelve y vuelve a hacerlo”. Estamos aquí para recordar lo que sucedió y solemnemente decir que “ellos” no deben volver a hacerlo.

¿Pero quiénes son “ellos”?

Si todavía pensamos en los gobiernos totalitarios que gobernaron Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, podríamos decir con ligereza que les sería difícil reaparecer de la misma forma en diferentes circunstancias históricas. Si el fascismo de Mussolini se basaba en la idea de un gobernante carismático, en el corporativismo, en la utopía del Destino Imperial de Roma, en una voluntad imperialista de conquistar nuevos territorios, en un nacionalismo exacerbado, en el ideal de toda una nación uniformada de camisetas negras, sobre el rechazo de la democracia parlamentaria, sobre el antisemitismo, entonces no tengo dificultad en reconocer que hoy en día la Alianza Nacional italiana, nacida del Partido Fascista de la posguerra, MSI, y por cierto un partido de derecha, tiene ahora muy poco que ver con el viejo fascismo. De la misma manera, aunque estoy muy preocupado por los diversos movimientos nazis que han surgido aquí y allá en Europa, incluida Rusia, no creo que el nazismo, en su forma original esté a punto de reaparecer como un movimiento nacional. Sin embargo, a pesar de que los regímenes políticos pueden ser derrocados, y las ideologías pueden ser criticadas y repudiadas, detrás de un régimen y su ideología siempre hay una forma de pensar y sentir, un grupo de hábitos culturales, de oscuros instintos e impulsos insondables. ¿Todavía hay otro fantasma que acecha a Europa (por no hablar de otras partes del mundo)?

Ionesco dijo una vez que “solo las palabras cuentan y el resto es mera charlatanería”. Los hábitos lingüísticos son frecuentemente síntomas importantes de los sentimientos subyacentes. Por lo tanto, vale la pena preguntarse por qué no solo la Resistencia sino la Segunda Guerra Mundial se definieron por lo general en todo el mundo como una lucha contra el fascismo. Si releen al Hemingway de Por quién doblan las campanas, descubrirán que Robert Jordan identifica a sus enemigos con los fascistas, incluso cuando piensa en los falangistas españoles. Y para FDR –Franklin Delano Roosvelt–, “La victoria del pueblo estadounidense y sus aliados será una victoria contra el fascismo y la mano muerta del despotismo que representa”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses que participaron en la guerra española fueron llamados “antifascistas prematuros”, lo que significa que luchar contra Hitler en los años cuarenta era un deber moral para todo buen estadounidense, pero luchar tan temprano contra Franco, en los años treinta, sabía amargo porque se llevó a cabo principalmente por comunistas y otros izquierdistas. ¿Por qué una expresión como cerdo fascista utilizada por los radicales estadounidenses treinta años después para referirse a un policía que no aprobaba sus hábitos de fumar? ¿Por qué no dijeron: cerdo Cagoulard, cerdo falangista, cerdo Ustashe, cerdo Quisling, cerdo nazi?

Mein Kampf es un manifiesto de un programa político completo. El nazismo tenía una teoría del racismo y del pueblo ario elegido, una noción precisa del arte degenerado, entartete Kunst, una filosofía de la voluntad de poder y de los Ubermensch –los súper hombres. El nazismo era decididamente anticristiano y neopagano, mientras que el Diamat de Stalin (la versión oficial del marxismo soviético) era descaradamente materialista y ateo. Si por totalitarismo se entiende un régimen que subordina cada acto del individuo al estado y a su ideología, entonces tanto el nazismo como el estalinismo eran verdaderos regímenes totalitarios.

El fascismo italiano fue por cierto una dictadura, pero no fue totalmente totalitario, no por suave sino por la debilidad filosófica de su ideología. Contrariamente a la opinión común, el fascismo en Italia no tenía una filosofía especial. El artículo sobre fascismo firmado por Mussolini en la Enciclopedia Treccani fue escrito o inspirado básicamente por Giovanni Gentile, pero reflejaba una noción hegeliana tardía del Estado Absoluto y Ético que Mussolini nunca realizó por completo. Mussolini no tenía ninguna filosofía: solo tenía retórica. Al principio era un ateo militante y luego firmó la Convención con la Iglesia y dio la bienvenida a los obispos que bendijeron los banderines fascistas. En sus primeros años anticlericales, según una leyenda probable, una vez le pidió a Dios, para demostrar su existencia, que lo golpeara en el acto. Más tarde, Mussolini siempre citó el nombre de Dios en sus discursos, y no le importó ser llamado el Hombre de la Providencia.

El fascismo italiano fue la primera dictadura de derecha que gobernó un país europeo, y todos los movimientos similares encontraron más tarde una especie de arquetipo en el régimen de Mussolini. El fascismo italiano fue el primero en establecer una liturgia militar, un folklore, incluso una forma de vestirse, mucho más influyente, con sus camisas negras, que Armani, Benetton o Versace. Fue solo en los años treinta que aparecieron los movimientos fascistas, con Mosley, en Gran Bretaña y en Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Grecia, Yugoslavia, España, Portugal, Noruega e incluso en América del Sur. Fue el fascismo italiano el que convenció a muchos líderes liberales europeos de que el nuevo régimen estaba llevando a cabo una interesante reforma social y que estaba proporcionando una alternativa ligeramente revolucionaria a la amenaza comunista.

Sin embargo, la prioridad histórica no me parece una razón suficiente para explicar por qué la palabra fascismo se convirtió en una sinécdoque, es decir, una palabra que podría usarse para diferentes movimientos totalitarios. Esto no se debe a que el fascismo contenía en sí mismo, por así decirlo, en su quintaesencia, todos los elementos de cualquier forma posterior de totalitarismo. Por el contrario, el fascismo no tenía quintaesencia. El fascismo era un totalitarismo difuso, un collage de diferentes ideas filosóficas y políticas, una colmena de contradicciones. ¿Se puede concebir un movimiento verdaderamente totalitario que pueda combinar la monarquía con la revolución, el Ejército Real con la milizia personal de Mussolini, la concesión de privilegios a la Iglesia con educación estatal que ensalce la violencia, el control estatal absoluto con un mercado libre? El partido fascista nació alardeando de haber traído un nuevo orden revolucionario; pero fue financiado por los más conservadores entre los terratenientes que esperaban de ello una contrarrevolución. En sus inicios el fascismo era republicano. Sin embargo, sobrevivió durante veinte años proclamando su lealtad a la familia real, mientras que el Duce (el Líder Máximo indiscutible) estaba del brazo del Rey, a quien también le ofreció el título de Emperador. Pero cuando el Rey despidió a Mussolini en 1943, el partido reapareció dos meses después, con el apoyo alemán, bajo el estándar de una república “social”, reciclando su antiguo guión revolucionario, ahora enriquecido con matices casi jacobinos.

Solo había una arquitectura nazi única y un arte nazi único. Si el arquitecto nazi era Albert Speer, no había más espacio para Mies van der Rohe. Del mismo modo, bajo el gobierno de Stalin, si Lamarck tenía razón, no habría lugar para Darwin. En Italia había ciertamente arquitectos fascistas, pero cerca de sus pseudocoliseos había muchos edificios nuevos inspirados en el racionalismo moderno de Gropius.

No había un Zhdanov fascista que estableciera una línea cultural estricta. En Italia hubo dos importantes premios de arte. El Premio Cremona fue controlado por un fascista fanático y sin cultura, Roberto Farinacci, quien alentó el arte como propaganda. (Puedo recordar pinturas con títulos como Escuchar por radio el discurso de Duce o Estados de la mente creados por el fascismo). El Premio Bérgamo fue patrocinado por el cultivado y razonablemente tolerante fascista Giuseppe Bottai, quien protegió tanto el concepto de arte por el arte como los muchos tipos de arte de vanguardia que habían sido prohibidos como corruptos y criptocomunistas en Alemania.

El poeta nacional era D’Annunzio, un dandi que en Alemania o en Rusia habría sido enviado al pelotón de fusilamiento. Fue nombrado bardo del régimen debido a su nacionalismo y su culto al heroísmo, que de hecho estaban muy mezclados con las influencias de la decadencia francesa del fin de siècle.

Tomemos el futurismo. Uno podría pensar que se considerase una instancia de entartete Kunst, junto con el expresionismo, el cubismo y el surrealismo. Pero los primeros futuristas italianos eran nacionalistas; favorecieron la participación italiana en la Primera Guerra Mundial por razones estéticas; celebraron la velocidad, la violencia y el riesgo, todo lo cual de alguna manera parecía conectarse con el culto fascista de la juventud. Si bien el fascismo se identificó con el Imperio Romano y redescubrió las tradiciones rurales, Marinetti (quien proclamó que un automóvil era más hermoso que la Victoria de Samotracia y deseaba exterminar incluso la luz de la luna) fue nombrado miembro de la Academia italiana, que trató la luz de la luna con gran respeto.

Muchos de los futuros partidarios y los futuros intelectuales del Partido Comunista fueron educados por la GUF, la asociación fascista de estudiantes universitarios, que se suponía que era la cuna de la nueva cultura fascista. Estos clubes se convirtieron en una especie de crisol intelectual donde circulaban nuevas ideas sin ningún control ideológico real. No era que los hombres del partido toleraran el pensamiento radical, pero pocos de ellos tenían el equipo intelectual para controlarlo.

Durante esos veinte años, la poesía de Montale y otros escritores asociados con el grupo llamado Ermetici fue una reacción al estilo rimbombante del régimen, y a estos poetas se les permitió desarrollar su protesta literaria desde lo que fue visto como su torre de marfil. El estado de ánimo de los poetas Ermetici era exactamente el reverso del culto fascista de optimismo y heroísmo. El régimen toleró su disidencia descarada, aunque socialmente imperceptible, porque los fascistas simplemente no prestaron atención a ese lenguaje arcano.Todo esto no significa que el fascismo italiano fuera tolerante. Gramsci fue encarcelado hasta su muerte; los líderes opositores Giacomo Matteotti y los hermanos Rosselli fueron asesinados; la prensa libre fue abolida, los sindicatos fueron desmantelados y los disidentes políticos fueron confinados en islas remotas. El poder legislativo se convirtió en una mera ficción y el poder ejecutivo (que controlaba el poder judicial y los medios de comunicación) emitió directamente nuevas leyes, entre ellas las que pedían la preservación de la raza (el gesto formal italiano de apoyo a lo que se convirtió en el Holocausto).

La imagen contradictoria que describo no fue el resultado de la tolerancia sino de la desorientación política e ideológica. Pero fue una desorientación rígida, una confusión estructurada. El fascismo estaba filosóficamente fuera de lugar, pero emocionalmente estaba firmemente sujeto a algunos fundamentos arquetípicos.

Entonces llegamos a mi segundo punto. Solo había un nazismo. No podemos etiquetar el falangismo hipercatólico de Franco como nazismo, ya que el nazismo es fundamentalmente pagano, politeísta y anticristiano. Pero el juego fascista se puede jugar de muchas formas, y el nombre del juego no cambia. La noción de fascismo no difiere de la noción del juego de Wittgenstein. Un juego puede ser competitivo o no, puede requerir alguna habilidad especial o ninguna, puede o no involucrar dinero. Los juegos son actividades diferentes que muestran solo un “parecido familiar”, como lo expresó Wittgenstein. Consideren la siguiente secuencia:

1: abc, 2: bcd, 3: cde, 4: def

Supongamos que hay una serie de grupos políticos en los que el grupo uno se caracteriza por las características abc, el grupo dos por las características bcd, etc. El grupo dos es similar al grupo uno ya que tienen dos características en común; por las mismas razones, tres es similar a dos y cuatro es similar a tres. Tengan en cuenta que tres también es similar a uno (tienen en común la característica c). El caso más curioso es presentado en el cuatro, obviamente similar a tres y dos, pero sin ninguna característica en común con uno. Sin embargo, debido a la serie ininterrumpida de similitudes decrecientes entre uno y cuatro, queda, por una especie de transitividad ilusoria, un parecido familiar entre cuatro y uno.

El fascismo se convirtió en un término de uso múltiple porque uno puede eliminar de un régimen fascista una o más características, y seguirá siendo reconocible como fascista. Quitemos el imperialismo del fascismo y todavía tenemos a Franco y Salazar. Eliminemos el colonialismo y aún tendremos el fascismo balcánico de los Ustashes. Agreguemos al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y tendremos a Ezra Pound. Agreguemos un culto a la mitología celta y al misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y tendremos a uno de los gurús fascistas más respetados, Julius Evola.

Pero a pesar de esta confusión, creo que es posible esbozar una lista de características que son típicas de lo que me gustaría llamar Protofascismo (Ur-Fascism) o Fascismo Eterno. Estas características no se pueden organizar en un sistema; muchas de ellas se contradicen entre sí, y también son típicas de otros tipos de despotismo o fanatismo. Pero es suficiente que una de ellas esté presente para permitir que el fascismo coagule a su alrededor.

1. La primera característica del protofascismo es el culto a la tradición. El tradicionalismo es, por supuesto, mucho más antiguo que el fascismo. No solo era típico del pensamiento católico contrarrevolucionario después de la revolución francesa, sino que nació a fines de la era helenística, como reacción al racionalismo griego clásico. En la cuenca mediterránea, personas de diferentes religiones (la mayoría de ellas aceptadas indulgentemente por el Panteón romano) comenzaron a soñar con una revelación recibida en los albores de la historia humana. Esta revelación, según la mística tradicionalista, había permanecido oculta durante mucho tiempo bajo el velo de las lenguas olvidadas: en jeroglíficos egipcios, en las runas celtas, en los rollos de las religiones poco conocidas de Asia.

Esta nueva cultura tenía que ser sincretista. El sincretismo no es solo, como dice el diccionario, “la combinación de diferentes formas de creencia o práctica”; tal combinación debe tolerar contradicciones. Cada uno de los mensajes originales contiene una astilla de sabiduría, y cada vez que parecen decir cosas diferentes o incompatibles es solo porque todos aluden, alegóricamente, a la misma verdad primitiva.

Como consecuencia, no puede haber avance en el aprendizaje. La verdad ya se ha explicado de una vez por todas, y solo podemos seguir interpretando su oscuro mensaje.

Uno solo tiene que mirar el programa de estudios de cada movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se nutría de elementos ocultistas, tradicionalistas, sincréticos. La fuente teórica más influyente de las teorías de la nueva derecha italiana, Julius Evola, fusionó el Santo Grial con Los Protocolos de los Ancianos de Sión, alquimia con el Sacro Imperio Romano y Germánico. El hecho mismo de que la derecha italiana, para mostrar su mentalidad abierta, amplió recientemente su programa de estudios para incluir obras de De Maistre, Guenon y Gramsci, es una prueba evidente de sincretismo.

Si echamos un vistazo en los estantes que, en librerías estadounidenses, llevan la etiqueta New Age, podemos encontrar allí incluso a San Agustín que, hasta donde sé, no era fascista. Pero combinar San Agustín y Stonehenge, eso es un síntoma del protofascismo.

2. El tradicionalismo implica el rechazo del modernismo. Tanto los fascistas como los nazis adoraban la tecnología, mientras que los pensadores tradicionalistas generalmente la rechazan como una negación de los valores espirituales tradicionales. Sin embargo, a pesar de que el nazismo estaba orgulloso de sus logros industriales, su elogio del modernismo fue solo la superficie de una ideología basada en la Sangre y la Tierra (Blut und Boden). El rechazo del mundo moderno fue disfrazada como refutación de la forma de vida capitalista, pero se referían principalmente al rechazo del Espíritu de 1789 (y de 1776, por supuesto). La Ilustración, la Era de la Razón, es vista como el comienzo de la depravación moderna. En este sentido, el protofascismo puede definirse como irracionalismo.

3. El irracionalismo también depende del culto a la acción por la acción. Como la acción es hermosa en sí misma, debe realizarse antes o sin ningún reflejo previo. Pensar es una forma de mutilación. Por lo tanto, la cultura es sospechosa en la medida en que se identifica con actitudes críticas. La desconfianza en el mundo intelectual siempre ha sido un síntoma del protofascismo, desde la supuesta declaración de Goering (“Cuando escucho hablar de cultura llevo la mano a mi pistola”) hasta el uso frecuente de expresiones como “intelectuales degenerados”, “cabeza de huevo”, “Snobs effetes”, “las universidades son un nido de comunistas”. Los intelectuales fascistas oficiales se dedicaron principalmente a atacar la cultura moderna y la intelectualidad liberal por haber traicionado los valores tradicionales.

4. Ninguna fe sincrética puede resistir la crítica analítica. El espíritu crítico hace distinciones, y distinguir es un signo de modernismo. En la cultura moderna, la comunidad científica elogia el desacuerdo como una forma de mejorar el conocimiento. Para el protofascismo, el desacuerdo es traición.

5. Además, el desacuerdo es un signo de diversidad. El protofascismo crece y busca consenso explotando y exacerbando el miedo natural a la diferencia. El primer llamado de un movimiento fascista o prematuramente fascista es un llamado contra los intrusos. Por lo tanto, el protofascismo es racista por definición.

6. El protofascismo deriva de la frustración individual o social. Es por eso que una de las características más típicas del fascismo histórico fue apelar a una clase media frustrada, una clase que sufre una crisis económica o sentimientos de humillación política, y asustada por la presión de los grupos sociales más bajos. En nuestro tiempo, cuando los viejos “proletarios” se están volviendo pequeñoburgueses (y los lumpen están en gran medida excluidos de la escena política), el fascismo del mañana encontrará su audiencia en esta nueva mayoría.

7. Para las personas que se sienten privadas de una identidad social clara, el protofascismo dice que su único privilegio es el más común, nacer en el mismo país. Este es el origen del nacionalismo. Además, los únicos que pueden proporcionar una identidad a la nación son sus enemigos. Así, en la raíz de la psicología protofascista existe la obsesión de un complot, posiblemente internacional. Los seguidores deben sentirse asediados. La forma más fácil de resolver el complot es apelar a la xenofobia. Pero el complot también debe venir desde adentro: los judíos suelen ser el mejor objetivo porque tienen la ventaja de estar al mismo tiempo adentro y afuera. En los Estados Unidos, una instancia destacada de esta obsesión por el complot puede hallarse en El nuevo orden mundial de Pat Robertson, pero, como hemos visto recientemente, hay muchos otros.

8. Los seguidores deben sentirse humillados por la ostentosa riqueza y fuerza de sus enemigos. Cuando era niño me enseñaron a pensar en los ingleses como las personas de las cinco comidas. Comían con más frecuencia que los italianos pobres pero sobrios. Los judíos son ricos y se ayudan mutuamente a través de una red secreta de asistencia mutua. Sin embargo, los seguidores deben estar convencidos de que pueden abrumar a los enemigos. Por lo tanto, mediante un cambio continuo de enfoque retórico, los enemigos son al mismo tiempo demasiado fuertes y demasiado débiles. Los gobiernos fascistas están condenados a perder guerras porque son constitucionalmente incapaces de evaluar objetivamente la fuerza del enemigo.

9. Para el protofascismo no hay lucha por la vida, más bien la vida se vive para la lucha. Por lo tanto el pacifismo es una concesión con el enemigo. Es malo porque la vida es una guerra permanente. Esto, sin embargo, trae un complejo de Armageddon. Dado que los enemigos tienen que ser derrotados, debe haber una batalla final, después de la cual el movimiento tendrá el control del mundo. Pero tal “solución final” implica una nueva era de paz, una Edad de Oro, que contradice el principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista ha logrado resolver esta situación.

10. El elitismo es un aspecto típico de cualquier ideología reaccionaria, en la medida en que es fundamentalmente aristocrática, y el elitismo aristocrático y militarista implica cruelmente el desprecio por los débiles. El protofascismo solo puede abogar por un elitismo popular. Todos los ciudadanos pertenecen a las mejores personas del mundo, los miembros del partido son los mejores entre los ciudadanos, cada ciudadano puede (o debe) convertirse en miembro del partido. Pero no puede haber patricios sin plebeyos. De hecho, el Líder, sabiendo que su poder no le fue delegado democráticamente sino que fue conquistado por la fuerza, también sabe que su fuerza se basa en la debilidad de las masas; son tan débiles que necesitan y merecen un gobernante. Dado que el grupo está organizado jerárquicamente (según un modelo militar), cada líder subordinado desprecia a sus propios subordinados, y cada uno de ellos desprecia a sus inferiores. Esto refuerza el sentido del elitismo de masas.

11. Desde esa perspectiva, todos son educados para convertirse en héroes. En cada mitología, el héroe es un ser excepcional, pero en la ideología protofascista, el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo está estrictamente vinculado con el culto a la muerte. No es casualidad que un lema de los falangistas fuera Viva la Muerte –en español, en el original, con la aclaración “Long Live Death!”. En las sociedades no fascistas, al público lego se le dice que la muerte es desagradable, pero debe enfrentarse con dignidad; a los creyentes se les dice que es la forma dolorosa de alcanzar una felicidad sobrenatural. Por el contrario, el héroe protofascista ansía la muerte heroica, anunciada como la mejor recompensa por una vida heroica. El héroe protofascista está impaciente por morir. En su impaciencia, envía con renovada frecuencia a otras personas a la muerte.

12. Dado que tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el protofascista transfiere su voluntad de poder en asuntos sexuales. Este es el origen del machismo (que implica tanto desdén por las mujeres como intolerancia y condena de los hábitos sexuales no estándar, desde la castidad hasta la homosexualidad). Dado que incluso el sexo es un juego difícil de jugar, el héroe protofascista tiende a jugar con armas (y al hacerlo se convierte en un ejercicio fálico ersatz).

13. El protofascismo se basa en un populismo selectivo, un populismo cualitativo, se podría decir. En una democracia, los ciudadanos tienen derechos individuales, pero la ciudadanía en su totalidad sólo tiene impacto político desde un punto de vista cuantitativo: uno sigue las decisiones de la mayoría. Sin embargo, para el protofascismo, los individuos como individuos no tienen derechos, y el pueblo se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la voluntad común. Como ninguna gran cantidad de seres humanos puede tener una voluntad común, el Líder pretende ser su intérprete. Habiendo perdido su poder de delegación, los ciudadanos no actúan; solo están llamados a desempeñar el papel del pueblo. Así, el pueblo es solo una ficción teatral. Para tener un buen ejemplo de populismo cualitativo, ya no necesitamos la Piazza Venezia en Roma o el estadio de Nuremberg. Hay en nuestro futuro un populismo de TV o de Internet, en el que la respuesta emocional de un grupo seleccionado de ciudadanos puede presentarse y aceptarse como la Voz del Pueblo.

Debido a su populismo cualitativo, el protofascismo debe estar en contra de los gobiernos parlamentarios “podridos”. Una de las primeras oraciones pronunciadas por Mussolini en el parlamento italiano fue: “Podría haber transformado este lugar sordo y sombrío en un campamento para mis manípulos” (los “manípulos” son una subdivisión de la legión romana tradicional). De hecho, inmediatamente encontró mejores viviendas para sus manípulos, pero un poco más tarde liquidó el parlamento. Donde sea que un político arroje dudas sobre la legitimidad de un parlamento porque ya no representa la Voz del Pueblo, podemos oler el protofascismo.

14. El protofascismo habla Neolengua. Neolengua fue inventada por Orwell, en 1984, como el idioma oficial de Ingsoc, el socialismo inglés –en la novela de George Orwell. Pero los elementos del protofascismo son comunes a las diferentes formas de dictadura. Todos los libros escolares nazis o fascistas utilizaron un vocabulario empobrecido y una sintaxis elemental para limitar los instrumentos del razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar listos para identificar otros tipos de Neolengua, incluso si toman la forma aparentemente inocente de un popular programa de entrevistas.

En la mañana del 27 de julio de 1943 me dijeron que, según informaba la radio, el fascismo se había derrumbado y Mussolini estaba bajo arresto. Cuando mi madre me envió a comprar el diario, vi que los periódicos del puesto de diarios más cercano tenían títulos diferentes. Además, después de ver los titulares, me di cuenta de que cada periódico decía cosas diferentes. Compré uno de ellos, a ciegas, y leí un mensaje en la primera página firmado por cinco o seis partidos políticos, entre ellos la Democrazia Cristiana, el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partito d’Azione y el Partido Liberal.

Hasta entonces, creía que había un único partido en cada país y que en Italia era el Partito Nazionale Fascista. Ahora estaba descubriendo que en mi país podían existir varios partidos al mismo tiempo. Como era un niño inteligente, inmediatamente me di cuenta de que muchos partidos no podían haber nacido de la noche a la mañana, y debieron haber existido durante algún tiempo como organizaciones clandestinas.

El mensaje en el frente celebraba el fin de la dictadura y el retorno de la libertad: libertad de expresión, de prensa, de asociación política. Estas palabras, “libertad”, “dictadura”, “liberación”, ahora las leía por primera vez en mi vida. Renací como un hombre occidental libre en virtud de estas nuevas palabras.

Debemos mantenernos alertas, para que el sentido de estas palabras no sea olvidado nuevamente. El protofascismo todavía está a nuestro alrededor, a veces en ropa de civil. Sería mucho más fácil para nosotros si apareciera en la escena mundial alguien diciendo: “Quiero reabrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar en las plazas italianas”. La vida no es tan sencilla. El protofascismo puede volver bajo el disfraz más inocente. Nuestro deber es descubrirlo y señalar con el dedo a cualquiera de sus nuevas instancias, todos los días, en todas partes del mundo. Vale la pena recordar las palabras de Franklin Roosevelt del 4 de noviembre de 1938: “Aventuro la desafiante declaración de que si la democracia estadounidense deja de avanzar como fuerza viva, buscando día y noche por medios pacíficos mejorar la suerte de nuestros ciudadanos, el fascismo crecerá con fuerza en nuestra tierra”. La libertad y la liberación son una tarea interminable.

Déjenme terminar con un poema de Franco Fortini:

Sulla spalletta del ponte
Le teste degli impiccati
Nell’acqua della fonte
La bava degli impiccati.

Sul lastrico del mercato
Le unghie dei fucilati
Sull’erba secca del prato
I denti dei fucilati.

Mordere l’aria mordere i sassi
La nostra carne non è più d’uomini
Mordere l’aria mordere i sassi
Il nostro cuore non è più d’uomini.

Ma noi s’è letto negli occhi dei morti
E sulla terra faremo libertà
Ma l’hanno stretta i pugni dei morti
La giustizia che si farà.

* * *

En la banquina del puente

Las cabezas de los ahorcados

En el agua de la fuente

La baba de los ahorcados.

En el pavimento del mercado

Las uñas de los fusilados

En la hierba seca del prado

Los dientes de los fusilados.

Mordiendo el aire, mordiendo las piedras

Nuestra carne ya no es humana

Mordiendo el aire, mordiendo las piedras

Nuestro corazón ya no es humano.

Pero leímos en los ojos de los muertos

Y traeremos libertad a la tierra

En los puños apretados de los muertos

Está la justicia a la que cada uno se aferra

(Traducción del italiano cotejada con su versión en inglés de P.M.)

 

* Traducción y edición de Pablo Makovsky. El criterio de traducción de “ur-fascism” fue aclarado en el prólogo. No hay hipervínculos porque no los había en la edición original. De todos modos, se agregaron aclaraciones entre guiones con el fin de ayudar a la lectura.

conectada
Sobre el autor:

Acerca de Umberto Eco

Acaso Umberto Eco no necesite introducción. Lo que popularmente supimos sobre semiótica a fines de los 80 y los 90 llevaba su firma. Además, Eco publicó ficciones, como El nombre de la rosa, que no sólo esparcieron su teoría, sino que lo convirtieron en un autor accesible, capaz de dotar a cada mortal de un […]

Ver más