Beatriz acomoda el micrófono acercándolo a su boca y espera la primera pregunta mirando la taza de café. Como en una previa, tomamos dos tazas cada uno mientras charlábamos y las facturas interrumpían nuestras bocas llenas de harinas y gluten. A mis preguntas responde confirmando que componer sus dos libros más recientes (uno de ensayos, otro de obituarios, por dos editoriales distintas, ambos de inminente presentación) implicó un arduo trabajo de archivo y charlas con el editor o editora. Podré recordarte sin que me interrumpas. Obituarios reunidos 2013-2023 (La Gran Nilson, Buenos Aires, 2024), se presentará el próximo sábado 18 de mayo a las 19 horas, con una charla en Cuidamos tu cabello Peluquería + Libros (Riobamba 1387, Rosario), donde tuvo lugar este desayuno-entrevista. Canción de la derrota. Ensayos reunidos 1990-2023 (7 Vidas Ediciones, San José del Rincón, 2024) será presentado por Marcelo Britos y Magdalena Aliau el miércoles 6 de junio en Oliva Libros (Entre Ríos 579, Rosario).

“Yo sola no hubiera podido armar ese corpus, que es muy sólido. Eso les decía tanto a Patricio Bordes (7 Vidas) como a Alejandra Correa (La Gran Nilson), miren que se va a enojar la gente cuando lea estas cosas. Pero justamente es la idea, porque la potencia del ensayo, la riqueza del género, está en que uno expresa un pensamiento y hay una toma de posición; sobre todo cuando el ensayo es político. Yo trato temas culturales, pero con una proyección hacia lo político”, resume la autora.

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Una pena observada

La editorial Iván Rosado publicó este año "Tiempo de más", tercer volumen de los diarios que Alberto Giordano lleva en una red social.

—En “Canción de la derrota”, el texto que lleva el título, cada una de las derrotas posibles es explicada con una lógica de lo inevitable y a la vez tan humano como la vida misma. Al cabo sería imposible estar vivo sin haber sido derrotado y sería conveniente no una vez, sino muchas derrotas. Pensando en lo autobiográfico, ¿llegaste a ese punto en un momento difícil de tu vida? Porque a modo de testimonio pone de manifiesto unas cuantas derrotas, neoliberales y sociales.

—“Canción de la Derrota” era una nota que había sacado en la contratapa de Rosario/12. La escribí cuando Argentina quedó fuera del Mundial de 1994, tras el doping que le dio positivo a Maradona. Yo vivía a arroz en una pensión del barrio San Telmo. Bajaba caminando por una calle con la fotocopia del original escrito a máquina hasta la redacción del Página 12 de Buenos Aires y desde ahí lo enviaban por fax al Rosario/12. Una vez ahí, para publicarlo como contratapa lo tenían que picar, es decir, retipearlo íntegro. Y salía con errores, no existía el copiar y pegar. Párrafo aparte, hay un proceso ensayístico en mí que se formó con esa técnica. Porque cuando se está ante una máquina de escribir no hay mucha posibilidad de corregir. Se puede usar liquid paper, pero hasta ahí nomás. Tampoco dan ganas de andar pasando en limpio todo: una se planta frente la máquina con la actitud de escribir la versión definitiva. Eso tenían mis ensayos de los años ‘90, que después no lo tuvieron. Todos los textos del libro tienen en común esta cuestión de la deriva, que van como partiendo de un tema y navegando a través de distintas disciplinas y el timón es la prosa. Salvo dos claramente monográficos (“Fenomenología del aburrirse en las fiestas” y el ensayo sobre la serie Kung Fu), todos mis ensayos tienen eso en común, algunos son incluso más narrativos y fueron publicados en la sección contratapa de Rosario 12. Lo mismo que algunos de los obituarios, que son como más libres, más abiertos, pero por ser contratapas tienen esa forma. El más viejo de los ensayos es del año 1990 y el más nuevo es del año pasado y, obviamente, fue hecho en computadora. Uso computadora recién desde el año 2000.

—¿Pueden ayudarnos estos dos libros a pensar y vivir este momento presente de la historia como un punto de inflexión, como una bisagra entre dos siglos?

—Es la idea, este es un tiempo bisagra. Siguiendo a (Eric) Hobsbawm, para quien el siglo XX empezó con la Primera Guerra Mundial, yo diría que, para mí, el comienzo del siglo XXI lo marcó la pandemia. Publicar estos libros ahora, es una manera también de despedir al siglo XX. Uno de los ensayos más recientes del libro Canción de la derrota, “El ojo blindado”, fue cuando había ido a cubrir una muestra, después de la pandemia. Empecé de a poco a salir, ir de nuevo a ver muestras y fui a una sala de arte a ver unas obras, cuadros con pinturas e hice lo que hago siempre, que es fotografiar; ir con el celular y fotografiar de lejos, de cerca, sacar la firma. La mujer que estaba ahí cuidando el lugar empezó a paranoiquear y me echó prácticamente de la sala. Tuve que salir corriendo de ahí porque faltaba que llamaran al 911. Era tan grave la paranoia de la gente de vigilancia que me expulsaron mintiéndome. Me dijeron que iban a cerrar, y me sentí muy ofendida. No usé el reflejo de agresión; me salía más barata la huida, era menos costosa en lo social. Pero la ofensa no se me fue y no podía parar de escribirlo. Me fui al bar del café de la Alianza Francesa y me senté a escribir en el teléfono. De ahí salió un ensayo que es una reflexión sobre cómo ha cambiado el sentido de la mirada.

—Volviendo a ese texto de 1994…

—…es la canción de la derrota del tiempo del menemismo y del efecto tequila. Fue como un desplazamiento (en el sentido en el que Sigmund Freud, en La interpretación de los sueños, habla de los mecanismos de condensación y de desplazamiento), donde todo el dolor de la situación económica, política y social lo expresamos frente al fútbol, incluso gente que no era futbolera. Porque nos habían cortado las piernas a nosotros. El Diego puso en palabras lo que nos tocaba como sociedad. Fue el vocero del emergente, diría Pichon Riviére. Es como el análisis que hace Pichon Riviére de la obra teatral Stefano, de Armando Discépolo, donde está toda la familia hundida en la miseria y el fracaso, y el padre en su delirio de grandeza cree que va a ser un gran artista. Es el “tano” que viene a hacer la América, pero le sale todo mal. Está metido en una pieza de conventillo con toda su familia, tiene un hijo loco, en realidad están todos locos, pero ese hijo es el vocero que expresa el malestar. El clímax de la obra es cuando este hijo, que hasta entonces no habló, cuenta un sueño. Se para arriba de la cama y abre los brazos en cruz y dice: “¡Soñé que el barco se hundía y que yo los salvaba a todos!”. Y todos llorando, porque es la vida de todos nosotros, de nuestros abuelos. En “Canción de la derrota” está escrita en clave, como en un sueño, la derrota de la clase obrera a manos del neoliberalismo. Ya llevamos más de 30 años sin animarnos a hablar de esta derrota y ahora hay que hablarla, aunque sea como canción.

—No es común compilar el género obituario. ¿Cómo fue responder a ese desafío?

—Es un libro raro, sí, un género difícil. Bordea el riesgo de lo cursi, pero mantiene la dignidad, como vos bien subrayaste por ahí en mi prólogo al libro. Como dice Mijaíl Bajtín en uno de sus ensayos, es después de la muerte cuando podemos entender lo que fue el sentido de una vida. Después de la muerte es cuando podemos abrazar esa vida y comprenderla en su completitud. Entre estas 23 vidas concluidas, el menos conocido, pero el más cercano (o uno de los más cercanos) para mí en afecto, era Ernesto Postiglione. Él encarnó la vida del aventurero, era muy de otro tiempo. Una vez me dijo que saltar al vacío fue lo que valió en su vida. Había hecho de todo: bombero forestal, había criado truchas, era traductor, se había dedicado al comercio y a toda una aventura espiritual también, porque estuvo en distintas escuelas y corrientes místicas y espirituales, muy profundamente inmerso en cada una de ellas. Enseñaba biodanza. Hizo todo un camino de búsqueda también en sus viajes; un tipo que pensabas que no se iba a morir nunca. Era el que se tomaba su juguito de naranja todas las mañanas. Lo veía siempre en el restaurante vegetariano; todos nosotros chupando, fumando, y él siempre con su juguito y su comidita sana y se murió a los 54 años y no lo podíamos creer. Pero además vos lo mirabas en el cajón y lo seguías viendo vivo, era como la frase “Luca not dead”. Era imposible creer que hubiera muerto alguien tan vivo.

—En tu libro de obituarios está presente también el proceso de la pérdida afectiva.

—Sí. Otro de mis muertos del libro es el pintor Carlos Andreozzi. ¿Te acordás que te caí en la peluquería ese día en que me enteré de que murió y tuve que escribir el obituario? Estaba hecha pelota. Nadie lo sabe ni creo recordar habérselo dicho a tiempo, pero fue una inspiración clave detrás de mi novela Molinari baila. ¿Cómo alguien tan enormemente vital pudo ser derrotado por un microscópico virus? Y esto es algo que vos citás también del prólogo: estos obituarios reunidos tuvieron un arduo trabajo de edición donde los pulimos de todo lo coyuntural, de todo lo que no fuese mi escritura. Después también en formato reseña póstuma están mi hermana Lardi Vignoli y la poeta y música Rosario Bléfari, a quienes en el momento de la muerte no les escribí obituarios sino poemas. Y esta revista REA publicó (en una versión más extensa) mi despedida a nuestro querido vecino, el alfarero Rubén Winkler, musa de una oda que le leí acá mismo en tu peluquería cuando presentamos con María Gómez mi poesía reunida, Viernes, y él estaba tan contento y se quedó charlando hasta tan tarde que vos al otro día le preguntaste a María si no se lo habría llevado por casualidad en el baúl del auto. Con Winkler muere una época que valoraba el oficio. Lo mismo con Claudia Caisso, a quien despedí en Facebook: con ella, y con Mirta Rosenberg, y con Hugo Padeletti, se va una forma de hacer poesía centrada en el oído, en la finura de la imagen sonora. Ya es de otra época esto de ser una voz, como dije sobre el trovador Leonard Cohen, el único de la lista a quien no conocí personalmente pero a quien le robé para un título de novela uno de sus versos más hermosos: “Nadie sabe adónde va la noche”. Cohen me ganó de mano, creo, porque su canción “Chelsea Hotel” fue su obituario a Janis Joplin hecho canción… Y otro ser de otro siglo al que despido es a Julián Usandizaga, también de nuestros barrios, un dibujante que producía su obra por fuera del tiempo y a contramano del reloj fabril del capitalismo. Y no quiero que nadie se olvide de aquellos editores tan generosos que tuvimos en Rosario: Poli Laborde, Liliana Ruiz. Y vos también estás en este libro, estás vivo pero en un sueño, medio dormido eso sí, en el sueño premonitorio que tuve sobre la muerte de Angélica Gorodischer, a quien en vida filmamos con Lucas Cosignani y Mala Frame y la Dirección Municipal de Educación para el documental Kozmik Tango, mil voces para una historia (2013, 20”). Y nadie sabe adónde fueron tampoco (pero están en el libro) los poetas Fabricio Simeoni, Gilda Di Crosta, Fernando Callero, Estela Figueroa y Hugo Diz; el periodista Gerardo Rozín, la editora y fotógrafa Valentina Rebasa y los artistas Raúl “Negro” Gómez, Mele Bruniard y Eduardo Serón.

—En otro lugar dijiste que al título Canción de la derrota lo eligió el editor, no vos.

—Confié en su intuición. Antes de fundar 7 Vidas Ediciones en San José del Rincón, Patricio Bordes dirigió la Editorial Biblioteca, de la Biblioteca Vigil recuperada. Antes aún, integró la editorial Puño y Letra, que sacó la primera reedición argentina del libro de Aldo Oliva sobre Joaquín Penina, el anarquista fusilado en Rosario en 1930. Hice una investigación sobre eso para la revista Barullo. Está la primera edición, prácticamente perdida (destruida por la dictadura), que es la de la Vigil. Años después la reeditan en España, nada más que con el texto de Oliva, y después se hace una tercera edición en Argentina, donde comparten la investigación con el realizador cinematográfico Diego Fidalgo, que estaba trabajando para el documental Hombres de Ideas Avanzadas. Acceden a documentos completamente ocultos, que estaban en un ignoto archivo policial, y Fidalgo hace casi todo el registro, junto a Gaby Muzzio. Es como un descenso a los infiernos adonde bajan y encuentran los expedientes de los tres casos, porque eran tres los anarquistas detenidos. Uno de ellos, Penina, es asesinado, pero con los otros dos no se sabe bien qué pasó. Los editores hacen todo un escaneado, pero hasta ahí llega la investigación y lo que hace Puño y Letra es publicar todos esos documentos facsimilares, que no son solamente los expedientes, son toda la documentación relacionada con el caso. Puño y Letra era una editorial cooperativa de gente joven. Hay todo un trabajo de Patricio con sus compañeros como editor y con un gran grado de compromiso, y yo debo haber sido la primera que cuenta esa historia y que la rescata del olvido en una nota para el público amplio. Recién después vienen las dos reediciones por la Editorial Biblioteca, una con el material documental en un CD y la otra con los facsímiles impresos. Me tomé, acaso como nunca nadie antes, el trabajo de leer, descifrar, tipear y publicar todas o algunas de aquellas palabras primorosamente manuscritas, que contienen información preciosa.

 

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Acerca de Pablo Bigliardi

En consonancia con una tradición de los pueblos originarios de la Patagonia, Pablo Bigliardi considera que tiene dos lugares de origen: Saavedra, provincia de Buenos Aires, Argentina, el lugar donde nació en 1968, y San Antonio Oeste, provincia de Río Negro, de donde son oriundos sus ancestros. Vive en Rosario desde 1991. Es autor de […]

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