Febrero de 2003, Provincia de Corrientes, República Argentina.
Ana me llamó y me dijo que vaya. Ya, en estos dÃas, si es posible mañana. El embarazo la tiene mal y debe hacer reposo. Le dije que sÃ, que voy. Espera para abril y son los últimos dÃas de febrero.
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Odio Corrientes en verano. Es muy calurosa y agobia.
Para convencerme, la Negra me recordó al pasar los encantos del aire acondicionado. Pobre, yo irÃa lo mismo, aunque me derritiera.
Me molesta que haya quedado embarazada. No anda bien con el marido. La nena más chica va a cumplir once años y ella ya tiene treinta y uno. Además, tiene ese trastorno de salud que nunca encuentran qué es. Ha peregrinado por especialistas que la derivan y la estudian, la ha llevado el Kelo en medio de un ataque al hospital y lo único que le dicen es que está estresada.
Los médicos, en cuanto ven una mujer jadeando, le cuelgan el rótulo. Inútil que una les diga que además de faltarle el aire a veces se queda sin poder hablar o por unos minutos no ve nada. Siempre es estrés. Preguntan si se llevan mal, si las tareas de la casa, si el dinero…
O no saben nada o casi todas las mujeres de Corrientes caen en los médicos por cualquiera de esas causas. Es triste.
Y con mi nieto Diego, ¿qué hago? Mi hija Sonia no lo quiere en su casa.
Yo tampoco lo quiero en la mÃa. Es encantador, pero abandonado por la madre y no querido por el padre encontró refugio en una patota de chicos en condiciones similares. No estudia, pierde tiempo, roba cosas para regalar a sus amigos y ¿tengo que dejarlo en casa?
Sonia no quiere saber nada con él, la pelea es total, ni siquiera se hablan, yo no sé qué hacer.
No quiero obligarlo a volver con su madre.
Siempre creà que a los adolescentes hay que dejarles una puerta abierta, y por lo visto la mÃa es la única o parece serlo.
Por lo tanto, cuando me vaya a Corrientes, quedará solo. El padre le manda algún dinero todos los meses. Con eso comerá, espero.
Le diré a Sandra que le dé un poco todas las semanas, para evitar problemas mayores. Estando yo en Corrientes, no tengo de dónde sacar dinero, como no sea de mi jubilación o del alquiler del localcito. Pero mi jubilación se la mando a Victoria, la más chica, que está estudiando en Rosario. ¿Por qué en Rosario, si vivimos en Corrientes? La respuesta no es linda. Acá la universidad está corrompida. En Medicina si no pagás por izquierda no aprobás, aunque sepas. Por lo menos eso le sucedió a la pobre Gorda, que estuvo tres años tratando de entrar, hasta que se deprimió. Entonces me la llevé a vivir al Brasil, a aprender portugués y hacer un curso de pintura.
Vivimos un año ahÃ. Ana vino a pasar las vacaciones de julio con las nenas y se compró una mesa con seis sillas, chocha de la vida porque le salió baratÃsima. Eso fue el 2000. En septiembre la mandé a Victoria a Rosario y entró en Medicina aprobando todos los exámenes con buenas notas.
Yo volvà a Mercedes, lugar chato y feo si los hay, por lo menos para mÃ. Nunca pude verlo lindo. Llegué a escribir un artÃculo paquete en un diario de Buenos Aires diciendo que era un paraÃso, pero no era cierto.
Es, como dijo un diputado radical una vez, la madriguera de la oligarquÃa terrateniente. Pero yo estoy condenada a vivir acá hasta que se resuelvan dos juicios que tengo: uno por alimentos y otro por sesenta meses de sueldo que la provincia me debe.
AquÃ, eso lleva décadas.
Las sentencias están, lo que no está es la plata o, para decirlo mejor, la plata está, lo que no está es la voluntad de pagar.
¿Pero cómo hago ahora para ir a Corrientes?
Hay cosas que no puedo dejar acá. Se perderÃan, por asà decirlo.
Asà que cargada con la PC, el equipo de música y la video, me voy a Corrientes. Es un engorro, pero no queda otra.
Cuando conseguà meter todo en la combi resultó que estaba por llover y el chofer no tenÃa con qué tapar el equipaje, asà que tuve que buscar un mantel de hule nuevo que tenÃa guardado en una de las cajas para tapar los bolsos de todos los pasajeros, no solamente los mÃos.
Cuando llegué me dolÃa un riñón de estar sentada tres horas en un vehÃculo con malos amortiguadores.
Le hice la cruz a la combi.
Ana no está bien. Le dieron un montón de remedios e inyecciones. Le duelen mucho los huesos de la cadera, y dice que el dolor la despierta a las cinco de la mañana. La atiende Nerina, su médica de años. Yo no la conozco. También atiende a Claudia de su hiperprolactinemia. Con los medicamentos que le dio logró quedar embarazada y tendrá en septiembre.
Claudia adora a Ana. En realidad, todos la adoramos. Cuando llegan las fiestas y nos juntamos en casa no vemos la hora de que llegue con sus nenas. Mis otros cinco hijos a veces se pelean entre ellos, pero nadie se pelea con Ana, nunca. Es algo imposible.
Yo al Kelo medio lo quiero mucho, medio no lo puedo ver, porque de ser un tipo encantador se convierte de golpe en un maleducado terrible, ordinario y gritón.
El año pasado la Negra lo habÃa dejado por eso. Estaba harta, pero después de unos meses lo fue a buscar. Se sintió sola y él estaba  yendo al siquiatra, que después de unos estudios le dijo que tenÃa algo en el cerebro, un problema quÃmico, y lo medicó.
Un tiempo anduvo hecho una seda. Pero la medicación no es compatible con la bebida y él está acostumbrado al asado y al vinito del domingo.
Hasta el año pasado fue gerente de un supermercado que aceptó muchos bonos del gobierno provincial y luego cerró.
Anduvo unos meses sin trabajo, cobrando la indemnización en cuotas y el seguro de desempleo. Ahora está de nuevo de gerente en otro supermercado que se abrió hace poco.
Me dice que está en negro y que piensa seguir en negro, porque si no deberÃa renunciar al seguro de desempleo y está pagando la cuota del auto.
—¿Y la Obra Social? —le pregunté—. No podés tener a Ana sin Obra Social justamente ahora.
No, si él ya sacó todas las cuentas. Nerina la va a internar en la ClÃnica del Iberá y le va a salir mil pesos todo. Como vendió el auto de Ana porque en su estado ella no puede manejar, no hay problema.
A mà eso no me gusta, pero él parece muy seguro.
