Si existe Barrio Martin podría existir Barrio Martina, dice Martina Sierra en Urbanismo personal. Florencia Giusti fantasea en perros estrellas canciones a una Sylvia Plath vista por última vez en el Parque Independencia. Fernanda Jurado nos sumerge en una serie de poemas (Ahora que no soy atleta) que componen una suerte de come of age de la infancia, la adolescencia a la juventud, o entre eso que fue y pudo ser y el futuro cercano o inminente.
Las tres nacieron entre el año 1989 y el 1998 cuando yo transitaba primero mi adolescencia y más tarde mi juventud. Flor es rosarina y la cruzo seguido en algún bar escuchando alguna bandita local, en muestras plásticas o en lecturas de poesía. Fernanda nació en Elortondo y la conocí en plena pandemia, de manera virtual, cuando en el marco del Festival Internacional de Poesía publicamos un día en la residencia. A Martina, que es de Pergamino, una vez la escuché hablar por la radio. Las tres editaron sus poemas a partir del Concurso Municipal de Poesía Felipe Aldana 2023 de la Editorial Municipal de Rosario. Los poemarios me llegaron en el verano rosarino y los leí en un fin de semana de carnaval. Hacía calor. La lectura me resultó frugal, fresca, vital. ¿Será que también captaba allí algo que cabe en el término “joven”? Seguro que sí, pero habitualmente me resisto a definir cualquier cosa que suene a poesía joven, narrativa joven, arte joven, hasta periodismo joven.
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Las escenas de la vida cotidiana, la salida al super chino, la experiencia urbana, recorrer la ciudad en bici, el recuerdo de la Coca Cola en envase de vidrio, la moto, el viento en la cara, las amigas, las calles, los recitales, las escenas de las series, el algoritmo, el horóscopo, el vaciar la papelera de reciclaje, me colocaron tal vez en una zona ordinaria que se me hizo despojada de reglas y de posibles juicios. ¿Será así? ¿Entonces se escribe como se desea?
Dice Flor Giusti: “Me interesa que se trasluzca en mi poesía la despreocupación, que se vea en el poema algo del orden del procedimiento. No me interesa que quede súper ajustado”.
Fernanda Jurado se toma del poema de Allen Ginsberg “Improvisación en Beijing” que en un verso dice: “Escribo poesía ‘Primer pensamiento, mejor pensamiento’, siempre”. “No sé si para él esta frase estaba vinculada al budismo o a alguna otra cosa pero yo la leo y pienso en lo genuino de un primer pensamiento, de una primera idea, de un primer sentimiento. A veces puede no funcionar. Me siento despreocupada cuando juego con el primer pensamiento”.
Para Martina se trata de pensar en reglas. Pero no porque diga: ‘ay quiero escribir sin reglas’. “Al contrario, siento que me beneficiaría saber un poco más y tener más herramientas. Pero mis formaciones han sido informales y no académicas. A la vez, si releo y veo mis poemas pienso que siguen ciertas reglas. Cada poema tiene sus propias reglas. Para mí lo importante es que el poema funcione”, dice Martina Sierra.
En la escritura de las tres se cifran la idea de hermandad, de compañía perfecta. Hay un nosotros, una generación, y mejor: una comunidad. Se lee ahí una época, vicencias compartidas y situadas, un clima que provoca la evocación de aquella hermosa obra de Ángeles Ascúa (tapiz de lana sobre lienzo): “Si tuviste la suerte de vivir en Rosario de joven, Rosario te acompañará vayas adonde vayas por el resto de tu vida, porque Rosario es una fiesta que no termina nunca”.
—Alguna vez la poeta rosarina Mirta Rosenberg dijo que los jóvenes debían desarrollar “una voz propia, un estilo o lo que hace de un poeta un poeta en vez de un seguidor de algún decálogo”. ¿Cuál es el decálogo que no siguen? ¿A contrapelo de qué van sus poesías?
—Flor Giusti: Me interesa la idea de decálogo, para pensar en un diccionario personal; más o menos propio; más o menos sensible; digo más o menos porque todo lo que pasa en la escritura me parece una suerte de aproximación. Intentar aproximarse a la imagen en el poema que una está buscando, o quizás no. Seguir ese impulso, que a veces no entiendo muy bien para dónde va. Hay algo que se me presenta como una idea, una imagen y después intento armar una narrativa, como en este proyecto.
—Fernanda Jurado: Creo que si uno va buscando una voz propia va un poco a contrapelo de todo. Aunque no podamos desprendernos de la herencia cultural o de cualquier obra con la que hayamos tenido contacto, por mi parte voy intentando que mi voz no se pierda en ese bagaje, que aparezca algo distintivo, un tesoro que solo tengo en mi corazón. Me parece que no hay que temerle a las formas, hay que explorarlas, hacerlas propias y después mudarse. No sé si en algún momento se abandona el movimiento. En esa apropiación aparecen las imágenes más auténticas. Lo que no creo posible es que alguien te instruya o te diga cuál es la forma. Y eso es difícil, porque es corriente que busquemos algo afuera, una validación. Crear una voz propia debe ser una de las cosas más difíciles y lindas. Algunas instrucciones fueron muy útiles para mí en ciertos momentos, después las abandono, busco otras, nuevos decálogos, nuevos sentidos.
—Martina Sierra: La rima jajaja. No sé, trato de no pensar en las reglas implícitas o explícitas que no sigo. Porque si no me lleva pensar en todo lo que “mi poesía no es”. Quiero escribir lo que a mi me gusta escribir y me gustaría leer. Si en eso omito reglas ajenas o no, y bueno.
—Para muchos la poesía ha sido un género menor, marginal, tanto que las grandes editoriales la siguen esquivando. ¿Cómo viven la poesía? ¿A quiénes leen? ¿Cómo la militan en bares, slams, fanzines, plaquetas?
—F.G: ¡No me gusta la palabra marginal! Prefiero decir que sí, un poco la poesía se arma como una red desde los bordes; algo que nos gusta mucho discutir y comentar con mis compañerxs, amigxs. Para mi esa red es fundamental. Entiendo que la poesía está ahí y no en otro lugar. Por eso es tan importante para mí estar dando vueltas por la ciudad la mayoría de los fines de semana: en ferias, presentaciones, recitales, bares… Después claro, hay un trabajo con la escritura, la lectura, que viene después, en el día, en la semana, cuando una puede/debe hacerse tiempo para conectar con los textos, para que toda esa data interna decante, se inscriba en la voz, en el poema. Siento que me nutro de esas experiencias para escribir, porque son parte de mis movimientos externos/internos. La poesía, la literatura, es parte de mis condiciones materiales. Con sus dificultades, idas y vueltas. Lo tomo con mucho compromiso. Cuando pude entender eso, que la poesía, además de estar en el plano del deseo, del trabajo con una obra, podía además, por ejemplo, estar más cerca del plano de la existencia: ir al supermercado, etc. Me ayudó a pensarme. La artista y docente, Claudia del Río dice en una entrada de Ikebana Política que me ayuda a pensar: “Un autor es alguien que se banca sus límites, su autobiografía, su formación, su economía” (…)
—F.J: Hay momentos en los que muchas cosas me hacen pensar en la poesía. En que el encuentro con la poesía es total, en la calle, en el cine, en mi diario. No puedo ver las cosas de otra forma. Pero también hay momentos en los que hay que propiciar ese modo de ver y estar en contacto con el mundo. Ir a un taller, a una lectura, sentarme a escribir el diario, pasarme poemas con amigxs, leer. A veces aparece un miedo de perder ese estado, pero creo que no tengo que tener miedo porque siempre vuelve. También vivo la poesía en la facultad y me gusta mucho la búsqueda en ese terreno. Siempre esperé cursar ciertas materias o estudiar algunos autores o autoras que me gustan mucho. Y la facultad siempre me sorprendió para bien. Es un sostén que me mantiene cerca de mis intereses y deseos.
—M.S: Es verdad que la poesía sigue siendo bastante marginal. Lamentablemente, no creo hacer mucho para difundirla y todo lo contrario, mi relación con la poesía y la escritura es algo que suelo mantener en privado, lo tomo como algo muy personal. Quizás con la salida del libro me abrí un poquito más. Pero a veces cuando me tengo que presentar y decir quién soy me olvido decir que “soy poeta” pero no a propósito, sino porque de verdad es algo íntimo para mi. Creo que esto empezó porque me daba vergüenza que mis poemas sean demasiado personales o cursis de alguna manera o que lo que escribí a alguien le llegue a ese alguien. Ahora eso ya no me importa tanto. Lo más cerca que estoy de militar la poesía es cuando invito a mis amigas que no son tan “de la poesía” a escucharme leer en algún evento. Ese es mi granito de arena, ah.
—En sus poemas hay música, algoritmos, paisaje urbano, juventud, amigues, sexualidad, vida cotidiana. ¿Cómo encuentran esa voz propia? ¿Acaso sienten ser algo así como la voz de una generación?
—F.G: En los poemas de este libro hay un juego con la enumeración que me interesa. Cuando trabajé el libro con Daniel GH él me había sugerido sacarle las comas y que el título sea un sintagma único, como una suerte de bloque de sentido. Eso me gustó. Siento además que hay una voz en los poemas que está un poco corrida, intenta dar/traslucir una idea de generación un poco ingenua. Cuando volví a leer el libro en su versión final me di cuenta de eso: parece una voz de una generación o tiempo que ya pasó. La mayoría de los poemas son escritos entre el 2018, 2019… había como una idea, creo yo, más positiva: de las relaciones, de la política… ¡de los ###! jaja. En uno de los poemas las chicas los usan para saludar a sus otras amigas, decirse cosas lindas, desde otra parte del mundo. Fijate lo que pasa ahora en el mundo digital. La voz está corrida. Queda medio fuera de época, eso me gusta. Ay, Sí, me interesa esa idea de generación, pero aún no sé si puedo pensarme ahí. O mejor: sí, pero desde la fantasía. Cuando era más chica, me imaginaba ideas tontas con amigxs y no tanto. Sobre qué idea tendrán de mí dentro de ¿diez, veinte, treinta años? ¿tendremos un nombre especial? ¿nos enseñarán en la Facultad de Letras de Rosario? ¿entraremos en alguna historia de la Literatura Argentina? Yo, mis amigos, mi editorial de fanzines etc.. no lo sé. Mejor. La idea sería seguir haciendo cosas, me sirve mucho la intuición a mí, no sé como explicarlo bien, pero siento que a la literatura entro más bien por intuición. No sé si tengo otra cosa más que eso.
—F.J: Me gustó mucho que después de que amigxs estudiantes o amigxs de mi pueblo leyeran el libro me hablaran de cómo habían resonado esas imágenes del pueblo, del deporte en la adolescencia, de lo cotidiano en ellos. El sentimiento común es algo muy lindo. No sé, supongo que hay temas comunes en nuestra generación, universos compartidos. Me gusta jugar con eso, a veces intento ser cuidadosa con algunos temas para no caer en un lugar común pero bueno, es medio inevitable. Tampoco le tengo miedo al lugar común pero busco la forma de que tenga algo especial, algo que se distancie, que se rompa.
—M.S: En el primer capítulo de Girls, Hannah dice “I think that I may be the voice of my generation. Or at least a voice, of a generation” (“Creo que puedo ser la voz de mi generación. O una voz, de una generación”) Entonces me podría llegar a sentir un poco así, una voz, de qué, no sé. Creo que para ser la voz de parte de una generación debería tener más popularidad o ser más leída, cosa que no sucede. Igual eso debe conllevar cierta responsabilidad y peso. Aunque algunas personas me dijeron que se sintieron identificadas con el poema “Quisiera ser rosarina” y eso me dio como cierto alivio porque me gusta que sea una vivencia compartida. Si tuviera que decir de dónde sale mi voz propia, es bastante de la combinación de personajes de los contenidos que consumo. Ya sea la TV, series, películas, newsletters o podcasts. No tanto porque intente inspirarme de ellos sino más que nada porque te terminan influenciando de alguna manera. También lo que vivo cuando salgo a la calle. Así como me encanta consumir contenidos que hablan de cómo es vivir en New York, Los Ángeles o Buenos Aires me gusta como crear cierta narrativa sobre la vida en Rosario, que para mi es muy importante. En fin, todo sale de la multidisciplinariedad que hay en mi cabeza.
